CHOPIN: A LIFE DEDICATED TO PIANO
Luis Carlos Aljure Salame*
En un lugar inesperado de Europa, lejos de los principales centros musicales del momento, vino al mundo uno de los grandes compositores de la historia. El poblado de Zelazowa-Wola, a 60 kilómetros de Varsovia, figura en el mapa afectivo de los melómanos gracias a que allí, en 1810, nació el polaco Federico Chopin. Vivió apenas 39 años por culpa de la tuberculosis, enfermedad incurable para entonces, y su breve existencia le alcanzó para enriquecer de manera invaluable el repertorio del piano, el instrumento que se convirtió en su cómplice inseparable.
Chopin es uno de los hijos predilectos de Polonia, y el fervor se sintió con mayor fuerza en este año del bicentenario de su natalicio. Su música siempre ha producido una honda emoción entre sus compatriotas, y este hecho no pasó inadvertido para el ejército nazi que invadió Polonia durante la Segunda Guerra Mundial, porque la música de Chopin fue proscrita y el célebre monumento del compositor en el parque Lazienki de Varsovia fue derribado y fundido como gesto simbólico y de represión.
El aeropuerto de Varsovia y la principal Academia de Música de la capital llevan el nombre de Chopin, al igual que monumentos y museos en diversos lugares de la geografía polaca. En una época circuló un billete de cinco mil zlotys con el rostro de Chopin por el haz y el fragmento de una de sus partituras por el envés; e inclusive, una marca de vodka, bebida muy popular en la nación, se promociona con el apellido del compositor.
Chopin es uno de los baluartes del romanticismo musical y nació en un decenio en el que dicho movimiento recogió una de sus mejores cosechas: entre 1803 y 1813 llegaron al mundo, además, artistas de la talla de Berlioz, Mendelssohn, Schumann, Liszt, Wagner y Verdi.
Desde muy temprano Federico mostró las primeras chispas de su genio. La familia se maravillaba cuando veía al minúsculo músico repetir en el teclado del piano una melodía que le había oído a su hermana y aventurarse en improvisaciones elementales, pero sorprendentes en manos de un niño. A los siete años compuso su primera obra musical, una breve polonesa que su profesor, Adalbert Zywny, llevó al papel pautado.
El movimiento nacionalista, que reivindicó las manifestaciones de la cultura popular, también conoció un gran auge durante el siglo XIX y Chopin no escapó a su influencia. Es sintomático que el músico haya inaugurado su carrera creativa con una polonesa y la haya terminado con la pequeña mazurca que quedó inconclusa en su mesa de trabajo al momento de morir. Los dos ritmos son representativos del folclor polaco, y Chopin los destiló en un proceso alquímico muy propio que los dotó de una dimensión universal, sin hacerles perder del todo su carácter vernáculo. En las polonesas canta la voz épica de Chopin, mientras que en sus mazurcas nos deja oír su voz más íntima y melancólica.
Los sentimientos nacionalistas eran estimulados por la situación política que padecía su nación. Durante los 39 años de vida del músico Polonia siempre estuvo bajo el dominio del imperio ruso y esa condición de vasallaje era fuente de desdichas para Chopin. Cuando la revuelta polonesa estalló en 1830 y fracasó meses después, el compositor se lamentó de no haber empuñado las armas en defensa de su patria, pero ya estaba claro que el músico, genial en el arte y demasiado enfermizo para las hazañas militares, le prestaría un mejor servicio a Polonia como héroe del piano que como mártir del campo de batalla.
En los meses previos a la fallida sublevación Chopin se fue de Polonia y nunca regresaría. Su familia, que siempre le estimuló la carrera musical, y él mismo, sabían que un genio de su calibre necesitaba para desplegarse horizontes más amplios que las estrecheces disponibles en la provinciana vida musical polaca.
Sin embargo, cuando Chopin dejó su país en noviembre de 1830 ya había alcanzado una temprana y sorprendente madurez como compositor y pianista. Tuvo dos excelentes maestros: Zywny, que le dictó clases particulares; y Jozef Elsner, que además de lecciones privadas, guió con tino los pasos del genio en el recién fundado Conservatorio de Varsovia. Pero había en Chopin algo que excedía las enseñanzas de sus profesores; una suerte de aprendizaje autónomo e intuitivo que lo elevó a las más altas cotas como ejecutante del piano. Los colegas que lo oían tocar fuera de Polonia se preguntaban cómo había alcanzado semejante nivel en una nación que no contaba con un pianista que se lo hubiera podido enseñar.
El viaje de Chopin lo condujo primero a Viena y Finalmente, en septiembre de 1831, a París, donde residiría el resto de su vida. En su equipaje llevaba varias obras que certificaban la precoz maestría del joven de 21 años: algunos Nocturnos, un puñado de inspiradas Mazurcas y casi todo el primer cuaderno de Estudios. En tiempos de Chopin muchos virtuosos del piano, que a la vez eran compositores, publicaban bajo el nombre de Estudios series de ejercicios con fines didácticos. Con frecuencia se trataba de obras sin mayor interés musical, pero en el caso de Chopin logró, al mismo tiempo, crear piezas pedagógicas y de la más elevada calidad.
Chopin era francés por línea paterna –su padre, Nicolás, procedía de Lorena-; y polaco por parte de su madre, Justyna Krzyzanowska. La familia no pertenecía a la nobleza pero debido al trabajo de Nicolás Chopin como tutor y profesor de francés de numerosos aristócratas polacos, el joven Federico había crecido en un ambiente culto y refinado. El talante de su formación hizo que se sintiera a gusto en los grandes salones parisinos, hervideros de creatividad y relaciones sociales, en los que se reunían músicos, pintores, escritores, filósofos, nobles, científicos y comerciantes adinerados.
La acogida al exótico y educado compositor polaco fue extraordinaria, sobre todo por parte de las mujeres, y eso dio pie para que comenzara una inesperada, lucrativa y prolongada carrera como profesor de piano de buena parte de la aristocracia establecida en París. Al poco tiempo, la notoriedad como maestro de piano llamó la atención de los editores, que desde entonces se interesaron en publicar su música. Así las cosas, Chopin podía ganarse la vida gracias a esas dos actividades más los ingresos de algunos conciertos públicos esporádicos. Como buen representante del romanticismo, era un artista independiente que no sostenía relaciones de servidumbre con la iglesia ni con la nobleza, como era habitual durante el siglo XVIII.
* Comunicador social y periodista de la Universidad Javeriana. Autor de la biografía del compositor Federico Chopin en la colección 100 Personajes 100 autores de Panamericana Editorial.
Correspondencia: [email protected]
Recibido: agosto de 2010
Aceptado para publicación: agosto de 2010
Actual. Enferm. 2010;13(3):42-44
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