Discurso de Orden en la Presentación del Libro: “Medicina Científica Mutisiana”
Por el Académico Dr. Efraím Otero Ruiz
Cuando nos ocupamos por primera vez del prólogo para el libro “Medicina científica mutisiana” preparado por Alberto Gómez Gutiérrez junto con su colega y amigo Jaime Eduardo Bernal, pensamos que este sería el trabajo ideal para su ascenso a Miembro Correspondiente de la Academia Nacional de Medicina. No sólo por los méritos que Alberto ha acumulado en esta Academia por casi dos décadas, por los trabajos que ha publicado y leído en nuestras sesiones, sino por su asiduidad en concurrir a las mismas, por su desempeño en las diversas comisiones y el entusiasmo con que ha acometido las colecciones y exposiciones temporales del museo.
Por ello nadie más indicado para recibir esta noche el título de Miembro Correspondiente, como justa retribución a sus desvelos; y nada más obligante y honroso para mí que cumplir con la misión que me otorga la Junta Directiva de hacer la presentación de nuestro nuevo Miembro, con quien me ligan vínculos personales y casi familiares ligados a nuestra mutua santandereanidad.
Como dije en el prólogo, puede decirse que, a doscientos años de su desaparición, la vida del sabio Mutis nos sigue llenando de sorpresas. A los sesudos trabajos sobre la obra del sabio y la Expedición Botánica producidos en la segunda mitad del Siglo XX se han seguido otros descubrimientos o detalles que sirven para iluminar o enaltecer más las realizaciones del prodigioso gaditano y su influencia en el desarrollo de nuestra nacionalidad. Tal ha sido este sorprendente documento inédito escrito por el sabio en 1759 y existente en el Archivo Histórico Javeriano de Bogotá, que ha motivado el presente libro, publicado por Javergraf bajo el apropiado título de “Medicina científica mutisiana” y cuyas maravillas acabamos de disfrutar.
Dos cosas deben agradecer a la Divina Providencia la ciencia y la nación colombianas, una, la de que Mutis haya surgido en la mitad de la España del siglo XVIII; y otra, la de que hubiese elegido a la Nueva Granada como el destino final de su vida.
Sobre el atraso que sufrió la ciencia española durante los primeros Borbones se ha escrito mucho, pero quizás nadie se dedicó con más tino al estudio de dicha época que el profesor Gregorio Marañón. Refiriéndose a las primeras décadas de ese siglo, escribió : “Esta oscuridad de la vida intelectual española era, sobre todo, densa en lo referente a las ciencias naturales, consideradas como peligrosas e inútiles. Sólo era aceptada, como pasto de la inteligencia, la teología escolástica, la moral y la expositiva; incluso entre los profesores de las ciencias más prácticas, como la Medicina.
Mientras en el extranjero, como lo dijera una vez Fray Benito Jerónimo Feijóo, progresan la física, la anatomía, la botánica, la geografía, la historia natural, nosotros nos quebramos la cabeza y hundimos con gritos las aulas sobre si el ente es unívoco o análogo, sobre si trascienden las diferencias, sobre si la relación se distingue del fundamento, etc. Apenas entraban en España libros extranjeros, considerados como ‘aires infectos del Norte’. Y el idioma francés, vía de enlace con el saber universal, era casi des conocido por los lectores peninsulares. Las otras lenguas vivas lo eran también, aun en mayor medida que el francés”.(1) Y más adelante agrega : “Si nos circunscribimos al estado de nuestra ciencia, de la Medicina, llueven por todos lados los testimonios de la profunda miseria en que yacíamos por aquellos años del Señor”.(2)
Como después lo anotara Castiglioni en su monumental Historia de la Medicina : “El marasmo de la ciencia médica española era tan absoluto que incluso por largo tiempo se habían cerrado las ventanas a los aires de fuera; ni siquiera se traducían las obras que más éxito lograban en el extranjero. La enseñanza en las Universidades era prácticamente nula; los profesores, con sueldos miserables aun en aquella época, podían obtener la cátedra sin concurso ni oposición y solían abandonarla durante meses enteros y cursos completos”(3).
