Animales Domésticos y Epidemiología de los Grupos Aislados

América prehispánica: un enorme continente sin rebaños de animales domésticos y epidemiología de los grupos aislados

Las pequeñas poblaciones humanas de bandas de cazadores-recolectores y tribus con agricultura de supervivencia con gran movilidad tienen infecciones, pero de ciertos tipos. Unas están causadas por microbios capaces de mantenerse en los animales o en el suelo, con el resultado de que la enfermedad no desaparece, sino que permanece disponible y cons­tante para infectar a las personas, es el caso de cier­tos parasitismos intestinales.

Una costumbre, que se sabe por los cronistas y las evidencias arqueológicas, que tuvieron los Muiscas del altiplano cundiboya­cense, los Taironas de la Sierra Nevada de Santa Marta y los pueblos preincaicos e incaicos del Perú, fue la de tener felinos y osos de anteojos amansados para dar realce a los jefes, lo que pudo facilitar la infestación por los ooquistes infecciosos del proto­zoo Toxoplasma gondii que se sabe, puede crecer en los intestinos de los felinos americanos ocelotes (Felis pardalis) y yaguarundi (Felis yagouaroundi).

Escultura en hueso de la SNSM (Tairona)

“…Cuando algún indio retardaba la paga del tributo que se debía al cacique le enviaba con un criado suyo un gato, león u oso que criaban en sus casas para este efecto. Ama­rrábanlo a la puerta de la casa del deudor, estando el que lo llevaba con él, a quien estaba obligado el deudor a mante­ner con mucho regalo y darle cada día que se detuviese allí una manta de algodón y darle de comer al animal tórtolas, curíes y pajarillos, con que ponían al pobre indio en tales apreturas, que por salir de ellas, diligenciaba con cuidado la paga”.
“Lo mismo usaba en especial el Bogotá cuando enviaba a llamar algunos de sus vasallos, porque el gato era como seña de que ellos eran los que los llamaban.  Si alguno no criaba de estos gatos, que eran monteses y bien diferentes de los nuestros, para apremiar a que le pagara el tributo, usaban de otro modo” (5).

Las otras infecciones que pueden mantenerse en gru­pos pequeños son aquellas de evolución muy crónica como la tuberculosis y la treponematosis, como es el caso de la estudiada momia prehispánica guane en Colombia con una giba, atribuida al mal de Pott y confirmado por un estudio de ribotipificación (6).

Se presentan tres fotografías: la primera (Figura 2A) de la momia propiamente dicha; la segunda, una re­construcción tridimensional (Figura 2B), y la tercera un TAC (Figura 2C).

Demostración de tuberculosis en una momia prehispánica

Hudson sostiene que las infecciones treponema­tósicas se originaron en el África ecuatorial como pían o yaws, y que con las migraciones a las zonas secas alrededor del trópico africano, las lesiones se localizaron en las partes más húmedas del cuerpo (alrededor de la boca), convirtiéndose de esta forma en sífilis endémica no venérea o bejel, y que fue con esta forma clínica como el treponema viajó con los tempranos inmigrantes asiáticos al Nuevo Mundo, donde al llegar estos al trópico americano, esa sífilis endémica no venérea se convirtió de nuevo en pían.

Los estudios paleopatológicos muestran una ma­yor cantidad de restos óseos con treponematosis en América precolombina que en el Viejo Mundo. La inmensa mayoría de los estudiados en Estados Uni­dos han sido considerados casos de sífilis endémica no venérea. Existen varios casos en el Nuevo Mundo considerados como pian y sífilis venérea.

El diagnóstico, cuando reposa sólo sobre huesos mostrando periostitis u osteoperiostitis es muy difícil y vulnerable de error porque la sífilis y el pian pro­ducen cambios óseos similares.

Las lesiones de caries sicca en el cráneo son propias de la sífilis venérea. La presencia de esta última lesión encontrada en un cráneo de hace 5.030 años antes del presente, en la Hacienda Aguazuque, Soacha, Cundinamarca, es lo que motivó al profesor Gonzalo Correal a hacer el diagnóstico de esta entidad, así como su ausencia es lo que motivó al profesor José Vicente Rodríguez a hacer los diagnósticos de treponematosis tipo pian o bubas en los diversos restos encontrados en el Valle del Cauca, de alrededor de los años 860 +/- 50 años d.C. (7).

