Cercanía, Cuestión de Humanidad
* Rodrigo Velasco Ortiz
* Filósofo MSc en Educación. Investigador, Universidad Autónoma de Bucaramanga
* Correspondencia: rvelasco@unab.edu.co
RESUMEN
A partir de una reflexión sobre la condición humana y algunos de sus determinantes contemporáneos, el artículo analiza el inveterado prejuicio en contra de las personas desconocidas o diferentes y plantea como tarea central para la construcción de humanidad y la preservación de la salud mental el reconocimiento de sí y de los otros y el cultivo de la compasión hacia sí y hacia los otros.
Dadas las particulares relaciones entre los enfermos y quienes los atienden para su recuperación, la cercanía y la confidencia son condiciones que favorecen el éxito de tal propósito y al mismo tiempo dignifican a quienes participan en el pro ceso.
Palabras clave: compasión – Salud Mental – Relaciones para la salud – Enfermera confidente
ABSTRACT
From the point of view about human condition and some of its contemporary determiners, the article analyses the age old predjudice against unfamiliar or different people and proposes as its main objective for the construction of humanity and the preservation of mental health; the recognition of oneself and others and the cultivation of compassion to oneself and others. Given the particular relation between patients and those who attend them during their recovery, proximitiy and confidence are conditions that favor success of the purpose and at the same time dignify those the participate in the process.
Key words: Compassion, mental health, relations for health, confident nurse.
LA CONDICIÓN HUMANA
Uno de los interrogantes cruciales, cuya respuesta condiciona todas las demás preguntas que podamos formularnos y por eso mismo sea el problema que más nos inquieta, se refiere a la condición humana. ¿Qué es el hombre?
Desde los albores de la humanidad, la experiencia del pensamiento como un tipo de ser diferente al de las piedras o los animales inició una polarización que, bajo las categorías de ‘espíritu’ y ‘materia’, las ha combinado en muy diferentes dosis para explicar lo que somos.
A lo largo de la historia hemos dado muchas respuestas, bien sea considerando a la humanidad como un caso particular dentro del universo, intermedio entre los objetos y los dioses, bien sea callando ante el reconocimiento del misterio. (Lee también: Por aquí pasó Bolívar)
La tradición occidental a la que pertenecemos, mezcla de filosofía griega y religión judía, ha fluctuado en diversas interpretaciones acerca de nuestra existencia, como si el ser humano fuera bien sea “una cosa particular dentro de un mundo de cosas”; “pecador en medio de la lucha entre el bien y el mal, cuya meta es lograr la salvación espiritual mediante el sufrimiento”; “Hijo de Dios y rey de la creación, pero necesitado de salvación por su caída original”; “Ser racional cuya tarea es organizar el mundo y avanzar en el progreso científico y técnico”; “Ser irracional en un mundo absurdo”; “Último fruto de la evolución natural cuya capacidad simbólica lo convierte en creador de las realidades que constituyen la cultura”. Éstas han sido algunas de las descripciones de nuestro ser como humanos.
En nuestra época, conocida como ‘de globalización’, ha surgido y se ha generalizado una nueva religión, cuya pretendida apertura es en realidad un estrechamiento de la mirada, enfocada casi de manera exclusiva en los medios de comunicación y en los capitales trasnacionales.
La gran verdad y el supremo criterio para establecer el valor de casi todo es su desempeño en el Mercado: una obra literaria vale si es muy bien vendida (best seller); un artista es bueno si sus obras se venden mejor que otras (Tops ten, Grammy Awards, Casa de Subastas Sotheby’s); el valor de los programas de radio o televisión lo fija el ‘raiting’ y la bondad de un candidato la determinan las encuestas. Un nuevo dios, el Mercado, ha extendido su criterio de valor hasta límites otrora insospechados y ha señalado al Éxito, con mayúscula, como su único instrumento de medición y prueba.
Una manera para comprendernos consiste en analizar nuestras necesidades, en mirar lo que deseamos y aquello que nos satisface y nos hace felices. Por ello, frente al mencionado imperio de los comerciantes, es preciso andar cuidadosamente para no sucumbir ante los espejismos.
Un somero análisis del efecto que produce en las personas la búsqueda desaforada de cualquiera de los objetivos que más acogida tienen en el mercado (dinero, poder, fama, placer, información u otros parecidos) nos enseña que no es exactamente la felicidad.
