“Necropsia de Bolivar y Semblanza de Reverend”

DEDICADA AL SESQUICENTENARIO DE LA MUERTE DEL LIBERTADOR 

Dr’. Rafael Peralta Cayón

En asocio de los académicos Serpa Flórez y Rueda Pérez, PONENCIA extractada con el título de “Autopsia de Bolívar practicada por Reverend”.

I. Planteamientos.
II. Material y métodos.
III. Resumen, comentarios: paralelos, conclusiones.
IV. Bibliografía.

1. Planteamientos

En mi libro, “Pro-Santa Marta, historial en pasado, presente y futuro” año 1975, escribí que la autopsia de Bolívar practicada por Alejandro Próspero Reverend, en San Pedro Alejandrino, no envidiaba a la de Napoleón por Francisco Antommarchi, en Santa Elena, sin plagio alguno en duda maliciosa.

Al ser recibido en calidad de miembro de la Academia de Historia del Magdalena, le promoví en adición un estudio sobre las que consideraba trascendentales “en el valle de lágrimas” del universo, al agregar cuatro más para reunir un programa de seis, aunque hubiese que destacar con el cuarteto nombrado, el horror y protesta ante la alevosía cobarde del crimen o misterio políticos, con ocultamiento de la autoría intelectual, dudas sobre identidad, número de actuantes materiales, prevalencia de la impunidad, más fracaso de catalogadas comisiones investigadoras, como Scotland Yard y Warren.

Así surgieron las de Rafael Uribe Uribe, con narrativa clínico-patológica erudita. La de Jorge Eliécer Gaitán con abnegación particular de médicos colombianos, sin intervención de la medicina forense por estar destruido el orden institucional, más posterior exhumación para definir judicialmente un problema de balística. (Ver también: Bolívar y su autopsia)

La de John F. Kennedy, perversidad de técnica moderna con precisión desconcertante y cruel de la mira telescópica. Y la de Salvador Allende resultó frustración adquisitiva por razones complejas, y se agotaron los medios para lograr el protocolo correspondiente.

En lexicografía y etimología médicas, autopsia, nombre tradicional, es el examen anatómico detenido de un cadáver para establecer la causa de la muerte, mediante análisis de la observación externa y del contenido cráneo-torácico-abdominal.

Sinonimias: necropsia, necroscopia, tamatopsia, y tomatopsia, cuatro palabras entre las cuales la primera es del modernismo científico y hasta judicial o periodístico, mientras que las dos últimas no se usan, mas autopsia y necropsia se utilizarán como términos comunes.

Al conmemorarse el 17 de diciembre de 1980 el sesquicentenario del fallecimiento de Bolívar en la Hacienda La Florida, o Quinta de San Pedro Alejandrino, a una legua de la ciudad de Santa Marta, el autor con recreación mental y sentimental contribuye con el tema aludido por ser samario y médico, al tratar tal vez por fenómeno sicológico sabido, de incrustarse de cuerpo presente en disciplinada composición de lugar, más la colaboración de iconografías imaginativas o reales, en el teatro de los acontecimientos dolorosos sobre etapas transcurridas especialmente en la casa de García Lerma, de la Aduana, Castillo de San Lázaro o Palacio Verde; en la Hacienda de San Pedro Alejandrino, en la Catedral donde fue sepultado, sitios tan conocidos y reconocidos por quien escribe.

Al tiempo exalta éste la semblanza o personalidad de Reverend, figura galénica, humanitaria y procera, ejecutor de la necropsia a Bolívar el mismo 17 de diciembre, después de haberlo atendido dedicadamente desde el primero de dicho mes, con un protocolo de autopsia técnico, descriptivo, científico y concluyente.

Así se ratifica que fue auténtico profesional de la medicina cuyo título refrendó legalmente mediante examen en Cartagena, además de que sobrevivió medio siglo después de la muerte del Libertador, ejerció la Medicina en Santa Marta, calle de la cárcel, esquina sur plaza de San Francisco frente al antiguo mercado.

Al tiempo se descarta la anacrónica, insidiosa y mediocre frase del historiador de Bolívar, Hugo Nogales, que “hubiera dejado morir al Padre de la Patria”, ni que en vez de tuberculosis pulmonar se tratara de una amibiasis con absceso hepático abierto al pulmón, el imaginario diagnóstico “post-mortem” del doctor Luis Ardila Gómez.