El cráneo que encontró el profesor Correal en Aguazuque lo exhibí en la tercera exposición temporal del Museo de Historia de la Medicina, de la Academia Nacional de Medicina, “Historia de las treponematosis en Colombia”, inaugurada el 2 de mayo del 2002, circunstancia que aproveche para someter­lo a una reconstrucción tridimensional y unos cortes tomográficos (Figura 3).

Cráneo de Aguazuque

La ausencia de lesiones de caries sicca en los cráneos posteriores, En el tiempo, al arriba comentado de Aguazuque, es posible que lo que señala es que el Treponema pallidum -después de varios cientos de años- dejó de tener esa expresión clínica tan seve­ra por efectos de la adaptación con el huésped.

Las treponematosis fueron una realidad endémica, posi­blemente con una baja o moderada prevalencia en Colombia antigua.

En el año de 2010, por invitación del profesor del departamento de antropología de la Universidad Nacional, el arqueólogo Virgilio, estu­dié un esqueleto completo que se encontró en la ne­crópolis de Usme, y que presenta unas tibias en sable muy sugestivas de sífilis.

El estudio imagenológico que llevamos a cabo con Carlos Roa y Ana María Quintero, no reveló, a pesar de la severidad de las tibias en sable, periostitis en huesos largos y cráneo que confirmara la sífilis (8) (Figura 4).

Severidad de las tibias en sable

Todos estos tipos de enfermedad, característicos de pequeñas poblaciones aisladas, deben ser las enfer­medades más antiguas de la humanidad. La Figura 5 muestra las enfermedades que acompañan al hom­bre desde su migración en Africa.

Tuberculosis hominis, Treponematosis

Hoy se sabe que los microbios que afectan de forma epidémica, ma­siva, rápida y agudamente al ser humano, necesitan para su propagación y supervivencia concentracio­nes humanas importantes que sólo posibilitaron las sociedades urbanas con dominio de la agricultura y con animales domésticos en rebaños, hatos o piaras o gallineros.

El pequeño tamaño de la población de las tribus explica el porqué nunca desarrollaron en­fermedades epidémicas propias que pudieran disper­sarse a los visitantes.

Los microbios causantes de ellas tienden a no vivir en el suelo ni en otros animales.

Esas enfermedades infecciosas con gran impacto masivo no podrían haberse sostenido en las pequeñas hordas de caza­dores-recolectores y de agricultura de roza e incen­dio. Esos gérmenes no pueden sobrevivir, salvo en el cuerpo de personas vivas y siempre requieren de nuevas “cosechas” de niños que hayan llegado a la edad propicia y de una persona infectada, que desde el exterior dé comienzo a una nueva epidemia.

El sarampión requiere entre 300.000 y 400.000 perso­nas como umbral crítico para poder sobrevivir. Estas características pueden aplicarse a las enfermedades hoy consideradas “propias” de la infancia como el sarampión, la rubéola, las paperas, la tos ferina y la viruela.

El reducido número de inmigrantes siberia­nos hacia América, las condiciones ambientales en que se hizo la migración durante el pleistoceno y la ausencia de rebaños de animales domésticos, im­pidieron la sobrevivencia de muchos agentes infec­ciosos virales al no encontrar suficientes huéspedes susceptibles (9).

Enfermedades zoonóticas

Entre las enfermedades zoonóticas, los animales do­mésticos (particularmente los que viven en rebaños, hatos y son mantenidos acorralados cerca de las vi­viendas humanas para aprovechar su leche o carne) y silvestres que conviven estrechamente con los hu­manos, juegan un papel esencial en la aparición y mantenimiento de algunas enfermedades. Otras son comunes a los animales y al hombre por contraerlas de fuentes comunes como el agua, las plantas y los vectores.

