Letras, A Propósito de un Retrato Postumo: Francisco Espinel Salive (1929-1985)

(Palabras pronunciadas por el académico Dr. Efraim Otero Ruiz, en el homenaje al académico fallecido, Dr. Francisco Espinel Salive, durante la inauguración de la nueva sede de la academia, capítulo de Bucaramanga (Abril 12, 1991).

Si a Francisco Espinelle hubiéramos dicho que íbamos a descubrir esta noche su retrato en la galería de los grandes de la Academia de Medicina de Bucaramanga, habría entornado sus negros ojos saltones y con un rictus, entre risa y escepticismo, habría murmurado:

“Bueno, y eso … ¿para qué?” -y seguramente después, al calor de unos cuantos whiskies y después de haber pulsado el tiple heredado de José Ferreira, me habría hecho repetir el soneto “Vera efigie”, compuesto por mí hace poco, cuando en la Academia Nacional el Vicepresidente, Dr. Adolfo De Francisco Zea, quiso pedir a sus familiares que se ejecutara, para colgarlo allí, un nuevo retrato de su ilustre abuelo el Dr. Luis Zea Uribe:

Vera Efigie

Puede usted yacer tranquilo y quieto
entre su tumba, ilustre doctor Zea:
al fin y al cabo la brillante idea
de retratarlo, ha sido de su nieto.

Qué mejor que, plasmado en un boceto,
colgarlo en el salón, como presea
de la Academia, en que brilló la tea
de su talento, lúcido e inquieto?

El problema, doctor, es el estilo;
la decisión pendiente está de un hilo
de retratarlo así, de cuerpo entero,
o, cediendo a atavismos de su gente
dejarlo a usted gordito y reluciente
en un cuadro …pintado por Botero.

En todo caso, sea que del soneto se derive o no una moraleja, sé que a Pacho le hubieran chocado los discursos. Hubiera preferido que habláramos en tono menor y un poco sonriente, como ahora, o como cuando nos conocimos desde siempre, hace ya 37 años, en los pabellones del Instituto Nacional de Cancerología.

Entrábamos a hacer el internado con apenas unos cuantos meses de diferencia, y de él se decía que era uno de los alumnos más brillantes de la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional. Lo contrario de mi caso, él venía al Instituto después de haber hecho su año rural.

No sé si por ahí se enrumbó nuestra primera conversación, pero el hecho fue que apenas pregunté, erróneamente, si el pueblito de Donmatías quedaba “ganando ya para el Cauca”, resultó que se sabía de memoria el romance de Ramón Antigua.

Y que era un admirador cerrado, de muchos años atrás, del maestro León de Greiff. Allí me tocó una vena pues yo también lo era, aunque no tan cerrado. Y en la primera tenida de tragos que tuvimos, repasamos desde los primeros poemas del maestro (“Porque me ven el pelo, la barba y la alta pipa, dicen que soy poeta, cuando no porque iluso”) o los primeros madrigales (“Como Annabel, como Ulalume, esta mujer es una urna, llena de místico perfume”) hasta las últimas cantatas del “Fárrago Quinto Mamotreto”, que era su último libro, por esa época recién aparecido.

Todos eran versos que a Pacho le fluían con verdadera emoción. Y era difícil sacarlo del entorno de-greiffiano a menos que recitara sus propios poemas, que desde el comienzo me parecieron de una armonía y una resonancia increíbles, muchos de ellos al tiempo profundamente filosóficos y sentimentales. Oigamos algunos de ellos

Cuarto Sueño de Lelo el Redondo

(En C menor-adagio maestuoso para
instrumentos de viento y percusión)

Busco en la noche,
busco en la negra noche
mis estrellas, mis negras estrellas.

Vago con el rumbo del viento.
Con un ir y venir que ya no siento,
mudo y absorto;
e insomne y fiero broto de un cráter
con el informe carácter que dióme el tiempo.

Busco en la noche,
busco en la negra noche
mis estrellas.

Urdo mil tramas; pergeño mil cuentos,
mil tragedias, mil dramas;
mil historias de amores mentirosas y vanas.
y compongo cadencias
y construyo canciones para tres acordeones,
edifico romanzas; soy creador de ilusiones,
catador de emociones, tañedor de guitarras.

Busco en la noche,
busco en la negra noche
mis estrellas, mi música,
mi ilusión, mis palabras …

y después de varias tergiversaciones, a cual más poéticas, termina diciendo:

Pienso.
Sueño un sueño
y despierto sin poder recordar.

