El Guamito: veterana, moderna y atractiva
40 años de Avícola El Guamito
Sobre la experiencia acumulada en cuatro décadas, la familia Acebedo Silva rediseña su empresa avícola para que conserve su posición de vanguardia frente a lo que se avecina.
LO GREMIAL Y LO POLÍTICO SON PARA ALFREDO ACEBEDO ESENCIALES EN EL TRABAJO AVÍCOLA.
CLEMENCIA ACEBEDO TIENE EL ENCARGO DE ORIENTAR FINANCIERAMENTE A ESTA EMPRESA SANTANDEREANA.
La creencia de que el huevo estaba libre de la amenaza que se le atribuye al Area de Libre Comercio de las Américas, Alca, despreocupó a Colombia al punto de que nunca presionó su inclusión en la Franja Andina de Precios, FAP. Esa supuesta fortaleza se ha defendido con argumentos como el de que producirlo tiene un costo igual al de los otros países porque aunque aquí se pague más por las materias primas, ese costo se equilibra por la vía de la venta de la gallina, que en otros países no se aprovecha. Expuesto así el caso, parece perfecto. Y aquí brinca el infaltable pero, descrito en detalle por Alfredo Acebedo Silva, gerente de Avícola El Guamito, cuando explica que en el mercado colombiano esta ventaja empieza a ser menor, si es que no desaparece, en la medida en que aumenta el tamaño de los lotes y, por ende, el número de gallinas, lo que lleva al avicultor a apresurar la salida de las aves. Como resultado, sin proponérselo, está contribuyendo a la baja del precio, pues cuando se da el caso de que en un grupo numeroso de avicultores busca salir a un mismo tiempo de 100 mil gallinas, por ejemplo, el único camino para que se las lleven rápido es ofrecerlas baratas, evento en el cual la realidad echa por el suelo lo que en teoría es incontrovertible.
Para hacer más explícita la vulnerabilidad del huevo colombiano hace estas cuentas:
Mientras que en Estados Unidos el precio mayorista de un huevo es, aproximadamente, el equivalente a $80 pesos, aquí es de $160; tamaña diferencia justifica que a lo largo del Mississippi se organicen caravanas de buques que, cargados de huevos, en pocos días atracarán en nuestros puertos. En tales circunstancias, la actual protección de 20% es poca para nosotros, en tanto que en las materias primas seguimos con la Franja Andina de Precios. Estos hechos lo llevan a argumentar: “Ya no podemos seguir hablando de que la avicultura es una sola; por la desprotección, los productores de huevos tenemos que separarnos de los de pollo, es decir, buscar un tratamiento diferente, pero como ya no es posible que se incluya al huevo en la FAP, menos con la desautorización al ministro Cano, lo que queda es mirar cómo ser más eficientes”. En El Guamito, la estrategia para alcanzar esa fortaleza tiene un frente determinante: afinar aun más la nutrición, quizás mediante la utilización de aminoácidos digeribles, de materias primas alternativas, o con el cultivo de granos, ya sea que se lleve a cabo en forma independiente o asociándose con otros productores.
Lo gremial, tanto en su componente filosófico como en el quehacer diario en el campo de acción tienen igual peso que la producción y la comercialización entre los Acebedo Silva, familia de zapatocas como Eliseo, el papá, cultivador de café y cacao y criador de ganado bovino en San Vicente de Chucurí; y como Amelia, su esposa, que trajo al mundo en ese pueblo de Santander a Moisés, Alfredo, Clemencia, Eudoro, Amelia, Consuelo, María Patricia y Gloria. Tan marcado interés por el tema lo justifica Alfredo al decir que cuando se tiene un negocio de estos, donde influye tanto el gobierno, hay que trabajar para obtener de él las mejores condiciones para producir, lo que sólo es posible mediante la gestión gremial. Esa actitud es reciente porque como lo admite, en el pasado era de los que creía que lo gremial era perdedera de tiempo; hoy, al igual que sus hermanos, asegura que “es mucho lo que hemos logrado desde cuando está Diego Miguel Sierra al frente de la Federación, lo mismo que con la creación del Fonav”. Dice otro tanto de la gestión adelantada por Fenavi en la arena política, al haberse acercado a las campañas de los candidatos presidenciales y a los parlamentarios para enterarlos de la magnitud económica y social de la industria avícola, en busca de mejores condiciones para el trabajo productivo. “Hay que caminar de la mano con ellos, y por todo el trabajo de lobby hemos tenido buena interlocución con los últimos dos gobiernos”.
En 1958, cuando fue imperioso buscarles un mejor colegio a los hijos, la familia se fue a vivir en una finca que Eliseo compró en Lebrija, negocio en el que por $260mil recibió 400 hectáreas, trescientos bovinos, algunos chivos, maquinaria, implementos y herramientas. Ese ir acercándose a la civilización lo evocan hoy Clemencia y Alfredo con algo de nostalgia pero, ante todo, con mucho humor, cuando confiesan que si Zapatoca era tierra mala para producir, la de Lebrija lo era tanto que Amelia, la mamá, decía que su marido había comprado esa finca para adelgazar el ganado que engordaba en San Vicente. Un año después salieron corriendo para Bucaramanga.