Reconociendo que los microbios se adaptan por selección natural a nuevos huéspedes y vectores, hoy se acepta que hay cuatro etapas en la evolución de una enfermedad humana especializada a partir de un precursor animal: La primera queda ilustrada por decenas de enfermedades que, de vez en cuando, contraemos accidentalmente de nuestras mascotas y animales domésticos o de algunos animales salvajes.

En la segunda etapa, un antiguo patógeno animal evoluciona hasta el punto en que se transmite direc­tamente entre las personas y causa epidemias para luego desaparecer; la tercera está representada por antiguos patógenos animales que se establecieron en el ser humano, que no han desaparecido y que pue­den llegar a convertirse o no, en importantes factores de mortandad de la humanidad, representadas por las grandes enfermedades epidémicas ya antiguas y circunscritas al ser humano, como la viruela, cuyos gérmenes deben ser los supervivientes evolutivos de muchos más patógenos que intentaron dar el salto a nosotros desde los animales, y la mayoría de los cuales fracasaron (10).

Es importante aclarar que, en toda la historia de la humanidad, sólo se han podido domesticar veinti­cinco mamíferos y alrededor de una docena de aves (Tabla 1).

Mamíferos candidatos a la domesticación

Eurasia, fue el principal escenario de do­mesticación de mamíferos, herbívoros u omnívoros con más de 45 kg. En contraste, el África subsaharia­na no tuvo ninguna.

La mayoría de animales, importantes desde el pun­to de vista económico, y como fuente de alimentos: carne, leche, huevos; vestidos: pieles, lana; trabajo: transporte, carga, fuerza, fueron domesticados en el Viejo Mundo.

En el caso de los bóvidos, se deriva­ron varias especies domésticas en el Viejo Mundo (borregos, caprinos, bovinos); existen 23 géneros sil­vestres en Eurasia, 31 en África, 4 en Norteamérica y ninguno en Suramérica, y diez de los trece mamí­feros domesticados en el Viejo Mundo pertenecen a tres grupos: equinos, camélidos o bóvidos.

Aunque en América existieron los caballos desde hace 9.000 – 10.000 años, en los pictogramas más antiguos de este continente como son los de la Serranía de La Lindosa, con más de 13.000 años y los de la Serranía de Chiribiquete, con más de 20.000 años de antigüe­dad, no existen evidencias de ellos ni de su domesti­cación.

La Tabla 2 muestra las fechas aproximadas de domesticación de los grandes mamíferos.

Fechas aproximadas de domesticación de grandes mamíferos

En América, particularmente en Suramérica, fueron domesticados dos mamíferos: los camélidos y el co­bayo. Los camélidos (camellos) de los Andes, que se distribuyeron por los Andes desde el centro de Chile hasta el norte de Ecuador, la llama (Lama peruana) fuente importante de carne, hueso, piel y lana, y usa­do como el único animal de transporte y carga, y la alpaca (Lama pacos), derivados del silvestre guana­co (Lama guanaco), fueron domesticados hace 3.500 años.

El cobayo o cuy (Cavia porcelus), domesticado hace más o menos 6.000 años en los Andes Septen­trionales y Centrales, fue aprovechado como alimen­to y como parte importante de los ritos chamanísti­cos (la Figura 6 muestra al autor sosteniendo un cuy en el Valle Sagrado de los Incas).

Hugo Sotomayor en el Valle Sagrado de los Incas sostiene en sus manos un Cuy

El perro, que acompañó al hombre durante se tra­vesía desde Asia hasta América por el estrecho de Behring hace más o menos 30.000 años, es repre­sentado por varias razas en Mesoamérica y en los Andes Centrales:

Los perros pelones (sin pelo o Xo­loitzcuintle) y los chihuahueños, de México y Amé­ rica Central y los perros andinos: el perro sin pelo (k’hala, en la lengua de los pueblos originarios), el jinchuliwi, de tamaño entre mediano y grande, ore­jas colgantes y cola larga; el pastu, de orejas paradas y cuerpo de varios tamaños; el ñañu, de patas cortas, y el c’husi anuqara, al parecer muy peludo.

