Ocaña: La Tierra de las Ibáñez

ocaña
Al margen de los caminos, esta no es una ciudad de paso. Para ir allá hay que tener una razón; y las hay muchas.

“¡Oh! tus calles, Ciudad, calles silentes / donde la luna de cambiante lumbre / derrama su argentada pesadumbre / sobre los empedrados relucientes”. Este y otros versos del poeta Marco A. Carvajalino a su ciudad natal, reviven aquella ciudad de otros tiempos. Aquélla que las carreteras, los ferrocarriles y los aeropuertos dejaron a un lado. Hoy Ocaña es una ciudad que no queda en el camino a ninguna parte; para ir a Ocaña hay que tener una razón.

Muchos van en peregrinación religiosa al santuario de la Virgen de Torcoroma, una imagen milagrosa con la figura en altorrelieve de María, que apareció por allá en 1711, en un tronco que cortaban los campesinos José y Felipe Melo.

Otros van atraídos por la fama de mujeres hermosas. En su tanta veces citada Peregrinación de Alpha, el viajero y cronista del siglo XIX Manuel Ancízar dice: “Las damas de Ocaña siempre tuvieron fama de bellas, y en realidad lo son, a la par de amables e inteligentes.”

No en vano, las personas más famosas de la historia de Ocaña fueron quizás las hijas del juez de puertos de la ciudad don Miguel Ibáñez y Vidal. Las Ibáñez como han pasado a llamarse eran seis hermosas mujeres, y dos de ellas, Nicolasa y Bernardina, tuvieron amores con los personajes más importantes de su momento.

Nicolasa, la mayor, fue amante de Santander durante 15 años, mientras que Bernardina, la menor, fue una de las veinte jóvenes que, vestidas de blanco, le dieron la bienvenida a Bolívar a su llegada a Santa Fe después de la batalla de Boyacá.

Se cita mucho una carta del Libertador, fechada en Cali el 15 de enero de 1822, en la que le escribe a Bernardina en las siguientes palabras:”Para la melindrosa y más que melindrosa bella Bernardina. Mi adorada B… lo que puede el amor. No pienso más que en ti y cuanto tiene relación con tus atractivos.

Lo que veo no es más que una imagen de lo que imagino. Tú eres sola en el mundo para mí. Tú, ángel celeste, sola animas mis sentimientos y deseos más vivos. Por ti espero tener aún dicha y placer, porque en ti está lo que yo anhelo”.

El capitán inglés Charles Stuart Cochrane, quien recorrió el país entre 1823 y 1824, dejó en su diario la siguiente anotación sobre Bernardina Ibáñez: “Tenía unos diecisiete años cuando la vi, alegre y agradable, con buena figura y más alta que la estatura mediana; unos ojos asombrosamente finos, cuya influencia ella conocía muy bien; cabellos negros como el ébano y muy abundantes, que ella mantenía arreglados con elegancia y esmero; facciones finas regulares, con una encantadora mezcla de rojo y blanco; y unos dientes aperlados que brillaban entre sus labios bermellón.

Las mujeres la envidiaban y los hombres hacían bien en admirarla como al espécimen más bello de la naturaleza que ellos jamás habían visto.” Todo indica que Bernardina tuvo el coraje de rechazar los devaneos amorosos del Libertador, y se habría casado con un coronel del ejército republicano si tan solo el alto mando militar lo hubiera autorizado.

Pero el destino quiso otra cosa. No debió ser coincidencia que el coronel Ambrosio Plazas fuera enviado al frente, y muriera heroicamente en la batalla de Carabobo.

Dicen algunos historiadores que la división de los santanderistas -e incluso el origen mismo de los partidos políticos colombianos se pudo originar en un arranque de celos del presidente Santander, que se encontró una noche en casa de Nicolasa Ibáñez con el vicepresidente, y hasta ese día su amigo, José Ignacio de Márquez.

La mujer dicen evitó que Santander enardecido arrojara al pequeño Márquez por la ventana. Pero si Márquez se salvó de la muerte, no pudo evitar el rechazo vitalicio de Santander, quien impulsó desde entonces la actividad política de José María Obando; un personaje vinculado con el asesinato del mariscal Sucre y, en todo caso, mucho más sectario y belicoso que Márquez. Otra habría sido la historia.

Pero la influencia de las dos Ibáñez no cesa ahí. Del matrimonio de Nicolasa con Antonio José Caro nació José Eusebio Caro; cofundador con Mariano Ospina Rodríguez del partido conservador. Un futuro promisorio en la política, y muy seguramente la presidencia de la república, habrían estado en la hoja de vida de este poeta y pensador si la fiebre amarilla que adquirió en Santa Marta no hubiera puesto prematuro fin a su carrera.

Un hijo de José Eusebio Caro, José Antonio, continuó con ese linaje político. De otro lado, antes de casarse con el reconocido político Florentino González, la melindrosa Bernardina tuvo una hija con el influyente millonario socorrano Miguel Saturnino Uribe.

Esta muchacha, a su vez, habría de casarse con el ciudadano danés Carlos Michelsen, convirtiéndose en la bisabuela de Alfonso López Michelsen. Y de Florentino, baste decir que entre sus méritos figura el paso por el ministerio de hacienda, la gestión como embajador en Perú y en Chile; pero sobretodo la envidiada oportunidad de doblegar los impulsos de esta bella ocañera en 28 años de matrimonio.

Hoy el emblema de Ocaña, en su plaza 29 de Mayo, es la Columna de los Esclavos; un monumento abstracto en piedra viva, cuyos cinco anillos simbolizan las repúblicas bolivarianas.

Ese mojón de piedra marca el sitio en donde en 1852, al ser decretada la liberación de los esclavos; el gobernador de la provincia Agustín Núñez celebró el hecho bailando con Nicanora, la más anciana de las esclavas libertas.

La virgen de Torcoroma, los encantos de Bernardina Ibáñez; o el recuerdo de la esclava Nicanora son tan solo tres razones femeninas para visitar aquella tierra de poetas: tierra encantada de placer y amor dijo José Eusebio “ufano estoy de que mi patria seas”.

Diego Andrés Rosselli Cock; MD
Neurólogo, académico e historiador

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