Un Viaje en un Libro: Segundo Encuentro

El segundo encuentro:

El Diario presentado hoy trae en sus páginas tantas sorpresas como traía un viaje trasatlántico antes del avión, ofreciendo un paso a paso muy estimulante, y muy diferente al de la gimnasia estática que ofrece el asiento que nos asignan en un tubo de escasas dimensiones que vuela a más de 10.000 pies de altura, al que difícilmente alguien accedería ingresar por espacio de 10 horas con cientos de personas, si estuviera estacionado en un potrero: la mente, como lo sabe bien el Dr. Gómez Escallón, se adapta a lo que le ofrece la ilusión.

Bernardo Espinosa llenó sus páginas de relatos de la vida cotidiana, de la característica de cada medio de transporte, de la estadía en cada localidad y de sus compañeros y encuentros en el viaje. Este viaje se hizo, como él mismo lo dice, a instancias de su segunda esposa, Ercilia Guzmán, y tres de sus hijos, Delia, de 22 años, Josefina, de 17 años y Bernardo, el menor, de 15 años, además de una prima de su mujer. Quedaron en Bogotá, Clara, una de las Espinosa Guzmán casada ya con uno de los Castello, y sus dos hijos del primer matrimonio, Luis y Honorato Espinosa Manrique, el primero casado con Virginia Parra, hija de Aquileo, y el segundo todavía soltero, y quien vendría a ser el bisabuelo del ponente.

El mayor de los hijos de su segundo matrimonio, Rafael Espinosa Guzmán, cofundador de la Gruta Simbólica y de la Bogotá Electric Light Company, parece haberlos recibido en su hotel de llegada a las costas francesas, si nos atenemos a la primera pista sobre este personaje que aparece en la página 100:

“Serían las 6½ a.m. del día catorce (de enero de 1883) cuando Rafael se nos apareció en la orilla de nuestras camas; tuvimos ese gran placer. Nos informó de los que quedaban en el continente, miembros de la familia, y se empeñó en que inmediatamente emprendiéramos el viaje, lo cual era contra nuestro programa pues deseábamos descansar más allí, y conocer mejor la ciudad y sus alrededores. No hubo remedio; a las 8 y media estábamos con nuestro equipaje en el ferrocarril que en tren-expreso debía conducirnos en diez horas a París…”

Fuera de esta cita textual, y para complementar la relación que ha expuesto ya su tataranieto, transcribiré algunos apartes del Diario de viaje a partir de Bogotá, con el propósito de recordar hitos de un camino que era muy usual en esos tiempos, y que hoy se recorre a velocidades impensables en el siglo XIX mientras la mayoría cierra sus sentidos a los aromas, los sonidos y los paisajes del camino, a punta de ventanas de vidrio, i-pods, celulares y otros elementos de abstracción.

Dice Espinosa en la página 50, cuando habían llegado ya a la tierra caliente, después de pasar por Villeta:

“Perezosamente, y con el sol quemante, remontamos hasta su cuchilla la cordillera de El Sargento, desde cuyas revueltas se admira el panorama de aquel precioso valle de Guaduas: allí arriba, detuvimos las mulas para extasiarnos con la vista de la hoya del Magdalena cuyo río se desliza como una cinta brillante, angosta unas veces, ancha otras, pero siempre atrayente por su majestuosidad y belleza; y nos entusiasmamos con la idea de que esas mansas aguas habían de ser nuestro descanso dentro de pocas horas y por seis o siete días”.

Mirando, oyendo, oliendo, tocando y probando cada cosa que les parecía interesante en el camino, llegan a Barranquilla (p. 66), donde se ve que también tenían tiempo de mirar al cielo:

“… los bizcochos, bollos y demás pequeños comestibles los venden gritando con una cantinela especial en que hacen su elogio y en dialecto costeño, así: a lo bollo de arró sabozo, caliente, barato, etc. En el puerto, sobre el pequeño caño que hemos dicho hay un astillero en donde se construyen vapores para el río, actualmente se ha concluido uno por la compañía al que se ha dado el nombre de ´El Cometa´ en conmemoración del espléndido que se está viendo desde septiembre y que aun todavía está sobre el horizonte”

El trayecto, dibujado sobre este mapa tomado del portal “razón cartográfica” de Sebastián Díaz
Ángel con la silueta que tenía en esos años, y sin precisar todavía nuestra frontera marítima con Nicaragua, fue: Bogotá – Honda – Barranquilla – Cartagena – Colón – Kingston – Plymouth – Cherbourg– Paris. Cerca de un mes pasó en la vida de los seis viajeros desde Bogotá, y este mes aparece relatado en las primeras 104 páginas de la obra.

No es tarea fácil, hoy en día, describir en 104 páginas el trayecto entre los aeropuertos de El Dorado y Charles-de-Gaulle. Aunque un psicoanalista, o un buen novelista, podrían tal vez intentarlo.

