La Peste Negra: El Enemigo Incorpóreo

Historia de la Medicina

María Margarita López1, Andrés Felipe Cardona Zorrilla2

Resumen

La Peste Negra, también conocida como la Pestilencia o Gran Mortalidad, fue la pandemia más fatal registrada en la historia de la humanidad, lo que resultó en la muerte de hasta 200 millones de personas, desde Eurasia hasta el norte de África, y alcanzó su punto máximo en Europa desde 1347 hasta 1351.

La peste, es una zoonosis causada por la bacteria Yersinia pestis y el resultado más común, suele ser la aparición de nódulos bubónicos, seguida de infección septicémica o neumónica. La Peste Negra, probablemente, se originó en Asia Central o Asia Oriental, desde donde viajó a lo largo de la Ruta de la Seda y llegó a Crimea en 1347.

A partir de ahí, posiblemente fue transportada por pulgas que vivían en las ratas negras que viajaban en barcos mercantes genoveses, se extendió en toda la cuenca del Mediterráneo y llegó a África, Asia occidental y el resto de Europa, a través de Constantinopla, Sicilia y la península italiana. La evidencia actual indica que, una vez que llegó a tierra, la Peste Negra, fue en gran parte, propagada por humanos.

Esta plaga creó trastornos religiosos, sociales y económicos, con profundos efectos en el curso de la historia europea, pues fue el segundo desastre que afectó a Europa durante la Baja Edad Media (el primero fue la Gran Hambruna) y se estima que causó la muerte del 30% al 60% de la población continental.

Los brotes de la peste se repitieron en diversos lugares del mundo hasta principios del siglo XIX.

Palabras clave: Edad media; plaga; Yersinia pestis; peste bubónica; bacteria.

The Black Death: The Immaterial Enemy

Abstract

The Black Death, also known as the Pestilence and the Great Mortality, was the most fatal pan­demic recorded in human history, resulting in the deaths of up to 200 million including people from Eurasia and North Africa, and peaking in Europe from 1347 to 1351.

The Plague, is a dis­ease caused by the bacterium Yersinia pestis, and the most common result is usually the ap­pearance of bubonic nodules, followed by septicemic or pneumonic infection, The Black Death most likely originated in Central Asia or East Asia, from where it travelled along the Silk Road, reaching Crimea by 1347.

From there, it was most likely carried by fleas living on the black rats that travelled on Genoese merchant ships, spreading throughout the Mediterranean Ba­sin and reaching Africa, Western Asia, and the rest of Europe via Constantinople, Sicily, and the Italian Peninsula. Current evidence indicates that once it came onshore, the plague was in large part spread by humans. The Black Death created religious, social, and economic upheavals, with profound effects on the course of European history.

The Black Death was the second disaster affecting Europe during the Late Middle Ages (the first one being the Great Famine) and is estimated to have killed 30% to 60% of Europe’s population. Outbreaks of the plague recurred at various locations around the world until the early 19th century.

Keywords: middle Ages; plague; Yersinia pestis; bubonic plague; bacteria.

Introducción

En muchos lugares de Siena, grandes y profundas fosas fueron cavadas y se llenaron con la multitud de los muertos…Allí don­de el silencio sucumbía, había también algunas que estaban tan escasamente cubiertas con tierra, que los perros las escarbaron y devoraron los cuerpos a través de la ciudad. Agnolo di Tura “el Gordo”.

Esta terrible enfermedad se hizo crónica y el terror que produjo se imprimió en los pliegos. La primera referen­cia sobre la producción de papel en Italia se introdujo en 1275, momento en el que se forjó el folio de trapo, mol­deado a mano, cilíndrico por natura, satinado y con cola de gelatina animal.

Esta técnica, fue bien recibida por los escribas de Florencia y llevó a la sustitución progre­siva del pergamino, ya que permitía a las agudas plumas trazar libremente, sin rasgar la superficie. Su estructura hizo que la tinta no penetrara en las fibras absorbién­dola como secante, y permitió que Italia aventajara, en suma de historia y letras, a España y a Damasco (1).