El Éxito es premio muy precario cuando se alcanza en uno solo de esos terrenos, especialmente cuando se logra en desmedro de los otros; mientras más felicidad se espera, más fuerte es el sentimiento de fracaso al obtenerlo. Habrá que buscar, entonces, en deseos más íntimos o más completos que aquellos que promueve actualmente la sociedad del mercado global; el momento que vivimos nos plantea tan disímiles interpretaciones acerca de nuestro propio ser que urge la elaboración de nuevas síntesis, no tan claras ni tan simples como las que en el pasado han producido desencanto, sufrimiento y opresión.
Y esa búsqueda no se puede realizar en la soledad ni en el encerramiento; desencantados de verdades absolutas, de valores eternos o de bellezas incontrovertibles, nos corresponde reconocer con humildad que sabemos muy poco, que nuestra mirada es tan parcial y tan determinada por las circunstancias que para ampliarla nos corresponde abrirnos a las perspectivas de otros, apreciar la riqueza parcial de los demás y, como remedio a nuestra débil situación, romper con la tradición egocéntrica y etnocéntrica que nos hace sentir superiores y menospreciar a los otros, para dar un viraje y buscar afanosamente la comunicación con personas diferentes. Cada vez somos más conscientes de nuestra soledad y de que necesitamos a los otros seres humanos para poder ser más nosotros mismos.
Como lo expresa el filósofo judío Martín Buber,(1) “La vida humana posee un sentido absoluto porque trasciende de hecho su propia condicionalidad; es de c ir, que considera al hombre con el que se enfrenta, y con el que puede entrar en una relación real de ser a ser, como no menos real que él mismo.
La vida humana toca con lo Absoluto gracias a su carácter dialógico, pues a despecho de su singularidad, nunca el hombre, aunque se sumerja en su propio fondo, puede encontrar un ser que descanse del todo en sí mismo, y de este modo, le haría rozar con lo Absoluto; el hombre no puede hacerse entera mente hombre mediante su relación consigo mismo sino con su relación con otro mismo.
Y más adelante(1) afirma: “El hecho fundamental de la existencia humana no es ni el individuo en cuanto tal ni la colectividad en cuanto tal. Ambas cosas consideradas en sí mismas no pasan de ser formidables abstracciones. El individuo es un hecho de la existencia en la medida en que entra en relaciones vivas con otros individuos; la colectividad es un hecho de la existencia en la medida en que se edifica con vivas unidades de relación. El hecho fundamental de la existencia humana es el hombre con el hombre”
Pero no resulta fácil efectuar el viraje propuesto, cambiar de perspectiva y reconocer que no sabemos, que somos débiles, necesitados y requerimos de los demás como individuos o como colectividades. Romper la prepotencia que nos bautizó como ‘reyes de la creación’ desde la perspectiva de la especie o como ‘civilizados, modernos y progresistas’ desde la perspectiva de los grupos económicamente más poderosos en el mundo occidental, no es tarea fácil, como tampoco lo es romper con el lastre pesimista de una maldad original que nos hace incapaces de dirigir nuestra propia vida.
Para facilitar la apertura a otras miradas, para ampliar nuestro horizonte cambiando de paradigma, podemos dar un paso si analizamos algunas tendencias del pasado que nos han llevado a ver como vemos y a actuar como lo hacemos. ¿Por qué desconfiamos de los otros?
EL PRÓX (J) IMO Y EL EXTRANJERO
Una de las experiencias afectivas más universalmente extendidas entre los pueblos tiene que ver con la compleja red de sentimientos construida alrededor del temor hacia los extranjeros, originada en un sentimiento más amplio, el miedo hacia lo desconocido, y favorecida por la ignorancia y el prejuicio.
Tal entramado de sentimientos asociados con la desconfianza oscila entre dos extremos, sólo aparentemente excluyentes, según el tipo de relaciones que hayan caracterizado el encuentro entre pueblos diferentes.
En unos casos el odio, mezclado con desprecio, busca el daño y la aniquilación de quienes no pertenecen al propio grupo; para otros, la exagerada admiración, mezclada con desconfianza, lleva al auto sometimiento y al desprecio de todas las manifestaciones culturales propias. Y en ambos casos existe algo en común que son el odio (hacia sí o hacia otros) y sus compañeros inseparables, el miedo y la ignorancia.
Como afirma Fanny Blank(2),“ El racismo y el odio al extranjero son rasgos universales de las sociedades humanas: Se trata de la imposibilidad de constituirse sin excluir, desvalorizar y odiar al otro. El tema abarca el psi-quismo individual y el imaginario social.