Busco en la noche,
busco en la negra noche,
el comienzo de un verso
del cual sé su final.

o aquél otro, escrito y titulado

A la manera de Sergio Stepansky

Me enloqueció sentir su perfume en mis manos.
Era aroma de estrellas, de luna y poesía.
Era lluvia de grises reflejos;
era vapor de tules grises sobre grises espejos
que reflejaban mundos de vana fantasía.

y regalé mi orgullo, o lo vendí por nada.
Por un perfume fino, por una perla engastada
en sus bucles romanos.
Vendí el dolor de mi alma por diez pasos de danza,
por doscientos denarios de plata, por dos pinos
enanos … etc.

oesa “Tercera Andanza de Mateo Mohl”, que termina diciendo:

“Disparé el pensamiento contra el segundo domo
universal,
contra la segunda mitad del cero,
contra el segundo flanco disparé …
y me encontré el vacío!

y, a pesar de encontrar el vacío,
como que di en el blanco!”

Fue, a mi manera de ver, de los pocos, si no el único, que en Colombia trató de captar e imitar el estilo del maestro De Greiff pero muy a su manera, en la forma como un compositor moderno puede escribir sus “variaciones sobre un tema de Mozart”, tomando la melodía inicial y repitiéndola en unos cuantos compases para después dar rienda suelta a su imaginación y desplegar los acordes de su propia vivencia, de su propia emoción, de su propio sentimiento.

Pero reconociendo· siempre que el maestro era único e inimitable y recitando siempre los propios “divertimentos” en un tono menor, asardinado, como si temiera que sus presagios los oyera su misma vida, que iba a ser tan corta.

Y él mismo se hacía mofa de sus ensayos poéticos, sin darles la importancia que sólo sus amigos íntimos les dimos, y que esperamos algún día puedan publicarse dentro de las antologías de los médicos poetas de Colombia.

Por eso, cuando ya nos teníamos una mutua confianza y habíamos entablado una amistad tan duradera que sólo su muerte lograría interrumpir, me atreví a escribirle un soneto que hizo parte de una serie de sonetos jocosos que, a la manera de “historias clínicas”, escribí por los años 55 ó 56 para retratar a algunos de mis jóvenes colegas del Instituto. El de Pacho decía así:

Este, que identifican por su acento
sus síntomas de agudo de-greiffismo,
es un bardo y padece meteorismo
por no cuidarse y almorzar con viento.

Como si fuera poco el sufrimiento
que, al hacer versos, se depara él mismo,
se enfermó de tragarse un neologismo
y prescribirse él mismo el tratamiento.

Poeta, liberal y “ciudadano”
su pluma ha sido el virus sobrehumano
que de su enfermedad alienta y vive.

y, entre los patológicos de arriba,
los que prefieren que De Greiff escriba
se salen antes que Espinel. ..salive.

Lo de “ciudadano” se refería a que, por ese entonces, leíamos y colaborábamos con un periódico que hacía la oposición al gobierno de Rojas Pinilla y se llamaba precisamente “El ciudadano”. El siempre me perdonó la aparente crueldad del soneto, y más aún, le encantaba que lo repitiera cuando hacíamos nuestra veladas poéticas en nuestras casas o, excepcionalmente, al finalizar nuestras excursiones de pesca. Porque esa fue otra afición de Pacho, casi tan intensa como la de la poesía, y llevada por él con el entusiasmo y la dedicación metódica que le eran tan características.

Fueron años que él gozó mucho más que yo -que sólo los acompañé ocasionalmente- con sus amigos pescadores de Bucaramanga, donde formaron una especie de club que iba a pescar sábalos a los caños de la ciénaga de Simití, en épocas en que en nuestro país todavía “se podía pescar de noche” como en la frase del maestro Echandía.

De ese grupo -apropiadamente llamado “Club Los Sábalos”- formaron parte muy distinguidos colegas y amigos de esta ciudad, a los que él se ocupó también, como lo hiciera yo años antes con mis colegas, de retratar en sonetos que vieron la luz en un folleto, editado por José Ferreira en la Editorial Salesiana, y con prólogo de Luis Enrique Figueroa, que sarcásticamente tituló “Epitafios”, con los subtítulos de “Sinfonía clínica- Sonetos de Lelo” (Lelo era su seudónimo de-greiffiano, quizás tomado de Beremundo el Lelo).

Por su finura y su simpática ironía vale la pena recordar algunos de ellos:

Entre aromas de pino y de lavanda
e imponente decúbito supino,
en esta fosa, respetuoso y fino,
yace el doctor Moreno Peñaranda.

Fue su vida una mezcla de parranda,
de discursos, de bronquios y de vino.
Patos tumbó con envidiable tino
y pescaba de frac y de bufanda.

Siempre godo, mas nó rezó el rosario,
ni fue ministro, alcalde o secretario,
a pesar de sus múltiples respingos.

y murió de un sindrome cavernario
tieso el ojo y feliz como un canario
cuando le cambian agua los domingos.

o ese, dedicado al editor:

Con su magra figura y su nariz de noble,
con su tiple, su caña y su gran corazón,
con la pinta completa de su ropita “El Roble”
dió aquí José Ferreira su postrer estirón.

