Instituciones de Excelencia, Johns Hopkins: Calidad, Excelencia y Liderazgo
Académico Ricardo Rueda González, M.D., F.A.C.S.
Una de las instituciones médicas más sobresalientes de Norteamérica y del mundo, que es a su vez escuela de medicina, es el Hospital de Johns Hopkins, que ha cumplido ya 114 años y ha colocado un punto muy alto en el estudio, la enseñanza y la investigación en medicina.
Lleva el nombre de una de esas personas ricas y altruistas que, para suerte de la humanidad, destinan sus fortunas para beneficio del hombre, convirtiéndose en patrones de la enseñanza, la cultura y las ciencias médicas.
Johns Hopkins, un ejemplo de ellos, fue cuáquero, banquero, solterón y multimillonario, quien decidió favorecer con su gran fortuna (7 millones de dólares de la época), el desarrollo de una universidad a la cual le agregó un hospital y una escuela de medicina que se distinguieran por su calidad, excelencia y liderazgo.
Ese conjunto de centros que hoy se llama Instituciones Médicas de Johns Hopkins, ha conformado brillantes y connotados pilares en la educación y el desarrollo de la medicina norteamericana y del mundo entero.
En casi todos los rincones del planeta tierra se encuentran médicos, biólogos, salubristas y enfermeras que han tenido el privilegio de haberse entrenado en una u otra forma en las mencionadas instituciones.
La Universidad creada por el altruista Hopkins abrió sus puertas en 1876, el Hospital en mayo de 1889 y la Escuela de Medicina 4 años más tarde. (Lea también: Instituciones de Excelencia, Hospital de Santa Clara (1942-2002)
Fue su primer Presidente Daniel Coit Gilman, graduado en Yale, donde fue profesor de geografía política en la Sheffield Scientific School. Las labores iniciales de Gilman incluyeron la visita que hizo en compañía de John Shaw Billings, del Colegio Médico de Ohio, a los hospitales de enseñanza de Londres, Leipzig, Berlín, Viena y París que sin duda influyeron en el desarrollo de la Universidad, la construcción del hospital y la selección del primer cuerpo profesoral.
La concepción visionaria de su creador, fue que la docencia se hiciera en el Hospital y que estuviese fundamentada ante todo en la investigación y en las ciencias básicas; por esta razón sus primeros directores establecieron que los docentes de estas materias laboraran de tiempo completo y con salarios adecuados.
También estableció, por primera vez en Norteamérica, requerir para su ingreso un grado más allá del bachillerato o “High school”, el “baccalaureate”, que implica 4 años de preparación antes de iniciar los estudios médicos.
Así mismo, al abrir la Facultad de Medicina se diseñaron algunas reglamentaciones y programas. Cuando la Comisión Flexner revisó la educación médica en Norteamérica, anotó que Hopkins, con su Hospital y Escuela de Medicina constituía un modelo en medio de muchos centros de enseñanza anárquicos e incompetentes.
La Comisión pudo establecer que Hopkins había marcado la ruta a seguir en la enseñanza de la medicina en Norteamérica, pues se dió cuenta que era la escuela que con firmeza introdujo la metodología de “aprender haciendo”, y de que había sentado las bases de la investigación clínica y del laboratorio.
Más adelante implementó el primer programa de residencia y entrenamiento formal de post grado, que hoy se encuentra a la orden del día en muchos hospitales universitarios tanto de países desarrollados como en vía de desarrollo.
Un grupo de cuatro famosos médicos fue llamado a la fundación del Hospital: Sir William Osler, internista; William Halsted, cirujano; William Henry Welch, patólogo y Howard Atwood Kelly, ginecólogo.
“El mejor clínico, el mejor cirujano, el mejor patólogo y el mejor ginecólogo”, señaló alguna vez el doctor Aristides A. Moll, en su momento Secretario de la Oficina Sanitaria Panamericana.
Fueron tan importantes las contribuciones de estos personajes, que merece hacer de ellos los siguientes resúmenes.
