Obituario Jaime Herrera Pontón
Jaime Herrera Pontón (Junio 15 de 1931 – Noviembre 5 de 2003)
Era el lunes dos de febrero de 1948, el primer día de clase del curso cuarto de bachillerato del Colegio de San Bartolomé La Merced.
La distribución de puestos en los pupitres era de acuerdo con la letra inicial del apellido, es decir, la letra H.
Mi vecino entonces, fue Herrera Pontón Jaime, desde ese primer día, iniciamos una enriquecedora y sincera amistad, que abarcaría el discurrir de nuestras vidas. Fue un estudiante brillante, sobresaliente en literatura, historia y biología.
Luego de tres años, otro lunes, el cuatro de diciembre de 1950, nos graduamos de bachilleres en ceremonia solemne en el entonces Teatro Colombia, hoy Jorge Eliécer Gaitán.
Al año siguiente, el 5 de febrero de 1951, por coincidencia otro lunes, ingresamos a estudiar medicina, en la Pontificia Universidad Javeriana, siendo el Decano de la Facultad de Medicina el Jesuita Alberto Duque.
Seguíamos cultivando nuestra amistad y los intereses comunes de aprender ávidamente, las enseñanzas de nuestros profesores: Juan Di Doménico Di Rugiero, Hernando Groot Liévano, Guillermo Fisher Cárdenas, Juan Pablo Llinas Olarte, Ramón Atalaya Varela y una miriada de docentes doctos y sabios, del saber médico con una vida pulcra y honesta, denominador común de nuestros docentes.
Luego de seis años de estudio, un día del mes de octubre de 1956, enrumbamos nuestras inquietudes hacia los estudios de pregrado.
En 1958:
Jaime se graduó como médico de la Universidad Javeriana, con una Tesis comentada muy favorablemente, denominada “Nódulos solitarios del Pulmón”. Hizo su especialización de Anestesiología en el Hospital Universitario de Cali (Valle).
Practicó su especialización en el Hospital de La Samaritana, en la Clínica del Country y en la Fundación Santa Fe de Bogotá, donde creó la Clínica del dolor, trabajó además en Cirulaser y la Asociación Medica de los Andes. Creador en 1973 de la Revista Colombiana de Anestesia y Director de la misma durante doce años.
Posteriormente en 1984, ingresó como miembro correspondiente de la Academia Nacional de Medicina, con un trabajo titulado: “Riesgo profesional del anestesiólogo y del personal que trabaja en el área quirúrgica”. (Ver: Obituario Fortunato Aljure)
En 1996:
Ascendió como Miembro de Número de la Academia, con el trabajo denominado “Manejo del paciente terminal por cáncer”.
Dio ejemplo como católico, ferviente practicante. Fue miembro de los equipos de Nuestra Señora y Caballero de la Orden del Santo Sepulcro. Su inquietud por los estudios históricos y su amor a la tradición, lo llevaron a formar parte del Grupo de Genealogías de Santafé de Bogotá.
Ocupó un sillón en la Academia Colombiana de Historia. Escritor prolífico, dejó varios trabajos científicos, publicados en Revistas Nacionales y Extranjeras.
Presidente de la Academia Colombiana de Anestesiología de 1977 a 1979. Fue secretario general de la Confederación Latinoamericana de Sociedades de Anestesia, de 1977 a 1981; Miembro de Comité Científico de la Federación Mundial de Anestesia y del Comité del dolor de la misma Federación, y Directivo de la Fundación Pro Derecho a Morir Dignamente.
Prestó valiosos servicios a la Academia Nacional de Medicina, como Miembro muy distinguido de las Comisiones de Publicaciones y de Museo de la Historia de la Medicina, para el cual hizo donación del Diploma de Médico, de su ilustre antepasado Juan David Herrera Pinzón, lo que constituye un valioso legado.
Escribió la “Historia de la Anestesia en Colombia”, que constituye la memoria bien guardada de su especialidad.
Contrajo matrimonio con Beatriz Rodríguez Gaviria. Fueron el orgullo de su vida, sus hijos María Mercedes, Jaime, María Lucia y Roberto. Admirable esposo, solícito padre, cultor de la amistad, con aquilatada devoción.
Jaime fue el prototipo del profesional honesto y docto, que ejercía la corrección fraterna con tino y suma inteligencia. Constituye un paradigma para la sociedad, la familia y sus pares.
Mi última conversación con Jaime, fue pocas horas antes de morir. Me relató los incómodos procedimientos que le habían practicado en la sala de cuidados intensivos; a lo cual le comenté, para darle ánimo, que ya había superado tan delicada situación de salud, él me respondió: “no creas, ésta es mi despedida…”.
El alma de un justo varón como Jaime, brilla como las estrellas en el firmamento eterno.
Académico Alberto Hernández Sáenz
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