Columnista invitado: El Ejercicio Médico

Entre la Ciencia, el Arte y el Sistema

Dr. Alonso Acuña Cañas

Profesor Ramón Atalaya¿Cuál es finalmente el objetivo del ejercicio de nuestra profesión? Hace medio siglo el profesor Ramón Atalaya, catedrático de Medicina Interna y Cardiología, solía decir a sus recién ingresados alumnos de semiología en el Hospital San Juan de Dios de Bogotá: “La medicina cura en una tercera parte de los casos, alivia en las dos terceras partes y consuela en todos los casos”.

Cabe preguntar, a través del tiempo: ¿Podría usted analizar cuál es el porcentaje de este aserto en el ejercicio de su profesión? Hace siete siglos Teofrasto Bombast de Hohenheim, mejor conocido como Paracelso, definió la salud como “El equilibrio del ser humano consigo mismo y con su medio ambiente”.

Si nos matriculamos en esta, posiblemente la mejor definición humanística del tema, cabe preguntar: ¿En el ejercicio de mi profesión procuro que mis pacientes lleguen a obtener tal equidad y la consecuente satisfacción de vivir? ¿Cuál es pues la misión final del médico ante el mensaje de Atalaya y de Paracelso? ¿Cómo, además de curar, logramos la meta de un paciente consolado y satisfecho consigo mismo y con su medio ambiente?

Consideremos un tercer hecho: Hace un par de décadas se elaboró un cuestionario de satisfacción para ser contestado por los pacientes que asistían al servicio médico de Cafam.

En el capítulo de la evaluación del médico había una serie de distractores a la pregunta: ¿Qué busca usted en su médico?; el 85% escogieron amabilidad por encima, y bien lejos, de otros como sabiduría, presencia, eficiencia, fama, prestancia, conocimientos, habilidad, posición académica. Una enseñanza para meditar; quiere decir que el paciente no va solamente en pos de la cura; busca también, y de manera fundamental el alivio, el consuelo, la comprensión y el apoyo.

La medicina se basa en la ciencia, pero, tal como lo afirmó Hipócrates, su ejercicio se asimila al del arte:

“El oficio es duro y el arte difícil”. La ciencia tiene que probar y comprobar, es fría, es estricta y precisa, no tiene sensaciones.

El arte expresa emociones y sentimientos, es amplia y no tiene límites; el científico debe ser exacto, no tiene derecho al titubeo; el artista se desenvuelve dentro de la amplitud, la permisión, la condescendencia y su manera de actuar le confiere un estilo. Si bien es preciso ejercer la norma de no involucrarse sentimentalmente con el paciente, esto no puede ser el permiso para la dureza y la adustez o un obstáculo para la amabilidad.

“Enfermera, el doctor me dijo ayer que vendría a ver a mi esposa a las ocho de la mañana; son la once; le ruego lo llame, debo ir a trabajar”. “Señor Hernández, el doctor está muy ocupado en una reunión, tenga paciencia”; “Excuse enfermera, yo creí que la principal ocupación del médico era atender al paciente; está bien, esperaremos a que se desocupe……”

Estudios, investigaciones, evidencias, academias, reuniones, congresos solo tienen un objetivo: el paciente. El paciente es primero, lo demás es después. Se habla de “la ciencia médica”; es correcto, ya que esta sin aquella no podría existir; sin embargo, la práctica médica sin arte carece del estilo necesario para su buen ejercicio. No en vano de habla hoy, cuando se revisan temas médicos, del “Estado del Arte”. ¿Cuál es, entonces, nuestro estado del arte en el trabajo diario? ¿Acaso el sistema en el que nos desenvolvemos, que ha trastrocado al paciente en cliente y el servicio en industria, se ha constituido en un obstáculo para que nuestra ciencia no nos permita el arte?

Se habla de las talanqueras que tiene el sistema de salud bajo cuyo imperio debemos ejercer. Cabe preguntar:

¿El sistema que cobija el trabajo médico hace que el arduo oficio al que se refería Hipócrates sea más difícil al punto de hacer imposible el ejercicio del arte?

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