U otro, que retrata de cuerpo entero a ese gran patólogo clínico, mucho tiempo ausente en los Estados Unidos:

De luto están patólogos, científicos y sabios.
pescadores de trucha, de sábalo y salmón,
pues yace aquí silente, sin sonrisa en los labios,
correctamente muerto Gustavo Mogollón.

Fue un metódico artífice de mosca y de cuchara
yen su dieta de Harvard jamás probó el licor.
No hubo ni una doncella que a él se le escapara
pues su “pique” y “desnuque” les producía terror.

Delgado como nailon de quince o veinte libras
usaba unas boticas delgadas como fibras
y un pantalón negruzco, informe y recatado.

y se vino a morir, Señor!, quién lo esperara,
en una tenidita allá en el “Barichara”
con una lechecita y un “cake” intoxicado.

o ese otro, dedicado al ortopedista que alojaba al grupo en su bella casa de la ciénaga de San Silvestre:

Con sus canas al aire mucho largas,
su nariz aguileña en retroverso,
pistola en mano y sin ningún esfuerzo
reposa aquí don Argemiro Vargas.

que termina diciéndole, en vibrantes tercetos:

Fue la aventura siempre su bandera;
su figura envidiaba la palmera
en el vaivén de lucha estremecida.

y se murió cantando una ranchera,
una noche de pesca y borrachera
al fallarle el “impéler” de la vida.

Pues bien, sería imposible esta noche repasar todos los catorce sonetos que pertenecen a lo mejor de la poesía jocosa de Colombia. Hacia 1967 ó 68, cuando ya estaban listos para publicarse, me pidió a mí que, así como lo había hecho años antes, le escribiera un soneto que le sirviera también de “epitafio” al autor y que quería colocar al final de su colección.

Yo lo hice, cumpliendo sus deseos, y lo publicó al final del folleto, auncuando después, cuando supe de su muerte real, me arrepentí de haberlo escrito por lo que tuvo después, retrospectivamente, de trágico y ominoso presagio. El soneto dice así:

In Memoriam

Bajo esta tibia losa de basalto
que emite, de soslayo, tres fotones,
descansa de sus muchas aj7icciones
Pacho Espinel, poeta del cobalto.

Su vida fue un continuo sobresalto
para su profesión, las radiaciones,
pues los versos, la pesca y las canciones
pugnaron por dejarlo en el asfalto.

Feneció sin lanzar un resoplido
ni aj70jar el carrete, sumergido
por un sábalo audaz que iba de viaje.

Pues, bardo al fin y necio, en sus esfuerzos
no soltó ni las líneas de sus versos.
Que estas líneas le sirvan de homenaje!

Justamente en ese soneto al llamarlo “poeta del cobalto” toco yo quizás el más importante aspecto de su vida profesional, que debemos destacar y enaltecer esta noche. Pues él fue de los primeros alumnos formados en el Instituto en el difícil arte de la radioterapia, bajo la tutela egregia del ya desaparecido académico Mario Gaitán Yanguas.

Era una especialidad que le venía como anillo al dedo, pues encajaba con su espíritu metódico e investigativo, que se deleitaba con los cálculos y las deducciones precisas. Y con los resultados que en ese momento, como hoy, 3 ó 4 décadas después, constituían y constituyen uno de los pocos armamentos que tenemos en la lucha contra ese espectro tenebroso que es el cáncer.

Desde muy temprano, quizás más temprano que nosotros, que oscilábamos entre la cirugía y la medicina interna, decidió que esa iría a ser su especialidad y a ella dedicó todo su esfuerzo y su tenacidad.

Y a sabiendas de que tendría que luchar contra un medio relativamente inhóspito y desguarnecido, como era el del viejo Hospital de San Juan de Dios de Bucaramanga, aceptó, desde 1958, trasladarse a esta ciudad para iniciar un servicio de oncología y radioterapia que tendría que crear con sus propias manos.

Y al decir “sus propias manos” hay que tomarlo en el sentido casi literal de la palabra. Porque ellas mismas intervenían desde el mismo arreglo de los tomacorrientes o las mejoras locativas hasta la toma de las biopsias y su traslado a patología; desde viajar a Bogotá a que el Instituto le prestara unos cuantos tubos o agujas de radium hasta diseñar con pasmosa habilidad y con materiales autóctonos los aplicadores que permitieran usarlos intracavitariamente.