Así aprendió la concepción humanista de la plaga, el filólo­go florentino Francesco Petrarca (Arezzo, 20 de julio de 1304-Arquà Petrarca, Padua, 19 de julio de 1374), sobre los folios de trapo, donde aseguró para el tiempo postre­ro que: “todos los ciudadanos hacían poco más en los días que cargar cadáveres para que fueran enterrados… En cada iglesia cavaban fosas hasta la napa de agua; y así, aquellos que eran pobres y morían durante la noche, eran recogidos rápidamente y arrojados en los lugares, tomaban un poco de tierra y la echaban con palas sobre ellos.

Más tarde otros cadáveres eran depositados, y en­tonces, ponían otra capa de tierra tal cual se hace en la penumbra de la Marqueses de la Toscana”.

En la Edad Media, se usaban los términos peste y plaga:

Para referirse, indistintamente, a cualquier calamidad, sobre todo a las enfermedades de masas que produ­cían gran mortandad, como la gripe o la viruela. Jau­me Aurell (2), enunció la pobre documentación de las enfermedades en las crónicas del bajo y alto medioevo. Sin embargo, esta situación cambió con el arribo de las grandes epidemias.

La Peste Negra, que asoló Europa entre 1347 y 1400, fue la mayor de todas. Esta plaga se convirtió en una enfermedad endémica, con rebrotes ocasionales y locales, prolongados por períodos de en­tre 6 y 18 meses, y con reapariciones cada pocos años, durante casi dos siglos (3).

La gran magnitud de la Peste Negra se debió a la grave­dad de sus síntomas y a la facilidad de su contagio.

Un ejemplo de la celeridad con que se propagó la enferme­dad y acabó con sus víctimas, se encontró en un vetusto relato de Michele de Piazza, registro erudito que hizo mención a los hombres promiscuos por el mal “A causa de la corrupción de su aliento, todos los que se hablaban mezclados unos con otros, se infectaban también uno a otro.

El cuerpo parecía entonces sacudido casi entero y como dislocado por el dolor. De este dolor, de esta conmoción, de esta corrupción del aliento nacía en la pierna o en el brazo una pústula con forma de lenteja. Ésta impregnaba y penetraba tan completamente el cuerpo que se veía acometido por violentos esputos de sangre.

Las expectoraciones duraban tres días continuos y se morían a pesar de cualquier cuidado, o de buscar el bien…” (4). De Piazza, era un franciscano que escribió en su crónica la evolución de la plaga en Sicilia, uno de los focos patentes para el ingreso desde Crimea, lugar aparente para el desembarco de tres comerciantes geno­veses que venían de allí.

Según Ziegler, la isla, junto con Génova y Venecia, fueron esencia para la difusión de la enfermedad entre los hombres (5).

No obstante, habría otros focos, como Marsella y Bor­deaux, puertos y centros comerciales donde confluían las grandes rutas de comercio en el Mediterráneo, Atlántico y Báltico, al igual que múltiples sendas de pe­regrinación (6).

El impacto que trajo la epidemia, no solo fue demográfico, pues también conllevó enormes perturbaciones en la sociedad de la época, proceso que ya venía desarrollándose desde finales del siglo XIII, y que fue iniciado y perpetuado por el estancamiento del desarrollo económico, por las enfermedades, por diver­sas y extensas guerras, y por la crisis religiosa.

La Peste Negra cambió al hombre medieval, debido al sufrimien­to físico que trajo a las víctimas, el dolor que causó a sus familiares, la pérdida de seres queridos y el temor que causó la gran cantidad de muertos, en suma, un tiempo que Marcelino Amasuno Sárraga llamó ‘ciclo bubóni­co’ (7). A continuación, se realiza una descripción deta­llada de la mayor crisis pestilencial de la historia.