Cada sociedad se constituye con sus valores, su concepto de justicia, de la lógica y de la estética. Los otros serán inferiores, de modo que la inferioridad del otro es el reverso de la afirmación de la propia verdad. De aquí a que los otros contengan una esencia malvada y perversa hay una corta distancia.
Este sentimiento paradojal de amorodio, alimentado por el desconocimiento, muestra uno de los rasgos típicos del comportamiento humano, cual es la contradicción permanente, la tensión continua, propia de toda con ciencia, en cuanto hace evidente la radical separación entre el sujeto y aquello de lo cual tiene conciencia, entre el ideal y el presente y, como la más significativa de todas las escisiones, la mayormente relacionada con la felici dad o la infelicidad, la separación entre el yo y los otros ‘yoes’, presentada de muy variadas maneras por filósofos, psicólogos, novelistas, poetas y dramaturgos.
En el artículo mencionado sobre los prejuicios raciales, Fanny Blanck,(2) encuentra raíces de este sentimiento de odio en reacciones primitivas de algunos animales: “…una característica mucho más fundamental que compartimos con al menos algunos animales: la agresión a quién, a pesar de pertenecer a la misma especie, así y todo es distinto.
Ni la gente ni los pájaros agreden a una raza desconocida de perro, de vacuno, de ave; el “otro” al que se ataca debe tener suficiente similitud. Los esclavistas que martiri zaban negros y los soldados que prendían fuego a los guetos no eran perversos con los animales.
El otro, el semejante, es el primer objeto satisfaciente, el primero hostil y la única fuerza auxiliar. Así afirma Freud (1895) en el Proyecto, marcando la única posibilidad de vida para el nuevo sujeto, a partir de un otro anterior y externo a él, de quien es imperativo que lo ame y que lo invista si es que ha de devenir sujeto. Esta necesidad del otro para la vida crea el amor y también el odio. El odio inevitable, que se incrementa a partir de la frustración, de la rivalidad, del desencuentro, y el amor a partir de la satisfacción”
Otro sentimiento complementario, universalmente repartido, es el derivado de la confianza ingenua en el valor inobjetable de las propias creencias, configurado en el individuo como narcisismo y en la colectividad como etnocentrismo.
La palabra griega Barbarós (bárbaro) que nació de la dificultad para entender la lengua de los extranjeros, a quienes se les escuchaba un “bara bara bara….” ininteligible, fue ampliando posteriormente sus connotaciones con las ideas de incivilizado, salvaje, cruel, fiero, inculto, sanguinario, bestial, desproporcionado y otras bellezas por el estilo, que muestran el miedo, el odio y su disfraz, el desprecio, hacia lo desconocido.
¿Por qué tal contradicción al odiartemer a quien es tan parecido y al mismo tiempo tan distinto? El psicoanálisis, descubridor del inconsciente y de muchas de las contradicciones surgidas de su relación con la conciencia, arroja ciertas luces al problema: así como nadie se conoce por completo y resulta invisible aquello que está demasiado cercano (muchas veces no sabemos de nosotros lo que todo el mundo sabe y el árbol impide ver el bosque) el extranjero, por la simple comparación con lo propio, está en mejores condiciones que el nativo para observar aquellos rasgos de las costumbres que por ‘naturales’ y obvios no son siquiera considerados por él.
“En el plano social el narcisismo es sustituido por los prejuicios, que son “aquello que hace que uno se ignore a sí mismo” como grupo”.(2) En la vida cotidiana nos produce desconcierto – y en no pocas ocasiones ira – el que alguien nos muestre facetas oscuras de nosotros mismos que han permanecido ocultas; parte de nuestra reacción es el miedo que tenemos a la caída del pedestal en el que hemos erigido nuestra propia imagen.
Para el propósito de este trabajo conviene anotar que el odio al extranjero es potencialmente el odio a todo otro diferente, a quien siendo tan parecido es distinto, como lo han plasmado en conocidas máximas algunos novelistas y filósofos, exploradores de los meandros del alma humana: “Cuando odiamos a alguien, odiamos en su imagen algo que está dentro de nosotros” (Hermann Hesse) ; “La diferencia engendra odio” (Henry Beyle Stendhal) ;”Le he ama do demasiado para no odiarle” (Jean Baptiste Racine); “El odio del contrario es el amor del semejante: el amor de esto es el odio de aquello. Así, pues, en sustancia, es una cosa misma odio y amor” (Giordano Bruno).