Moisés, el hijo mayor, descubrió pronto que para lo único que servía la finca era para venderla y empezó a ofrecerla por lotes; uno de ellos lo compró el joven hijo de un avicultor de Bucaramanga con la intención de independizarse con ponedoras, y para sorpresa de los Acebedo les pagó antes de lo acordado; eso fue ni más ni menos que una revelación pues sintieron haber descubierto las gallinas de los huevos de oro. De inmediato compraron qunientas, y no pasó mucho tiempo para que la finca, que hasta entonces sólo producía tejas de barro, empezara a transformarse en una granja de ponedoras, que en número de 2 mil habitaron el primer galpón que se levantó en El Guamito.
La empresa mantuvo un crecimiento sostenido hasta 1993 cuando, al haberse convertido la producción de huevo un negocio excelente, la gente no resistió la tentación de invertir en gallinas, azuzada por los bancos que la presionaban para que se endeudara; a la vuelta de los meses, la “fiebre” desapareció pero dejó como dramática secuela la quiebra de muchos.
Habiendo extraído una enseñanza de ese mal momento, la familia entendió que para sobrevivir debía reorganizar su negocio a partir de buscar rebajar costos, con la mira de hacerlo más eficiente. En la planta de alimentos fue donde empezó a operarse la modernización tecnológica; lo primero fue sacarla de la finca, donde las materias primas se deterioraba pronto por efecto de la humedad muy elevada, y trasladarla a Bucaramanga; allí, con equipos nuevos el pesaje y mezcla de las materias primas se volvieron automáticos; simultáneamente, se contrataron veterinarios para que administraran las granjas con criterios científicos y técnicos.
La comercialización también se replanteó, por lo que a partir de entonces y para no comprometer la independen cia de la empresa, los huevos no volvieron a entregarse a un grupo pequeño de mayoristas (uno solo de ellos compraba la mitad de la producción); se les remplazó por clientes nuevos, más numerosos y de menor tamaño.
Servicio al cliente
El Guamito sólo atiende el mercado colombiano, que consume la totalidad de los 600 mil huevos que cada día producen sus aves. Sostienen Clemencia y Alfredo que esa acogida es la respuesta a la calidad del producto, al cumplimento en la entrega y a que la empresa no condiciona la venta de un tipo de huevo a la compra de otro; al que quiere A se le vende, sin presionarlo a que también lleve B o C, como, dicen, hace la mayoría de avicultores. Esa actitud les ha hecho ganar clientes en todo el país, “cuando se trabaja con genéricos uno se distingue es por la calidad del servicio”, subrayan.
Para la producción se tienen hoy 900 mil ponedoras y 300 mil pollonas en levante, que ocupan tres granjas en distintos climas, siguiendo la máxima avícola de no tener todos los huevos en una sola canasta. Esa precaución les ha sido muy útil, específicamente en los bloqueos a las vías, frecuentes en los pasados dos a tres años.
Por esta circunstancia y por razones de bioseguridad, la empresa ha empezado a reubicar algunos de sus centros de producción, mediante la compra de tres predios, o aislando algunos de los actuales, pues considera que por más bueno que sea, ningún plan de erradicación del Newcastle funcionará mientras que el avicultor no “blinde” sus granjas.
Para los Acebedo el aislamiento tiene una explicación simple, y es que tanto para ellos como para cualquier otro avicultor, el revés económico más severo no ha sido tanto el alza del dólar como el que está representado en las pérdidas por problemas sanitarios, que se agudizan y son inevitables “cuando por frente a las granjas de uno están pasando todos los días camiones con aves vivas”. Para corregir esta situación, el gremio avícola de Santander está trabajando con los gobiernos municipales encargados de los POT (Planes de Ordenamiento Territorial), en busca de conseguir que se reglamente acerca de las distancias mínimas que deben existir entre una y otra granja.
A precio de huevo
La familia Acebedo tiene muy claro que el futuro de la empresa se caracterizará por un crecimiento de 20% anual, sobre la base de que el consumo de huevo en Colombia sigue siendo muy bajo, y que por el precio del producto hay mucho espacio para cubrir. Aunque a muchos les parece que la expresión “a precio de huevo” va en detrimento de la imagen del producto, Clemencia y Alfredo ven que hoy ese debe ser el mejor argumento de venta, enfocado a quienes por su condición económica tuvieron que renunciar a la carne y que tengan en el huevo el remplazo ideal de esa proteína; en palabras de Alfredo Acebedo, “para que el que no tenga qué comer, coma”.
Como el “blindaje” que se busca darles a las granjas no será pleno en tanto el espacio siga siendo compartido por galpones y por las casas de los trabajadores, la empresa está estructurando una fundación que se encargue de diseñar un plan de vivienda en un sitio diferente; busca del Estado algún subsidio o beneficio tributario que le permita dotar de techo a sus colaboradores, que hoy son algo más de trescientos, muchos de los cuales permanentemente está recibiendo capacitación en el Servicio Nacional de Aprendizaje, Sena.
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