Cuando el Agua y el Clima Convergen
En América Latina el agua está más estrechamente ligada al potencial humano y a la competitividad económica que en cualquier otra parte del mundo. La región posee cerca del 31 por ciento de los recursos de agua dulce del planeta, aunque congrega solo al 8 por ciento de la población mundial. Esta enorme ventaja en relación con el agua total del planeta le permite a América Latina obtener un 68 por ciento de toda su electricidad a partir de fuentes hidroeléctricas, en comparación con un promedio mundial de menos del 16 por ciento.
Las exportaciones de los productos básicos clave de la región —tanto en agricultura como en minería— dependen del uso de cantidades extraordinarias de agua. Aproximadamente la mitad de las exportaciones mundiales de carne de vacuno y casi dos tercios de todas las de soja provienen ahora de América Latina, cuya producción es más barata gracias a la abundante lluvia.
Pero en los últimos años las severas sequías han convertido a esta ventaja en una vulnerabilidad descarnada. En 2008 Argentina perdió 1,5 millones de cabezas de ganado y casi la mitad de su cosecha de trigo debido a una sequía, mientras que la producción hidroeléctrica en la zona más poblada de Chile cayó en un 34 por ciento.
En 2009 y los primeros meses de 2010, las principales ciudades de Venezuela, Ecuador, Colombia, Paraguay y México se vieron obligadas a racionar el agua, a cortar la electricidad o a adoptar ambas medidas al mismo tiempo. Estas situaciones profundizaron la brecha entre aquellas personas que disfrutan de una conexión de agua en el hogar y los millones de latinoamericanos pobres que deben recurrir a los vendedores de agua no regulada o adquirir agua embotellada a elevados precios.
Se cree que las últimas sequías se derivan de fenómenos climáticos cíclicos como El Niño. Pero también son un presagio, porque los científicos del clima coinciden en que las fluctuaciones extremas de las precipitaciones estarán entre las primeras y más dramáticas consecuencias del aumento de las temperaturas en América Latina.
De hecho, existe un creciente consenso en la región acerca de que el agua ya no puede ser tratada como un bien libre y sin límites, y que los cambios en los suministros de este recurso pueden estar entre las primeras y más perjudiciales consecuencias del cambio climático.
Los signos de esta transformación se pueden apreciar en la demanda de estimaciones más detalladas y a nivel local del potencial impacto del cambio climático. En los últimos dos años, México, Brasil y Chile han solicitado la asistencia del BID, las Naciones Unidas y el Reino Unido para llevar a cabo los primeros estudios a nivel de país de las repercusiones económicas del cambio climático en la región. Estudios similares se están realizando ahora en Colombia, Perú, Bolivia, Ecuador y la mayoría de los países del Caribe y de Centroamérica.
Una vez concluidos estos estudios, los gobiernos pueden comenzar a prever cómo distintos escenarios de cambio climático podrían afectar a algunas regiones dentro de sus propios territorios, y determinar qué necesitarían las industrias individuales y las poblaciones para adaptarse.
En algunos casos, la adaptación puede significar la construcción de nueva infraestructura para redirigir el agua desde los lugares donde abunda a los que están cada vez más secos. Por ejemplo, en Perú el BID está financiando un proyecto para desviar el agua de un río pequeño de montaña que actualmente desemboca en la caudalosa cuenca del Amazonas. En su lugar, un porcentaje de agua del río llegará a la región costera seca del océano Pacífico, donde se utilizará para regar 150.000 hectáreas, generar energía hidroeléctrica, y satisfacer las necesidades de las comunidades locales.
En otros casos, la adaptación puede requerir cambiar hacia un uso más inteligente del agua en los sectores agrícolas existentes. Los agricultores latinoamericanos han comenzado a aplicar tecnologías como el riego por goteo que permite a los productores obtener “más cultivos gota a gota”. Algunos especialistas estiman que la región podría fácilmente duplicar su producción total de alimentos, utilizando la misma cantidad de agua, mediante la inversión en sistemas de riego eficientes.
En las ciudades, donde vive el 80 por ciento de la población de América Latina, es probable que la adaptación signifique dar prioridad a las inversiones y reformas en los servicios públicos con el fin de reducir los desechos, cerrar la brecha de cobertura, y eliminar entre los pobres las enfermedades transmitidas por el agua.
En 2009 el BID aprobó en toda la región un récord de US$1.800 millones en préstamos destinados a financiar este tipo de proyectos. Entre 2006 y 2011 habrá aprobado cerca de US$6.000 millones en este sector. Este fenómeno refleja el hecho de que los gobiernos de las Américas están haciendo un esfuerzo renovado para enfrentar los problemas de agua y saneamiento.
Pero si se proponen adoptar un enfoque verdaderamente estratégico para proteger su propia riqueza hídrica, los gobiernos latinoamericanos también deberán hacer concesiones en la búsqueda de reducciones globales de emisiones que podrían disminuir el riesgo de afrontar una severa crisis de agua en las próximas décadas.
En los meses previos a la próxima Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, que se celebrará en Cancún, México, en noviembre de este año, los gobiernos intentarán conciliar algunas de las prioridades conflictivas que impidieron en diciembre pasado en Copenhague la plasmación de un acuerdo climático de carácter vinculante. El desafío consistirá en mostrar cómo los riesgos abstractos del cambio climático están conectados a los imperativos concretos de salud, alimentación, educación, empleo y seguridad, particularmente en aquellos países donde millones de personas todavía no disfrutan de estos bienes esenciales.
Para que la reunión de Cancún tenga más éxito que la llevada a cabo en Copenhague, los países desarrollados que están priorizando ahora la reducción de emisiones y la energía limpia, necesitarán convencer a la gente del mundo en desarrollo de que estos objetivos son tan importantes como lo es en la actualidad la ampliación del acceso a los servicios básicos. Las naciones en desarrollo, por su parte, tendrán que demostrar que están dispuestas a compartir los sacrificios necesarios para reducir el riesgo de padecer un cambio climático catastrófico en el largo plazo.
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