Artículo Especial: La Cirugía Pediátrica, una Obra de Caridad

Oración Maestros de la Cirugía Colombiana 2013

EFRAIM BONILLA

Palabras clave: cirugía pediátrica; historia; servicios de salud del niño.

“Hay quienes se imaginan el olvido
como un depósito desierto / una
cosecha de la nada y sin embargo
el olvido está lleno de memoria”.

Cito estos versos de Mario Benedetti a manera de sentida introducción para rescatar esta mañana una parte del olvido.

El hombre sabe dónde y cuándo nace, pero nunca sabrá dónde y cuándo morirá. En el discurrir de ese asombroso ciclo vital aparecen las más insospechadas situaciones que nos colocan en realidades no buscadas, como esta en la cual me encuentro ahora, ante esta excelsa congregación de verdaderos maestros y de mis colegas y amigos, por generosa distinción que agradezco profundamente y que asumo sintiéndome más como un palabrero de la cirugía pediátrica colombiana, sin posturas pretenciosas, para discernir sobre esa obra de caridad que es la especialidad que me tocó en suerte impulsar desde hace un poco más de medio siglo, cuando entonces se le llamaba novel especialidad y que ahora, ya consolidada su madurez, es reconocida sin discusión en todas las latitudes.

Pero como todo tiene su comienzo, creo oportuno deshilvanar la madeja de la historia para rescatar algunos hechos y acontecimientos relevantes en el devenir histórico de la humanidad, asomándonos especialmente al asombroso mundo de la infancia, no siempre maravilloso como lo desearíamos y como actualmente ha quedado explícito tanto en la Declaración de los Derechos del Niño, aprobada en l959 por la Asamblea General de las Naciones Unidas en su “Principio 5: El niño física o mentalmente impedido, debe recibir el tratamiento, la educación y el cuidado especial que requiere su caso particular”, como en el Código de la Infancia y la Adolescencia, aprobado por el Congreso de Colombia en 1998, con la buena intención de acabar con las ‘inequidades’ y horrores heredados desde lo más remoto de los tiempos, en los que sin ninguna consideración con los niños, apelando a una eugenesia o violencia simbólica, como lo hacían los espartanos que no toleraban en su contexto social profundamente militarista a los individuos inútiles, como los ancianos y los niños malformados, a quienes arrojaban desde la cima del monte Tagesti, o de escuchar un discurso de Aristóteles con la misma macabra actitud al decir “[…] en lo que se refiere a criar a los hijos, la ley debe prohibir criar cosa alguna tarada o monstruosa […]”.

Los romanos no fueron ajenos a estos comportamientos abominables de exclusión y desde la roca Terpeya, ubicada en un extremo del Capitolio y llamada así en recuerdo de Terpeya, la traidora que le abrió las puertas de Roma a los sabinos, arrojaban al vacío no solo a los traidores y asesinos, sino también, sin ninguna compasión, a los niños deformes. Y para rematar, termino con estas macabras orgías de sacrificios infantiles recordando la muy conocida matanza de los inocentes, ordenada por Herodes en un desenfreno persecutorio.

Sigo con estos escarceos mencionando la que frecuentemente es señalada como la más antigua de las cirugías: la circuncisión, al parecer originada entre los egipcios y conservada por los hebreos con un profundo sentido religioso, también adoptada por el islam y en su momento por los otomanos, dejando testimonios en el Festival de la Circuncisión, con el cual durante 10 días se celebraba la cirugía de los hijos del sultán por el cirujano de la corte y la de todos los otros niños de la región, por cirujanos con rangos diferentes según el estrato de la familia, con vistosos desfiles de músicos, danzantes, magos y malabaristas por las calles de la ciudad, como en un intento, digo yo, de ahogar el llanto de tantos niños así torturados.

