Doctor Emilio Robledo
El doctor Robledo nació en Salamina, ciudad fundada por don Juan de Dios Aranzazu, el 22 de agosto de 1875.
Fue el tercero de los dieciséis hijos del hogar de don Pedro Robledo, uno de los colonizadores antioqueños que llegaron a Caldas con el propósito de fundar fincas y haciendas a base de un trabajo agotador, y de doña Rosa María Correa de Robledo, por quien siempre profesó una profunda veneración y una admiración sin límites, sentimientos éstos trasmitidos después con creces a la que fue su esposa, doña Susana Uribe de Robledo, con quien se casó en 1902 y de quien tuvo nueve hijos.
La vida en Salamina, dice el doctor Robledo en una “Memoria” inconclusa que cita su biógrafo don Jaime Sanín Echeverri, “era en aquella población muy modesta y sencilla. La mayor parte de las necesidades domésticas se satisfacían por la familia misma.
Las madres, aun aquellas que disponían de dineros, confeccionaban con sus propias manos sus vestidos y los de sus hijos; generalmente no había en la casa más persona extraña a la familia que la cocinera; los muchachos concurríamos descalzos a la escuela y teníamos la obligación de madrugar a cumplir por riguroso turno varios deberes relacionados con la economía doméstica, tales como el acarreo del agua, pues no había servicio a domicilio de este importante elemento de abastecimiento, el cuidado de los animales de cuadra, donde los había y la llevada del mercado.
Vale decir que no había mozos de servicio”. (J. Sanín Echeverri. “Emilio Robledo”. 1976).
A los dieciséis años viaja a Manizales, ciudad que contaba por ese entonces con veinte mil habitantes, el doble de Salamina:
En donde ocupa el cargo de director de la Escuela Segunda de Manizales y de allí a Medellín, ciudad de un poco más de cuarenta mil almas, en donde adquiere el hábito de jornadas extenuantes de trabajo que conservará toda su vida; allí es, al mismo tiempo, estudiante de medicina, secretario-tesorero de la Universidad de Antioquia y profesor de geografía en la sección de bachillerato de la misma.
Obtiene el grado de doctor en Medicina y Cirugía de la Facultad de Medicina y Ciencias Naturales de Medellín, el 26 de agosto de 1900, y regresa a Manizales a ejercer la medicina y a practicar como médico castrense de la división “Marulanda”, asimilado al grado de Teniente Coronel para efectos fiscales.
En Manizales funda la “Sociedad Médica de Manizales”, en cuyo Boletín de Medicina aparecen como redactores y compañeros suyos los doctores Luis Zea Uribe y Daniel Gutiérrez y Arango.
Viaja luego a Londres en 1905, en donde hace estudios en la Escuela de Medicina Tropical de esa ciudad; sigue cursos de obstetricia, ginecología y cirugía infantil en Lyon y París y regresa al país en 1907 al ejercicio de la profesión.
De Europa trajo el primer microscopio que llegó a Manizales, y el primer pluviómetro con el que realizó investigaciones sobre la intensidad de la lluvia en aquella ciudad; además trajo consigo equipos empleados en los tratamientos de electroterapia.
Su ejercicio profesional en Manizales es fructífero:
Es el primero en realizar la extirpación de un maxilar inferior, la segunda en Colombia después de la practicada en Bogotá por los doctores José Vicente Uribe y Juan David Herrera. Estudia y publica artículos sobre el Edema Angioneurótico de Quincke, las hemoptisis, las gastroenteroanastomosis, y algunas manifestaciones raras del paludismo y de la fiebre recurrente. Se aventura con éxito en toda clase de cirugías y escribe sobre ellas.
Su microscopio le sirve para estudiar y publicar una monografía sobre la Uncinariasis, trabajo clásico en su género, y sobre el tratamiento de esta enfermedad con la leche de Higuerón, del cual se sentirá orgulloso toda su vida por haber sido el primero en emplear ese tipo de medicamento en algunas infestaciones por parásitos del intestino.
En esos días recibe uno de sus primeros honores internacionales al ser nombrado miembro correspondiente de la Sociedad de Patología Exótica de París.
Pero el campo de la medicina, en el cual ya ha sobresalido en forma señalada, no es suficiente para el espíritu inquieto del doctor Robledo.
Ingresa a la política como miembro del Republicanismo y hacia 1910 es considerado persona importante en ese movimiento. En 1912 es nombrado Gobernador de Caldas, cargo en el cual tiene excelentes realizaciones, en especial la creación del Instituto Universitario, que posteriormente habría de transformarse en la Universidad de Caldas y al cual hizo en vida la donación de su biblioteca, uno de sus bienes más preciados.