Doctoeres Welch, Halsted, Osler y Kelly
Sir William Osler nació en la población de Bond Head, provincia de Ontario, Canadá, en 1849, en el seno de una de las más prominentes familias canadienses del siglo XIX. Hizo sus estudios primarios en el Trinity College de Toronto, para luego ingresar a la Escuela de Medicina de Mc Gill en Montreal, en donde obtuvo su título de médico.
Allí se encuentra como recuerdo suyo la Librería Osleriana, que contiene gran parte de su biblioteca (8.000 volúmenes) que conservan con esmero y orgullo.
En la misma ciudad trabajó por algunos años en el Hospital General, para luego trasladarse en 1884 a la Universidad de Pensilvania, la más antigua de los Estados Unidos, donde se desempeñaba como docente, cuando fue llamado a Hopkins para que se hiciera cargo de la Cátedra de Medicina y la Jefatura del Servicio, en donde impuso la modalidad de “la enseñanza al lado de la cama del paciente”, haciéndose acreedor del cariño y admiración de cuantos con él estudiaron y aprendieron.
Osler defendía la práctica de la autopsia, pues consideraba que el examen post-mortem es de la mayor importancia para reconocer los aciertos o las equivocaciones en el diagnóstico. Se dice que personalmente practicó cerca de mil autopsias.
No se conocían por la época los estudios aleatorizados prospectivos, ni los controlados, ni los de análisis de casos, ni los metaanálisis, y así sus enseñanzas se basaban en la cuidadosa observación clínica y la gran experiencia y conocimiento de las enfermedades.
Como filósofo, que también lo era, decía: “No deseo más epitafio que la mera inscripción en mi tumba, que enseñé a mis alumnos medicina en las salas del hospital”.
Definitivamente Osler había estudiado medicina influenciado por la Escuela de Edimburgo y Glasgow.
En efecto, la Facultad de Medicina de Mc Gill, su alma mater, fue fundada en 1821 primordialmente por escocéses marcados con el sello indeleble de los grandes médicos fisiólogos, anatomistas y cirujanos, John y William Hunter.
Pero también Osler conocía ampliamente la medicina inglesa que se practicaba y enseñaba en los hospitales Guy, St. Bartholomew, St. Thomas y el Hospital General de Londres, que había visitado en 1874. Con los principios de la medicina de Edimburgo y Londres siempre se desempeñó en forma admirable tanto en el ejercicio profesional como en la enseñanza.
Tampoco desconocía las virtudes de la medicina alemana y la francesa, pues estaba familiarizado con las obras de los alemanes Skoda y Rokitansky y con las del famoso francés René Laënnec, el mago de la auscultación e inventor del estetoscopio (1819), que inicialmente no era otra cosa que un cilindro de papel que conducía los ruidos del corazón desde la pared torácica del paciente a su oído.
Ante la Academia de Medicina de Nueva York alguna vez decía: “En el método de enseñanza que puede llamarse natural, el estudiante comienza con el enfermo, continúa con el enfermo y termina sus estudios con el enfermo, utilizando conferencias como herramientas y como medios que conducen a su fin.
Enséñeles el modo de observar, suminístreles suficientes hechos qué observar, y así las lecciones saldrán de los hechos mismos”. También afirmaba “La buena práctica clínica siempre es una mezcla del arte de la incertidumbre con la ciencia de la probabilidad”.
Es muy seguro que si Osler estuviese vivo hoy, principios del siglo XXI, estaría de acuerdo con D.L. Sackett, uno de los pontífices de la medicina basada en la evidencia, quien en 1996 anotaba que esta nueva estrategia es la integración del saber y la experiencia médica, con lo mejor de la evidencia disponible en la literatura científica, y que tal evidencia jamás reemplazará a la habilidad y la experiencia clínicas.
Su contribución a la literatura médica fue verdaderamente extraordinaria. El libro “Principios y práctica de la medicina”, cuya primera edición aparecida en 1892 alcanzó una acogida impresionante. Veintiseis mil ejemplares llegaron a manos de médicos en muchos lugares del mundo.