Paso ahora a señalar la crueldad con los niños en nuestro continente americano. En la antigua cultura de incas y aztecas, los niños eran considerados más puros que los adultos y, por tanto, eran los escogidos para los sacrificios a los dioses, a fin de que no se enojaran o fueran propicios a diversas actividades. Nuestros aborígenes no se quedaron atrás; también acudían al infanticidio y se sabe que los caciques chibchas construían sus chozas sobre una niña sacrificada para que su sangre le imprimiera más consistencia a la nueva habitación. Sin embargo, curiosamente hubo una temprana excepción recién iniciada la conquista por los españoles hacia 1575, apareció la caridad en la persona de don Diego Latorre, cacique de Turmequé, hijo del conquistador Juan de Torre con la india Catalina, hermana del viejo cacique de Turmequé, quien se convirtió en el primer defensor de los derechos de los niños, ya que se embarcó rumbo a España en una caritativa misión para quejarse ante el rey Felipe II, mediante un memorial de agravios, porque los niños recién nacidos de la tribu se estaban muriendo debido a que las señoras españolas tomaban como nodrizas a las indias recién paridas, abandonando, por ende, sus propios hijos.

Como la humanidad da pasos hacia atrás para después dar saltos hacia adelante, después de ese largo período histórico de barbarie, sucintamente relatado en pocos ejemplos, paso a la Edad Media, una nueva etapa en la cual la indefensión de los niños entra en un plano de rectificaciones y aparecen los monasterios que acogen a peregrinos y enfermos, convirtiéndose en el germen de los hospicios para recoger, mantener y educar a niños huérfanos o de hogares muy pobres, sostenidos con la generosidad de personas caritativas y regentados por congregaciones religiosas. Allí van a recalar también niños con discapacidades o deformidades. Es obvio que en ese ambiente se presentaran las enfermedades propias de los niños o enfermedades quirúrgicas, las cuales se-rían atendidas por médicos y cirujanos voluntarios, en una obra de caridad, como la incubadora natural de la pediatría, la ortopedia y la cirugía pediátrica.

Durante el Renacimiento, hacia el siglo XVIII, los procedimientos y agentes terapéuticos eran limitados, las instituciones tenían un carácter más caritativo que curativo y la sociedad pareció haber aceptado que la mitad de la población muriera antes de cumplir los 10 años, pero este azote tenía, finalmente, que motivar la filantropía en la conciencia de algunos individuos y propiciar la fundación de instituciones para atender integralmente al niño enfermo.

Fue así como, en 1739, el retirado capitán de navío Thomas Coram, filántropo inglés, conmovido al ver niños durmiendo en las calles, fundó en Londres el Foundling Hospital (hospital para niños expósitos), el cual recibió en sus comienzos duras críticas de algunos grupos muy conservadores quienes alegaban que se estaba fomentando la ilegitimidad. Se desarrolló gracias a las colaboraciones altruistas de pintores y músicos que lo convertían en museo o sala de conciertos para obtener caritativas donaciones; actualmente se puede visitar en Mecklenburg Square, Distrito de Bloomsbury, conservando aún contactos para realizar obras de beneficencia en varios países.

En 1741, Nicolas Andry acuñó el término orthopedie del griego ortho que significa derecho y paido, igual a niño, en el libro “La Ortopedia o el arte de prevenir y corregir las deformidades del cuerpo en los niños” que por entonces comenzó a preocupar a sectores de la sociedad.

En 1787, Johann Josef Mastalier fundó en Viena una institución privada conocida como “Servicio externo para niños pobres” que resultó precursor del Hospital Público de Niños en 1881, en el cual Sigmund Freud fue el jefe del Departamento de Neurología.

En 1802, Napoleón decidió crear en Francia el primer hospital pediátrico independiente, por cierto, el primero en el mundo, en el antiguo convento de las “Damas Hospitalarias de Santo Tomás”, el cual pasaría a llamarse posteriormente Hôpital des Enfants-Malades y que en la actualidad sigue incólume en la calle Sèvre de Paris. Allí, Paul Guersant creó en 1844 la primera unidad quirúrgica pediátrica que le facilitó escribir el libro “Notices sur la chirurgie des enfants”. Años después, en 1899, se creó el primer departamento universitario con el nombre de “Clinique Chirurgicale Infantile et Orthopedique”, en donde trabajaron colosos de la medicina como Louis Ombrédanne, August Broca y Marcel Fèvre, quienes marcaron hitos en la atención quirúrgica de los niños, felizmente replicada exitosamente en otras instituciones.