Por eso Marañón en uno de sus libros y en sus numerosos ensayos se dedicó a estudiar la obra del Padre Feijóo, el prodigioso benedictino que, según él, “imprimió a la ciencia española y al progreso médico un ritmo moderno, sacudiendo la tremenda inercia de tres generaciones de medianías y de pedantes. Y tomó sobre sí la empresa ciclópea de arrancar de la mente de los españoles la infinita cantidad de supersiticiones, errores y fantasías que los ahogaban.
Además de su estudio insuperable de la ignorancia del alma popular trató el benedictino, con tino y minucia, de la organización de la enseñanza, del estado de las universidades y de los posibles remedios para poner fin a tanto atraso”. Con su influencia y la de otros españoles ilustres como don Gaspar Casal y el Padre Sarmiento lograron mover las voluntades de reyes y cortesanos que comprendieron la necesidad de modificar, tanto en la metrópoli como en las colonias, ese deplorable estado de cosas : de ahí surge lo que se ha llamado el iluminismo español que, afortunadamente, logra afectar positivamente la vida y la obra de don José Celestino Mutis y se transmitirá a sus alumnos. La importancia de este estudio radica en que nos permite medir en alguna forma, guiados certeramente por los autores. la dimensión en la transición de ese conocimiento.
Otra circunstancia afortunada fue la de que Mutis hubiese nacido en Cádiz en 1732. Cadiz y su cercana Sevilla, eran quizás las ciudades más cosmopolitas del imperio español ya que en sus puertos se originaba todo el comercio y el contacto intelectual con las colonias de ultramar. Y, obviamente, eran el centro de la potente Armada hispana, dispuesta a conquistar y a batirse con las superpotencias. El ser hijo de una familia burguesa, sin mayores estrecheces económicas, le permitió cursar sus estudios de gramática y filosofía en el Colegio de San Fernando y desde allí escoger como carrera la Medicina. Y lo hace quizás en el momento más importante de la transformación en la enseñanza médica española.
El estado misérrimo de la cultura médica había provocado una reacción lógica en los ámbitos de la medicina militar y naval, que por sus obligados desplazamientos observaba los progresos logrados en otras latitudes y sentía la necesidad imperiosa de mejorar la docencia. Ese imperativo, llegado al Rey, fue el motivo de la creación en Cádiz, en 1748, del Real Colegio de Cirugía, destinado exclusivamente para la enseñanza de cirujanos para la marina, mediante un profesorado seleccionado que se hubiese educado en las mejores universidades extranjeras. El promotor, el alma de esa transformación fue Pedro Virgili (1699-1776), graduado en Montpellier y en París, que había llegado a ser médico de cámara de Fernando VI, quien le encargó la fundación del mencionado Colegio. Uno de sus primeros alumnos, como lo fue Mutis, fue un catalán coetáneo de éste, Antonio Gimbernat (1734-1816), experto anatomista y cirujano, amigo de Hunter en Inglaterra, cuyo apellido consagró la anatomía dándole al extremo interno del arco crural el nombre de ligamento de Gimbernat.
Aunque no existe constancia escrita alguna, se cree que Gimbernat y Mutis fueron amigos o al menos se conocieron durante esos años universitarios. Posteriormente Gimbernat ayudará a Virgili en la fundación de los colegios médicos de Madrid y de Barcelona.
