Letras: Discurso de orden en el día de su posesión, El Profesor Héctor Pedraza

Académico Honorario (1994)

Juan Mendoza- Vega, M.D.

Académico de Número

En las asambleas de los estudiosos, en las sociedades que los pensadores, los filósofos, los científicos forman para compartir sus conocimientos y acrisolar la calidad de sus estudios, suelen concederse ciertas plazas que se llaman “de honor” u “honorarias” porque, a más de permitir que un sabio participe en las labores de la entidad, pregonan la voluntad de honrarlo como reconocimiento por los grandes méritos que ya haya alcanzado.

Tal sucede con los contados “sillones de honor” que integran nuestra Academia Nacional de Medicina; llegan a ellos figuras verdaderamente destacadas, personajes de los que no necesitan presentación ni elogio, auténticos maestros de cuyo ejemplo se nutre lo mejor de la ciencia colombiana.

Hoy nos reunimos para entregar las insignias de su nueva dignidad a uno de esos grandes hombres, el profesor Héctor Pedraza Mendoza, y la bondad de nuestro honorable Académico Presidente, que agradezco en todo lo que vale, me permite tomar parte directa presentando en esta tribuna el elogio que los estatutos y las tradiciones consideran apropiado para tan solemne ocasión.

De la noble tierra del Socorro, donde nació en 1903, vino Héctor Pedraza a Bogotá cuando apenas salía de la adolescencia, para completar su educación y obtener en el Colegio de Restrepo Mejía, el 12 de noviembre de 1920, su grado de bachiller en Filosofía y Letras.

Pasó los requisitos de admisión en la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional, y cumplió en ella el exigente ciclo regular de seis años, al término del cual y tras la elaboración de la tesis, aprobación de exámenes preparatorios y demás requisitos que por entonces eran de usanza, se graduó como doctor en Medicina y Cirugía el 3 de diciembre de 1930.

Regían por aquellos tiempos la cátedra de Anatomía (descriptiva, se la llamaba, para distinguirla de la topográfica que, con menor rigor y diferente detalle, formaba parte de la preparación para la cirugía, tres médicos de gran renombre, los doctores ivas; Bermúdez y Lombana; habían conseguido ellos, gracias a su dedicación y a la seriedad de su tarea, colocar la materia como auténtica “piedra de toque” para la calidad de los aspirantes a futuros médicos; recibir el ansiado “cuatro” en Anatomía era algo así como tener condecoración especial y ruta abierta hacia el éxito profesional.

En aquel ambiente, quienes elegían la Anatomía para su carrera de profesorado entraban a formar parte de unaélite reconocida; y por allí precisamente se encaminó el joven Pedraza, con la Jefatura de Trabajos que obtuvo como se lograban todas las posiciones de la Facultad: por estricto concurso.

Tal fue el desempeño, que al fallecer el famoso profesor Rivas, correspondió al doctor Pedraza tomar su cátedra; y debieron pasar más de veinte años, en los que recorrió con suficiencia todo el escalafón, hasta la posición de Profesor Titular, para que alguien a su vez se atreviera a pensar en su relevo.

Esta prolongada permanencia en la cátedra no era, por supuesto, gratuita. Como había obtenido por concurso la posición de Profesor Auxiliar en 1934, recibió del gobierno nacional una comisión para especializarse en Anatomía Descriptiva, la cual cumplió con lujo en la Universidad de Lyon en 1936 y 1937. (Lea también: Letras: Violencia, Racismo e Insalubridad en Colombia)

De allí, pasó a un curso de Anatomía Patológica de Enfermedades del Sistema Nervioso, con el profesor Ives Bertrand en La Salpétriére de París; y de vuelta en Bogotá, publicó un manual titulado Monitor de Anatomía hoy rareza bibliográfica, con el cual dio una orientación entonces muy moderna, seudo-topográfica, a las prácticas del anfiteatro; en la Neuro-anatomía, introdujo el uso de dibujos coloreados de los cortes macroscópicos de encéfalo y médula espinal, para suplir la falta de laboratorio y colecciones especializadas.

Además, influyó decisivamente en los arquitectos que planearon y construyeron el edificio para Medicina en la Ciudad Universitaria, y logró que los anfiteatros y salas de disección anatómica tuvieran la amplitud, iluminación natural y artificial, y demás detalles que facilitan las muché1.shoras de exigente trabajo para cientos de estudiantes.

Pero a la vocación del doctor Pedraza no le bastaban los ámbitos de la morfología; su tesis de grado mostró el inmenso interés que le suscitaban las primeras etapas del ciclo vital de nuestra especie, la infancia y la adolescencia. En efecto, escribió él sobre la Atrepsia de Parroty su tratamiento exitoso con la leche de vaca acidificada con gérmenes lácticos, título que hoy amerita alguna explicación adicional.

En el siglo XIX, el clínico francés Jules-Marie Parrot había descrito con detalle el síndrome de la máxima desnutrición compatible con la vida, una especie de hambre enorme que llamaba el vulgo en nuestro país “toque de difunto” o “hielo de difunto”, por achacar los síntomas al presunto contacto o cercanía de la criatura afectada con el cadáver de alguien.

Erróneas creencias populares sobre nutrición infantil, unidas a la miseria reinante en muchísimos hogares, hacian ese lamentable cuadro relativamente frecuente y por ello el estudio que culminó en la tesis aludida fue objeto de atención y aplauso, pues demostró que ese enemigo de la infancia cedía el campo ante la leche acidificada, lo que hoy llamamos “kumis” y “yogurt”.

Ante ese interés patente por los problemas de los niños, el profesor Andrés Bermúdez vinculó al joven profesional a una dependencia de la Gota de Leche, instituto de beneficio social que el doctor Bermúdez había fundado pocos años antes.