Es entonces cuando se interesa por la historia, y gracias a sus conocimientos geográficos y a su experiencia como higienista, publica la “Geografía Médica y Nosológica del departamento de Caldas, precedida de una noticia histórica sobre el descubrimiento y la conquista del mismo”. Allí se encuentra el germen de dos de sus obras posteriores más importantes, la Botánica médica y la biografía del mariscal Jorge Robledo.
En 1918, entró en polémica con el doctor Miguel Jiménez López, a propósito de un estudio de éste último titulado “Algunos signos de degeneración colectiva en Colombia y en los países similares”.
Robledo, con argumentos antropológicos, sostenía que indígenas capaces de practicar trepanaciones no presentaban degeneración alguna en sus facultades cognoscitivas sino que, por el contrario, mostraban el alto nivel cultural alcanzado por los pueblos que habitaron la Cordillera Central.
Hizo en ese entonces estudios sobre la fecundidad para señalar que ésta depende de la cantidad de trabajo productivo, según la llamada Ley de Bertillón que se expresa así: “En un país salubre, para un mismo grupo étnico y un mismo estado mental, la natalidad tiende a proporcionarse a la cantidad de trabajo productivo, fácilmente accesible al tipo humano estudiado”.
En estos asuntos relacionados con la natalidad y su control, Robledo sigue los postulados que su acendrado catolicismo le impone y de los cuales está ampliamente convencido y seguro.
En dos ocasiones, en 1921 y 1927, ocupa el cargo de Rector de la Universidad de Antioquia, que en un comienzo sólo contaba con las facultades de derecho y medicina y un colegio de bachillerato con internado. Allí funda la cátedra de Deontología Médica, al frente de la cual nombró al doctor Miguel María Calle.
Escribió por entonces la historia de la Universidad, desde 1822 cuando Santander le destinó el antiguo colegio de los franciscanos, hasta su centenario en 1922. El presidente Pedro Nel Ospina le ofreció el Ministerio de Educación, pero el doctor Robledo declinó su aceptación.
Participó innumerables veces en política, ya como representante a la Cámara o como Senador de la República, pero no se distinguió por su oratoria, como tampoco había descollado en la poesía, que salvo por algunos intentos ocasionales dejó a un lado muy tempranamente porque pensaba que un poeta no podía darse el lujo de la mediocridad.
Como Presidente del Senado le tocó intervenir en la candidatura presidencial del maestro Guillermo Valencia, disputada por el general Alfredo Vásquez Cobo.
La solicitud de la mayoría conservadora del Congreso al Arzobispo Ismael Perdomo, por la cual “deferimos al sabio consejo privado del Ilustrísimo y Reverendísimo Señor Arzobispo Primado la indicación del nombre del candidato que sostendremos en nuestro carácter de conservadores doctrinarios con el propósito de mayor compactación del partido y la seguridad de los principios católicos en el Gobierno del país”; la actitud vacilante del Arzobispo, quien en un comienzo se había manifestado valencista, luego vasquista y finalmente había predicado su imparcialidad; y finalmente, la actuación silenciosa del Nuncio de su Santidad que influía notablemente en las decisiones del Arzobispo, fueron elementos que tuvo que tener en cuenta el doctor Robledo para actuar, como Presidente del Congreso, en forma imparfrente a la división conservadora.
La llegada al país del doctor Enrique Olaya Herrera, recibido con un abrazo histórico por Carlos E. Restrepo en Puerto Berrío y el triunfo de su candidatura liberal, dieron término al período de hegemonía conservadora.
(Lea También: Doctor Luis Zea Uribe)
Dos actividades, que al decir de Sanín Echeverri, fueron entrañables para el doctor Robledo y ocuparon buena parte de su interés a través de su vida, fueron la botánica y la lexicografía.
“El principal mérito de Robledo, dice Sanín Echeverri, era que no se contentaba con la parte erudita de compilar millares de datos sobre las plantas y ordenarlos en forma pedagógica y armoniosa. Se interesaba por la genética y ello le llevó a ser el primer traductor al español de la Memoria de Mendel.”
Fueron cuatro los textos de Botánica médica y general que publicó, el último de los cuales consta de más de 700 páginas, basados en las conferencias y cursos que había dictado en las facultades de Medicina, de Agronomía y de Veterinaria de la Universidad Nacional, y a sus constantes lecturas y trabajos experimentales sobre plantas.