Cumplida la práctica en el Hospital Naval de Cádiz, Mutis viaja en 1757 a Madrid donde recibirá el título de Médico y trabajará por tres años con el apoyo de su antiguo maestro Pedro Virgili. De esa época datan algunos de sus más importantes estudios médicos, como el documento que nos ocupa, los cuales servirían también para cimentar su fama entre los nobles y funcionarios de la corte. De esa época también data su afición a la botánica, entrenándose con Miguel Barnades, médico de Carlos III y Director del Jardín Botánico de Madrid. Gracias a Barnades (propulsor en España del sistema sexual de clasificación de plantas propuesto por Linneo) y a través de algunos seguidores del eminente sueco pudo escribirle a éste y mantener una correspondencia y una amistad epistolar que duraría muchos años y que influyó de manera definitiva en sus actividades como Director y gestor de la Expedición Botánica en nuestro territorio(4).
El documento de 1860, que acabamos de oír, gira en torno de un concepto, la irritabilidad, considerado entonces como de gran importancia fisiológica y filosófica al tratar de definir el principio de la actividad vital, según nos lo narran en detalle nuestros ilustres inmunogenetistas. Ese concepto provenía nada menos que de Francis Glisson (1597-1677), destacado anatomista del siglo XVII, alumno de Harvey, profesor de Cambridge y el primero en describir no sólo la cápsula del hígado sino la enfermedad conocida como raquitismo(5). Su concepción filosófica mecanicista, había caído muy bien en el siglo de la “pax newtoniana”, después de las agudas guerras religiosas del 1600, para completar la edad de la sistematización, del empiricismo y del racionalismo que tan bien nos describen los autores en el primer capítulo y del que se ha ocupado extensamente Alberto en su “Historia de la Medicina Científica”.
La teoría de la irritabilidad continuaba las inquietudes de los italianos Redi y Borelli (la obra de Borelli De motu animalium había sido dedicada a la reina Cristina de Suecia en 1679) y el acercarse a las “fibras” constitutivas de los tejidos animales era casi tan moderno, hace tres siglos, como hoy lo sería aproximarse a las dobles hélices o a los nanotúbulos. Por eso a Mutis se le puede aplicar al pie de la letra lo que dijera Marañón del Padre Feijóo: “El, que no creía en los milagros de los hombres, realizó uno, maravilloso : el de hacer compatible el ansia de saber, de explorar la realidad de la vida con los ojos, y no con las doctrinas; el ansia de razonar; el afán de someter cada conocimiento a una rigurosa comprobación o a lo que entonces –y ahora- llamamos con pueril vanidad, experimentación; el hacer compatible todo esto con una fe intangible, que sólo los necios de su tiempo y los de los tiempos de después pudieran discutir”(6).
A muchos que lean estas páginas podrá revolverles el alma pensar que son cuatro sangrientos experimentos realizados en pequeños animales casi cien años antes que se pudiera pensar en anestesiarlos, es decir, una repulsiva vivisección. Pero acordémosnos que se trataba de una era en que aún se vivía la esclavitud más abyecta, en que la tortura estaba oficializada y aun aceptada por la Iglesia, y hasta en la Revolución francesa, pocos años más tarde, era todo un espectáculo callejero ver descuartizar a los humanos o arrastrarlos hasta el cadalso o la guillotina. Qué podría esperarse, pues, de pobres animales domésticos cuyas camadas se sacrifican hoy por doctos y legos cuando no hay mercado para los mismos?
La misma escuela fisiológica francesa, tan refinada para muchos, recuerda los experimentos de Magendie, el profesor de Claude Bernard, que dejaba retorcerse en sus jaulas por horas o días a pequeños animales a los que practicaba secciones de los nervios craneales o espinales (7). Por demás, cuando Bernard realizó sus primeros experimentos sobre la transmisión neuromuscular, el término irritabilidad ya estaba prontamente pasando al olvido pues, para la época en que Mutis escribió su memoria, los experimentos de Volta y Galvani demostraron que la irritabilidad neuromuscular era esencialmente un fenómeno eléctrico, descubierto gracias al par metálico o pila que lleva su nombre.