Y en adelante, la Pediatría fue el otro campo de acción preferido por nuestro nuevo Académico Honorario, tanto en la práctica privada como en posiciones oficiales y en la representación de Colombia como delegado a congresos científicos internacionales.

Algunas menciones de esa actividad darán buen ejemplo de lo dicho:

La fundación en 1935 de un lactario -en asocio del doctor Jorge Camacho Gamba, entonces recién graduado pero hoy uno de los más antiguos académicos de número- con el fin de promover el conocimiento y la aplicación de la puericultura.

La subjefatura (de 1939 a 1942) y luego ~ajefatura (entre 1942 y 1946) del Departamento de Protección Infantil y Materna en el ministerio que entonces se llamaba “de Trabajo, Higiene y Previsión Social”, posiciones en las cuales trabajó especialmente por mejorar la calidad de la leche de vaca que se expendía al público, y por divulgar –sobre todo, entre las clases menos favorecidas- las normas y recomendaciones elementales de la Puericultura.

La dirección de las políticas nacionales de protección a la infancia y fomento de la medicina pediátrica, en su calidad de jefe de la Divisón de Higiene Materno-Infantil, Escolar y Dental (de 1947 a 1951) y luego, de la sección Materno-Infantil de la División Nacional de Salubridad (1951 a 1960).

La preparación y publicación, a partir de 1940 y junto con el doctor Rubén Gamboa Echandía, de textos y manuales científicos que fueron los primeros de su clase en nuestra patria: “Higiene Integral y Alimentación Infantil”, con 300 páginas, editado por la Imprenta Nacional; “Cuidados de la Madre y el Niño”, tomo de 120 páginas, también impreso por la entidad del Estado; varias cartillas menores, destinadas a las madres; y numerosos artículos, tanto en la Revista Médica como en “Salud y Sanidad”, órgano oficial del Departamento Nacional de Higiene, que había fundado a comienzos de los años 30 otro académico de grata memoria, el doctor Laurentino Muñoz.

Pero aún le quedaban tiempo y energías al doctor Pedraza para tomar a su cargo una labor igualmente trascendental, cuyas benéficas consecuencias se prolongan hasta nuestros días: el fomento de la profesión de Enfermería, al principio con cursos cortos pero pronto, a partir de 1943, con la creación de la Escuela Nacional Superior de Enfermeras, para la cual obtuvo la cooperación de la Oficina Sanitaria Panamericana, el Servicio Cooperativo Interamericano de Salud Pública, la Fundación Rockefeller y la Universidad Nacional de Colombia, esta última con la incorporación de su propia Escuela de Enfermeras que se había iniciado en 1937.

Y para que la nueva profesión tuviera toda la fortaleza necesaria, en beneficio de la mejor atención y cuidado a niños, madres y enfermos en general, apoyó también el profesor Pedraza la Escuela de Enfermeras de la Cruz Roja Colombiana, que se había establecido en 1938 y que por tantos años dirigió esa meritísima dama que fue Blanca Martí de David-Almeida; y otras escuelas que se fundaron en varias regiones, casi todas para auxiliares de enfermería.

Las Jornadas Médicas de Bruselas, en 1936; los Congresos Panamericanos del Niño (el VIII en Washington, 1942, cuando en plena Segunda Guerra Mundial secundó y ayudó a poner en marcha los distritos y capítulos nacionales de la Academia Americana de Pediatría, según idea del cubano Félix Hurtado; el IX en Caracas, 1948; el X en Panamá, 1951 y el XI en Bogotá, donde fue Secretario organizador).

Los congresos Internacionales, Interamericanos, Panamericanos y Suramericanos de Pediatría, en varias ocasiones desde 1947, vieron la menuda y ágil figura del colombiano Pedraza, escucharon su verbo fácil pero siempre científicamente sólido, aplaudieron su buen juicio y aceptaron más de una de sus excelentes iniciativas.

Incompleta y por fuerza breve, esta semblanza de todos modos sirve para mostrar la calidad por la cual llega el doctor Héctor Pedraza Mendoza, hoy, a un sillón de honor en esta Academia. (Lea: Editorial, Modernización Técnica de la Academia Nacional de Medicina)

Mis palabras no logran, sin embargo, mostrar todas las facetas de su personalidad; quedan cortas ante el hombre que sirve de sustrato al científico; ante el padre y abuelo orgulloso de las hijas e hijos, de los nietos; ante el enamorado del campo que decidió recluirse casi por completo en su simpático castillo de Santandercito a contemplar las plantas, las flores, los animales.

Ante el gran señor a la francesa, catador exigente del buen vino y dueño de aguda mirada irónica que, como bisturí de hábil disector, deja de pronto al descubierto fibras delicadas de sí mismo y de los demás; ante el buen amigo que gusta señalar, para deleite de sus amigos, lo que de bueno tiene la existencia.

La excelente memoria de que hace gala, a los noventa y un años bien cumplidos, le permite a usted, profesor Pedraza, recordar con emocionada gratitud a cada uno de sus maestros. Permítame asegurarle otra vez, como lo hiciera ya en 1988, que somos centenares los médicos que a nuestra vez lo recordamos a usted con igual merecido sentimiento.

En usted, como acertadamente le auguraba el ilustre Académico Ricardo Vargas Iriarte al recibirlo como numerario en 1965, tienen la Academia Nacional de Medicina, la Pediatría, nuestra medicina toda, una auténtica gloria y un magnífico ejemplo; como se dice de los académicos de Francia, es usted, Académico Honorario profesor Héctor Pedraza Mendoza, por derecho propio “uno de los Inmortales”.

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