Editorial: Reflexiones sobre la Corrupción y su Impacto sobre la Salud

Alfredo Jácome-Roca1

Las noticias sobre deshonestidad, fraude y engaño son cotidianas y avasalladoras. La corrupción se define como el abuso o la complicidad para el abuso de confianza desde una posición de autoridad con el fi n de obtener un beneficio propio o el de un grupo u organización relacionada con la persona comprometida en la acción corrupta. Esos beneficios pueden ser financieros, materiales o inmateriales (1). En Colombia, la corrupción permea todos los sectores y en el de salud constituye un problema de gran magnitud.

Existe una gran variedad de teorías biológicas, psicológicas, sociológicas y económicas que explican la conducta corrupta, algunas de las cuales profundizan sobre cómo las prácticas generalizadas de violación de las reglas pueden afectar la honestidad individual y la voluntad intrínseca de seguir las leyes. Así, por ejemplo, hay quienes sostienen que el engaño es común en el mundo animal y hace parte del proceso evolutivo; en ese sentido, se considera como un acto natural, innato y que responde a la lucha por la supervivencia. Por eso, se encuentran especies que se camuflan, se mimetizan, se hacen las muertas, utilizan químicos que no permiten ver la gravedad de un ataque, consiguen que el competidor las considere más grandes de lo que realmente son adoptando ciertas posturas, etc.

Sin embargo, en el caso de los humanos, y para garantizar la efectividad de la vida en sociedad, la respuesta civilizada se fundamenta en la regulación de las relaciones mediante una institucionalidad fuerte que limite el engaño y las violaciones a las normas (corrupción, evasión fi iscal y fraude político). No obstante, incluso para las instituciones mejor consolidadas no es posible controlar todas las situaciones que involucran el engaño, por eso, parece necesario acudir a la honestidad intrínseca del individuo. Las personas necesitan sentirse honestas para evitar un problema psicológico; mientras que para justificar actos controvertibles, acuden a excusas con argumentos debatibles, al autoengaño o a anestesiarse para controlar el sentimiento de culpa.

Siguiendo esa línea, científicos de las universidades de Nottingham y de Yale publicaron en la revista Nature un estudio que, gracias al uso de varias técnicas en grupos de personas, llegó a la conclusión de que el entorno puede influir en la honestidad intrínseca del individuo. Si se percibe el engaño como un hecho omnipresente en la sociedad y que pasa impune a menudo, la gente puede concebir justificable la deshonestidad en ciertos asuntos cotidianos sin poner en peligro el autoconcepto de ser honesto y más bien se considera este acto como una forma de triunfar en este ambiente (2). En esa misma investigación, también se observó que, en general, aun cuando se cometan algunas pocas trampas, la gente quiere mantener una imagen positiva de sí misma como persona honesta lo cual limita el nivel de deshonestidad de acuerdo con lo que percibe como aceptable en su sociedad y lo que ve a su alrededor. Otros trabajos corroboran estos hallazgos y elaboran hipótesis adicionales (3, 4).

En este contexto, en el Índice de Percepción de la Corrupción elaborado por Transparencia Internacional en el año 2016, se afirma que si bien ningún país está exento de corrupción, aquellos que registran menores ocurrencias cuentan con gobiernos abiertos, libertad de prensa, amplias libertades civiles y sistemas judiciales independientes (5). De acuerdo con esto último, los países mejor posicionados son los nórdicos y los peores, los africanos; los países latinoamericanos se encuentran en posiciones intermedias (Colombia ocupa el puesto 90 del ranking).

En nuestro país, la debilidad de los sistemas de contrapesos y equilibrios institucionales, a través de los cuales se logra la transparencia y la poca claridad en la rendición de cuentas de la interacción entre el Estado y su acomodo para satisfacer intereses económicos privados, impulsa las prácticas corruptas. Parece mentira, pero en nuestro caso el exceso de normas favorece la trampa. Ciertas empresas utilizan sobornos para evadir impuestos o rehuir a trámites regulatorios. Es así como se fortalece la creencia de que si los de ‘cuello blanco’ roban, los de clase social más baja también se encuentran habilitados para hacerlo.