De las planicies de Asia Central llegó a la Costa Mediterránea una terrible Peste

Todo ocurrió entre los años de Cristo 1346 y 1353, cuando una colosal epidemia llegó del Asia occidental, se propagó por el Oriente Medio y el norte de África, arribó a Europa y causó la peor catástrofe demográfica jamás vista. El ciclo bubónico fue bautizado, años más tarde, con el escalofriante nombre de la Peste Negra o “atra mors”.

Según Ole Benedictow, el nombre surgió de una traducción equívoca de la palabra atra, que en latín significa tanto “terrible” como “negro” (6). Más allá de ser irrefutable, aterradora la enfermedad, lo que se evidenció es que la peste impactó el imaginario cul­tural de la época, al asociar la infección con lo malo, lo desconocido y lo absolutamente inexplicable.

Los estragos que provocó entre la población, fueron tales, que le valieron la fama eterna de haber sido el mayor desastre demográfico jamás presenciado por la humanidad. Según los libros de defunciones y el empadro­namiento de manos legas, se estimó que un tercio de la población partieron en auxilios de la peste.

Italia fue una de las regiones más afectadas por la pes­te

Gracias a los comerciantes genoveses que importa­ron el patógeno desde Asia. En Florencia, la ciudad perdió aproximadamente el 60% de su población y, en Venecia, el porcentaje fue ligeramente inferior. Para el invierno de 1347, los muertos llegaban a 600 por día, entre los 150 mil habitantes que ocupaban la ciudad. En Siena, nunca se especificó cuantos murieron, pero se sabe que la tasa de mortalidad superó el 90%.

En el caso de Inglaterra y Gales, se calculó que la plaga se llevó el 50% de la población, densidad que no pudo recuperar sus niveles demográficos hasta el siglo XVIII (8). El cronista parisino, Guillem de Nugiaco, mencio­nó que en un momento la mortalidad en la ciudad fue tan alta, que se sepultaban más de 500 cuerpos diarios en el Cementerio de los Inocentes.

En la península Ibérica, se hicieron estudios de mortali­dad para cada reino; así, el reino de Castilla y León per­dió alrededor del 20% de su población, en Aragón murió el 35% de los habitantes, y Navarra fue la más afectada de la península, con un 50% de la población damnifica­da (9).

Peio Monteano logró hacer un estudio estadístico en la vertiente de los Pirineos occidentales, gracias a la gran cantidad de documentos oficiales, como registros de Comptos y Libros de Fuegos, que encontró en los archi­vos.

De su exhaustiva investigación concluyó que el reino perdió más de la mitad de su población: “De las 3.600- 3.700 familias o fuegos pecheros que habitan en 1346 los dos centenares de localidades de nuestra muestra, un 43% han desparecido completamente, aniquilados in situ, y otras habían emigrado” (10).

Para 1350, la gran mayoría del territorio europeo ha­bía sido cooptado por la peste y era casi imposible con­tabilizar las muertes.

En el intento de realizar tan mag­na tarea, el papa Clemente IV calculó que para 1400 las muertes ascendían a 23.840.000, mientras algunos estudios contemporáneos plantean que en 1300 la po­blación europea tenía 94 millones de personas, y para el final del censo no superaba los 68 millones.

Comprendiendo la Peste Negra

La peste, fue provocada por la Yersinia pestis que reside en el tracto digestivo de las pulgas que habitan usual­mente en las ratas, animales que viven en gran número y densidad. Estas áreas son llamadas “focos de peste” o “reservas de peste” (6). Las especies Rattus rattus y Rattus norvegicus migraron desde Oriente Medio, a la altura de la quinta cruzada (1217-1221) bajo el auspi­cio del papa Inocencio III.

Para las leyendas históricas, los roedores salvajes circulaban en las urbes y genera­ban las reservas de peste. Según el historiador Scheidel (2019, p. 314), en las primeras décadas del siglo XIV, los roedores llevaron pulgas infectadas a China, el sur de India, el oeste de Oriente Próximo, el Mediterráneo y Europa.