Sobresalió como lexicógrafo y estudioso de las palabras usadas en Antioquia y Caldas y de los neologismos empleados en esos departamentos y estudió también los refranes de las obras de Cervantes y los de su tierra natal.
Su opúsculo “Papeletas Lexicográficas”, en el cual estudió más de mil locuciones relacionadas con el habla de esos departamentos, le sirvió para ingresar como Miembro correspondiente de la Academia de la Lengua. Con su trabajo “Paremiología de Cervantes”, ingresó a la Academia Colombiana de Historia.
Su interés por la historia le llevó a escribir la Biografía del mariscal Jorge Robledo, para lo cual dispuso, entre otros, de documentos inéditos del Archivo de Indias de Sevilla.
Para Sanín Echeverri, “El doctor Emilio Robledo aparece en el panorama de la historia colombiana con ésta su primera obra extensa como un científico, cuyas investigaciones de este carácter en nada desdicen de las que ha hecho como biólogo. No deja vagar alguno a la imaginación. Cuantas veces se trata de una suposición deja establecido con nítida voz que así es. Los documentos inéditos, preciosos, publicados in integrum, dan a su obra esa calidad de lo indudable”. (J. Sanín Echeverri, ibid).
Puede decirse que su labor como biógrafo la inicia el doctor Robledo a sus sesenta años, eon la historia del Mariscal Jorge Robledo y la termina a los ochenta con la publicación de su “Bosquejo biográfico del señor Oidor Juan Antonio Mon y Velarde, Visitador de Antioquia, 1785-1788”, personaje histórico casi desconocido y más bien mal recordado que querido, pero que al doctor Robledo en sus estudios “confirmados más y más en sus largas permanencias en Bogotá, desempolvando papeles del Archivo Nacional, lo convencían de que el enviado por el Virrey Caballero y Góngora era unos de los personajes más eximios del pueblo antioqueño, y que los mayores o iguales podían ser contados con los dedos de la mano”, según lo asevera Sanín Echeverri.
Juan Antonio Mon y Velarde, según lo señala Eduardo Santa en su libro “La Colonización Antioqueña”, había tenido la visión futurista de fundar pequeñas poblaciones en todo el departamento, que fueron los núcleos a partir de los cuales los colonizadores de mediados del siglo XVIII desarrollaron la agricultura y crearon pequeñas haciendas en las que hacia el año de 1880 comenzó a cultivarse en forma intensiva el café.
De allí el interés del doctor Robledo en estudiar y rescatar la figura admirable del Visitador. Sin faltar a la imparcialidad del historiador, el doctor Robledo entendió que su labor de biógrafo era la de un educador que pone delante a los grandes modelos para que sean oídos e imitados por la sociedad: “Nuestra tarea, pues, consiste en honrar a un hombre que sobresalió de lo ordinario y fue un gran conductor de hombres”. (J. Sanín Echeverri, ibid).
Sobresalió también en otros campos de la cultura por sus estudios del idioma español, a través de sus vocablos y refranes, a tiempo que dedicó muchas horas de su vida al estudio y publicación de libros del campo de sus intereses históricos. Se destacó también como traductor de la obra de Parsons. Todo ello lo llevó a ocupar un sitio prominente en las Academias de Lengua y de Historia. Fue político de alto nivel interesado en servir a las gentes de su país con generosidad, dedicación y buen tino, a través de los instrumentos de que dispuso en las distintas oportunidades en las que fue miembro de las Corporaciones Publicas.
En su vida familiar fue intachable; afectuoso con los suyos y Maestro indiscutible de sus hijos. Este médico humanista fue un modelo de la forma en que se puede combinar el ejercicio de la profesión médica con la dedicación a otros campos del espíritu que él supo cultivar con indudable maestría.
Conservador en política y acendradamente católico, nadie le pudo tachar de fanático en ninguno de estos dos aspectos fundamentales de su vida admirable.
El doctor Emilio Robledo falleció el 18 de octubre de 1961, dando término a una vida particularmente fecunda y útil para sus semejantes.
Son múltiples las facetas admirables de su personalidad: como médico, ejerció la profesión con altura y competencia, y adornó sus conocimientos médicos con los de biología y botánica que le dieron gran renombre.
Fue generoso en extremo con los estudiantes a los cuales no solamente enseñaba sus conocimientos sino que les daba el ejemplo de una vida correcta dedicada a servir a los demás. De él se podría decir sin temor a equivocarse que fue un verdadero Maestro.
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