Homenaje Póstumo: Jorge Cavelier Gaviria (1929-2012)

Efraim Otero Ruiz1

Ya voces más autorizadas y elocuentes que la mía han hablado y hablarán de una fi gura que, como pocos, ha grabado un hito en la historia de esta Academia. Yo sólo quiero recordar afectuosamente una amistad que nos vinculó por más de un sexenio de nuestras vidas y comenzó por los claustros “esos sí antiguos- de la Javeriana de la calle 10, al lado de la iglesia de San Ignacio.

Amistad sincera pero no cercana, cordial pero no íntima. Sus verdaderos amigos, bartolinos y no gimnasianos eran en la Facultad de Medicina Alberto Mejía, Eduardo Borda y Eduardo Rodríguez, verdadera guardia pretoriana alrededor de Jorge y de la cual, sobreviven activos y fuertes los dos últimos. A ellos y otros que veníamos “de Chapinero” “nuestro punto de concentración y bastión javeriano era el Centro de Practicantes de la 39 con 13- nos les fuimos uniendo con motivo de las conferencias en mimeógrafo. Allí debíamos tomar el tranvía amarillo que nos dejaba en la carrera 7ª. con calle 13, de donde subíamos anhelantes a la casa del Profesor, casi en la esquina de la carrera 4ª. donde procedíamos a descifrar nuestros cuadernos de apuntes y a preparar los esténciles.

Para la generación médica que nos ha sucedido en décadas recientes tanto las “conferencias” como el juego de la cascarita son un enigma y un misterio. Es que, en una era en que apenas acababa de inventarse el disco de 33 revoluciones y en que las enormes grabadoras de cinta magnética tardarían 2 o 3 años en llegar, la única manera de registrar la enseñanzas de los profesores que no escribían pero sí dictaban ” quizás la mayoría- era aprovechar los estudiantes aplicados y de buena y rápida escritura “sapos” o “nerds”, les dirían ahora) para que transmitieran sus copiados a otros que escribieran rápido a máquina en borrador y luego en “stencil”, un papel encerado especial que las teclas perforaban dejando fi ltrar la tinta china que desde el rodillo o tambor del mimeógrafo, movido a mano, producían copias que luego se encuadernaban y vendían a los compañeros de curso o a los repetidores. Las ganancias servían para comprar libros de texto y, si algo sobraba, almorzar con las empanadas de Candelaria después de patear por horas con la cara interna del pie las cáscaras dobladas de naranja y secas que nos regalaban los emboladores de la plazuela de Nariño o de los Derechos del Hombre, emplazados frente a la iglesia.

A mí me acogieron por bartolino y por chapineruno y porque, como buen “nerd”, tenía buena letra y chuzaba rápido la máquina con dos dedos. Los del mercadeo o “distribuidores“ eran dos pastusos habilísimos, que se las vendían al fi ado hasta a los estudiantes más pobres. Pero fuera de las ganancias y el recogido ambiente de trabajo de esa casa señorial, lo más agradable era cuando doña Beatriz Gaviria, esa dama de verdadera alcurnia, nos invitaba a tomar onces. Debo decir que aún perfora mis pituitas olfato-gustativas aquel aroma de las colaciones y los bizcochos que adornaban el té o chocolate impecablemente ofrecidos por aquellas manos que se nos antojaban ser las de la mamá de todos nosotros.

Sociedad Colombiana de Historia de la MedicinaDurante el acto en la Academia, se ven en la fotografía, de izquierda a derecha: Fernando Sánchez Torres, Presidente de la Academia, Luis Eduardo Cavelier Castro, Miembro Correspondiente y Gerente de la Clínica Marly, Sylvia Castro de Cavelier, María Cristina Cavelier Castro, Oftalmóloga y Efraim Otero Ruiz, Presidente, Sociedad Colombiana de Historia de la Medicina. 

De ahí en adelante la carrera nos fue alejando, más que acercando. Pues llegadas las enseñanzas clínicas éramos una generación tránsfuga y dispersa, sin hospital propio, que teníamos que deambular por hospitales prestados, compitiendo con los cupos y los comentarios hirientes de nuestros coetáneos de la Nacional. (¡Quién iría a pensar que medio siglo después esa situación revertiría, con la crisis hoy insoluble del noble y antiguo Hospital de San Juan de Dios!). Después las especializaciones extranjeras, entre los 50s y los 60s, nos irían alejando más. Pero ya culminadas éstas sobrevendría el gran re-encuentro, en las sociedades científicas y las Academias, como justo éste, que estamos conmemorando hoy con los descendientes de una familia que por más de un siglo se ha consagrado al servicio y al progreso de la patria.