Este texto verdaderamente magistral se concentra básicamente en la clínica y apenas menciona algunos aspectos del empleo de algunos medicamentos, que por la época no eran suficientemente conocidos. Tampoco en éste incursiona en los auxiliares de diagnóstico que muy poco se empleaban y que más tarde se fueron desarrollando.
En mil páginas cuidadosamente redactadas y documentadas, cubre los tópicos más relevantes de la época como las enfermedades infecciosas y reumáticas, afecciones digestivas, respiratorias, patología de los conductos glandulares, enfermedades del riñón, sistema nervioso y músculos. Intoxicaciones, obesidad y otros. Fue de los primeros en señalar que el manejo de la apendicitis debe ser eminentemente quirúrgico.
Otra de las obras más impactantes de su autoría es a no dudarlo “Aequanimitas”, cuya primera edición fue lanzada en 1904.
Es una hermosa recopilación de conferencias dictadas y discursos pronunciados en diferentes e importantes escenarios como el Club Histórico de Johns Hopkins, Universidad de Pensilvania, Escuela Militar de Washington, Escuela de Medicina de Mc Gill, Asociación Médica Británica de Montreal, Asociación Médica de New Haven, Biblioteca Médica de Boston y otros. Los temas son variados y las descripciones y comentarios apasionantes.
“El médico y la enfermera”. “El maestro y el estudiante”. “El cirujano militar”. “La medicina en la magna Inglaterra”. “Los libros y los hombres”. “La medicina del siglo XIX” y muchos otros. Este magnífico y clásico libro debe ocupar un lugar destacado en la biblioteca de todo médico, cualquiera sea su especialidad o tipo de trabajo.
Sir William Osler, luego de largos años de permanencia en Hopkins, en donde alcanzó la categoría de Profesor Honorario, se trasladó en 1905 a la Universidad de Oxford para ocupar con brillantez durante 14 años el cargo de Profesor Real de Medicina y estando allí vivió la tragedia de la muerte de su hijo durante la I Guerra Mundial en los campos de batalla de Yprès, Bélgica, que supo sobrellevar con dignidad y resignación.
Su vida se extinguió víctima de neumonía, el 29 de diciembre de 1919, una década antes de que el primer antibiótico fuera descubierto por Fleming en su Laboratorio del Hospital St. Mary’s de Londres.
La grandeza de un personaje se traduce de varias maneras: en actos, pensamientos y palabras. En todas ellas Osler dejó un recuerdo imborrable.
Debido a su esfuerzo, el legado del altruista Johns Hopkins se convirtió, en buena parte gracias a él, en un vivero de clínicos, investigadores e innovadores, al pasar de un simple hospital a un centro de estudio y cultura de la más alta calidad. Así la medicina de los Estados Unidos llegó a su mayoría de edad.
El sucesor de Osler en Hopkins fue cuidadosamente seleccionado. Luego de un detenido análisis de los candidatos, el nombramiento recayó en Lewellys F. Barker, quien había ingresado al Hospital años atrás como profesor de anatomía, y se destacaba como un profundo conocedor de las ciencias básicas.
Es de advertir que el candidato de Osler era William S. Thayer, formado por él y que se desempeñaba como Profesor Asociado de Medicina. Pero el Consejo Directivo, con el argumento de que era necesaria la presencia de un profesor que hiciera énfasis en las ciencias básicas en la enseñanza de la medicina, ratificó sus preferencias por Barker.
Harvey Cushing, varios años después de su fallecimiento, escribió una magnífica biografía del gran profesor de medicina, tal vez la mejor documentada de las varias escritas y publicadas.