Para rematar lo más sublime, no quiso pasar honorarios a nadie, ni al Gobierno colombiano a pesar de que se lo solicitara el general Mariano Montilla, Intendente militar del Magdalena, aunque el Estado venezolano tuvo una retribución digna y conserva el “Nódulo calcificado” extraído en la autopsia del pulmón  izquierdo, conservado por Reverend y llevado a Caracas en 1874, para entregarlo ceremoniosamente al Presidente Guzmán Blanco, (quien lo condecorara con la Orden del Busto del Libertador), nódulo que en un medallón de oro reposa en el museo bolivariano de la capital de Venezuela, y que el ponente de esta noche lamenta no le haya quedado a la municipalidad de la ciudad de Bastidas, por “pecado de omisión”, después de haberlo guardado personalmente como reliquia y testimonio de un diagnóstico, cuando ya 32 años antes, en 1842, se habían repatriado los restos mortales, y, (Gallarda cesión del Jefe de la Comisión venezolana, Dr. José Ma. Vargas a la petición del Gobernador Posada Gutiérrez), sólo había quedado el emblema del corazón, víscera de tejido blando que desaparece en contra de un elemento calcáreo que perdura.

No es crítica resentida en esta hora de problemas internacionales vecinos, con vaivén de las hipótesis anunciadas, sino nostalgia sentimental de un samario, quien no ha dejado de serlo, al clamar que era más lógico y natural que Reverend en vez de obsequiarlo a Caracas lo hubiera cedido a Santa Marta donde él vivió 50 años y falleció el l de diciembre de 1880.

Se recuerda que Reverend nació e! 14 de noviembre de 1796 en Falaise, Normandía francesa, tierra de Guillermo el conquistador, rey de Inglaterra. De húsar pasó a estudiar medicina en París durante el esplendor de Laecnec, Broussais y Dupuytrand, al último de los cuales acolitó con miras a una formación quirúrgica. Después, ¿de doctorarse?, tuvo que expatriarse en 1824 por discrepancias ideológicas con el Régimen político imperante.

Revalidó su título en Cartagena después de llegar a Santa Marta, y aquí el General Montilla, el manda callar citadino, benemérito y leal amigo de Bolívar, lo nombró médico del Hospital Militar y a los 34 años de edad médico del Libertador en 1830, previa información recomendable de su amigo J .B. Pavejeau en Cartagena, para atender la enfermedad, luego autopsia y embalsamamiento.

Se dice que Montilla así procedió porque no había otro galeno o ninguno quiso actuar, aunque el doctor Me. Night, cirujano del “Grampus” de la Marina Norteamericana, actuó en la junta médica del dos al cuatro de diciembre, y “otro C. llegó después de! 17”. Pavejeau fue depositario inicial de los 10 baúles de la correspondencia privada de Bolívar, pero pasaron a Martin y O ‘Leary, después de viajar a su Francia y dejar apellido distinguido en el litoral atlántico.

En marzo de 1847 se casó con la dominicana de origen catalán, dos veces viuda, doña Victoria Panajes de Ruiz, quien falleció temprana y repentinamente, con impacto tan intenso que quiso retirarse del ejercicio profesional, mas volvió a este frente a la enfermedad de doña Isabel Rovira de De Mier, esposa del hidalgo don Joaquín, propietario del albergue hospitalario de San Pedro Alejandrino, ella también muerta en 1848.

Su pobreza fue hasta el final de su abnegada vida en la medicina y dejó “unos pobres Pengujales” (pequeñas porciones de siembra, ganado o caudal), “unas vacas, Biblioteca de 10 pesos, dinero en efectivo 800”, y se ha manifestado que hasta los restos mortales depositados en San Pedro Alejandrino no son reales, porque “un pariente vendió la sepultura respectiva y el comprador los pasó a un carnero u osario común”.

También se ha creído que estudió fue Farmacia en la facultad de París, ufanada de ser superior a la de Medicina, como lo preconizó el difunto Ramón Mendoza Daza, farmaceuta graduado en Colombia, especializado allá.

El dibujo del “Papel Periódico Ilustrado” (año II, julio 15, pág. 329, 1883 de Iconografía del Libertador), lo pinta en figura imponente, majestuosa, copiosa barba traída de su Patria, pero que a la sazón era común en Santa Marta, ciudad que lo tuvo como el tradicional médico de casa, de las buenas familias, a pesar del rumor que carecía de Título, en medio de consultas gratuitas vespertinas para los pobres con obsequio de drogas! .

Su apellido clásico se ha heredado en exponentes de la sociedad, profesores, docentes y hasta músicos románticos o bohemios, dominantes del clarinete para serenatas al compás del vals “Tristezas del alma”.


* Académico de Número,

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