Parece que su carne fue aprovechada, su compañía como mascota fue muy apreciada y fue considerado como un especial acompañante de los muertos. Recibía cuidado de los indígenas como se ve en el cuadro de abajo. La Figura 7A muestra un perro de la cultura del periodo formativo Chorrera (1.300 – 300 a.C) y la 7B enseña el parto de una perra ilustrado por el Presbítero Manuel María Albis (1854).

Perros andinos

Entre las aves domesticadas del Viejo Mundo, unas fueron aprovechadas por sus carnes y huevos como la gallina, los patos y los gansos, otras fueron utilizadas como pasatiempo como las aves de cetrería, otras usa­das para transportar mensajes como las palomas men­sajeras.

Unas protegidas y exhibidas por su plumaje y por la belleza de sus trinos, silbidos y sonidos como las canoras. En Mesoamérica domesticaron el pavo o gua­jolote (Meleagris gallopavo mexicana) a principios de la era Cristiana, es decir hace 2.000 años, mientras el pato joque o criollo (Cairina moschata domestica) lo fue en va­rios lugares a lo largo de todo el continente. De estas aves domésticas se beneficiaron de sus carnes y huevos.

En América fue costumbre, gracias a sus cosmovisio­nes, mantener una relación cuidadosa y respetuosa con los animales, a quienes consideraban poseedores de derechos dados por lo que llaman las comunida­des Ley de Origen. La Figura 8 muestra una escultu­ra portando un venado pequeño sobre los hombros.

Escultu­ra portando un venado pequeño sobre los hombros

En Colombia prehispánica, las aves canoras y los tentes, donde existían, vivían cerca a las aisladas grandes o pequeñas viviendas y fueron objeto de cui­dados especiales.

Entre los indígenas de la Amazonia todavía es costumbre tener en las malocas y casas a los tentes o trompetero aligris (Psophia crepitans) que por sus fuertes sonidos ante situaciones extrañas, y por proteger a los niños de las serpientes e insectos, es utilizado como guardián.

Recuerdo un viaje con mi familia al trapecio amazónico, tras desembarcar­nos en un claro de la selva y mientras caminábamos alrededor de una ceiba gigantesca, súbitamente apa­reció al lado de mi hija de 7 años un pájaro tente que caminó girando alrededor de mi hija.

Las aves fueron aprovechadas como fuente de alimentación, por la belleza de sus plumajes que eran utilizados para resaltar el poder de quien lo lucía, por sus trinos o por características como las del tente, de alertar sobre las visitas a las casas y proteger a los niños de culebras y mosquitos.

Se sabe que el chavarrí, un ave grande y muy fre­cuente en las tierras cálidas colombianas, se sube a los techos de palma de las casas de los campesinos desde donde arma una algarabía al percibir gente que se aproxima. La Figura 9A muestra una mujer indígena llevando un tucán sobre su cabeza y la 9B ilustra el entorno de la misma usando como referen­cia la Copa de la Amistad.

Mujer indígena llevando un tucán sobre su cabeza

El doctor Sergio Ortiz Álvarez, en su tesis de grado para optar al título de doctor en medicina y cirugía en la facultad de medicina de la Universidad Nacio­nal, titulada: Contribución al estudio de la etnología del Vaupés, de 1954, cuenta que:

“Tienen una especie de totemismo (origen de animales) que solo ellos lo saben y lo definen. Aman mucho los pe­rros y son los compañeros de ellos, a los cuales tienen culto especial. Algunas tienen animales como el tucán, que es otra idolatría, y es de saber que estos pájaros duermen en las “malocas” y en las mañanas se van a los montes;- no les cortan las alas- y hay que haberlos observado cuando llega un blanco, vuelan y se esconden, aparecen cuando los indios los llaman.”(11).

A este respecto, cuenta el Presbítero Manuel María Albis en Curiosidades de la montaña y médico en casa, 1854:

“Es sin comparación la paciencia de que están revestidas las indias parar criar animales. Los indios cogen sus po­lluelos en los hogares de su habitación, o flechados, monos y cuanto ellos atrapan allí mismo se hace cargo la india del animalito (éstas no dejan los maridos por donde quieran que andan) y con sincera amabilidad los cuidan mejor que a sus mismos hijos…ya que están criados y bien mansos los venden por chaquira, anzuelos o plata o por alguna cosa que les guste a las indias.” (Alusión a la Figura 10).