William Stewart Halsted nació en Nueva York en 1852 en el seno de una familia distinguida y económicamente pudiente. Habiendo terminado sus estudios en una selecta escuela privada de su ciudad natal, quiso ingresar a la Universidad de Yale para realizar
sus estudios médicos. Allí, no se sabe por qué no fue aceptado, pero logró ingresar al College of Physicians and Surgeons en Nueva York, afiliado a la Universidad de Columbia, en donde obtuvo su grado de Doctor en Medicina para luego hacer su entrenamiento como cirujano en el Hospital Bellevue en la misma ciudad.
Después de varios años de exitosa práctica quirúrgica en Nueva York, viajó a Europa, y en Viena se desempeñó como uno de los asistentes de Billroth, famoso cirujano de vías digestivas.
Los años siguientes permaneció en Alemania, en donde se benefició de las enseñanzas de hábiles y connotados cirujanos de ese país como Volkmann, Kaposi, Chiari, Zukerkandl y otros. Terminó sus estudios en el Viejo Continente visitando en Suiza a Hermann Kocher, el virtuoso de la cirugía y enfermedades del tiroides, con quien hizo una profunda amistad que perduró por muchos años.
En 1883 se produjo la selección del cirujano que debía asumir el cargo de Profesor y Jefe del Departamento de Cirugía del Hospital de Johns Hopkins.
En primera instancia fue llamado Sir William Macewen, destacado cirujano de Glasgow, sucesor de Lister, quien en un principio aceptó la designación, pero que más tarde declinó por no parecerle adecuadas las condiciones de trabajo y su remuneración.
John Shaw Bilings y William Henry Welch, quienes conformaban el comité de selección del recién nacido hospital, invitaron a Halsted, de 36 años, quien ingresó a Hopkins como Profesor Asociado, para más tarde, en 1889, ocupar la jefatura de cirugía que ejerció hasta 1922, año de su fallecimiento.
Sus preferencias quirúrgicas eran la mastectomía radical, el reparo de las hernias inguinal y crural, la cirugía del aneurisma y la tiroidectomía. Insistía en la radicalidad de la cirugía del cáncer de seno y la importancia de extirpar el tumor en un solo bloque, lo que a su juicio evitaba las recurrencias locales.
Ideo la incisión que lleva su nombre, que permite ser radical en la extirpación y a su vez el vaciamiento ganglionar de la axila. Incursionó con frecuencia en la cirugía gastrointestinal, en la que también sobresalió diseñando una técnica de sutura para las anastomosis intestinales que así mismo lleva el nombre de Halsted.
Alexis Carrel (1873-1944), afamado cirujano francés, Premio Nobel de Medicina en 1912, “en reconocimiento por su trabajo sobre la sutura vascular y trasplante de vasos sanguíneos y órganos”, alguna vez anotaba que Halsted era la figura más prominente de su época en la cirugía de los Estados Unidos de América.
Los historiadores señalan que cuando su madre Doctores Welch, Halsted, Osler y Kelly padeció de un piocolecisto, sus discípulos no se atrevieron a operarla y así él asumió la responsabilidad y le practicó la colecistectomía, salvándole la vida y permitiéndole vivir 3 años más.
Incursionó también Halsted en la anestesia convirtiéndose en uno de los pioneros de la anestesia troncular con cocaína. Cuando siendo muy joven trabajaba como cirujano en el Centro de Medicina Ambulatoria del Hospital Roosevelt de Nueva York, inició sus primeros ensayos infiltrando los troncos nerviosos con
soluciones de cocaína y así pudo establecer que sí era posible utilizar la anestesia regional. Aplicaba la solución anestésica inyectada en el plexo braquial y el nervio tibial posterior y así lograba realizar cirugías en los miembros superior e inferior. Así mismo propuso la utilidad de infiltrar la cocaína en la piel como anestésico
local. La manipulación frecuente del alcaloide lo lleva a la adicción a este, lo que le motivó varias hospitalizaciones y curas para combatirla. También fue adictó a la morfina. William H. Welch, su gran amigo y compañero de labores en el hospital, fue quien, con empeño y verdadero sentido de la amistad, logró la rehabilitación del célebre personaje y así rehacer su reputación.
