Árabe se escribe con “A”

Alfredo Jacome Roca, MD
Academia Nacional de Medicina

La letra A es popular entre los árabes:

Quienes cuidadosamente recogieron las enseñanzas de los antiguos y de los occidentales, las divulgaron, perfeccionaron y pusieron en práctica. Palabras árabes son alquimia, alcanfor, alcohol, álcali, azúcar, azafrán, almizcle, álgebra, ajedrez, ábaco; también Avicena, Albucasis, Averroes, Al-Baitar y Avenzoar (con su libro “Asistencia” y su descubrimiento sobre el Ácaro de la sarna). “Al” era un dios solar.

La Edad Media se caracterizó por el desarrollo y contraposición de dos culturas, que aún hoy en día siguen enfrentadas: la occidental, europeo-cristiana y la del oriente medio, árabe y musulmán.

El pueblo hebreo, precursor de la civilización judeo-árabe, tuvo que convivir en frecuente conflicto con ambos, como se vio en la expulsión (o en la conversión) de los judíos sefarditas de España por los cristianos, o como lo vemos en pleno siglo XXI con su perenne enfrentamiento con los palestinos.

En cuanto a la medicina, el último gran impulsador de esta ciencia había sido Galeno; aún con sus errores y su dogmatismo, consiguió ser aceptado por esos dos actores del medioevo, cristianos y musulmanes, por sus ideas monoteístas y por reconocer la superioridad del alma sobre el cuerpo. Cómo la medicina en Europa continuó ligada a la Iglesia y a los Monasterios, esto será tema de discusión posterior.

Con relación a los árabes, su cultura cambió con la fundación del Islam por Mahoma en el siglo VII.

El Profeta logró trasmitirles sus ideas iluminadas a través del Corán y de su propia vida, y en sus enseñanzas proclamó que había que ayudar y sanar al pobre y al que sufre. Fue sin embargo abogado de la medicina preventiva: “una onza de prevención es mejor que una tonelada de tratamiento”.

Así que recomendó mucho la higiene y las dietas. Quisiéramos aclarar que aún en nuestros tiempos se confunde la raza con el idioma y la religión.

No todos los árabes son musulmanes (como por ejemplo los libaneses, de mayoría católica), ni todos los musulmanes son árabes (como los afganos, iraníes e indonesios), mientras que los árabes (originarios de Arabia), representan una relativa minoría en este conglomerado.

La verdad es que todo surgió con los sucesores de Mahoma, que fueron llamados “califas”, y sus reinos, los califatos. La vida de los califatos comenzó en el siglo VII y llegó hasta el XX, con sus sucesivas capitales de Damasco, Bagdad, Córdoba, El Cairo y Constantinopla.

La época de mayor expansión del Islam fue durante el califato Omeya (Damasco), quienes sucedieron a los ortodoxos que venían del grupo mahometano original, y su carácter era hereditario.

Sin embargo los Abbasi, que siguieron con el califato de Bagdad, con su poder absoluto lograron el mayor esplendor cultural, al igual que los del califato de Córdoba, descendientes de los Omeyas y radicados en el sur de España (Al-andaluz); todavía podemos observar la magnificencia de sus construcciones en ciudades como Granada, en Andalucía, y el imponente palacio de La Alhambra.

Las relaciones del Islam con la civilización judeo-cristiana sufrieron un impresionante deterioro con el lanzamiento de las Cruzadas, que con una excepción no fueron exitosas en sus ocho principales versiones. Sin embargo, los árabes tomaron una actitud abierta con los conocimientos generados por los antiguos, particularmente los griegos.

Así que en un comienzo, se dedicaron a traducir al árabe los grandes libros griegos, a veces no directamente sino a través de traducciones previas al sirio, por ejemplo. Ellos querían construir la “ciencia árabe”, y en verdad conservaron y mejoraron lo que ya había. Así desarrollaron la alquimia, cuyo padre, Geber, escribió muchos libros.

Fueron excelentes químicos e inventaron los métodos de destilación, sublimación y cristalización, además de que perfeccionaron muchos otros procedimientos químicos.

Errónea fue su búsqueda de la “Piedra filosofal”, del “Elíxir de la eterna juventud”, de la influencia de las estrellas sobre los metales, y el de tratar de conseguir que los cuatro elementos se convirtiesen finalmente en oro.

El polvo de oro fue recomendado por muchos médicos árabes como una especie de panacea para múltiples enfermedades. Separaron el arte del boticario y el del médico, estableciendo las primeras farmacias privadas en Bagdad hacia finales del siglo VIII; escribieron las primeras farmacopeas; preservaron la sabiduría greco-romana pero le añadieron, gracias a sus recursos naturales, jarabes, confecciones, conservas, aguas destiladas y líquidos alcohólicos.

Impulsaron la geología, idearon y crearon el alumbrado de las calles, los vidrios para las ventanas, los juegos artificiales y los instrumentos musicales de cuerda.

“Droga” es una palabra de origen árabe, y además de las que arriba mencionamos también están jarabe, espinaca, benzol, mirra, láudano y nafta, entre muchas otras.

“Alcohol” es otra. Este término viene del color negro, que en árabe se escribe “àkhal” y de allí se derivó “alkohol” con el que se designaba el polvo de antimonio utilizado por las mujeres como cosmético para ensombrecer los párpados. Los moros llevaron este polvo negro a España en el siglo VIII DC. , pero luego los alquimistas empezaron a llamar alcohol a todo polvo utilizado en sus experimentos, o “cuerpo sutil”.