Este sentimiento de amor-odio hacia el extraño o diferente muestra su complejidad en el frecuente uso del mecanismo de defensa mediante el cual proyectamos en otros aquello que más odiamos en nosotros mismos: una falsa tranquilidad nos llega cuando alejamos la mirada de nuestras debilidades y tanta más fuerza ponemos en adjudicarlas a otros cuanto más inseguridad nos proporcionan.
En lenguaje psicoanalítico, el material reprimido en nosotros como vergonzoso se expresa como agresión hacia los otros, tan parecidos y tan diferentes. De alguna manera los hilos de la red se reencuentran en cuanto cada uno es un poco extranjero para sí mismo, desconocido y temible, precisamente por desconocido.
Nuevamente las paradojas entre la proximidad y la lejanía, entre lo inmediato y lo mediato, entre el árbol y el bosque, entre la inconsciencia y la con ciencia. El mandato bíblico de amar al próximo se convierte a la vez en amarse a sí mismo y amar al extranjero.
CONOCIMIENTO Y CERCANÍA COMO COMPRENSIÓN
Todo parece indicar que cualquier salida para asumir a fondo la cuestión fundamental de nuestra existencia está relacionada con la comunicación con nosotros mismos, mediante la reflexión, y con los demás, mediante el diálogo.
En la tradición cultural, tanto en oriente como en occidente, este quehacer ha sido interés central de filósofos y religiosos por lo cual, en un mundo desencantado de tantos ‘ismos’ erigidos en absolutos, no resulta cómodo invitar con argumentos creíbles al acercamiento profundo entre las personas.
A pesar de lo anterior, por la consistencia de su discurso y su enfoque fuertemente humanizante, juzgo pertinente mencionar una de las tendencias que combinan filosofía y religión pero que, a diferencia de otras, no pretende colocarse sobre las demás ni desconocer el valor de interpretaciones diferentes a la suya.
Es la representada por Tenzin Gyatso, el Dalai Lama, cuyo llamado ético se centra en la compasión, virtud nacida del convencimiento en la fundamental semejanza entre los seres humanos y en la búsqueda de la felicidad mediante la comprensión y el cultivo de unos sentimientos como el amor y el rechazo de otros como el odio y la ira.
El Dalai Lama define la ética de la compasión así: “En el nivel más elemental, la compasión se entiende sobre todo en términos de simple empatía, esto es, nuestra capacidad de captar y, en cierta medida, compartir el sufrimiento de los demás. Sin embargo (…) esto es algo que se puede desarrollar a tal extremo que no sólo surja sin el menor esfuerzo, sino que también sea incondicional, indiferenciada y de amplitud universal”.(3)
Al preguntarle a un monje tibetano (Geshe Lhakdor) cuál sería la joya más valiosa que trataría de preservar para la humanidad, simplemente respondió: “lo más importante que yo trataría de preservar es el ver a los demás como a uno mismo; (…) el sentimiento de igualdad, nada que ver con una religión en particular. Y también preservar lo importante que es tener una actitud compasiva, una forma de vida compasiva.”(4)
Y al definir la compasión como virtud laica, independiente de cualesquier creencias religiosas, Lhakdor la condensa en el esfuerzo por disminuir el sufrimiento de todas las personas, incluido uno mismo, quienes sin excepción deseamos ser felices: “… nunca deberá ser sumisión ciega, donde dejes que otros te exploten (…) nunca debe de ser vista como una debilidad, sino un signo de fuerza (…) nunca se debe confundir con el sentido de dejar que otros abusen de tu ser: eso es estupidez y no compasión (…) significa darse cuenta que otros son semejantes a ti y que están sufriendo, aún cuando ellos no se den cuenta, y tú los quieras ayudar con adecuado entendimiento y sabiduría (…)debemos practicarla, no porque sea una idea religiosa, no es una idea religiosa (..)
La bondad Amorosa es la base de la compasión. Para poder desarrollar la compasión uno debe tener un sentimiento muy fuerte de cercanía con los demás; la bondad amorosa junta a las personas, hace que otros sean muy queridos y cercanos a tu corazón, trae un sentimiento de cercanía. Para desarrollar la compasión debe primero tener el sentido de cercanía, de unidad.(4)
Desde esta óptica compleja, la construcción de humanidad como tarea de toda persona pasa por varios movimientos, aparentemente contradictorios:
a) Acercarse a sí mismo para conocer se mediante la reflexión y superar los prejuicios narcisistas de la propia perfección
b) Alejarse de sí mismo para reconocerse en los otros mediante la comparación,
c) Acercarse a los otros para conocerlos, superando los estereotipos y prejuicios y
d) Alejarse de los otros para trascender las manifestaciones superficiales que señalan diferencias aparentemente irreductibles a nuestra propia humanidad.