En sus lecciones de Fundamentos de la Cirugía señalaba que los tejidos poseían una resistencia natural contra la infección, pero que ésta disminuía considerablemente cuando se efectuaban bruscas manipulaciones durante el acto quirúrgico.
Recalcaba siempre a sus discípulos en la suave manipulación de los tejidos, la cuidadosa hemostasia, el empleo de finas suturas y el buen afrontamiento de los bordes a suturar evitando que éstos queden tensionados.
Ideó una pinza arterial señalada con su nombre para cumplir con los preceptos de cuidadosa hemostasia y mínimo maltrato tisular. Les enseñaba también que un buen conocimiento de la anatomía y la fisiología del órgano a operar, eran fundamentales para realizar correctamente un procedimiento quirúrgico.
Durante sus cotidianas intervenciones quirúrgicas, observó que su asistente miss Carolin Hampton, más tarde su esposa, presentó una seria dermatitis de contacto en manos y brazos, producto del empleo de soluciones antisépticas preparadas a base de bicloruro de mercurio para el lavado quirúrgico.
Halsted acude entonces a la casa Good Year Rubber Company de Chicago, para que le confeccionara unos guantes de caucho y así proteger las manos de su asistente así como las suyas y de sus ayudantes.
Nacieron entonces los guantes de cirugía que en poco tiempo se difundieron por todo el mundo, haciéndose su uso obligatorio para todo el personal que practica la cirugía. Halsted durante su vida activa como cirujano y profesor, entrenó un gran número de residentes que más tarde fueron famosos.
Uno de ellos fue Harvey Cushing, quien anotaba en alguna oportunidad que su maestro era un verdadero “profesor de profesores”. Cushing se hizo más tarde neurocirujano. Cuando estudiaba medicina en Boston ideó la “Ether chart” para llevar el registro del pulso y la respiración durante la operación, para luego establecer el control de la presión sanguínea del paciente en el quirófano.
Se hizo famoso en 1910 por la descripción del síndrome que lleva su nombre, de adiposis de la cara, cuello y tronco, hirsutismo, estrías cutáneas, distrofia sexual, debilidad muscular e hipertensión, presentes en el adenoma basófilo de la hipófisis con hiperfunción suprarrenal.
Todos los años Halsted se ausentaba por un tiempo de sus responsabilidades en el hospital para viajar a Europa, con el propósito de visitar hospitales y amigos cirujanos del Viejo Continente. Allí se enteraba de los nuevos desarrollos de la cirugía europea y a su vez informaba a sus colegas de los adelantos en los Estados Unidos. Su gran fama como hábil cirujano lo nutría de una numerosa y selecta clientela a quien cobraba jugosos honorarios por sus intervenciones.
Se cuenta que una colecistectomía practicada por Halsted costaba US $ 10.500 de esa época. En 1919 William Stewart Halsted presentó una fístula biliar que le fue operada con algún éxito, pero en 1922, fue reintervenido por el mismo problema y falleció 24 horas después a causa de una neumonía nosocomial. Se vivía la era preantibiótica.
William Henry Welch, apodado “Popsy”, de origen irlandés, nació en 1850 en Norfolk, Conn. en el seno de una familia que contaba con varios médicos rurales; su padre, el abuelo paterno y dos tíos.
Contaba con seis meses de vida cuando falleció su madre, y así, su abuela materna asumió su crianza y formación religiosa además de enseñarle las primeras letras. Más tarde, de 13 años, se matriculó en la Escuela Militar de Winchester, en donde permaneció por algún tiempo para luego ir al Yale College donde culminó sus estudios primarios en 1870.
Hizo sus estudios médicos en el Columbia College of Physicians de Nueva York en donde se graduó en 1875. Viajó a Europa y en Estrasburgo estudió histología con Waldeyer, química con Hoppe-Seyler, y exámenes post mortem con von Recklinghausen.