En l850, se abrió en Copenhague el primer hospital para niños, que en 1870 pasó a llamarse Queen’s Louise’s Children’s Hospital. Su jefe fue el connotado pediatra Harald Hirschsprung, quien hizo grandes aportes al manejo de varias enfermedades quirúrgicas de los niños, además de la famosa presentación que hizo en un congreso de pediatría, realizado en Berlín en 1886: “Estreñimiento en recién nacidos ocasionada por la dilatación e hipertrofia del colon”, que sirvió de base para penetrar ulteriormente en el conocimiento del “megacolon congénito”, como se le llamó durante mucho tiempo hasta el reconocimiento de la aganglionosis del intestino y, finalmente, pasar a llamarse “enfermedad de Hirschsprung” en su honor.

Hacia 1849, la Revista Médico-quirúrgica Británica ya señalaba “[…] necesitamos un Hôpital des enfants malades en la metrópoli, cerca a las escuelas de medicina […]” y en atención a ese clamor se fundó en la calle Great Ormond de Londres, en 1852, el Hospital por Sick Chil-dren; poco tiempo después de fundado atravesó por una crisis económica, de la cual salió gracias a los esfuerzos de Charles Dickens. Actualmente está reconocido como un gran centro académico y asistencial.


Médico, cirujano pediatra, MACC (Hon.)En los Estados Unidos se fundó el primer hospital de niños en 1855 en Filadelfia y bien pronto surgieron otros hospitales en Chicago, Nueva York, Cincinnati y otros, como el de Boston, para conformar una verdadera escuela de cirugía pediátrica y donde se destaca la grandeza del cirujano Robert E. Gross para formar una constelación de alumnos, como William Ladd, que se erigen en verdaderos pioneros de la cirugía pediátrica hasta el momento actual.

Años después se fundaron otros hospitales para niños en las capitales del Viejo Mundo y ese fue el ambiente científico que encontró en Europa José Ignacio Barberi cuando llegó a Liverpool en 1887, como cónsul de la República de Colombia, con su esposa María Josefa Cualla, después de graduarse de médico en Bogotá en 1871, de haber sido médico del ejército en 1876, en una de las tantas guerras de esa nuestra Colombia de entonces y de graduarse posteriormente de abogado en 1881. Durante los nueve años que permaneció en su cargo, tuvo tiempo también para estudiar medicina otra vez, formar parte del cuerpo médico de Inglaterra y llegar a ser miembro del Royal College of Physicians of London. Y todo esto lo refiero porque, como es de todos ampliamente conocido, él fue el fundador del primer hospital pediátrico de Colombia, el Hospital de La Misericordia, en Bogotá, inspirado en todo lo que representa la palabra misericordia y con el amparo amoroso de su esposa doña María Josefa.

La primera piedra se colocó el 25 de julio de 1897, con la presencia del presidente de la República, Miguel Antonio Caro, y la bendición del arzobispo, Bernardo Herrera, como se estilaba para la época en los grandes acontecimientos, y con las palabras emocionadas del doctor Barberi con tal motivo, a manera de una exhortación: “[…] gracias por solemnizar con su presencia esta fiesta de caridad…, las madres de esos niños que vamos a cuidar en sus dolencias nos están ya bendiciendo desde sus hogares. ¡Oídlas! […]”. Desde el comienzo fueron oídas, pues fue una obra de caridad: se construyó en un terreno donado por el Concejo Municipal, se continuó la obra con la generosidad de autoridades y numerosas personas que atendieron el llamado del fundador en bazares y recitales con donaciones importantes o simplemente llevando ladrillos, como hacían los pobres y, finalmente, se inauguró el 6 de mayo de 1906 con “[…] cuatro pacientes, dos hermanas de la caridad, cinco sirvientes, un ayudante y además una vaca para la alimentación de los niños […]”, como consta en un enternecido papel que guardó celosamente el doctor Barberi hasta el día de su muerte. Desde sus comienzos, el Hospital mantuvo estrecha colaboración con la Universidad Nacional de Colombia, a través de su Facultad de Medicina, ajustando sus actividades asistenciales con el devenir de los progresos de la medicina en el campo de la pediatría y la ortopedia; aparecieron los internos voluntarios muy mal remunerados por el hospital, las jefaturas de clínica por concursos reglamentados por la universidad y los profesores de pediatría con algunos de otras especialidades, como ortopedia igual a como en otros países, se fundieron estas especialidades y apareció el servicio de Ortopedia y Cirugía Infantil, a cargo de José María Montoya, cirujano con estudios en la Universidad de Harvard. Allí se desarrollaron verdaderas escuelas de pediatría, ortopedia y cirugía pediátrica, y es donde he permanecido mis últimos 52 años.