Pero, antes que mirar estos experimentos aislados y meritorios, debemos mirar al sabio Mutis en el contexto de lo que su presencia significó para la juventud colombiana de la segunda mitad del siglo XVIII. Es indudable que su llegada, en 1760, abrirá por los siguientes 40 o 50 años un nuevo capítulo que desde hace mucho tiempo se viene tratando de analizar. No sólo la personalidad y la comunicatividad del médico gaditano atrae la curiosidad de los criollos, adultos y jóvenes por igual, sino que la multiplicidad de sus intereses científicos despierta el interés por áreas del conocimiento relacionadas con el desarrollo del país.
Y su biblioteca de más de 10.000 volúmenes constituye un aporte inusitado del conocimiento, hasta entonces y hasta mucho después no visto en todos los ámbitos de la colonia. De ella ha dicho Santiago Díaz Piedrahita que “todos los jóvenes que allí complementaron su educación contribuyeron en forma decisiva a la emancipación e independencia de la Nueva Granada”.
Lo mismo sus actuaciones mineras en la Montuosa (hoy Vetas) en la provincia de Pamplona donde, por primera vez, introduce la amalgamación para el aprovechamiento del oro y la plata. Su interés por la biología en general y por la botánica en particular servirá de apoyo y de marco para su grandiosa obra de la Expedición Botánica y para el cambio de mentalidad que servirá de antesala a las ideas independentistas, por las cuales muchos de quienes las forjaron o albergaron perdieron sus vidas, como lo sostuve yo en mi artículo del año pasado sobre el desgaste científico-tecnológico de la guerra de independencia(8).Y aunque un polémico artículo publicado en inglés en Marzo de 2009 en el Boletín de Historia y Antigüedades por el profesor Anthony McFarlane, de la Universidad de Coventry, trata de menguar la gestión emancipadora de esas juventudes ilustradas, sí da en el clavo al resumir la obra de Don José Celestino, diciendo textualmente(8a): “Mutis se dedicó a enseñar matemáticas y astronomía en el Colegio del Rosario, donde surgió como el mayor crítico del obscurantismo clerical e incluso fue denunciado ante la Inquisición por invocar la teoría heliocéntrica en sus conferencias de 1774.
El Fiscal Moreno y Escandón contó con alguien que abogara por la ciencia moderna desde el medio universitario que, con otras cátedras de estudios similares, podría asegurarle la implantación de novedosos métodos de enseñanza. Esta nueva base alcanzaría dos importantes metas: rompiendo la inercia que los clérigos habían impuesto sobre los Colegios Mayores, crear un nuevo grupo de seglares educados que alcanzaran objetivos seglares con estudios que llevaran al progreso material y al bienestar público, forzando a los clérigos a regresar a ejercer sus deberes únicamente religiosos, como debía serlo”.O, como comentábamos hace poco con Alberto, quien ha sido maestro por excelencia : -Enseñó a preguntar y a obtener respuestas distintas de las dogmáticas!
Refiriéndome a los dos autores, Alberto y Jaime Eduardo, he dicho también que, además de investigadores y expedicionarios, son tratadistas e historiadores profundos, cuya huella se va cimentando más a medida que avanza este milenio. El humor cáustico sigue brillando en muchos de sus apuntes, como cuando nos traen a cuento “la beatería mutisiana” de que habla Jorge Arias de Greiff y que probablemente nos afecta a otros Académicos de la Historia, incluyendo al suscrito.
Les faltó acordarse que Solano de Luque, al que Mutis se refiere en alguno de sus párrafos y al que Menéndez y Pelayo calificó elogiosamente como el renovador de la semiótica del pulso, según Marañón “no pasó de ser un practicón vulgar, cuyas dotes de aceptable observador se frustraron por la manía de dogmatizar sin tino y sin ingenio”.