Luego en fisiología con Ludwig y Kronecker en Leipzig, y patología con Cohnheim en Breslau. También trabajó al lado de Koch y de Ehrlich. A su regreso a los Estados Unidos llegó a Nueva York, donde fue nombrado profesor en Bellevue Hospital Medical College, en donde organizó el primer laboratorio experimental de patología de Norteamérica.
Es de anotar que esta decisión contrarió significativamente a su padre, quien aspiraba que su hijo médico regresara a ayudarle en sus labores de médico rural. Los historiadores señalan que Welch durante su estadía en la Gran Manzana se aficionó apasionadamente a la ópera y a visitar galerías de arte y museos. Cuando Welch se encontraba en Alemania conoció a John Shaw Billings, quien se dio cuenta que sus calidades científicas y humanas, eran las necesarias para pertenecer al cuadro de fundadores del nuevo hospital que se proyectaba en Baltimore.
Fue el primero de los “cuatro grandes” en ser llamado a la Fundación del Hospital de Johns Hopkins para ocupar el cargo de Profesor y Jefe del Servicio de Pato147 logía y bacteriología, en donde se desempeñó en forma admirable al punto que, cuando se fundó la Escuela de Medicina en 1893, fue designado como su primer decano y miembro del Comité de Admisiones, encargado de seleccionar los profesores que se requerían para el trabajo docente.
Su amistad y admiración por Halsted lo llevó a invitarlo a ocupar el cargo de Cirujano y Jefe del Departamento de Cirugía. También contribuyó con firmeza en la aceptación de Howard A. Kelly como ginecólogo y Jefe del Servicio de Ginecología.
La consagración al estudio y a la investigación lo llevó a descubrir en 1891 el agente de la gangrena gaseosa, un germen anaerobio Gram positivo, que llamó “Clostridum welchii”, en la nomenclatura moderna denominado como “Clostridium perfringens”, hallazgo que no solamente le dio un gran prestigio personal sino que, en la época, llevó al Hospital de Hopkins a la gloria y el respeto de la comunidad científica del mundo.
El producto de muchas de sus investigaciones se basaban en los exámenes post mortem en los que, en asocio con sus discípulos, tomaba muestras de secreciones para estudio bacteriológico, y de tejidos para ser procesados y luego examinados al microscopio.
Durante sus años de dedicación exclusiva y tiempo completo en el centro hospitalario que ayudó a organizar y dirigir, fue un dinámico administrador, logrando la estructuración de la Escuela de Salud Pública de la que fue su primer director; el Departamento de Historia de la Medicina y la Biblioteca que hoy lleva su nombre, que fue apoyada por la Fundación Rockefeller, para cuya formación seleccionó los principales textos médicos de autores norteamericanos y europeos. En 1920 fundó el “American Journal of Hygiene”, el más importante en su género en norteamérica, así como el Journal for Experimental Medicine.
Su inquietud por servir a la humanidad lo condujo en la Primera Guerra Mundial a cuidar las condiciones sanitarias de los cuarteles de los soldados norteamericanos destacados en el frente de combate, con el grado de Coronel de la Armada.
Este trabajo como médico militar lo animó a participar con gran entusiasmo en la organización de la Cruz Roja Internacional. Presidió importantes sociedades científicas, muchas de las cuales fundó, como la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia, la Asociación Americana de Patólogos y Bacteriólogos, la Asociación Americana de Historia de la Medicina y otras. Recibió cerca de treinta grados honorarios y muchas condecoraciones y medallas.
Se retiró de la Jefatura en 1930 habiendo cumplido los 80 años de edad y lo sucedió en su cargo William G. Mac Callon, quien se destacaba como uno de los grandes investigadores en malaria que por la época azotaba extensos territorios de su país. Falleció pleno de gloria y honores, trabajando en Johns Hopkins, en abril de 1939 de un carcinoma de las vías digestivas que le habían diagnosticado e intentado intervenir un año antes.
Simón y James Thomas Flexner escribieron en 1941 una hermosa biografía del personaje que titularon: “William Henry Welch and the Heroic Age of American Medicine”.