La semilla de la caridad germinó en muchas otras ciudades colombianas.

Medellín. Un grupo de distinguidas señoras de Medellín se reunieron en 1918, con el interés de fundar un hospital para los niños pobres de la ciudad y fue así como en 1923 se inauguró la Clínica Noel, siendo su primer director Rafael Mejía Uribe, pediatra graduado en Alemania, quien alternaba su ejercicio clínico con la práctica de algunas intervenciones de cirugía menor, como era lo usual en su época. Años después se le unieron Juvenal Ruiz y Hernán Pérez Restrepo, ambos cirujanos generales pero con especial gusto por la atención de los niños.

En 1960 llegó Bernardo Ochoa Arizmendi, quien recién graduado como cirujano general en la Universidad de Antioquia asistía a lo que en Medellín llamaban “el policlínico”, donde gracias a su visión altruista advirtió la necesidad de mejorar la atención quirúrgica de los niños, y se fue a Michigan y a Boston a especializarse en cirugía pediátrica. A su regreso, vinculado a la Universidad de Antioquia, fundó el primer Servicio de Cirugía Pediátrica en el Hospital San Vicente de Paúl, el cual había sido fundado en 1913 como un hospital general, convirtiéndose en uno de los pioneros de la especialidad en Colombia, creando el primer programa para especialistas en cirugía infantil en el país, el cual ha sido generador de un formidable grupo de cirujanos líderes en diferentes capitales, que a su turno han crea-do servicios y escuelas, especialmente en el occidente colombiano.

Cali. Aquí también una institución dedicada a atender niños pobres sirve de cuna para que se inicie la cirugía pediátrica. Hacia 1920 funcionaban en el país diversos establecimientos regionales de caridad para atender básicamente la nutrición de los niños pobres, las cuales eran llamadas “Gotas de leche”. Pues bien, la de Cali dio origen al Club Noel, fundado en 1945, gracias a los buenos oficios de la hermana Eufemia Caicedo quien con un grupo de médicos distinguidos, recién llegados de Europa, destacándose Luis H. Garcés, especializado en Inglaterra, lograron la construcción del primer quirófano para operar exclusivamente niños con la enfermedad más representativa en esa época: el pie equino varo, o con fracturas, osteomielitis o abscesos.

A partir de 1955 se establecieron convenios para operar niños del Instituto Colombiano de Seguros Sociales (ICSS); para esa época se vinculó al Club Noel, Olmedo López. En 1962, llegó Jaime Isaza, como cirujano general formado en los Estados Unidos, y bien pronto sembró en el joven médico, Edgar Cantillo, el entusiasmo por la especialidad, la cual culminó en Medellín, bajo las enseñanzas del profesor Bernardo Ochoa Arizmendi; a su regreso a Cali, emprendió una extraordinaria labor, vinculado

Barranquilla. En 1928 se fundó el Hospital San Francisco de Paula, más conocido en la ciudad como “El Hospitalito”, con la protección de un grupo de damas voluntarias, lideradas por doña Alicita Roncallo de Rosado, para atender la población infantil desvalida, y la necesidad de un cirujano fue cubierta con Carlos Acosta García, afamado cirujano general, nacido en Ciénaga, Magdalena, junto con otros especialistas.

Manizales. En 1936 se fundó el Hospital Infantil de la Cruz Roja, gracias al interés de Rafael Henao Toro, ortopedista formado en Alemania, y de su hermano, Daniel Henao Toro, cirujano general, integrante de la primera promoción de cirujanos de la Universidad de Caldas; allí se practicaban las operaciones elementales durante muchos años, destacándose la labor de Jaime Villegas Velásquez, hasta cuando llegó Antonio Duque Quintero, joven cirujano pediatra, formado en Medellín, también bajo las enseñanzas del profesor Bernardo Ochoa Arismendi, y a él le correspondió el mérito de ser el gestor de la cirugía pediátrica en Manizales.