AMOR A SÍ MISMO, CONDICIÓN DE BONDAD Y SALUD MENTAL
Un sector mayoritario de pensadores en occidente, enmarcado en la lógica formal aristotélica, ha rehuido el análisis de la contradicción y de manera simplista separa los opuestos como excluyentes, haciendo creer que el bien es irreducible al mal y la verdad al error o que los seres humanos somos buenos o malos, así, sin términos medios.
Por eso no es extraño que en la cultura occidental, inspirada en los opuestos Dios-Demonio, Bien-Mal, Virtud- Vicio y en la cual el hombre es originalmente un pecador necesitado de una gracia salvadora externa, hayan habido interpretaciones radicales que atribuyen al ser humano la maldad y erigen como deber el odio a sí mismo.
Algunos textos sagrados han servido como justificación para el auto des precio, identificando equivocadamente egoísmo con amor a sí mismo.
Frases como;“…quien quiera ser mi discípulo, que se niegue a sí mismo, que tome el sufrimiento de la cruz y me siga” (Lucas, 9, 23); o “..La actitud del cristiano debe ser como la de Cristo, quien se rebajó voluntariamente, se volvió esclavo, se humilló a sí mismo y se hizo obediente hasta la muerte” (Filipenses, 2, 5-8); o “..el que aborrece su vida en este mundo, la salva para el eterno”; (Juan, 12, 24-25) han sido usadas como una invitación al menosprecio de sí y a la búsqueda de la infelicidad como condición salvadora de la naturaleza humana.
Vistas las cosas desde una perspectiva compleja y más dialéctica, aprendiendo tanto de la propia experiencia, llena de tensiones; como de los hallazgos de las ciencias humanas, el deber fundamental del hombre es propiciar su desarrollo, no su muerte, su salud, no su enfermedad; es el amor de sí mismo mediante el cultivo equilibrado de todas sus facultades, desplegando su libertad, ejercitando su inteligencia y su capacidad decisoria. Amarse a sí mismo pasa necesariamente por amar a los otros, con cuya interacción se forja la propia humanidad.
Tradicionalmente se ha interpretado la salud como el conjunto de condiciones requeridas; para el desarrollo y la expansión de la vida en cada uno de los seres vivos. En el caso de los humanos, la búsqueda de la salud se convierte entonces en el principal deber moral y; para precisar en qué consiste, conviene considerar aquello que hemos aprendido del comportamiento humano saludable; a partir de las investigaciones psicológicas realizadas en las últimas décadas.(5)
¿Qué caracteriza a una persona saludable desde el punto de vista mental?. Aunque la palabra “sano” no pueda ser usada de manera absoluta; sin atender a las enormes diferencias individuales y a los variados matices del comportamiento en cambiantes circunstancias; si podemos señalar un conjunto de condiciones, a manera de síntomas o indicios de salud mental; cada uno de los cuales ha de ser interpretado en su relación con los otros para que adquiera su cabal sentido:
Autoconocimiento, como relativa perspicacia en la comprensión de sí mismo, de las virtudes y defectos propios, así como de su adecuación a las metas escogidas; conocimiento de los motivos que orientan la acción y de los sentimientos hacia los demás y respecto a los sucesos que afectan la propia vida;
Autoestima, como valoración de las competencias para desempeñarse exitosamente en la vida social; confianza en sí mismo que permite estar tranquilo en compañía de otras personas y reaccionar con espontaneidad la mayor parte del tiempo.
Capacidad para dar y recibir afecto como sensibilidad a las necesidades afectivas propias y ajenas y disposición para atenderlas adecuadamente. Aceptación de los deseos corporales y su conveniente satisfacción sin excesos que hagan daño
Capacidad para ser productivo y feliz como el poder para emplear las capacidades en el logro de aquello que se propone; bien sea un trabajo físico, intelectual o interpersonal; en una proporcionada relación entre el esfuerzo requerido y el disfrute que acompaña el despliegue de las propias capacidades.
Esta constelación imbricada de síntomas de salud funciona como el sistema de tejidos y órganos de un ser vivo; compuesto de partes diferentes pero con un sustrato común, la carga genética, que determina la condición básica de salud de cada una de ellas. Así, el amor auténtico está en la base de la salud mental y su cuidado y promoción afecta la calidad de la vida en su conjunto.