La página 105 trae una interesante tabla de gastos detallados, que muestra, como había anunciado cuando traté sobre el primer encuentro, la continuidad de la tradición financiera de las familias Espinosa y Escallón hasta llegar al exitoso secretario de hacienda que fue el autor del Diario.

A partir de este punto, se suceden 103 páginas más de relatos con los siguientes subtítulos, que revelan los principales intereses de este viajero muy particular: Gastos de viaje con seis personas en 1882, Cálculo para una persona, Instrucciones para la persona que emprende viaje para el extranjero (en éste aflora el médico con sus detalles de cómo cuidar la piel días antes de la partida, qué medicamentos llevar –quinina, glicerina con cloroformo, extracto de Belladona, tintura de árnica, amoníaco líquido, ácido fénico, y buen vino tinto, que parece ser también muy apreciado por su tataranieto, pues entiendo que nos ofrecerá una copa de este licor terapéutico al final de esta sesión).

Sigue el libro con la sección titulada Equipaje y comodidades, en la que describe muy bien otra costumbre que no cesa: “Es un abuso inaceptable, esto de que los relacionados manden encomiendas para llevar en el equipaje”.

Entra Espinosa, en la sección Avisos varios, a dar instrucciones indispensables para la llegada al Paris de fin de siglo, cuyas imágenes se pueden ver en Google con las palabras clave “Paris” y “1880”. Una de sus instrucciones, es la siguiente: “Luego que se llega a Paris, lo primero que hay que hacer es proveerse de ropa a la moda y según la estación”. Continúa con los Alojamientos, y el costo de la vida.

Un curioso comentario, a manera de leitmotiv, aparece periódicamente en el texto: este trata sobre el pourboir, la propina. Casi que podríamos titular un estudio crítico de este libro en torno a este emolumento, que llegó a desesperar al muy austero financista. Todo requería un pourboir, y la economía de un sector significativo de la sociedad parisina parecía basarse en esta fracción de las transacciones económicas. Tanto como Salvador Camacho Roldán logró describir, en esos mismos años, los fundamentos de la economía nacional en sus Notas de viaje, el relato de Espinosa podría ser estudiado hoy por Miguel Urrutia o por Samuel Jaramillo desde una perspectiva social, como un texto precursor de los fundamentos históricos de la microeconomía.

Inserta el autor a continuación en su Diario un escrito aparentemente independiente que, nos dice, corresponde a “…una revista que tengo escrita para mandar a Bogotá”. Su tataranieto comenta a pié de página que Espinosa publicó en el Diario de Cundinamarca dos revistas sobre su viaje.

La primera que aparece en su Diario se titula Paris de 1883 (invierno), y va de la página 121 hasta la página 134. En esta incluye infinidad de detalles de la vida cotidiana y de la sociedad local, que son fuente primaria clave para quienes se interesen en esta época de la capital francesa. Termina con una interesante reflexión sobre la educación en París. En esta reflexión de dos páginas inicia diciendo:“Después de leer esta reseña, ¿será prudente que los padres de familia de Colombia manden a sus hijos a estudiar a Paris por más primores que allí vean?”, y después de argumentar sus impresiones concluye para sí mismo:

“Traje el último de mis hijos de quince años de edad con intención de dejarlo para que recibiera una buena educación primaria; él regresará conmigo para ir a alguno de los colegios regentados por los señores Santiago Pérez, Ricardo Carrasquilla, Mallarino, Escobar, etc. Aquí en Europa no hay planteles como esos para nuestro hijos”.

Menos mal que mi padre no leyó este Diario antes de enviarme a mí a Paris! Aunque, para hacer honor a la verdad, Espinosa decía en medio de sus reflexiones que: “Muy bueno será que, después deformado el individuo, y cuando su modo de ser, sus usos y costumbres lo abonen, y sea necesario que se perfeccione en un arte o una ciencia, o quiera aprender con perfección los idiomas o una especialidad, o estudiar estas sociedades, venga a los focos de la civilización y las luces de esta privilegiada Europa”.

Sigue con una fabulosa descripción de un Baile oficial en el palacio del Eliseo, al que tuvo ocasión de asistir, como él dice: “… en virtud de estar Rafael mi hijo agregado a la Legación de Colombia a cargo del general Santo domingo Vila. Mas como Rafael se fue para Bogotá desde el cinco, Eduardo se quedó encargado de sus funciones, y a él se le (entregaron las invitaciones)”. Aparece aquí otro de los hijos de la pareja Espinosa Guzmán, Eduardo, tío-bisabuelo –y homónimo– del ponente.