India cogiendo los polluelos

Los indígenas en búsqueda de obtener plumas más bellas, acudían a sus conocimientos para obtener plumas más bellas. El dominio de las secreciones venenosas ­ de los sapos, los llevó a convertir esa propie­dad en fuente de belleza como lo describe el Padre Juan Rivero en su obra Historia de las misiones de los llanos de Casanare y los ríos Orinoco y Meta:

“Abundan sus riberas en loros y papagayos. A los cuales se aficionan mucho los indios, especialmente los de la nación Achagua, y no sólo los crían para su diversión y recreo, sino también por el interés de las plumas con que adornan a sus Llautos (Delantales con los cuales se cubren).
Tienen sus industrias los Achaguas para que sus loros críen plumas de muy diversos colores, con lo cual aumentan su valor y estimación, sea para venderlas o para usarlas en sus galas, y lo consiguen de la manera siguiente: Cogen un sapo vivo, el cual punzan repetidas veces con una pua hasta que le salga sangre; pónenle después entre una totuma o vasija, y con ají y pimienta molida van cubriendo las heridas del animal, el cual rabioso con medicina tan cruel, va destilan­do poco a poco lo más activo de sus humor revuelto con pon­zoña y sangre; revuelven con esto ciertos polvos encarnados que llaman chica, y mezclados tan inauditos ingredientes, queda hecho un barniz.
Arrancan luego al papagayo las plumas, y le untan el barniz, e introduciéndolo con la pun­ta de un palito en los huecos que dejaron las plumas en la cutis, y no deja de recibir el loro su molestia, pues queda por muchos días como gallina clueca, muy encrespado y triste. Después de algún tiempo vuelve a recobrar sus plumas, pero tan mejoradas y vistosas, que es cosa de admiración ver la hermosura y gallardía con que salen entonces, dejándose notar en ellas un bello encarnado en manchas sobre campo amarillo, el cual campea en admirable variedad entre las plumas verdes” (12).

El etnógrafo alemán, Theodor Koch-Grünberg, en su experiencia en el Vaupés colombiano entre 1903 y 1905 estableció en su libro Dos años entre los indios, una relación entre el consumo y acción de la grasa de cierto pez y el purupurú o carate y el cambio de color de las plumas de las guacamayas: “En Cururú –cuára también se ven algunas personas afectadas por el purupurú…Consideran como causa de la en­fermedad la ingestión de ciertos peces, por ejemplo el pirarára… Bien puede ser que este último aspecto esté relacionado con el origen del purupurú, dado que la grasa de este pez tiene la facultad especial de cambiar la pigmentación.

Los indios acostumbran arrancar las plumas verdosas de la base de las alas del arára rojo doméstico, untando luego el sitio don­de se encontraban las plumas con la grasa de pirará­ra o con la grasa de un cierto tipo de sapo; las nuevas plumas salen de un magnífico color amarillo que no cambia jamás, aún después de un cambio normal de plumaje, ya que las vuelven a arrancar con frecuen­cia para utilizarlas como adorno en los bailes” (13).

Aquí hay que puntualizar que el pururú descrito por el etnólogo alemán corresponde a la treponematosis conocida en otros lugares de Colombia con el nom­bre de carate o mal del pinto, que fue una endemia en las tierras cálidas nuestras del Tolima, Valledupar, bajo Magdalena y las cuencas del Orinoco y Ama­ zonas hasta los años cincuenta, cuando se introdujo la penicilina en su tratamiento.

Recientemente, el antropólogo Wade Davis, en su libro Los guardianes de la sabiduría ancestral, describe su importancia en el mundo moderno, relatando una práctica similar entre los indígenas barasana del río Piraparana:

“Para crear las brillantes plumas amarillas las habían arrancado de aves vivas. Habían aplicado sobre el pecho de las loras una pasta hecha de veneno se sapo y cerezas tóxi­cas, a consecuencia del cual el nuevo plumaje, normalmen­te de un rojo profundo, saldría del color del sol” (14).