Espero que alguien pueda escribir en el futuro, de manera objetiva e imparcial, lo que fue la historia del servicio de oncología y radioterapia del Hospital de Bucaramanga. Allí se recogerán todos los méritos que lo llevaron, apenas unos años antes de su muerte, a que le fuera concedida la orden de “Ciudadano Meritorio de Santander”; diez años atrás había recibido también, de manos del Presidente de la República, la orden al Mérito Sanitario José Fernández Madrid, concedida enhorabuena por su excelencia profesional y sus contribuciones al bienestar de la patria.

Pero no sólo los galardones de su trayectoria científica, sino su vida académica, dicen mucho de aquél a quien esta noche evocamos con admiración y aprecio. Autor de 13 trabajos científicos publicados y de innumerables conferencias, participante en la mayoría de congresos nacionales e internacionales sobre su especialidad, miembro de 9 sociedades científicas, de Francisco Espinel puede decirse que fue un académico en el más aquilatado sentido de la palabra, así fuera breve su permanencia como correspondiente.

Me consta que desde que se fundó este capítulo de Bucaramanga tuvo por la Academia la más acrisolada devoción, que lo llevaba a ser un agitador constante de las actividades de la misma y a tratar de darles una verdadera trascendencia nacional. Por eso mismo los académicos Roso Alfredo Cala y yo lo instamos a que presentara en Bogotá su trabajo: “Presentación de un modelo original de aplicadores para la curieterapia intracavitaria por carcinoma del cérvix uterino”, con el que fue recibido en forma solemne como miembro correspondiente.

Pero una cosa es enunciar así, a secas, el título del trabajo y otra conocer en detalle lo que fueron los varios años de su elaboración: se trataba de reemplazar con materiales colombianos y fácilmente accesibles los costosos aplicadores intracavitarios, generalmente importados y a veces de difícil consecución.

Había que verlo, con su asiduidad de siempre, ensayando diversas barras de lucita, de polietileno, de otros plásticos, incluso de las barras cilíndricas transparentes de ciertos toalleros que en un momento se demostraron como el mejor material; y una vez montados los tubos de radium y aplicados en modelos experimentales, determinar la distribución de la dosis siguiendo los modelos de Manchester y de Kaplan.

Todo ello quitándole preciosas horas a su práctica profesional y a su vida familiar, ambas tan intensas. Vida familiar que se vio siempre compensada por una esposa excelente, colaboradora de todos los momentos, y un puñado de hijos que hoy se inician con brillo en diversas profesiones.

Porque esa fue, señores académicos, señoras, señores, la vida de quien hoy evocamos al erigir su retrato en este claustro benemérito. Esa vida multifacética que discurrió tan raudamente para quienes lo conocimos de cerca y lo apreciamos en su verdadero valor.

El cumplía a cabalidad el arquetipo al cual le dedicaba Robert March su libro “Física para Poetas” y que, según él, “es la persona que puede leer la literatura contemporánea, estudiar el arte contemporáneo, debatir los problemas de la sociedad moderna y al tiempo comprender y apreciar la física y la ciencia contemporáneas”. Un científico y un poeta que se volvía a definir, ya al final de su vida, en un soneto apropiadamente denominado “Autoencuentro”:

Sentir que vuelven a vibrar las notas
dentro del corazón reverdecido.
Que del otoño egocentrista brotas
como un renuevo siempre florecido.

Analizar la música en las gotas
y ver en el cristal un mundo henchido,
que cierra al corazón sus venas rotas
y hace otra vez potente su latido.

No podría terminar sin felicitar, en nombre de la Academia Nacional de Medicina, al capítulo de Bucaramanga y en especial a su Presidente Dr. Roberto Serpa Flórez por esta nueva sede de la Academia, que representa la culminación del esfuerzo tesonero de varios años; resulta por demás apropiado y emocionante que, además del retrato que hoy descubrimos, se inaugure esta sede con el recibimiento solemne del nuevo académico Dr. Alirio Gómez Galán, amplio exponente de la educación médica y de la neumología santandereanas. Va nuestro sincero reconocimiento al Sr. Rector de la Universidad Industrial de Santander y al Sr. Decano de la Facultad de Medicina, no sólo por las elogiosas y estimulantes palabras que nos han dirigido esta noche, sino por la espléndida acogida que han brindado a la Academia en estos claustros universitarios.

Y por eso debo también hacer público, a nombre de la Academia Nacional, el agradecimiento al ex gobernador Dr. Hernando Reyes Duarte (con quien me’ unen ancestrales vínculos de amistad y casi de familia) quien de manera desvelada atendió, durante su mandato, los reclamos que le hicimos los académicos santandereanos por una ayuda efectiva para que al fin este capítulo pudiera contar con una sede honrosa y justa para sus merecimientos. Su inauguración, esta noche, pone muy en alto el claro valor de quienes desde aquí luchan por hacer una patria más pensante, más vibrante y más justa para todos. (Lea: La Academia Nacional, Capítulos de la Academia Nacional de Medicina)

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