Los trayectos marítimos entre Europa y Asia, al igual que las rutas comerciales en Asia central -Ruta de la Seda-, fueron los canales de propagación de la enfer­medad. En 1345, la peste llegó a la península de Crimea, en la ciudad de Caffa que, para ese entonces, era un asentamiento genovés. La ciudad fue asediada, en medio del brote de la enfermedad, por los mongoles y, según algunas fuentes históricas, el líder mongol Janibeg ordenó que los cadáveres de las víctimas fue­ran desmembrados y catapultados por encima de los muros, para infectar a los genoveses (11). La Figura 1, describe la evolución geográfica y temporal de la Peste Negra desde Asia, hasta Europa y África.

Propagación de Peste Negra

Muchos comerciantes genoveses, huyeron en barcos infestados por ratas que expandieron la peste hasta Europa

Donde azotó en 1348 importantes ciudades como Alejandría, el Cairo y Túnez, y, para los años venideros, el mundo islámico contó con la misma suerte. Por destracia, tanto en Asia, el norte de África y el mundo islámico, existen muy pocos datos fiables para estimar cuántas personas perecieron a causa de la Peste Negra.

No dejó de ser un acontecimiento trágico y doloroso, tal como lo evidenció Ibn Jaldún (1977) en su Introducción a la Historia Universal, escrito en el que afirmó: “La civilización, tanto en Oriente como en Occidente, fue visitada por una plaga destructiva que arrasó naciones e hizo desaparecer poblaciones… Todo el mundo habitado cambió”.

En 1347, el emperador bizantino retirado, Juan VI Cantacuceno, dejó documentado el impacto de la pes­te en la ciudad de Constantinopla: “El arte de un mé­dico no era suficiente; la enfermedad tampoco seguía el mismo curso en todas las personas, pero las otras, incapaces de resistir, morían el mismo día y algunas al cabo de unas horas.

Los que podrían resistir dos o tres días al principio padecían una fiebre muy violenta y la enfermedad en esos casos atacaba la cabeza… en otros, el mal provocaba dolores muy fuertes de pecho.

De dentro salían esputos sanguinolentos y un desagra­dable y hediondo aliento.

La garganta y la lengua, re­secas por el calor, estaban negras y congestionadas de sangre…se formaban abscesos en los brazos y en algu­nos también en la mandíbula y otras partes del cuerpo aparecían ampollas negras. Algunos presentaban man­chas negras por todo el cuerpo, mientras en otras per­sonas eran pocas y muy manifiestas u oscuras y den­sas.

Se formaban voluminosos abscesos en las piernas o brazos, de los cuales, al practicar un corte, brotaba una gran cantidad de pus nauseabunda…Siempre que la gente vomitaba no había esperanza de recuperación, pero al desesperarse, lo cual empeoraba su postración y agravaba enormemente su enfermedad, morían de inmediato”.

Este testimonio, infortunadamente, no es el primero sobre la nefasta experiencia que sufrió la ciudad de Constantinopla. De hecho, en el año 541, se tiene re­gistro de la primera peste bubónica llamada la Peste de Justiniano, en honor al regente romano de la época. Según el historiador bizantino Procopio de Cesarea, la peste llegó desde Etiopía, un antiguo puerto romano y, al igual que la peste medieval, se diseminó a través de las rutas comerciales.

Procopio comentó que había en promedio 10.000 a 15.000 muertos por día, dando como resultado una pérdida aproximada del 40% de la población de Constantinopla. La Peste Negra se con­virtió en una enfermedad endémica, siendo el perio­do más conocido el que inició en 1347; sin embargo, también fueron importantes los brotes de 1362-1364 en el norte y sur de Europa, y la del Mediterráneo en­tre 1374 y 1376.

Hasta el siglo XVIII, la peste continuó visitando las ciudades europeas, aunque cada vez con menor violencia, y sin la virulencia expansiva de los primeros episodios (3).

Normalmente, la Yersinia tarda entre diez y catorce días, en matar a la mayoría de los roedores de una colo­nia contaminada, obligando a las numerosas pulgas y piojos hacinados en los restantes animales ya moribun­dos a encontrar nuevos huéspedes.