Ocho páginas dedica Espinosa Escallón a la relación de lo sucedido en este baile, que fue poco en términos de lo público y mucho en lo personal. Veamos algunos breves extractos:

“… allí nos codeamos con muchos condecorados militares y abotonados parisinos con más lentes que un telescopio; con la embajada de Persia, con más diamantes que piedras en Monserrate y políticos en Colombia (…) en lo demás, y con excepción de los extranjeros hombres y mujeres, todo era democracia con fisonomías vulgares y modales no diferentes, quienes estrujaban, daban pisones y se estrellaban contra el mostrador (…) he aquí un baile oficial en la capital de la República Francesa (…) en que paradas ya en un pie, ya en otro, había más de cien señoras que a veces paseaban por descansar y que no se resolvían a irse porque a cada momento había algo que divirtiera, algo que ver y estudiar”.

Se ve claramente, en esta pormenorizada descripción de los incentivos de un evento social, que, sin saberlo, el tatarabuelo abonaba ya el terreno para su tataranieto psicoanalista.

Entre las páginas 143 y el abrupto final de la página 208, Espinosa incluye una descripción del curioso y muy poco exitoso Adoquinado en madera de las calles de París, otra de los Carruajes y otros medios de transporte urbano de muy diversos tipos, y entra a la descripción de la Colonia Latino-Americana, en medio de la cual exalta, naturalmente, a los colombianos exiliados en París en esos años. En este punto ofrece una rara lista de las direcciones en las que cada uno vivía sólo o con su familia. Allí están Rufino José y Ángel María Cuervo, Ignacio Gutiérrez Ponce y Sra, los Sordo, los Tanco, los Triana, incluyendo a José Jerónimo, médico y naturalista, los Samper, los Vengoechea y Antonio María Silva Fortoul, tío de Ricardo Silva, padre del poeta José Asunción, quien llegaría a Paris un año después de Espinosa, justo después de morir su tío abuelo.

Sobre este viaje de Silva a París entre 1884 y 1885, Pedro Alejo Gómez Vila publicará en la próxima Revista de la Casa Silva un texto elaborado a partir del Diario inédito de Inés Ancízar Samper, la única hija de Manuel Ancízar, quien se exilió en Europa dos años después de la muerte de su padre, y unos meses antes de casarse con el profesor Ernst Röthlisberger, bisabuelo de mi esposa que nos acompaña hoy.

Las últimas 40 páginas las dedica Espinosa a comentar las particularidades del Tiempo en Europa y a la descripción de las Catacumbas, los palacios de Versalles y Saint-Cloud, el Jardín de aclimatación o jardín zoológico, las fábricas de Porcelana de Sèvres y de los Gobelinos y otros Datos referentes a la vida en París. Es en esta parte del Diario, cuando más se adentra el viajero en la descripción todas las capas de la sociedad francesa un siglo después de una revolución que no parece haber revolucionado mucho, pues a pesar de que al salir de Versalles, por ejemplo, dice:

“Después del asombro viene la tristeza de salir de salir de allí. ¡Pobre del pueblo al que se le sacó tanta riqueza y que sufrió tanto, Señor! ¡Miserable es la humanidad y abusivos los pocos de ella que pasan de su nivel y se hacen grandes… pisando el cuello de los súbditos y teniendo entre sus manos bien agarrada la libertad!”

Acto seguido, al comentar su visita a la fábrica de gobelinos, parece volver a vivir en los años prerevolucionarios lamentando la condición de los obreros:

“Da lástima ver estos hombres calvos y extenuados, débiles como trigo de monumento, metidos en esa especie de presidio haciendo una cosa tan costosa y de tan poca utilidad para el hombre; muy, muy caros se venden esos cuadros pero nunca por lo que realmente valen según el trabajo.

Una empresa particular no afrontaría eso que no sería negocio y que solo da fama y admiración (…). Los obreros padecen hemorroides, males de estómago, tisis y sobre todo enfermedades de los ojos, gastando siempre la vista más de lo que la organización humana permite”.

Ahora bien, mutatis mutandi, como decía alguna vez nuestro presidente en algún comentario en el seno de esta Sociedad, las cosas no parecerían ser muy diferentes en aquellos años –ni aún ahora– en nuestro país, en la misma sociedad que mantiene hoy inmensas desigualdades y que hace más de 100 años vio salir de viaje de primera clase a los Espinosas.

Se cierra este magnífico Diario, como decíamos, abruptamente, con la descripción de El día 14 de julio en París, fiesta nacional, paseando de un lado a otro de los Campos de Marte, entre la Escuela Militar y el Trocadero, cuando no existía aún la Torre Eiffel que se construyó a partir de 1887 para la exposición universal de 1889.

Con estas palabras, y también un poco abruptamente, finalizo mi comentario para reservar a los lectores el mismo gusto que tuve yo al conocer el texto inédito que ha tenido la suerte (y la paciencia) de rescatar el nuevo miembro de la Sociedad Colombiana de Historia de la Medicina, y que pudo concluir y prologar él mismo en su versión final, con las palabras que quedaron en el aire y que están inscritas en su mente, en sus genes, y en los silencios de su casa.

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