Howard Atwod Kelly, también como Welch, era de ascendencia irlandesa y perteneciente a una familia de profundas convicciones religiosas. Leía la Biblia a diario. Cuando llegó a su mayoría de edad, su madre le obsequió una bella edición de ésta que ocupaba el lugar más importante de su nutrida biblioteca.
Nació en Camden, Nueva Jersey, en febrero de 1858 y fue el último de los cuatro fundadores de Johns Hopkins en ser requerido para iniciar las labores asistenciales y académicas del nuevo hospital.
Durante sus estudios de primaria en la Universidad de Pensilvania, se destacaba por su gran afición a las ciencias naturales y al estudio de los idiomas, francés, italiano, español y latín. Igualmente se distinguió por la gran dedicación al piano.
Inició muy joven sus estudios de medicina en 1877, también en la Universidad de Pensilvania, en donde el programa docente era extremadamente estricto. La escuela contaba con excelentes instalaciones, sofisticados laboratorios de química, histología y patología, lo que permitía a los estudiantes una sólida preparación en las ciencias básicas.
Además tenía un cuerpo de profesores de la más alta calificación tales como Joseph Leidy de anatomía; Richard A. Penrose de obstetricia y enfermedades de la mujer; John Ashurs de cirugía, y William Goodel de ginecología.
Esta escuela de medicina fue la primera que se abrió en los Estados Unidos de manera formal en 1763. Le siguieron el King’s College, más tarde Universidad de Columbia en 1767, y luego Harvard en 1782. Su gran dedicación al estudio y la investigación motiva a sus compañeros de clase, en 1880, a elegirlo presidente de curso.
En mayo de 1882 recibió con honores el título de médico, para iniciar su entrenamiento de post grado en el Hospital de Kensington, cerca de Filadelfia, en donde se aficionó a la ginecología médica y quirúrgica, así como a la carrera docente que lo llevó a alcanzar el título de Profesor de la Universidad de Pensilvania.
Por la época se practicaban muchas intervenciones quirúrgicas en las residencias de los pacientes, en donde se habilitaban los quirófanos en el comedor que era desinfectado días antes con aerosoles de ácido carbólico. Los historiadores señalan que Kelly practicaba intervenciones en estos lugares en los que trabajaba con Mrs. Hellen Wood, una enfermera a quien había entrenado como su asistente (instrumentadora).
En 1833, en Kensington, funda el Hospital Kelly para Mujeres, uno de los primeros en los Estados Unidos dedicados únicamente a la obstetricia y enfermedades de la mujer, que años después fue incorporado al Hospital de Kensington para mujeres.
Sus preferencias quirúrgicas estaban en la cirugía vaginal y fue quien ideó los puntos de Kelly, que colocaba en la unión uretrovesical para la corrección de la incontinencia urinaria de esfuerzo, así como las pinzas hemostáticas que llevan su nombre, ampliamente empleadas todavía por muchos cirujanos.
Pero también sobresalió en la cirugía por vía abdominal, desarrollando una técnica de útero-suspensión (histeropexia), en la que fijaba el fondo uterino a la cara posterior de la pared abdominal.
En 1893 sus inquietudes científicas le llevaron a desarrollar el cistoscopio de aire (distendía la vejiga con aire), lo que le permitía no solamente visualizar el interior de la vejiga sino también cateterizar los ureteres colocando la paciente en posición genupectoral.
Las experiencias en este campo las publica en asocio con Curtis F. Burnam en el libro titulado “Diseases of the Kidneys, Ureters and Bladder”, en 1914 y así se constituyó en uno de los pioneros de la urología femenina.
Cuando fue llamado a Johns Hopkins en 1889 a desempeñarse como Profesor Asociado de Ginecología, tenía 33 años de edad, era ya un especialista de gran fama tanto en Norteamérica como también en algunos círculos científicos de Europa.