Tras el ayuno, los pequeños insectos migran a las personas; desde el sitio de la picadura, las bacterias se trasladan a los ganglios linfáticos regionales, formando un bubón (forúnculo) doloroso, evento habitualmente visible en las ingles, muslos, axilas y en el cuello.

El periodo de incubación en humanos es de tres a cinco días y, normalmente, la muerte sobreviene en las dos primeras semanas. La peste pulmonar ocurre cuando la bacteria infecta la vía aérea y puede propagarse entre personas, al inhalar go­tas de saliva, al hablar o al toser.

Para infectarse de esta manera, por lo general, se requiere que la persona sana esté en contacto directo y cercano con la enferma. La peste pulmonar, también puede darse si una persona que sufre de peste bubónica (o de peste septicémica), no recibe ningún tratamiento.

Entre otros síntomas, el compromiso produce una coloración cianótica de la piel; además, la difusión sanguínea del bacilo provoca una hemólisis con extravasación hemorrágica, en for­ma de placas de color oscuro (12).

Obscurum Saeculum y Muerte Negra

La Edad Media surge tras la caída del Imperio Roma­no, consecuencia de las invasiones bárbaras, en el si­glo III después del nacimiento de Cristo. En 476 d.C., Odoacro, jefe de la tribu germánica de los Herúlos, derrocó al último emperador romano, Rómulo Augús­tulo, y se posesionó como Rey de Italia (13).

Para ese momento, ya no quedaba rastro del Imperio Romano de Occidente y en su lugar, se encontraban un con­junto de reinos autónomos, hostiles entre sí. La única institución que sobrevivió, tras las invasiones bárbaras, fue la Iglesia Católica, que había logrado oficializar su fe dentro del imperio un siglo atrás.

La Iglesia preservó algunos remanentes de la cultura y el pensamiento clá­sico, y también un sentido de orden político que logró permear en la conciencia de diversos pueblos bárbaros, que no tardaron en cristianizarse (14). Por lo tanto, du­rante los mil largos años que perduró la Edad Media, la Iglesia fue la institución más sólida que sentó las bases socioeconómicas correspondientes a la cosmo­gonía cristiana.

El mundo medieval, estuvo determinado por una rigi­dez estructural económica

Basada en la composición social de los nobles, monjes, guerreros y campesinos, que para finales del primer milenio, estaba demostran­do su propio desgaste y agotamiento (13). Tras la caída del Imperio Romano, la vida urbana de la Alta Edad Media en Europa, fue prácticamente inexistente.

La mayoría de las ciudades romanas, quedaron converti­das en centros de administración eclesiástica y pasa­ron a formar parte del señorío territorial de un noble feudal o de la Iglesia. El paulatino desarrollo de la agricultura, condujo a la prosperidad económica del siglo XII, que dinamizó el comercio y provocó el de­sarrollo de una nueva clase social: la burguesía.

Estas circunstancias, dieron como consecuencia, el aumento demográfico y la necesidad de los mercaderes para es­tablecerse en un lugar fijo. Entonces, las viejas ciuda­des romanas o antiguos burgos volvieron a poblarse y, a su lado, aparecieron nuevos asentamientos y fusiones, híbridos disfraces para hombres y roedores.

Con el renacer de las ciudades, que habían sido mermadas desde el decaimiento del imperio romano, volvieron lentamente a poblarse y, con ellas, empezaron a ger­minar nuevas formas artísticas como el arte románico y el gótico, así como la fundación de las universidades (Studium Generale).

La tendencia de este periodo se vio truncado en el si­glo XIV. La producción agrícola dejó muchas tierras infértiles y saturadas, que no pudieron dar abasto con la demanda de la población, por cuenta de las torren­ciales lluvias, que perjudicaron terriblemente la cose­chas y desembocaron en hambrunas, revueltas sociales y violentas guerras, como la guerra de los Cien Años (1337-1453), una pugna territorial librada entre Fran­cia e Inglaterra. Como bien lo anota Jacques Le Goff, “esta es la tempestad con la que abre el trágico siglo XIV” (13).

