“Para no molestar a los socios”
Los CDM de la BNA
Experiencia de una avícola del departamento del Valle del Cauca con este novedoso instrumento de financiación para los productores de huevo.
GONZALO MUNÉVAR M.
La necesidad de encontrar una moda- lidad de crédito cuyo pago pudiera garantizarse con algo distinto a las firmas de los socios ante la negativa de los bancos a seguir aceptando en calidad de respaldo activos físicos como construcciones, equipos y otras instalaciones, desembocó en la primera titularización de gallinas ponedoras en Colombia. La negociación de este instrumento, que en el lenguaje propio de las actividades bursátiles se conoce como operación “repo” sobre Certificados de Depósito de Mercancías, CDM, representativo de gallinas, tuvo como protagonista a la vallecaucana Compañía Industrial Kilimanjaro, en el escenario de la Bolsa Nacional Agropecuaria, BNA.
El CDM no era desconocido para los socios de esta empresa porque ya con él habían conseguido financiación para el cultivo de palma de aceite, otra de sus actividades agroindustriales, de ahí que empezaron a considerarlo como la alternativa más viable en julio del 2001 cuando la BNA se reunió en Cali con empresas avícolas, para explorar con ellas la posibilidad de hacer negocios.
La ingeniera industrial Constanza Saffon Botero, gerenta financiera y administrativa de Kilimanjaro, explica que una vez la compañía expresó interés en el CDM, empezó a trabajar simultáneamente con un almacén general de depósito, en este caso Almagrario, responsable de avalar los galpones y las aves, y con la BNA y la Cámara de Compensación, para enterarlas de su situación productiva y financiera, con el propósito último de avaluar las aves, ejercicio que finalmente iría a determinar cuánto dinero podría recibir la empresa por pignorar durante unos meses parte de ese activo vivo.
Tire y afloje
La discusión tuvo como punto clave definir en qué momento de su ciclo productivo las gallinas podían ser consideradas garantía para la operación, que se pacta a ciento cincuenta días; luego de un dilatado análisis de las cifras se acordó que lo fueran a partir de la semana veinticuatro de vida, cuando ya han entrado en la fase de postura, hasta la cincuenta y cinco, es decir, durante 210 días, que en concepto de Constanza Saffon se considera un lapso normal.
No menos intensa, agrega, fue la discusión alrededor del valor del ave; con una sólida argumentación la empresa pretendió que se aceptara un promedio de los precios de las gallinas en las distintas etapas de su vida útil, “pues, por ejemplo, en la semana treinta tienen un valor alto porque todavía les queda mucho tiempo para producir huevos.
Buscamos que se tuviera en cuenta que llevar un ave hasta la semana veinte cuesta $8 mil, y que a la setenta y dos, cuando sale de producción, el máximo precio que se ha recibido por la gallina roja ha sido $4.500, y por la blanca mil pesos menos”.
Saffon Botero advierte que para debilitar ese argumento el almacén de depósito puede alegar que al avicultor le es casi imposible convencerlo de que puede vender sin ninguna dificultad y a buen precio varias decenas de miles de gallinas de treinta semanas.
Para determinar con precisión el que ofrecerá como precio final, durante tres meses el almacén de depósito le hace el seguimiento al precio de las gallinas, rojas y blancas. Finalmente, Kilimanjaro debió aceptar que el precio fuera el que se paga por el ave cuando termina su etapa productiva, y que Almagrario defendió con el argumento de que con él estaba enviando a los inversionistas un mensaje de confianza en la operación.
Al adquirir el CDM, Kilimanjaro pignora sus gallinas al almacén de depósito, con el que suscribe un contrato de arrendamiento de sus galpones, en el marco del cual, funcionarios de esa entidad visitan dos veces a la semana la granja para verificar que las aves permanecen allí y en condiciones adecuadas para que su salud y capacidad productiva no se alteren a lo largo de los ciento cincuenta días de vigencia de la operación, pues tiene muy claro que los riesgos de trabajar con seres vivos no se comparan con los de hacerlo con una cosecha de arroz, maíz u otro grano, productos que se conservarán inalterados por tiempo prolongado, siempre que se observen ciertas normas de manejo.
A la luz de estas consideraciones, más el hecho de ser la primera operación con aves vivas, en el negocio con Kilimanjaro, Almagrario duplicó el porcentaje promedio de mortalidad de las aves y lo firmó por 70% del valor de las aves, lo que equivale a ponerle doble “colchón” a su inversión.
Al término de cinco meses de negociación, Almagrario extendió en marzo último a la avícola vallecaucana un cupo de crédito sobre 54.000 gallinas, amparadas por un seguro, luego de que se surtieron ante la BNA y la Cámara de Compensación todos los trámites, al cabo de un tiempo prolongado en el que funcionarios y técnicos de las dos entidades practicaron varias visitas a la granja, examinaron exhaustivamente la situación financiera de la empresa y se reunieron en no pocas ocasiones con los eventuales inversionistas.
Ese primer CDM se negoció a ciento cincuenta días, a 16.5% anual, que en opinión de Constanza Saffon “es una tasa normal, DTF + 6 (en ese momento), no excelente porque hay créditos de Finagro más baratos, pero el plus que tiene es que es un crédito que cuenta como garantía mi actividad.
Tiene costos adicionales, a saber: .35% mensual del CDM por concepto del contrato de alquiler de los galpones, valor por el cual Almagrario se encarga de certificar dos veces por semana que las aves no han salido de la granja, que correspondan a los lotes que se declararon, que se conserven dentro de los parámetros de producción, etc.; .8%, que el comisionista de bolsa cobra por la operación, y el del registro ante la BNA. Pero al término de los ciento cincuenta días, Kilimanjaro pagará el préstamo y recuperará la propiedad de las gallinas involucradas en el CDM.
Constanza Saffon explica así la que en su opinión es la ventaja de esta operación: “estoy garantizando la financiación del negocio con mis propios recursos, con mi propia actividad, es decir, no tengo que molestar a los socios”.
Es financiación, liquidez, capital de trabajo, es vender a futuro y recibir el dinero hoy, con el costo obvio de todo crédito; es anticiparse porque de todas maneras uno vende las gallinas cuando terminen su postura. Pero como hoy las entidades financieras no quieren recibirles en garantía a las empresas agropecuarias sus instalaciones, el CDM se convierte en una alternativa financiera.
El que compra el documento se beneficia porque recibe una rentabilidad superior a la de un CDT, una cuenta de ahorro o una fiducia abierta; estoy hablando de un DTF + 6, y un inversionista en papeles no consigue ese interés en ninguna parte; le irá ‘divino’ si le pagan al DTF; con esta alternativa se está acortando la cadena financiera entre el productor y el inversionista. No es un crédito barato pero sí ágil y con mi propia garantía. Hasta ahora sólo lo hemos hecho nosotros”.
Como a Kilimanjaro la primera operación le pareció costosa, para la segunda -cerrada en mayo pasado también por 54 mil gallinas-, instruyó a su corredor de bolsa para que buscara acordar con los inversionistas mejores condiciones, y apoyándose en los “colchones” sobre los que descansan los bienes que están comprando, los convenció de que las garantías que se les ofrecían eran equiparables a las de otros activos. En otras palabras, que el eventual riesgo, que siempre existe, está suficientemente cubierto, argumento con el cual obtuvo una rebaja de 1.5% en los intereses en comparación con la primera.
Del total de gallinas, 108 mil están cobijadas por el CDM porque como se exige que estén dentro de un rango de edad, obviamente las de levante no pueden incluirse.
Una vez que como producto negociable en la bolsa, la ponedora está encontrando clientes, pues los inversionistas empiezan a tomar confianza, lo que incidirá que en el futuro inmediato las operaciones tengan un costo más favorable a los avicultores que quieran negociar a futuro sus animales.
Porque, revela Constanza Saffon, un año atrás los inversionistas compraban con total confianza un CDM de azúcar y no ocultaban cierto recelo por adquirir uno de gallinas, por aquello de que son seres vivos.
“Además”, añade, “los negocios en la BNA, que entonces mucha gente no conocía, están dejando de ser algo extraño, lo que abre mejores perspectivas a negociar con nuestro producto”. A raíz de la experiencia de Kilimanjaro, otras dos empresas avícolas del Valle del Cauca han expresado interés por entrar en este tipo de negocios.
La alianza es fortaleza
La Compañía Agroindustrial Kilimanjaro tiene como socios a dos empresas del Valle que, ansiosas de invertir en el sector agropecuario, encontraron en las gallinas ponedoras una alternativa atractiva. Nació en 1996, al amparo de la Ley Paez, en Villarrica, Cauca, muy cerca de Caloto.
El primer huevo fue puesto en noviembre del 99 por una de las 50 mil gallinas fundadoras; el segundo galpón se instaló en junio del 2000 con otras 50 mil, y exactamente un año después, el tercero, con igual número de aves. El proyecto está diseñado para albergar 350 mil aves, pero en el momento no se ve viable llevar a cabo ese crecimiento.
Más que en crecimiento, Kilimanjaro está pensando en alianzas, por ejemplo, en el campo de la industrialización del huevo, para exportar excedentes y así nivelar de los precios internos, dice su gerenta financiera y administrativa, Constanza Saffon Botero.
En el candente tema del mercadeo, la empresa trabaja con la convicción de que las alianzas hacen fortaleza, uno de cuyos valores agregados es la reducción de costos. Consecuente con este principio, el mismo día que produjo el primer huevo se hizo socia de Mercahuevos, compañía compuesta hoy por cinco avícolas vallecaucanas, que mensualmente mercadea 9 millones de unidades, menos de 10% de la producción departamental.
Uno de los objetivos de Mercahuevos hoy es tratar de controlar el ingreso de huevo ecuatoriano, que afecta una parte del mercado de Colombia, para lo cual, adelanta campañas con argumentos de tipo sanitario, mostrando la necesidad de que se utilicen bandejas nuevas, haciéndoles ver a los compradores que la calidad, y no sólo el precio, debe tenerse en cuenta a la hora de la compra.
En el largo plazo, aspira a que se concrete una alianza fuerte y amplia entre los productores de varias regiones, porque es urgente romper las barreras actuales, “porque en los momentos buenos la situación es fácil, pero en los malos se vuelve crítica, y si nos uniéramos lo sería menos, y Kilimanjaro está ‘empujando’ mucho en ese sentido”, comenta Saffon Botero.
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