Esta necesidad de apreciarse y quererse (a sí mismo y a los semejantes) es la misma; guardadas las proporciones, que la requerida desde la perspectiva práctica por cualquier tarea inteligente; la consideración cuidadosa de los recursos disponibles (para seleccionar los más pertinentes); y la confianza en que sus características son las demandadas para el logro del propósito buscado.
La principal tarea humana – la construcción de sí mismo y del entorno social y natural que mejore la calidad de vida –; no es viable sin un mínimo de aprecio por sí mismo y por los otros, sentimiento que, interpretado de manera integral y armónica, es lo que denominamos amor.
¿En qué sentido el amor es la base de la construcción de humanidad?. En el sentido presentado por Erich Fromm,(6) para quien se trata de un arte; de un trabajo creativo que demanda el cultivo de las condiciones naturales mediante el conocimiento y la práctica continua; realizados con esfuerzo e imaginación y cuyo fruto, la obra de arte, es fuente de gozo y deleite para quien la contempla. La tarea central de las personas es hacer de la propia vida la mejor obra de arte.
Fromm muestra cuatro actividades constitutivas de esta práctica, tareas siempre en proceso y jamás acabadas; conocimiento, Respeto, Responsabilidad y Cuidado. Con el inicio de la primera de ellas; el conocimiento, nos percatamos de la radical interdependencia entre los seres humanos; nos necesitamos mutuamente en todos los sentidos y, desde el punto de vista existencial; uno de nuestros problemas más hondos es la necesidad de superarla ‘separatidad’ disminuir la angustia derivada de la soledad; desasosiego del cual solo nos libramos con el ejercicio del amor.
Como se expresó anteriormente, no es el egoísmo expresión de amor a sí mismo; todo lo contrario; el colocarse como único centro del conjunto de los propios deseos; desentendiéndose de los deseos de otros seres humanos y utilizándolos como medios para la propia satisfacción; es una muestra de ignorancia acerca de la naturaleza humana, desconocimiento que deteriora las otras tareas del amor; el respeto, el cuidado y la responsabilidad.
LA COMUNICACIÓN AUTÉNTICA, NACIDA DE LA CONFIANZA
La comunicación entre los seres humanos ha sido condición de existencia de la cultura, entendida como todo aquello que nos separa de los animales.
En tal sentido nadie podría desconocer su importancia; sin embargo, más allá (¿o más acá?) de su valor universal; me referiré a un tipo particular de comunicación, aquella mediante la cual sentimos que nos estamos haciendo más personas con otras personas.
Comunicarse no es tarea fácil, particularmente si lo que se busca es compartir con otro la propia manera de comprender y de sentir; con el convencimiento de que él a su vez tiene algo propio que expresar, en condiciones de igualdad.
La comunicación auténtica, como requisito para la mutua formación y no como medio para que otro esté al servicio de los propios intereses; tiene unas exigencias que es preciso considerar y, en el campo que nos ocupa, la comunicación para la salud; hemos de tener en cuenta algunas particularidades, dadas las características específicas de tal relación y la existencia de prejuicios derivados de la tradicional estructura jerárquica médico-jefe-auxiliar-paciente(7).
Por una parte, es ineludible el conocimiento y la atención conciente de algunos fenómenos psicológicos de la comunicación humana; tales como las mutuas reacciones emocionales – positivas o negativas – entre pacientes, médicos y enfermeras (transferencia, resistencia); las habilidades para comprender la situación del otro y tratarlo respetuosamente (empatía) o su contrario (antipatía).
La perspicacia para detectarlos, comprenderlos y manejarlos con inteligencia, avanzando más allá de la simple reacción natural; es una cualidad que ha de cultivarse, dado el influjo benéfico del trato personal respetuoso, comprensivo y afectuoso; de médicos y enfermeras para la curación del enfermo.
En igual sentido, es preciso reconocer que cada persona enferma que llega a un centro de salud es única, particular; y por lo tanto desconocida para médicos y enfermeras; sin una escucha abierta y confiada no son posibles la comprensión cabal y el tratamiento adecuado de su enfermedad, la que él padece, no la de los libros.
Desafortunadamente, con el avance de las especialidades y subespecialidades en la ciencia médica y los requerimientos de estudio cada vez más altos; muchos doctores solo miran desde la perspectiva de la enfermedad, de la ciencia que ya conocen; y son incapaces de indagar por lo que ignoran, esto es, quién es la persona que solicita atención para sus males.