En medio de todos estos males, llegó sin piedad y para inundar el mundo conocido entre muerte y miseria, la temida Peste Negra.

La enfermedad, nació con su pes­tilencia para arrasar con todo lo que era conocido para el hombre medieval, desde su ordenamiento social hasta su concepción ontológica. La cosmovisión del mundo medieval era plenamente teocéntrica y consti­tuía dos principios básicos: el primero es que Dios es el origen y fuente de todo lo que existe.

Dios es omni­potente, de tal manera que la existencia y el destino del hombre están supeditadas a su voluntad; el segundo principio era la concepción del mundo basado en la dualidad: lo humano y lo divino, el cuerpo y el alma, el bien y el mal, lo terrenal y lo eterno.

Por lo tanto, la creencia común era que la vida en la tierra, era un paso intermedio hacia la vida eterna y que dependía del cumplimiento de la ley de Dios; sí se cumplía, se llegaba al cielo, si no, directo al infierno, de modo que la muerte, era el momento donde se definía el destino del alma.

Alcanzar la gloria eterna produjo una inmensa angus­tia existencial en la conciencia colectiva, ya que pare­cían inalcanzables los méritos que el cielo exigía para entrar por la puerta de San Pedro, por tal razón, en los debates teológicos del siglo XII y XIII liderados por grandes pensadores medievales como Pedro Abelardo, que vieron imperativo hacer reformas eclesiásticas, se decide entre algunas reformas, designar un tercer rei­no, el purgatorio, que permitía purgar sus pecados, a fin de armonizar la polaridad entre el Cielo y el Infier­no (15).

La vida era una preparación para ganarse el cielo y, en general, se tenía cierta complacencia con la inevitabili­dad de la llegada de la muerte, ya que se contaba con el tiempo suficiente para arrepentirse y obtener el perdón de los pecados.

Con la llegada de la peste, ese tiempo se acabó y dejó en evidencia la frugalidad de la existen­cia humana. También dejó la certidumbre de que no había suficiente Dios para tanto sufrimiento, así como también comprobó la carencia de conocimiento que pudiera dar razones a la razón del porqué la muerte sucedía repentinamente, entre tanto dolor y miseria. La insuficiencia de respuestas en un ser superior, dio la inevitable consecuencia, que el hombre las buscara en él mismo.

El Hombre estaba renaciendo, como lo deja entrever Petrarca en el poema el “Triunfo de la Muer­te”, donde claramente expresa la angustia existencial que suscita la peste:

¿En dónde los honores y riquezas
Las gemas y los cetros, las coronas,
Los vestidos de púrpura y las mitras?
Infeliz el que espera en lo terreno
(Pero quién no lo hace)?
Y si se encuentra al final engañado, lo merece.
¡Oh ciegos! ¿De qué sirve luchar tanto?

Por consiguiente, el imaginario colectivo fue trastoca­do inevitablemente. La muerte adquirió un protagonis­mo inusitado, que se exacerbó con respecto a la estruc­tura del pensamiento medieval junto con la influencia del cristianismo.

La peste, según Áres, les permitió a los hombres empezar a adquirir conciencia de la muer­te individual y a crear una nueva sensibilidad que se vio reflejada en las artes, particularmente, en la literatura de la época, que además, empieza a evidenciar un nuevo cambio de mentalidad (16).

El miedo penetró el imaginario medieval, creó una eu­foria permanente y una tensión constante en espera de lo maravilloso, lo inusitado: el Juicio Final (17).

La imaginería inspirada en el Apocalipsis, descrita en el Infierno de Dante Alighieri, alimentó la imaginación colectiva y creó alrededor de ella, nuevas maneras de codificar el cuerpo, lo macabro, el dolor y la enfermedad que, sin duda, alimentaron la cultura popular.