Después el término se extrapoló a lo más puro de algún compuesto, es decir su “quintaesencia”. De polvo pasó entonces a líquido, pues esta forma física se consideraba la más pura, de manera que la quintaesencia del azufre o ácido sulfúrico se llamó “alcohol sulphuris”.

Luego se pensó que la quintaesencia del vino era el líquido de olor fuerte obtenido de su destilación (“espíritu” del vino), por lo que Paracelso lo denominó “alcohol vini”. Así pues las bebidas alcohólicas son también llamadas “espirituosas”. En química orgánica se llaman alcoholes aquellos compuestos que contienen en su molécula un radical alquilo y otro, hidroxilo.

(Lea También: Sanación Viene de Santo)

Cabe a estas gentes el desarrollo de los verdaderos hospitales, que estuvieron al lado de las mezquitas.

La medicina galénica entró a través de Pablo de Egina (625-690) autor de una famosa enciclopedia médica que influyó mucho en el mundo árabe, y presenció la entrada de estos a Alejandría. Les ayudó también el acoger a grupos intelectuales cristianos como los nestorianos, que por sus ideas fueron considerados herejes. Nestorio, Patriarca de Jerusalén, huyó al Asia Menor y estableció una escuela de medicina, y sus partidarios trabajaron durante dos siglos en la traducción de textos griegos de medicina al árabe.

Al igual que ocurrió con la antigua Grecia y en la Europa medieval, muchos de estos importantes médicos y científicos eran también filósofos, astrónomos, matemáticos y en general cultivaban las diferentes ramas del saber. Algunos aportaron al conocimiento de la cirugía, o de la oftalmología. Razés y Avicena (Fig. 11-1)), los más importantes, incluyeron en sus obras el estudio de la terapéutica y de las drogas y plantas medicinales.

El quinto volumen del “Canon” (o código médico) de Avicena, es una materia médica que incluye los métodos para preparar las drogas, eficacia y sus efectos sobre las enfermedades; Describió 760 medicamentos y aconsejó probar primero las nuevas medicinas en animales y humanos, antes de autorizar su uso generalizado.

Este persa Ibn Sina (980-1037), o Avicena, fue droguista, poeta, médico, filósofo y diplomático; muchos de sus escritos fueron hechos mientras se recluía en la casa de un amigo boticario y sus enseñanzas farmacéuticas, aún con dominante influencia en el oriente, fueron aceptadas en el occidente como autoridad, hasta el siglo XVII.

Maimónides (1135-1204), judío que vivió en el siglo XII, nació en Córdoba y ejerció en El Cairo; escribió “el Libro sobre la explicación del nombre de las drogas“, con el estudio de unas 1800 de estas; aconsejó las drogas simples (con un solo principio activo), mejor que combinaciones o mezclas complicadas.

Este concepto -con pocas excepciones- se acepta actualmente. Otro hebreo, Isaac Judaeus (832-932) quien vivió en Egipto, escribió interesantes aforismos; dentro de estos me permitiré citar los siguientes pues siguen teniendo validez:

“La mayor parte de las enfermedades curan sin ayuda del médico, gracias a la acción de la naturaleza”.

“Si puedes curar al paciente valiéndote de una dieta, no recurras a los medicamentos”.

“No confíes en las panaceas, porque casi siempre son fruto de la ignorancia y de la superstición”.

“Debes procurar que el paciente tenga fe en su curación, incluso aunque no estés seguro de ella, porque así favoreces la fuerza sanadora de la naturaleza”. 

AvicenaEl malagueño Ibn Al-Baitar (Siglo XIII) fue uno de los más importantes científicos de la España musulmana, y el más importante botánico de la Edad Media.

Pasó su vida coleccionando y estudiando las diversas plantas, y organizó expediciones con este fin, llegando a Damasco, Trípoli, Constantinopla, Túnez y muchos otros sitios.

Su mayor contribución, basada en la observación, análisis y clasificación, fue el “Jami” o “Colección de drogas y alimentos simples”; este gozó de gran estima entre los botánicos hasta el siglo XVI y es un trabajo sistemático que incluye y critica los trabajos anteriores a él, y añade una buena parte de contribución original pues de los 1400 tópicos estudiados (más que todo plantas y vegetales), unas 200 no eran conocidas de antes.

Sus referencias son a 150 autores, árabes en su mayoría, pero también se refiere a unos veinte griegos.

Como cita los nombres de las plantas en árabe, bere-bere, latín y griego, facilita la transmisión de los conocimientos. Además del “Jami” escribió el “Mlughni”, enciclopedia de medicina con 20 capítulos que cataloga las drogas de acuerdo a su valor terapéutico, y habla de las plantas que son importantes para el tratamiento de las enfermedades de la cabeza, ojos y oídos, etc.

Es pues el Dioscórides árabe.

La devoción de este pueblo por los conocimientos griegos, su traducción y enriquecimiento, sólo viene a ser conocido tardíamente por occidente.

Fueron ellos sin embargo la semilla de la fundación de la famosa escuela italiana de Salerno, pues allí llevó sus estudios y aportes el legendario Constantino El Africano.

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