En la Academia la ausencia de Jorge Cavelier nos sigue desvelando “así como despierta el molinerocuando para la rueda del molino”, como dije yo hace 20 años en la muerte del Profesor Pantoja, citando un soneto de Juan Lozano. Porque en los 9 lustros transcurridos desde que entré como Correspondiente, algunos años después de Jorge, pocas obras o actividades hay en la misma que puedan desligarse del latido de su presencia. Como lo hizo siempre en la Clínica de Marly, donde diariamente se asomaba a los cuartos de los pacientes hospitalizados a ver cómo andaban y animarlos con su amplia sonrisa, así, en momentos de zozobra o de angustia entraba en nuestras almas a decirnos que no debíamos desfallecer, que la solución se hallaba a la vuelta de la esquina. Y efectivamente la encontrábamos. Así fuera en la recuperación de las finanzas, en la adquisición y dotación de nuestra sede definitiva, en la biblioteca, en el museo, en los programas científicos y hasta en los más ínfimos detalles de los parqueaderos, los salones o los jardines. Ocasionalmente su voz se tornaba estentórea y enérgica y su rosada piel algo pálida, pero poco después retornaba a la placidez y cordialidad con que sabía tratar a sus colegas, amigos y pacientes, y que seguirá reverberando continuamente en estos aposentos.

Otra actividad que transformaba a Jorge era la proximidad de las elecciones para dignatarios de la Junta Directiva. Se trocaba, como yo le decía en broma, en el Cardenal Camarlengo de la Academia, moviéndose aquí y alla, averiguando por los candidatos, haciendo cónclaves en el Gun y en las pre-sesiones de eleciones primarias, siempre insistiendo que los cargos directivos deberían reflejar lo mejor de nuestro recurso humano. A veces cuando irrumpía en una votación decíamos “-Llegó el Gran Elector de Sajonia” y su cara se iluminaba cuando de los papelógrafos surgía el humo blanco que daba la mayoría de votos al candidato de sus preferencias.

Desde que tuve el honor de sucederlo en la Presidencia, me llamaba ocasionalmente a que nos reuniéramos, aquí o en Marly, a que elaboráramos lo que los dos llamábamos jocosamente nuestro semi-decálogo. Eran, en realidad, 5 puntos importantes desarrollados in extenso ( por eso él los denominó “Grandes Temas”) que enviaríamos como propuesta al inefable Comité ad-hoc de Expresidentes y que trataríamos discretamente de transmitirlo a nuestros sucesores. Debo confesar que mientras muchos sí los acogieron, a algunos de ellos no les llegó ni siquiera al estapedio. Los grandes temas son los siguientes : 1. La reforma de la salud en Colombia. 2. La ética y la bioética en los umbrales del siglo XXI. 3. La educación médica : ¿ tierra de nadie o de muchos? 4. Las Academias en cuidado intensivo por las crisis actuales y 5. Las condiciones laborales y prestacionales de los médicos. Hoy los traigo a colación pues me parece que resumen admirablemente lo que fueron las preocupaciones de Jorge en torno a la Academia y a la medicina del país y porque creo que continuarlas sería el mejor homenaje que podamos rendir a su memoria.

Fue una lástima que lo súbito y voraz de su enfermedad suspendiera estos diálogos. Para mí fue mejor no verlo pues, como lo dije a propósito de los días finales de Pantoja, soy incapaz de presenciar la caída de esos árboles frondosos y corpulentos que de golpe los aniquila un rayo. Pero en su ausencia mantuve esa solidaridad que siempre supimos compartir desde lejos y que hoy comparto de corazón con Silvia, sus hijos y sus familiares más cercanos.

Pues su presencia quedará inmanente en estos recintos amables que él adquirió y reforzó con su perseverancia y su ingenio. Acompañado siempre en las mentes de todos nosotros por la frase que alguien citó en días pasados, a propósito de alguno de los héroes de la poesía mutisiana y que debemos repetir al recordarlo y quizás grabar en alguno de estos ámbitos tutelares:

Duerme el guerrero.
Lo velan sus armas.

Efraim Otero Ruiz
ANM, Sept.4/13.


1 Miembro Honorario, Academia Nacional de Medicina. Editor, revista MEDICINA, Bogotá.

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