En el sector de la salud todavía no hay claridad sobre qué mecanismos de regulación resultarían efectivos. Una revisión de Gaitonde, Oxman, Okebukola y Rada sobre el tema confirma que la evidencia sobre la efectividad de las medidas es poca (1). Las mejoras en los métodos de detección y castigo, sobre todo cuando son coordinadas por organizaciones independientes, parecen promisorias. Por lo pronto, se reconocen los esfuerzos en las limitaciones impuestas a la industria farmacéutica en relación con que ofrezcan beneficios para médicos, los controles internos en los centros de atención, el aumento en la transparencia y responsabilidad en los copagos, los incentivos reducidos para pagos informales, etc.; pero los grandes huecos financieros aparecen a nivel macro. Se ha comprobado que la corrupción afecta los resultados de las metas propuestas en el campo de la salud y que en los países donde esta enfermedad se encuentra controlada, la esperanza de vida es mayor y la tasa de mortalidad en recién nacidos y menores de 5 años es menor (6).

Ante la dificultad que alberga intentar solucionar el problema satisfactoriamente, hay que concientizar a los ciudadanos, más si se atiende a lo dicho por Transparencia Internacional (5) cuando afirma que:

[…] la colusión entre empresas y políticos arrebata a las economías nacionales miles de millones de dólares de ingresos que se desvían para beneficiar a unos pocos, a costa de la mayoría. Este tipo de corrupción a gran escala y sistémica redunda en violaciones de derechos humanos, frena el desarrollo sostenible y favorece la exclusión social. (Párr. 6)

En un estudio realizado por Edinson Ortiz se sostiene que la corrupción es estadísticamente significativa y está relacionada con menores niveles de calidad en la prestación de servicios sociales en salud y educación en Colombia (7). Allí se afirma que: « […] por cada punto que incremente el riesgo de corrupción en el país, 10.000 jóvenes son retirados del sistema educativo en el nivel de secundaria y 120 niños morirían al año […]» (p. 33). Así pues, el corrupto llegaría a ser:

[…] cómplice de homicidios (por los niños dejados de vacunar y aquellos que no alcanzan a tener su primer año de vida), y al aumentar con su actuación la probabilidad de mayores niveles de delincuencia y subversión en el país, al impedir que miles de jóvenes accedan tanto a la educación secundaria como a la educación superior pública de calidad. (p. 33)

De esa manera, la desnutrición y la muerte de los niños Wayuu, los carteles de la hemofilia y de enfermos mentales, los colados del Sisbén, las sobrefacturaciones en la vacunación, prevalecerán si no se toman las medidas pertinentes para afrontar esa situación. Los malos manejos en Saludcoop y la inviabilidad de Cafesalud ya han causado daños irreparables.

Para concluir, en este número de la revista Medicina se publica un informe de la visita realizada al Departamento de La Guajira entre los días 4 y 5 de febrero de 2016, realizado por los profesores de la Universidad Nacional de Colombia Mario Hernández Álvarez y Ximena Pachón Castrillón, avalado por el Dr. Juan Mendoza Vega y Germán Gamarra. Allí se afirma que el fenómeno de la corrupción incide en el problema nutricional, pero no es el principal factor del caos sanitario.

Decía Abraham Lincoln: «Puedes engañar a algunas personas todo el tiempo o a todas las personas por algún tiempo. Pero no puedes engañar a todos, todo el tiempo».

Referencias

1. Gaitonde R, Oxman AD, Okebukola PO, Rada G. Interventions to reduce corruption in the health sector. Cochrane Database Syst Rev. 2016 Ago 16; (8): CD008856. doi: 10.1002/14651858.CD008856.pub2.
2. Gächter S, Schulz JF. Intrinsic Honesty and the Prevalence of Rule Violations across Societies. Nature. 2016 Mar 09; 531: 496- 499.
3. Gino F, Ayal S, Ariely D. Contagion and differentiation in unethical behavior: the effect of one bad apple on the barrel. Psychol Sci. 2009 Mar; 20 (3): 393- 8. doi: 10.1111/j.1467-9280.2009.02306.x.
4. Hauk E, Saez-Marti M. On the cultural transmission of corruption. J Econom Theory. 2002; 107 (2): 311- 35.
5. Transparencia Internacional. Informe de percepción sobre corrupción 2016. Transparency International Secretariat, 2017 enero. Recuperado de: http://www. transparency.org/news/feature/corruption_percep-tions_index_2016#table
6. Lio MC, Lee MH. Corruption costs lives: a cross-country study using an IV approach. Int J Health Plann Manage. 2016 Abr; 31 (2): 175- 90.
7. Ortiz Benavidez E. Efectos de la corrupción sobre la calidad de la salud y educación en Colombia (2004- 2010). Tendencias. 2012; 13 (1): 9- 35.


1 Editor de la revista Medicina. Miembro de Número, Academia Nacional de Medicina de Colombia.

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