Una adecuada comunicación tiene que partir de la mutua confianza entre los interlocutores para hacer creíble lo que expresan. Por eso es importante reconocer el saber de cada uno, aceptando que posee una perspectiva particular y solo desde ella puede comprender; nadie conoce tan bien su propia situación, sus temores, sus expectativas, su dolor y lo que hace, como quien tiene la enfermedad; ignorarlo desde la ciencia es impedir el diálogo requerido.
También sería un despropósito negar el conocimiento y la experiencia curativa del personal de la salud; a pesar de que los len guajes sean diferentes, es preciso encontrar uno, intermedio, que relacione los dos mundos.
Esta relación entre médicos y enfermeras con sus pacientes, tan cercana a la vida y a la muerte, al sufrimiento y al dolor; suele plantear muchos dilemas éticos, nacidos del respeto debido a cada una de las personas; lo cual implica el estudio y la consideración de factores psicológicos y culturales que van más allá de las ciencias puramente médicas.
Como lo argumenta la doctora Irene Barrios,(8) “ El desarrollo de la concepción multicausal de la enfermedad, elaborada por H.R. Leavell y E.G. Clark en la década de los años 50 y posteriormente por B. Mac Mahon en los 60, contribuyó a la integralidad del pensamiento clínico y epidemiológico; al incluir en el razonamiento clínico el vínculo de los trastornos biológicos del individuo con los elementos ambientales, culturales, conductuales y sociales; estableciendo el concepto de factores de riesgo para abordar estas esferas”
Una interpretación sistémica de la enfermedad la considera simultánea mente como un fenómeno orgánico; una modificación estructural y funcional de los órganos del paciente, no sólo ligada a la anatomía y fisiología; sino también vinculada a las lesiones del lenguaje y de la psiquis humana; con elementos etiológicos derivados del comportamiento social; ligada a la manera en que se representa en la comunidad (a partir de las formas específicas de enfermar en cada una de ellas).
Es preciso considerar también que la enfermedad provoca una alteración en el sentido que tiene la vida para cada persona; violenta su seguridad y su jerarquía de valores al introducir interrogantes existenciales y; por último, desencadena una serie de acciones diagnósticas y terapéuticas; que deben ser analizadas a partir de los parámetros del bien el mal, lo justo, lo injusto y los conflictos de valores.
Una cierta práctica clínica parcializada suele, o bien privilegiar lo puramente biológico – sacralizado como la verdad científica – o en el mejor de los casos; crear departamentos de Trabajo Social y de Psicología para que se encarguen, cada uno por su lado, de los “problemas concomitantes”; ¿Quién entonces tiene la mirada comprensiva y de conjunto? ¿Quién establecerá la relación indispensable entre el mundo del paciente y el mundo médico?
No resulta completa una respuesta diferente a la del equipo como tal, de suerte que cada uno de sus miembros, médicos, enfermeras, auxiliares; y todos aquellos de quienes depende la salud del enfermo, tenga la comprensión suficiente de su caso para prestarle los ser vicios requeridos.
Ello no obsta para señalar el carácter crucial del papel de la enfermera en este equipo, no solo por sus conocimientos y por sus funciones; sino porque están do muy cerca de los enfermos es la persona mayormente capacitada para ejercer una función mediadora; entre los mundos del paciente y de la medicina.
LA ENFERMERA COMO CONFIDENTE
Desde una perspectiva integral, gracias a sus diferentes conocimientos y responsabilidades, médicos, enfermeras, auxiliares y personal técnico deberían formar un equipo interdependiente. Este es un ideal. Sin embargo, dadas las condiciones reales y las diferencias de estatus entre las profesiones; este ideal es imposible de llevar a cabo en la mayoría de los centros de salud. En su defecto, se trata de conectar de la mejor manera posible las tareas de cada uno.
Este punto de vista es planteado por la enfermera Dalila Aguirre(9) quien diferencia las actuaciones y responsabilidades de médicos y enfermeras; mientras corresponde al médico realizar el diagnóstico de las enfermedades y establecer un tratamiento que alivie o resuelva el problema que aqueja al enfermo; a la enfermera corresponden tres tipos de actividades:
- Acciones dependientes para cumplir las indicaciones médicas.
- Las acciones interdependientes para brindar una atención interdisciplinaria o multidisciplinaria a la persona enferma o sana, la familia y la comunidad; con la participación de técnicos o especialistas de la salud y
- Y finalmente las acciones independientes, dirigidas a satisfacer las necesidades básicas de confort, descanso, higiene, buena alimentación y prevenir complicaciones; entre otras cuestiones. Todas las anteriores se sustentan en los conocimientos generales y particulares de otras ciencias; y en el dominio y aplicación de principios científicos y éticos que regulan su actuación y comportamiento profesional.