Sus preocupaciones eran la asepsia y la antisepsia. Insistía a sus alumnos en el cuidadoso lavado de manos y aseo de las uñas que iniciaba con una solución de permanganato de potasio, luego con una solución de ácido oxálico que después lavaba con agua; finalmente cubría sus dedos con una tela previamente tratada con solución de ácido carbólico, que también recomendaba para la desinfección del instrumental.
Uno de sus destacados discípulos, William T.
Howard, anotaba que en la sala de cirugía, Kelly primero daba lectura a la historia clínica y los exámenes de laboratorio, para luego formular un diagnóstico y una propuesta de intervención quirúrgica. Antes de iniciar la cirugía, miraba el reloj de pared del quirófano para establecer la hora de iniciación del procedimiento, y seleccionaba dos de sus asistentes para que llevaran el conteo de las compresas.
Howard recuerda que el acto quirúrgico de Kelly era “un libro abierto”, que sus intervenciones eran audaces, limpias, y que siempre les explicaba hasta el más mínimo detalle, cómo debía hacerse y por qué.
Kelly siempre mantuvo la posición de que la ginecología debía ser una especialidad eminentemente quirúrgica y que por consiguiente debía anexarse a la cirugía general y no a la obstetricia, tésis que fue defendida también por sus eminentes discípulos Tomas S.
Cullen, más tarde su sucesor, y Richard W. TeLinde; así que la ginecología con Kelly y la obstetricia con el famoso John W. Williams, en Hopkins, permanecían separadas. En 1950, Georgeana Seegar Jones, por entonces directora de la sección de endocrinología ginecológica, presentó un proyecto de integración que permaneció dormido por años hasta 1964, en que se vio la conveniencia de la fusión, estableciéndose formalmente el Departamento de Obstetricia y Ginecología, a la cabeza del cual fue puesto, Allan C. Barnes.
Un buen número de libros publicó Kelly durante su exitosa trayectoria: “The vermiform appendix and its diseases”, 1905; “Gynecologic and abdominal surgery”, dos volúmenes en asocio con Charles P. Noble, 1908-1909; “Dr. Kelly’s Medical Gynecology”; “Operative Gynecology”; “Myomata of the uterus” en asocio con Cullen, en 1909 y varios otros de la más alta calidad.
En las revistas de la especialidad de los Estados Unidos y de la Gran Bretaña, aparecían con frecuencia publicaciones del ilustre ginecólogo, que siempre fueron bien comentadas por su profundidad y claridad.
A sus 80 años, por obvias razones, dejó la cirugía, pero continuó siendo un ginecólogo médico importante.
Presentaba frecuentes episodios de infecciones respiratorias y al iniciar el año 1943 cuando contaba con 85 años mostraba ya una notoria decadencia física. El 12 de febrero de ese año, con los diagnósticos de uremia y neumonía, fue internado en el Hospital Union Memorial de Baltimore, en donde falleció unas pocas horas antes que su esposa, quien se encontraba recluída en habitación contigua y muriera, posiblemente por una falla multisistémica de la edad avanzada.
Luego de una sencilla ceremonia religiosa el Dr. Kelly de Hopkins, fue sepultado junto con su esposa en el Cementerio de Woodlawn de la misma ciudad. En su memoria la sección de oncología ginecológica del famoso hospital se llama Kelly Oncologic Service.
Uno de sus amigos, el doctor Rudolph Matas, de Nueva Orleans, dijo a su fallecimiento: “Una vida con semejante actividad, tan vasta y fructuosa, no necesita premiarse para coronar sus logros. El doctor Kelly ha creado su propio monumento el cual está construido sobre fundamentos que son tan indestructibles como la roca de los tiempos”.
Este breve resumen de la vida y obra de los “cuatro grandes” del Hospital y Escuela de Medicina de Johns Hopkins, lleva a concluír que todos ellos reunían en forma más que satisfactoria la calidad, la excelencia y el liderazgo que siempre han distinguido al famoso conjunto de centros que hoy denominan “The Johns Hopkins Health System”.
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