Teodicea

Como no podía concebir ninguna entidad, ni aún la divina, que no se manifestase, su Dios -porque finalmente no le niega- es posterior a la posibilidad y coetáneo con el universo que representa su tarea, indiso1uble del Hacedor.

El mundo de las cosas creadas viene a ser de tal manera “necesario” en la esencia de Dios.

Las disertaciones sobre el Ser Supremo que esmaltan con tan suaves tonos espirituales sus escritos, expresan muy bien la angustia por conservar la noción mística que su propio razonamiento acababa de destruir.

Nos dice que Dios es la “excelsitud de la eseideidad absoluta” (28) que traduciría algo así como el conjunto de esencias adquiridas por asociación funcional de las verdades que “preanuncian la actividad de los seres”. (Lea también: Teogonla)

Una deidad, la suya, presente, “formada” por asociación de verdades, actuante en la cotidiana realización, inmediata a sus creaturas puesto que a semejanza del individuo humano -el yo y su tarea-, es consustancial con el universo por él engendrado, resulta innecesaria dentro de su propia concepción y, de acuerdo con las reglas de la simplificación, la famosa cuchilla filosófica de Ocam, es desechable en la teoría general ontogénica que acabamos de esbozar.

En retirada el profesor podría arguir, como lo hace del paraíso, que sería útil, moralmente útil. Aún en este caso la moral está bien salvaguardiada por el papel que asigna a la humanidad en función cósmica.

López de Mesa habría podido extremar su creencia en la divinificación del hombre y llevarla a sus últimas consecuencias diabólicas, que, desde luego, estaban vedadas a su alma conformista y genuinamente religiosa.

Naturalmente a una divinidad tal se permite nuestro profesor mesarle las barbas y exigirle, en una especie de pliego de peticiones, que se manifieste ahora, para  redimir esta menguada época de crisis espiritual y filosófica, o nunca… o “el hombre tomará en sus hombros el destino” (29).

Apóstrofe anodino porque ni una ni otra cosa están en nuestras manos de pobres seres limitados por nuestra biología, habitantes de un planeta de recursos finitos y en relación ineluctable con el ambiente ecológico.

Desgraciadamente la tiránica naturaleza nos impide convertirnos en dioses, a lo sumo podemos creernos como tales.

El reto al Señor puede hacerse, de acuerdo con López de Mesa, dentro de la más pura ortodoxia y sumisión.

Nadie menos que Job lo hizo en el segundo de los diálogos que nuestro autor imagina del hombre con su Creador. (Vea también: Concepto de la Psique)

El primero fue cuando Adán en el paraíso planteó la suficiencia del hombre; el tercero el diálogo de la salvación de Cristo.

Ahora esperamos el cuarto episodio, de la exaltación, que “requiere nueva explicación” (30) de la divinidad al ser humano, en camino hacia la conciencia de lo absoluto.

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