Esta manera de mirar las cosas hace recaer en la enfermera una mayor responsabilidad en el establecimiento de relaciones integrales y armónicas con los pacientes; en las que se conjugan factores psicológicos, culturales y éticos, razón por la cual, en los últimos años; la formación profesional ha buscado fortalecer los conocimientos en las ciencias sociales.
El enfermo no es objeto de sus cuidados; es sujeto con quien establece relaciones para su salud, es persona activa, responsable y capaz, “cuyos comentarios, sentimientos, emociones e ideas; tienen un valor incalculable para la labor del profesional de enfermería y de salud; que engrandece su labor y hace más humana la atención y la relación, y al mismo tiempo permite abordar al hombre; no como una suma de sus partes sino como una totalidad, integralmente”.(9)
Esta relación interpersonal supone a la enfermera no solo como proveedora de cuidados y administradora de tratamientos; sino como la compañera y confidente que intenta estimular todos los recursos anímicos del paciente para su curación; mediante la escucha comprensiva y las acciones tranquilizadoras y reconfortantes.
Una dimensión central en tal relación es la ética como práctica moral, no solo en los asuntos cruciales de vida o muerte; sino en los cotidianos de la cortesía y el respeto que contribuyen a la autoestima de su interlocutor y por lo mismo favorecen su curación.
Es una relación vista dentro de la tradición humanista, relación persona a persona; más honda que la relativamente simple de cualquier experto o funcionario.
Citando a Joyce Travelbee, Dalila Aguirre define la enfermería como; “un proceso interpersonal por el cual el profesional de enfermería ayuda a una persona, una familia o una comunidad; a prevenir o afrontar la experiencia de la enfermedad y el sufrimiento y; en caso necesario, dar sentido a estas experiencias”. Además (…) plantea que los términos enfermera y paciente son estereotipos y sólo se usan por razones de la economía de la comunicación( 9).
Todo esto, sin duda, está ligado al desarrollo mismo de la profesión; de manera que al estar sólidamente fundada en conocimientos sobre el comportamiento del ser humano; tendrá un carácter más autónomo del que tiene actualmente, mejorando con ello los servicios de salud; y también para que las profesionales disfruten su trabajo y hagan suyas las palabras de compromiso que una enfermera colombiana escribiera un día:
“ Me fascina la idea de la cercanía; la presencia misma de todos nosotros auténticamente comprometidos con las necesidades y el sufrimiento de los otros; que por lo general son siempre un pedacito de nosotros mismos…mi batalla permanente en mi trabajo; no es sino la disposición de ser mejor ser humano cada día con mucho esfuerzo, y además tratar de transmitirle a mis colegas; a mis auxiliares el enriquecimiento interior que obtenemos cuando en cada detalle damos todo de nosotros y aprendemos de los demás; es una permanente experiencia de aprendizaje más allá de lo científico y tecnológico…no hubiera podido ser nada diferente a enfermera…”
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
- Buber M. ¿Qué es el Hombre? Bogotá: Fondo de Cultura Económica, 1977. p. 43
- Blanck Cereijido F. La mirada sobre el extranjero (APM México) en www.spdeca racas.com.ve/download/cdt_136.doc. Consultado el 5 de abril de 2006
- Dalai Lama. El arte de vivir en el nuevo milenio. Barcelona: Grijalbo Mondadori. 2000, p. 131.
- Patiño A. El sentido de igualdad entre los seres humanos, Mensaje de Geshe Lhakdor, en www.forumdemonterrey2007.com/index.php?cmd=LoadArticle&id=200& page_id. Consultado el 10 abril 2006
- Whittaker J. Psicología. México: Interamericana. 1971.
- Fromm E. El arte de amar. Barcelona: Paidós. 2000.
- Gómez Padrón MV y col. La comunicación humana en la relación médico paciente, En www.monografias.com/trabajos15/ medico-paciente/medico-paciente.shtml
- Barrios Osuna I. Pensamiento médico y ética clínica contemporánea. 2003 instituto Superior de Ciencias Médicas de la Habana, en www.bvs.sld.cu/revistas/spu/vol30_4_ 04/spu10404.htm
- Aguirre A. D. Fundamentos de la relación enfermera-persona sana o enferma, Revista Cubana de Salud Pública v.30 n.4, Facultad Finlay-Albarrán, Ciudad de La Habana sep.-dic. 2004 en www.bvs.sld.cu/revistas/ spu/vol30_4_04/spu10404.htm
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