La Danza Macabra o la Danza de la Muerte aparecieron como rito, en respuesta del terror que produjo la Pes­te Negra, con el fin de ahuyentar el miedo y sentirse más familiarizado con el momento de la llegada de la peste y el final de la vida. Papas, emperadores, monjes y las personas del común, se encontraban para bailar, conducidos por esqueletos, celebraban la caducidad de la vida y, simbólicamente, representaban la igualación de las diferencias en riqueza y poder (17).

La muerte, siempre al acecho, dejó de ser complaciente, ella, com­pañera inseparable de la vida, siempre triunfa. Con este relato se construyó el tema medieval más recu­rrente que alimentaría los siglos siguientes: El Triunfo de la Muerte (Figura 2).

El Triunfo de la muerte

(Lea También: Paleogenómica de la Peste Negra)

El enemigo incorpóreo: Interpretaciones de la Peste Negra

La Peste Negra causó una crisis en todos los aspectos que conformaron la vida humana, particularmente, los relacionados con el campo espiritual, cultural e inte­lectual. La catarsis que la peste causó, desembocó en varias interpretaciones desde religiosas hasta científi­cas, en las que intentaron explicar su origen y razón de ser.

Por supuesto, las primeras aproximaciones para expli­car el azote de la peste, fueron de carácter religioso. La peste se entendió como un castigo divino, por los pecados cometidos por los hombres. De hecho, la ex­plicación más plausible se asoció con la Ira de Dios.

Ante la ira de Dios, no había mucho que hacer sino pedir perdón y hacer penitencia por los pecados come­tidos, hasta que Dios decidiera erradicar la peste. Sin embargo, en medio de la plaga no hubo mucho auxilio espiritual, ya que el clero era víctima de la peste, y se elevaron muchas preguntas sin respuesta.

El rey Magno II de Suecia

Comparte la misma visión de castigo divino de la peste, producido por la ira de Dios, según comenta Gottfried:

Dios, por los pecados de los hombres, ha dado al mundo este gran castigo de muerte súbita. Por él, la mayoría de nuestros conciudadanos ha falle­cido(18).

Por otro lado, el Decamerón de Boccacio, es una de las fuentes más significativas de lo que la Peste Negra significó: “Digo, pues, que y habían los años de la fructífera Encarnación del Hijo de Dios llegado al número de mil trescientos cuarenta y ocho cuando a la egregia ciudad de Florencia, nobilísima entre todas las otras ciudades de Italia, llegó la mortífera peste, que por obra de los cuerpos superiores o por nuestras acciones inicuas, fue enviada sobre los mortales por la justa ira de Dios para nuestra corrección… [Ni a pesar de iniciativas de limpieza] ni valiendo tampoco las humildes súplicas dirigidas a Dios por las personas devotas no una vez sino muchas ordenadas en procesiones o de otras maneras, casi al principio de la primavera del año antes dicho em­pezó horriblemente y en asombrosa manera a mostrar sus dolorosos efectos” (11-2).

La peste, entendida como un castigo divino, produjo dos tipos de movimientos culturales.

En primer lugar, el movimiento de los flagelantes, quienes asumieron que se aproximaba el fin del mundo y optaron por te­ner una vida en martirio.

Responsabilizaron a los ju­díos de la plaga, culpándolos de envenenar los pozos y motivaron pogromos y lapidaciones públicas que pro­dujeron muertes masivas de judíos.

El papa Clemente IV tuvo que exculpar a los judíos y declarar herejes a los flagelantes. Así, el hombre medieval ante la peste: …fuera cual fuere su religión, encontraba en la vo­luntad de Dios la postrera causa de tal fenómeno y de sus trágicas consecuencias, aunque la forma específica que adoptara esta calamidad se viera sometida a ex­ plicaciones muy diversas y en muchas ocasiones contradictorias” (7).