La Figura 11 muestra un chamán del valle del Sibundoy y Kamentzá.

Chamán del valle del Sibundoy y Kamentzá

Ciertas aves como las guacamayas y loros, por su capacidad de imitar algunas palabras, fueron sacri­ficadas en rituales cuando no encontraban víctimas humanas para ellos. Cuenta el padre Alonso de Za­mora en su Historia de la Provincia de San Antonio del Nuevo Reino de Granada que:

“En los sacrificios de Papagayos, tenían gasto exor­bitante los Moscas, que les compraban, y traían de las tierras cálidas, y avía sacrificio en que ofrecían ciento, y doscientos Papagayos, y diales y doce Gua­camayas. Sacrificaban los en lugar de hombres, y para que suplieran por ellos, los enseñaban a hablar en su lengua; y cuando la hablaban muy bien, los juzgaban dignos del sacrificio” (15).

(Lea También: Plaga Gráfica)

Muchas aves tuvieron carácter totémico como se observa en la enorme variedad de dijes con aves representados en la Figura 12.
Regalos mortíferos de los animales Dijes con aves

Ante la sorpresa de muchos, al ver relacionados el virus del sarampión con el tifus bovino, y la mayor sorpresa al ver relacionada la malaria con las aves, es bueno recordarle que el virus del sarampión es una divergencia evolutiva de un ancestro de esa peste bo­vina, y que en el caso de la malaria varios expertos han sugerido que P. falciparum es una variante de P. gallineceum.

Un parásito encontrado en las gallinas y que otros expertos han afirmado que P. falciparum es un vástago de una de las ocho versiones genéticas de P. reichenowi y que este evento ocurrió hace 10.000 años (16). En el año 2010 se demostró que los gorilas africanos son un reservorio del árbol filogenético de P. faciparum, mientras que el P. vivax emergió de un sustrato común que infectaba chimpancés, gorilas y humanos, hasta cuando la mutación protectora del Duffy negativo eliminó el P. vivax de las poblaciones humanas de ese entonces (16-18) (Figuras 13A y B).

Relaciones evolutivas del Plasmodium spp

En el Viejo Mundo se domesticaron el gusano de seda y la abeja melífera con aguijón. En América precolombina se aprovecharon las abejas sin agui­jón, productoras de miel.

Ninguno de los animales domésticos de origen americano está relacionado con enfermedad humana alguna, como sí lo están varios animales domésticos del Viejo Mundo. Amé­rica no se ha convertido en foco de ninguna enferme­dad humana importante.

En Mesoamérica, América Central y Suramérica, los pueblos indígenas adoptaban tempranamente a las crías de mamíferos que perdían a sus madres, logrando así unas relaciones especiales con animales, en principio no domestica­bles: micos, venados, felinos y osos de anteojos.

En América prehispánica los hombres no consumie­ron leche de origen animal, pero algunos animales mamíferos fueron lactados por mujeres. El padre Diego de Landa escribió sobre los mayas de Yucatán:

“Crían pájaros para su recreación y para las plumas, con las que hacen ropas galanas; y crían otros animales domésticos, de los cuales dan el pecho a los corzos, con lo que los crían tan mansos que no saben írseles al monte jamás, aunque los lleven y traigan por los montes y críen en ellos” (19).

América solo tiene cinco enfermedades de su ex­clusividad: carate, bartonelosis, tungiasis, fiebres por Rikettsia rikettsi transmitidas por garrapatas, y enfermedad de Chagas.

América recibió al vector africano Aedes aegypti, al asiático Aedes albopictus a la asiática pulga Xenopsylla cheopis, al Pediculus humanis o vestimenti, a la incómoda Pulex irritans y recibió a la abeja con aguijón, que por un accidente de cruce biológico en el Brasil, dio lugar a la abeja africani­zada.

En América desembarcaron de los buques eu­ropeos las ratas Rattus rattus y Rattus norvergicus y el ratón casero Mus musculus. De América se exportó accidentalmente al África la pulga Tunga penetrans en unas remesas de arena que salieron de Brasil para ese continente.

