José Félix Patiño Restrepo

Adolfo de Francisco Zea1

Discurso pronunciado en la ceremonia religiosa celebrada en memoria del Doctor José Félix Patiño Restrepo, en la capilla de los santos apóstoles del Gimnasio Moderno en Bogotá.

Amigos todos: en esta ceremonia religiosa que se celebra en memoria del doctor José Félix Patiño, quiero presentar ante todo un saludo afectuoso y profundamente doloroso a sus hijas Mariana, María Isabel y María Olga, a su hermana María Cristina, a sus nietos y nietas, y a todos los miembros de su adorable familia. Un afecto que se extiende, además, a la memoria siempre viva de Blanca Osorio, su esposa, de su hija Lucía y de Mercedes, su hermana, que se anticiparon a José Félix en su viaje a la eternidad; y un saludo también muy especial a sus discípulos y amigos que le acompañaron de cerca en la etapa final de su extraordinaria parábola vital.

En momentos como este, de abatimiento y de dolor espiritual, surgen en mi memoria recuerdos más amables de otros días que pugnan por salir. Conocí a José Félix cuando aún no habíamos cumplido los 10 años de edad y fui su amigo y, más que amigo, su hermano desde entonces. Recuerdo que jugábamos con bolas coloreadas de cristal, un juego al que extrañamente le dábamos el nombre de “todos ganan, nadie pierde”, una especie de ingenua postura filosófica infantil que ambos habríamos de recordar y aplicar en diversas circunstancias de la vida adulta.

José Félix se educó en el Gimnasio Moderno que dirigía don Agustín Nieto Caballero al tiempo que yo lo hacía en el Liceo de Cervantes regentado, en ese entonces, por el doctor Jesús Casas Manrique.

Ambos planteles eran excelentes en la calidad de su enseñanza, pero en tanto que en el Gimnasio se aprendía mejor el inglés, se lucían elegantes uniformes y se practicaban múltiples deportes, en el Cervantes, más conservador y sedentario si se quiere, se daba mayor importancia al estudio del Quijote y la poesía de Lope de Vega, a los nocturnos de José Asunción Silva, a la Canción desesperada de Neruda y a los poemas de Barba Jacob. A pesar de las diferencias evidentes del enfoque de la enseñanza en los dos colegios, las relaciones de sus estudiantes fueron siempre magníficas.

Iniciamos nuestros estudios de Medicina en la Universidad Nacional, de la que él habría de ser Rector años más tarde. A los dos o tres años de iniciados, José Félix se trasladó a Estados Unidos para estudiar en la Universidad de Yale. En donde permaneció doce años. Pocos días antes de salir de Bogotá, me preguntó si yo aceptaría compartir con él un con­sultorio al regresar a Colombia. Una vez terminados los entrenamientos y especializaciones que cada uno proyectaba hacer. Mi respuesta fue, desde luego, po­sitiva y no fue necesario volver a conversar sobre el asunto.

Tuvimos el consultorio juntos durante un poco más de sesenta años, treinta en la Clínica de Marly y otros treinta en la Fundación Santa Fe; seis décadas de co­laboración auténtica al servicio de los pacientes, seis décadas sin desavenencias de ninguna naturaleza.

Hoy, al mirar hacia atrás después de su partida, vale la pena destacar algunos rasgos de excelencia, carac­terísticos de su personalidad:

En un lugar preponde­rante, su honestidad espiritual e intelectual, que se advertía en todos los actos de su vida; además, su inquebrantable generosidad y su bondad con los en­fermos puestos a su cuidado; así también su tenaci­dad en el trabajo, su capacidad de tomar decisiones acertadas, su inteligencia brillante y poderosa, y su preeminente solidaridad humana. En el consultorio atendía con el mismo esmero y cortesía a los más humildes y a los más poderosos. Fue un Maestro de la Medicina, como lo fue su padre, el inolvidable profesor Luis Patiño Camargo, a quien recuerdo con inmenso cariño.

José Félix inculcó en sus discípulos la idea de que para ser un buen profesional de la Medicina clínica o de la cirugía en particular, no era suficiente con poseer solo la destreza manual, pues también era indispensable cultivar otras disciplinas de la cultura humana y, además, buscar y encontrar el humanis­mo debía ser su meta final.

Hace varios años, José Félix donó su espléndida bi­blioteca a la Universidad Nacional en una solemne ceremonia; allí explicó cómo la había conformado, poco a poco, con afecto infinito, para que los estu­diantes que la visitaran se beneficiaran plenamente, revisando y leyendo sus libros.

Aquellos que somos espiritualistas por naturaleza y, a la vez, evolucionistas por convicción, podemos concebir la existencia de un más allá, en donde en otras dimensiones y circunstancias diferentes, per­sonas de las calidades de nuestro buen amigo José Félix Patiño continúen progresando en el sendero de su evolución. Buen viento y buena mar, amigo mío. Muchas gracias.

Fecha: 4 de marzo de 2020

Correspondencia:
Adolfo de Francisco Zea adolfodef28@gmail.com

Autor


1 Adolfo de Francisco Zea. Médico Internista. Esp. en Cardiología. Esp. en Psicoanálisis. Miembro de la Academia de Historia de Bogotá, Academia Colombiana de Historia, Academia Liberal de Historia, Sociedad Colombiana de Historia de la Medicina, Sociedad Colombiana de Psicoanálisis y de Psiquiatría, Academia Colombiana de la Lengua, Sociedad Colombiana de Cardiología, Asociación Colombiana de Medicina Interna. Miembro Honorario de la Academia Nacional de Medicina. Bogotá, Colombia.

CLIC AQUÍ Y DÉJANOS TU COMENTARIO

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *