Cuarenta millones de chapulines

DIEGO MIGUEL SIERRA BOTERO

Todo proceso de paz, como todo proceso de guerra, necesita pueblo.

Aquel aforismo que le reportó celebridad intelectual a Luis Carlos Galán, según el cual “Colombia tiene más territorio que país y más país que Nación” y que condensa el reto de transformar un pueblo en una nación, de construir una nacionalidad, fue reiteradamente desconocido a lo largo del cuatrienio actual, durante se intentó, primero, la paz de los reflectores, y luego, la guerra por anuncios.Termina el presidente Pastrana su mandato con una lánguido final de ausencia de liderazgo de él y sus ministros, y, lo que es más espeluznante, con el dramático vacío de poder que sentimos alrededor del desafío a la democracia que lanzaron las Farc el 26 de mayo, al conminar progresiva y acumulativamente a alcaldes, concejales y diputados a renunciar y retirarse de los cargos ciudadanos les dimos nuestro voto.

El gobierno que intentó un proceso de paz con concesiones físicas a las Farc, logrando sí un avance monumental de develamiento de su verdadera naturaleza de bandidos, y una notable segregación por la diplomacia internacional como terroristas, termina sin liderazgo alguno ante el novedoso desafío para el ejercicio del Estado en vastos territorios, entregándole dentro de pocos días al Presidente Uribe, un galimatías jurídico alrededor de la conmoción interior, un derrotismo de hecho de los funcionarios locales y de la propia Federación de Municipios y un nubarrón de inestabilidad inmediata, tan devastadores como colocar bombas en Bogotá, volar Chingaza o recibir la descalificación del país por parte de las calificadoras de riesgo.

Es con nosotros

Pero como de gravedades se trata, debo registrar la que va emergiendo como la mayor: es como si el asunto fuera solamente del Presidente y sus ministros, de los mandatarios locales elegidos por voto popular y de las fuerzas de seguridad, solamente de ellos y no de nosotros.

Aquí no valen las excusas cualitativas sobre la probidad de los funcionarios y su capacidad administrativa; son los nuestros, aquellos que elegimos en octubre del 2001 para que ejercieran la función pública de mandar una ciudad esperanzadora como Bogotá o una tremendamente aislada, pobre y martirizada como Bojayá.

Perdonen mis lectores avicultores, pero este es un asunto que tiene que ver con todos nosotros, pues se juega la democracia y con ella nuestra condición de ciudadanos de un país viable en lo político, antes que en lo productivo.

El título máximo que la Revolución Francesa otorgó al pueblo fue el de “citoyens” (ciudadanos), es hoy un mandato urgente para el ejercicio de nuestra máxima expresión política; la defensa de los derechos ciudadanos, la oportunidad de elegir autoridades y luego obedecerles; se trata ahora de ejercer nuestra condición de políticos: cerrar filas alrededor de nuestros mandatarios locales.

¿Estaremos listos?

Al Presidente Uribe lo elegimos en una visión e ilusión colectiva de superación de los conflictos por el ejercicio de la autoridad.

Autoridad desvanecida por la dupla guerrilla-paramiliatres y por el narcotráfico y la corrupción. Ninguno de esos tres males se resuelve desde el poder, por el sólo poder: requieren pueblo, población, ciudadanos actuales y futuros, niños, adultos y ancianos dispuestos a convocar y ser convocados, para luchar por sus instituciones para hacer una nación, para construir su nación.

Este no es un problema de “Superman Uribe” y sus entusiastas ministros convertidos en los “superhéroes”; es más, bien un asunto de 40 millones de “chapulines colorados”. ¿Estaremos los colombianos listos a salir con el Vicepresidente Santos a la calle? ¿Estaremos listos a iniciar unas verdaderas jornadas de resistencia civil? Si lo estamos… ¡a cerrar filas!

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