En segundo lugar, teniendo presente que la llegada de la muerte era tan repentina, no había tiempo para el perdón de los pecados, lo que produjo, en contraposición a los flagelantes, que las personan encontraran una forma más hedonista de vivir la vida: se entregaban desenfrenadamente a los placeres y ex­cesos.

Boccacio, también deja entrever una asociación entre la peste y el comportamiento de los cuerpos superiores.

En efecto, la peste tuvo explicaciones astrológicas relacio­nadas con los cuerpos celestes.

La gran mayoría otorgó un carácter religioso al azote, los pocos médicos y de­más eruditos conocedores de la medicina clásica griega, atribuían las enfermedades epidémicas al miasma, una corrupción del aire por vapores nocivos que contenían elementos venenosos y corrosivos, producidos por la materia pútrida y en descomposición. El miasma po­día introducirse en la población sana por inhalación o por la piel.

En 1349, Eduardo III escribió al alcalde de Londres quejándose por las inmundicias que se arroja­ban desde las casas hacia las calles, haciendo que éstas estuvieran corrompidas por las heces humanas y que el aire de la ciudad se hallara intoxicado para mayor peli­gro de los transeúntes, en especial, en ese tiempo en que circulaba la enfermedad infecciosa (5).

Por ejemplo, en la tragedia de Esquilo (525-456 a.C.) Los siete contra Tebas, se dice: “Pero la muerte de dos hermanos que entre ellos se matan así, con sus propias manos…, este miasmatos no perecerá”. De igual for­ma, en Las suplicantes se menciona: “la tierra irritada de verse manchada (miasmasin) con la impureza de la sangre derramada en crímenes antiguos…”.

Finalmente, en Medea de Eurípides (480-406 a.C.), también se utiliza la denominación que referencia la infección: “Desdichada, ¿qué cólera cruel se ha apoderado de tu corazón y en él infunde el furor del asesinato? Una mancha (miasmata) fatal, es para los mortales, derra­mar por la tierra sangre de allegados…”.

También hay referencia a los miasmas en La República y las Leyes de Platón, en la Descripción de Grecia de Pausanias, en Historias de Polibio, y en los Discursos de Demóstenes.

En la Edad Media, esta teoría miasmática de la enfer­medad epidémica se complementó con un componen­te astrológico.

En 1348, el rey Felipe VI de Francia, ordenó a la facultad de Medicina de la Universidad de París, elaborar un informe sobre las causas de la Peste Negra y, a su vez, los remedios a los que se podía recurrir para controlarla.

La facultad informó que a la una del mediodía del 20 de Marzo de 1345, se había producido una conjunción de Saturno, Júpiter y Marte en la casa de Acuario, y que esta situación era el origen de la plaga y de otras enfermedades epidémicas.

La explicación sencilla y frívola fue que Júpiter provocaba muerte y desastres, mientras Marte diseminaba la pes­te por el aire (6). Los médicos solían utilizar desde en­tonces los términos del latín clásico pestis o pestilentia, con el significado general de epidemia. No obstante, el hecho de que muchos idiomas europeos de la épo­ca siguieran el principio de “plaga” o “plague” (golpe o herida), permitió difundir el uso de este término en los escritos no canónicos.

Para todos, no hubo auxilio espiritual en medio de la peste. La concepción teocén­trica estaba siendo desplazada hacia una mirada mu­cho más antropocéntrica que condujo inevitablemente a una revalorización del conocimiento clásico que dio paso al Renacimiento.

Autores

1 María Margarita López. Historiadora. Magíster en Gestión Cultural. Coordinación Editorial, Señal Memoria RTVC. Dirección proyectos Culturales, Idearium Cultura. Bogotá, Colombia.
2 Andrés Felipe Cardona Zorrilla. MD. MSc. PhD Biología Tumoral. Grupo Oncología Clínica y Traslacional, Clínica del Country. Fundación para la Investigación Clínica y Molecular Aplicada del Cáncer (FICMAC). Grupo de Investigación en Oncología Molecular y Sistemas Biológicos (Fox- G), Universidad El Bosque. Bogotá, Colombia.

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