Conceptos Sobre La Formación del Hombre, 4 Parte

Para decepción de Spallanzani -“la más enciplopédica figura de la filosofía italiana ilustrada” – cuarenta años después, el químico DUMAS y el fisiólogo PREVOST, experimentando también con la rana, demostraron en Ginebra que la potencia generadora de la semilla se debe a la presencia de los animálculos.

Hasta aquí sabemos, de manera cierta, que la fecundación en algunas especies animales se hace con la par-ticipación del macho y de la hembra. Aquél proporciona un licor que lleva los animálculos que se originan en los testículos; aquélla suministra los huevos que son fecundados por los animálculos.

Pero aún quedaban muchos vacíos por llenar … (Lea también: Conceptos Sobre La Formación del Hombre, 1 Parte)

KARL ERNST VON BAER, nacido en 1792, investigando en perras abrió un día una vesícula ovárica y advirtió en ella un puntito amarillo, que mirado al microscopio era semejante al que ya había visto en las trompas uterinas.

Considera a la vesícula ovárica como un huevo materno y al huevo contenido en ella como un huevo fetal. Se consagra así el principio de que “el huevo existe; el testículo hembra es un ovario, un depósito de huevos” .

Entramos ahora a la llamada “etapa celular”, que es, ciertamente, el mayor hecho biológico de los tiempos modernos, y que va a tener profunda influencia sobre las ideas de la concepción animal.

Desde 1675, MARCELO MALPIGHI sugirió que tanto los organismos animales como los vegetales podían estar compuestos por diminutas partes elementales, utrículos o vesículas. Por eso, según Garrison, se le considera el fundador de la histología.

En 1824, DETROCHET asigna a esas vesículas el nombre de “células”, aunque fue ROBERTO HOOKE, en 1665, el primero en utilizar la palabra celda o célula al describir el aspecto microscópico de un corte o sección de un trozo de corcho.

Posteriormente se va aclarando que, en realidad, todos los organismos están compuestos de un agregado de células, que son, a su vez, organismos con existencia propia. Por último, queda establecido que toda célula proviene por división de una célula preexistente. Asi, en 1858, RUDOLFH VIRCHOW formula su célebre ley: “Toda célula proviene de otra célula”.

OSCAR HERTWIG, trabajando en las costas de Ajaccio con los huevos del erizo de mar -que por su pequeñez permiten seguir al microscopio las etapas internas de la fecundación- comprobó que ésta consistía en la unión del núcleo del espermatozoide con el del huevo.

Esa fusión era la esencia misma de la fecundación: el núcleo macho y el núcleo hembra se aproximan, se estrechan, se fusionan para constituir un núcleo doble. Horas después el huevo se divide en dos células y se desarrolla el comienzo del nuevo ser.

Ante el hecho de que las características que se observan en los individuos de una generación se reproducen a menudo en los individuos de la siguiente, CARLOS DARWIN en 1868 trató de explicarlo con su “hipótesis provisional de la pangénesis “.

Cada célula del cuerpo produce pequeñas copias, llamadas gémmulas. que pasan al torrente circulatorio y de ahí a los testículos y a los ovarios para formar los gametos. Cuando éstos dan origen a un nuevo organismo, las diferentes clases de gémmulas originan la misma clase de órganos, tejidos y células que produjeron en los padres.

La herencia, pues, supuso Darwin, era la consecuencia de la transmisión de gémmulas. Sin embargo, él mismo admitía que la biología de su época no daba solución a lo que se denominaba “el enigma de la herencia”.

En 1879 se describen minuciosamente los fenómenos que presenta el núcleo en el momento de dividirse.

En las reuniones de los dias 8 de febrero y 8 de marzo de 1865, la Sociedad de Historia Natural de Brunn (Checoslovaquia) escuchó un informe presentado por el monje agustino GREGORIO MENDEL, acerca de la hibridación o cruzamiento de distintas variedades de guisantes.

Dicen los historiadores que nadie de los que es-cucharon este informe ni ninguno de los que lo leyeron en los años finiseculares del XIX, entendió su significado. Solo veinte años después de la muerte de Mendel vino a descubrirse que con sus experiencias había aclarado el misterio de la herencia. Probó que en los cromosomas residia la base fisica de la herencia.

Posteriormente el naturalista norteamericano THOMAS MORGAN, estudiando un pequeño insecto, la Drosophi/a de vientre negro o mosca del vinagre, pudo demostrar por innumerables cruzamientos que cada cromosoma es un rosario de microscópicas unidades, colocadas en un orden estricto y determinado, cada una de las cuales desempeña en el desarrollo una función definida.

Son los “genes” o productores de los caracteres hereditarios, que en concepto de Sinnot pueden ser considerados como las unidades fundamentales de la vida. Con lo anterior quedaba formulada la “teoria de los genes”.

…y hemos llegado al final de nuestro recorrido histórico-ontogénico. Forzoso era que el tránsito lo hiciéramos más a grandes zancadas que a pasos cortos. De ahí que muchos hechos y personajes importantes hayan sido preferidos.

Creo, sin embargo, que esa revisión panorámica de la reproducción del hombre nos da pábulo para tocar, así sea de soslayo, algo realmente trascendente.

Sostiene el botánico Edmundo Sinnot que “puesto que los individuos vivientes envejecen y mueren, la continuidad de la vida debe conservarse mediante la transmisión de la herencia a nuevos individuos.

Cada ser que nace se constituye en un exponente más de una larga y jamás detenida sucesión de seres que se extiende hacia atrás, generación tras generación, hasta la aurora de la vida”. Podemos preguntarnos entonces: “¿Y hacia adelante qué?”.

Para encontrar respuesta a este interrogante debemos regresar a Demócrito y a Platón. Recordemos que para el primero, que era indudablemente un animista, el alma es un conjunto de átomos de fuego, átomos que contiene el semen, la semilla. Para el segundo la procreación es para los mortales el medio de participar en lo inmortal y eterno.

Entrelazando los conceptos filosóficos-metafisicos con los conceptos puramente científicos es posible obtener una deducción científico-filosófica acerca de la presencia permanente del hombre, y de un hombre determinado, en la faz de la Tierra, vale decir, de su perennidad o inmortalidad.

Si se acepta, como está aceptado universalmente, que el gen es la unidad fundamental de la vida -el átomo de fuego de Demócrito- que se va reproduciendo de generación en generación, ha de aceptarse también que es a través de él como el ser mortal participa de la inmortalidad.

Esta concepción materialista es natural que no tenga general acogida. Pero nadie puede negar que es demasiado hermosa. Por esbozarla apenas, el Santo Oficio de la Iglesia Católica, en infortunado momento, condenó la obra de uno de los más grandes y profundos pensadores del presente siglo: el jesuita PIERRE TEILHARD DE CHARDIN. y tenía que ser así, porque, como afirma Oriol Fina, “su pensamiento siempre estuvo presidido por la idea de humanar la materia y el espíritu”.

A pesar de que Teilhard de Chardin declarara que se sentía parte de la rama aristotélica, en este punto de la in-mortalidad del hombre yo considero que era rotundo seguidor de Demócrito y Platón.

A manera de exordio me valí de palabras de Teilhard de Chardin. y para finalizar me valgo otra vez de ellas:

“Entre los hechos que se presentan a nuestro conocimiento ninguno otro como el Hombre puede ser ni más extraordinario ni más luminoso” .

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