Cartagena. En diciembre de 1947 nació la “Casa del Niño”, como un programa de lactancia para los niños de escasos recursos, por iniciativa de Napoleón Franco Pareja, afamado cirujano general de la ciudad, junto con Patti Johns y Carlos Escallón, quienes con el apoyo de doña Josefina Araújo de Sicard, don Dionisio Vélez y las familias Segrera y Tous, consiguieron el lote respectivo, que actualmente lleva el nombre de Hospital Infantil “Napoleón Franco Pareja”, donde se contó con la abnegada colaboración de las hermanas Terciarias Capuchinas desde su fundación, gracias a los buenos oficios del arzobispo López Umaña.

Bogotá. En 1969, el médico coronel Juan Jiménez Fonseca fundó el Servicio de Cirugía Pediátrica en el Hospital Militar Central. Y le correspondió a Gabriel Rozo Rojas inaugurar el primer programa para especialistas en cirugía pediátrica en Bogotá, con el reconocimiento de la Universidad Nueva Granada.

En el Hospital de La Misericordia y en el Instituto Materno Infantil, logramos con Hernando Forero Caballero, la aprobación del programa para especialistas en cirugía pediátrica, en septiembre de 1987.

La cirugía pediátrica no es profanar los delicados tejidos de un niño con el bisturí, remendando con sedas y tripas de gatos; no es una especialidad horizontal de órganos o aparatos del cuerpo humano; es una cirugía vertical aplicada a toda una edad del ser humano, desde la concepción hasta la adolescencia. El cirujano de niños no es un técnico frío que emplea una fría técnica quirúrgica a un frágil cuerpecito, sino que apuesta el corazón a la esperanza de una vida en crecimiento y desarrollo, porque curar a un adulto es prolongarle la vida, pero curar a un niño es permitirle vivir.

Rousseau afirmaba que “el hombre nacía dos veces: la primera para existir y la segunda para la sociedad”. Hoy ya no nos sorprende asistir a ‘otro nacimiento’: el de un niño que poco después de haber nacido para existir es revivido mediante una operación, antes impensable, para corregir una atresia esofágica, una hernia diafragmática, un conducto arterioso persistente, una atresia intestinal o una malformación anorrectal, que de no realizarse le significaría

Para lograr esto, el cirujano pediatra nunca olvidará la “oración-súplica” que en 1959 escribiera Willis J. Potts:

“[…] Por favor, emplee la mayor delicadeza en mis minúsculos tejidos y trate de corregir la deformidad en la primera operación, deme sangre y la cantidad precisa de líquidos y electrolitos, añádale oxígeno a la anestesia y le demostraré que soy capaz de tolerar una intervención quirúrgica de enorme amplitud. Se asombrará de la rapidez de mi recuperación; de mi parte, le quedaré eternamente agradecido […]”.

Este repaso histórico reafirma el enunciado inicial. Por todas partes se ve la caridad desde el comienzo para dar paso a los avances de la medicina en una sana integración entre la cirugía y la pediatría; entonces, la cirugía pediátrica es una hija legítima de la cirugía y la pediatría, pero en los hospitales de maternidad los obstetras no se quedaron con las ganas de participar como amantes furtivos y se aventuraron a practicar la circuncisión y otras operaciones menores en el recién nacido, como complemento de su oficio.

Los adelantos en anestesia, antibióticos, imágenes diagnósticas, nutrición parenteral, unidades de cuidado intensivo, cirugía mínimamente invasiva y las que a futuro surjan, harán más seguros y eficientes los procedimientos quirúrgicos aplicados a los niños, y surgirán grupos o personas dedicados solamente a enfermedades específicas, convirtiéndose en refinados especialistas en las áreas escogidas. Para entonces, no deberá estar en el olvido la memoria de los iluminados precursores.

Correspondencia: Efraím Bonilla Arciniegas, MD
Correo electrónico: efrabonar@hotmail.com
Bogotá, D.C., Colombia

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