O acordarse también de algo que ellos mismos debieron sufrir cuando, a finales del siglo XX llevaron a cabo la Expedición Humana, y es la presión de los patrocinadores por que se produzcan resultados. Ello nos lo recordó agudamente el Padre Luis Carlos Mantilla(9) de la Academia de Historia a mediados del 2008, cuando nos habla en el Boletín de Historia y Antigüedades de “Los Infortunios de Don José Celestino Mutis” : uno, la reprensión del Rey en 1789 porque lo creía sentado en Bogotá y porque no había informado, después de 6 años al frente de la Expedición Botánica, las causas de su demora en avisar a la corte de Madrid acerca de los trabajos que le habían sido encomendados como Director de la misma; y aunque el virrey Ezpeleta trató de suavizar la orden, lo conminó a que se presentara en Bogotá para rendirlos. Con esta llamada de atención –pasada por alto por muchos de los historiadores- “se le fue el alma al científico”, como nos lo narra en su agradable lenguaje el eminente franciscano. Y otra, la respuesta de los burócratas de la corte que al parecer no gustaron de la yerba (Alstonia theoformis) que con el nombre de “té de Bogotá”, descubierto por él, había enviado a Madrid con miras a su empleo medicinal y a que reemplazara las costosas importaciones del té oriental.
Son patéticas las cartas que este hombre, ya sexagenario, tiene que enviar para satisfacer las críticas de los burócratas metropolitanos, que creían que desplazarse en mula de Bogotá a Mariquita era tan fácil como hacerlo en carroza desde su capital a Despeñaperros. !Menos mal que cuando Morillo se trasteó a Sevilla con los valiosos cajones de dibujos y herbarios no hubo burócrata ni político que dijera que entre el Pacificador y Mutis se estaban robando nuestro precioso material genético!..como sí se atreviera a afirmarlo 180 años más tarde algún senador colombiano!
El libro es, pues, una pequeña joya para quienes quieran aprender cómo en un siglo (aunque, como dijera el poeta, “con un siglo de retraso”) nace lentamente entre nosotros la medicina científica, de la que se ha ocupado tan doctamente nuestro nuevo Correspondiente. Y cómo de esa generación de jóvenes, entusiasmados por los libros y las andanzas de Mutis, van a nacer los impulsos y los sacrificios que, una vez lograda nuestra independencia, irán a contribuír no sólo a ella sino a la lenta formación de la élite científico-tecnológica, tan necesaria pero tan esquiva, de que nos habla Frank Safford en su libro de 1976. (10)
No queda, pues, sino congratular a Alberto por este nuevo ascenso en su carrera académica, que, sin duda, nos va a deparar a el y a todos un futuro lleno de promisorias conquistas intelectuales.
4 Díaz-Piedrahita, S.: La Ilustración en la Nueva Granada: su influencia en la educación y en el movimiento de emancipación. El caso de Mutis. Boletín de Historia y Antigüedades XCII-828:117-127, 2005.
5 Iglesias, A, et al. Historia de la Vitamina D. Ed. Univ. Simón Bolívar, Artes Gráficas, Barranquilla, 2008.
6 Marañón, G.: Op.cit.
7 Rattray-Taylor G.: The Science of Life-A picture history of Biology. Thames & Hudson, London, 1963.
8 Otero-Ruiz, E.: El desgaste científico-tecnológico de la guerra de independencia. Bol. Hist. Antig. 842:479-487, 2008.
8a McFarlane, A.: Science and sedition in Spanish America. New Granada in the epoch of atlantic revolutions, 1776-1810. Bol.Hist.Antig. 844:83-103, 2009.
9 Mantilla, LC (O.F.M.): Los infortunios de Don José Celestino Mutis. Boletín de Historia y Antigüedades XCV-840: 141-165, 2008.
1 Marañón, G.: Las ideas biológicas del Padre Feijóo. Espasa Calpe, Madrid, 1954.
2 Marañón, G.: Nuestro siglo XVIII y las Academias (pp.305-324)-Los amigos del Padre Feijóo (pp.461-474) En : Obras Completas, Vol.
III. Espasa Calpe, Madrid, 1967.
3 Castiglioni, A.: Historia de la Medicina. Salvat Editores-Barcelona-Buenos Aires, 1941.
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