Las más importantes enfermedades de transmisión respiratoria en la historia de las civilizaciones, como la viruela, el sarampión, la peste, la gripe, la tosferi­na, se originaron como enfermedades propias de los rebaños de los animales que el hombre de Euroasia comenzó a domesticar hace alrededor de diez mil años (20).

En América prehispánica no se conocie­ron la viruela, el sarampión, la parotiditis epidémica, la tosferina, el tifo exantemático, la lepra, la bruce­losis, la tuberculosis bovis, el tracoma, la gonorrea, la malaria, la fiebre amarilla, la peste, el cólera. En América tropical no se conocían lo que los europeos comenzaron a llamar, desde finales del siglo XIX, en plena expansión imperialista, medicina tropical.

Hoy se reconocen nuevas enfermedades que afec­tan a los humanos, procedentes de animales que vi­ven en estrecho contacto o son consumidos por los hombres sin ser domésticos, propiamente hablando.

Entre ellas podemos mencionar el síndrome severo respiratorio agudo, transmitido desde los gatos tipos civeta, el VIH que parece ser, un virus procedente de los chimpancés africanos, el otro es el coronavirus, que utiliza cambios en los cerdos y murciélagos para pasar al hombre, y el Ébola, que pasa de los murcié­lagos al hombre. Todas estas enfermedades origina­rias de dos de los cuatro focos, ya dos veces mile­narios de enfermedades del Viejo Mundo: China y África.

Las diferencias en términos de enfermedades infecciosas entre el Viejo Mundo y América, tras la domesticación de plantas y animales y creación de ciudades, fueron enormes por las causas analizadas.

América antigua en términos de enfermedades no padeció la confluencia de grandes focos de enfer­medades, como sí la sufrió Eurasia con los focos de Atenas (la epidemia llamada de Tucídides, 430- 429 a.C.) India (viruela, cólera, peste bubónica, lepra) China y otros lugares, como el medio oriente y Áfri­ca a comienzos de la era cristiana, y que se incremen­taron cuando el viaje a través del Viejo Mundo desde China y la India hasta el Mediterráneo se organizó regularmente, tanto en barco como en caravana.

Los romanos comenzaron a hablar de la ruta de la seda. Esta logró su punto culminante en el año 100 d.C. Un resultado notorio del desarrollo de la navegación en el Océano Índico y en el mar de la China meri­dional, fue que en el Asia suroriental, con amplias regiones climáticamente más cálidas y más húmedas que el valle del Ganges, con densas poblaciones hu­manas, aumentó la malaria y el dengue. La América indígena, al no sentir los efectos de esa confluencia de focos, estuvo libre de viruela, parotiditis, saram­pión, peste, malaria, dengue, etc.

Plaga de la peste

La terrible plaga de la peste que salió de las madri­gueras de los roedores del género Gerbillus, ratas de las estepas asiáticas orientales de la mano de la pul­ga de estos, la Xenopsylla cheopis, que tras picar a los humanos e introducirle la bacteria Yersenia pestis, les producía la peste bubónica, afectó con sus pulgas a la Rattus rattus o rata negra o de las embarcaciones, procedente del Asia central, a la rata China o de al­cantarilla o rata cafe Rattus norvergicus, y al ratón Mus musculus, ratón casero, y luego a los humanos, que no en pocas veces, se convertía en la terriblemente contagiosa por vía respiratoria, y peste neumónica.

La peste, responsable de varias epidemias en Eurasia -entre el 500 a.C y el 1.200 d.C- aprovechó el gran imperio mongol que inició el guerrero Temuyin, quien había unido todas las tribus mongolas bajo su mando en el año 1206, cuando fue proclamado Gran Kan bajo el nombre de Gengis Kan, y que logró te­ner 33 millones de kilómetros cuadrados continuos y 100 millones de habitantes y que iba desde la penín­sula de Corea hasta el río Danubio.

La América indígena, Abya Yala, nombre dado al continente por el pueblo indígena Kuna, colombo-panameño, no conoció el cólera que describió el ilus­trado médico portugués, García da Orta en 1563, en la ciudad India de Goa, ni conoció el dengue del su­reste asiático ni sabia de los efectos de las uncinaria­sis por Necator americanus y Ancylostoma duodenale ni conoció la esquistosomiasis, la dracunculosis, la on­cocercosis y la filariasis por Wuchereria bancrofti. En fin, era una isla gigantesca libre de esos sufrimientos del resto de la humanidad.

Hallazgo de los paleoparasitólogos Adauto Araújo

Aquí es necesaria una disquisición en virtud del hallazgo de los paleoparasitólogos Adauto Araújo (Figura 14) y Karl Reinhard, cerca de la localidad Brasileña de Piauí, del Ancylostoma duodenale de ori­gen africano y asiático-polinésico, en unos coproli­tos humanos de 10.000 años de antigüedad, que hizo que estos investigadores propusieran rutas diferentes a las del estrecho de Behring y Alaska y la parte fría del nordeste norteamericano, en donde no habrían podido sobrevivir las microfilarias de este parásito.

Hallazgo de los paleoparasitólogos Adauto Araújo

 

Propusieron las rutas de la costa y la transpacífica, en las que sí hubieran podido sobrevivir los parásitos y seguir infectando a los hombres (21).

Lo anterior puso sobre el tapete nuevas teorías del poblamiento americano, diferentes a las del estrecho de Behring y que habían planteado Méndez Correa y Paul Rivet, la primera aduciendo el paso por la An­tártida y Australia, pasando por las islas Auckland para asentarse en Tierra del Fuego y la Patagonia, y la segunda, que sostenía el paso de los pueblos mela­nesios y polinesios a través del Pacífico.

Estudio del ADN de restos humanos del Pleis­toceno

El estudio del ADN de 15 restos humanos del Pleis­toceno encontrados desde Alaska hasta la Patagonia chilena, incluyendo los esqueletos de Lagoa Santa, considerados los restos de los primeros humanos del continente americano, destacó la separación inicial entre asiáticos orientales y nativos americanos, ocu­rrida hace unos 36 mil años y el flujo de genes entre Asia y América desde hace 25 mil años, cuando se piensa que este grupo entró al nuevo continente des­de Siberia.

En resumidas cuentas, hoy se está pen­sando que hubo tres grandes grupos que llegaron a América: los esquimales-aleutianos, que se asenta­ron en las islas aleutianas, en Alaska y en la costa septentrional de Norteamérica; el grupo nadene, llamado así por una familia lingüística que abarca varios idiomas y que se estableció en Alaska y en la costa noroeste de Norteamérica al comienzo de nuestra era, y los amerindios, entre los cuales están las poblaciones mesoamericanas y suramericanas (22).

Estas consideraciones sobre la ausencia de estas en­fermedades y sus epidemias en tiempos prehispáni­cos, tiene además un respaldo formidable en el arte prehispánico, en la medida que este representa con gran realismo a personas enfermas, y que dentro de ellas hay una desproporción entre las muchas enfer­medades genético/degenerativas y las muy pocas que le hagan pensar al observador en enfermedades infecciosas, aparte de unos casos que podrían corres­ponder a las enfermedades infecciosas propias de sociedades pequeñas y en cuyo origen no está im­plicado ningún rebaño, como es el caso de la bar­tonelosis (de exclusiva presentación en Perú, Ecua­dor y Colombia) (Figura 15), la leishmaniasis y las treponematosis, que es posible, hayan tenido brotes epidémicos a partir de cambios sobre su líneas de bases endémicas (10).

Bartonelosis. Las dos primeras máscaras

Realismo en las representaciones artísticas

El realismo en las representaciones artísticas bus­caba mostrarle a los miembros de las comunidades indígenas, con seguridad, las diferencias en la ana­ tomía de ellas, dentro una medicina empírico analó­gica, a manera como la medicina occidental lo hace con las colecciones de teratología, los moldes en cera de las enfermedades y la fotografía, dentro de una medicina puramente empírico analítica.

Referencias

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Recibido: 18 de junio de 2020
Aceptado: 27 de junio de 2020

Correspondencia:
Hugo Sotomayor Tribín
husotri@gmail.com

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