Anatomía de La Literatura Médica, China

Se desconoce quien dio origen a la medicina China, aunque la gran mayoría de los reportes mencionan al emperador Shen Nung (3000 a.C.) como posible padre. Este fue un hombre de gran habilidad que inventó múltiples métodos de cultivo para el cuidado de los viñedos y experimentó en sí mismo durante varios años, un buen número de medicamentos y venenos.

Expuso su conocimiento en el Pen Tsao, el primer herbario con una longevidad mayor a cinco mil años, ya que en 1911 se publicó una edición de lujo en Inglaterra. Buena parte de las descripciones son hoy desconocidas, otras inertes y desusadas, pero algunas, como el opio o el ruibarbo, el acónito y el crotón, se emplean todavía (4).

En fecha posterior, otro emperador escribió una notable obra titulada Nei Ching que es la base de la me-dicina de oriente (Hwang Ti, 2650 a.C.). Este texto contiene información visionaria que revolucionó el conocimiento médico, constituyó la base fisiológica de los criterios de Harvey, describió hallazgos anatómicos de disecciones y substrajo gradualmente la influencia de la magia, permitiendo la evolución de la ciencia hacia la teoría y la metódica.

Al principio de la era cristiana florecieron ChangChung King (195 d.C.) y Hua Tu (115-205 d.C.), en-cargados de difundir el conocimiento clásico sobre la fiebre y sus principios de tratamiento. Varios de sus textos son considerados como los primeros libros de semiología basados en las observaciones de los pacientes en un sistema similar al Hipocrático.

A Hua Tu se le atribuyen además, los primeros textos de anestesia y el descubrimiento de la droga narcótica Cannabis indica. Siglos después, en 1744, el emperador Kien Lung, gran protector de la literatura, concibió la idea de reunir los conocimientos médicos chinos disponibles en la gran enciclopedia de la medicina de cuarenta volúmenes llamada El Espejo de Oro de la Medicina (10). (Leer también: Anatomía de La Literatura Médica, Siglo XVI)

Donde Delos se levanta y Febo declina

La medicina, separada de la magia, se inspiró por primera vez en el espíritu de la investigación científica que dominó la obra de Hipócrates, el Padre de la Medicina, cuyas enseñanzas y guía, han permanecido victoriosas e inmarcesibles a través de los siglos hasta el día de hoy.

La isla de Delos, en el grupo de las Cícladas, gozaba de la fama de ser la patria de Apolo; allí nació la corriente del pensamiento médico que, pasando a través del oráculo, del culto a Asclepiades, de héroes y relatos médicos y filosóficos, llegó finalmente a Cos donde nació Hipócrates, el maestro de maestros.

Existe registro de que los primeros manuscritos se levantaron del lecho de los mares al borde de las islas flotantes, donde Zeus entregó a Letona las letras para regalar a Febo el poder de legar las curas. Después de la separación del omphalos nació el legado de Quirón, Jasón, Aquileo y Esculapio, que incubaron el nacimiento de los textos donde se cuenta y describen varias enfermedades.

En los épicos relatos de Melesigenes (Homero), la Ilíada y Odisea, se hicieron representaciones no formales de los métodos de curación, de la cirugía de guerra, y de los sacerdotes como profesionales independientes de la ciencia.

El Corpus Hippocraticum está constituido por una colección de más de 100 libros escritos entre otros por Hipócrates; algunas de estas obras, especialmente los Aforismos, se usaron como libros de texto hasta finales del siglo XIX.

La primera y completa edición Griega fue escrita en 1526 por Aldo de Venecia; la más extensa fue una edición Francesa publicada en 1839. Otros textos de la escuela que vale la pena mencionar fueron: Los Preceptos, El Régimen de las Heridas Agudas, Sobre las Heridas de la Cabeza y De Cirugía (11).

Aristóteles legó las bases de la anatomía comparada, de la embriología, de la historia y el comportamiento natural. A sus enseñanzas siguió Teofrasto, biólogo y botánico que escribió la Historia Plantarum, libro modelo de la morfología natural de las plantas que describe los usos terapéuticos de los tallos y hojas, la germinación de las semillas y el poder del incienso y la mirra.

Por último, hacia el sexto año de nuestra era, Dioscórides publicó De Universa Medica que comprende un recuento completo de los remedios minerales y constituyó durante siglos, una suprema autoridad en el área (12).

Al mundo de Peleo se debe, además, el nacimiento de las primeras escuelas en Cirene, Cos y Cnido, donde se impartía la enseñanza sin textos. En el mundo helénico alrededor de las bibliotecas y museos se desarrolló la enseñanza de la medicina mediante la “akroaesis”, lecciones públicas que incorporaron la “lectio” de los textos médicos.

Études médicales sur latins

El ocaso de Grecia permitió el florecimiento de la escuela médica de Alejandría, fundada en el 332 a.C., de manera simultánea a la vasta biblioteca que contenía más de 700.000 libros y papiros. La obra de esta naciente era se atribuye a Herófilo y a Erasístro; sus escritos desaparecieron tras el incendio del nuevo orden, pero se sabe de su obra a través de las páginas de Galeno y otros autores.

El primero fue esencialmente un anatomista y debió ser el primero en practicar públicamente una disección del cuerpo humano (se reconoce la mención al torcular Herophili), mientras el segundo ha sido considerado el fundador de la fisiología. De Erasístro se conocen cuatro libros sobre las presunciones de las funciones del cerebro y el cerebelo, de los nervios periféricos y de la visión.

Otros, como Catón, “El censor”, se dedicaron a dictar improperios escritos contra la medicina Griega y los preceptos hipocráticos (Preacepta ad Filium). Plinio el viejo, con su monumental Historia Natural, y Archagatus, con sus epigramas sobre diversas especialidades, complementaron el grupo de médicos romanos dedicados al prejuicio. Durante estos tiempos la medicina sufrió en manos de los teorizantes, especialmente cuando la teoría suplantó a la observación clínica.

Durante el período de recuperación de las huellas de los hijos de Hipócrates, que se permitieron dejar atrás a los dogmáticos, metodistas y neumatistas, nacieron hombres de fe que le entregaron al cuerpo del conocimiento grandes virtudes.

Uno de ellos fue Soranus (78-117 d.C.), natural de Asia Menor, considerado como la principal autoridad en obstetricia, ginecología y pediatría. Escribió el Tratado de Ciencias de la Mujer y de sus hijos, que se constituyó como la principal fuente de información al respecto por más de catorce siglos y sirvió como modelo del Rosengarten de Roselin (1513) y del Byrth of Mankynde de Raynalde (1545).

En su registro literario se encuentran las primeras descripciones de la versión podálica, la silla obstetricia, la ligadura del cordón umbilical y la profilaxis ocular del recién nacido (12).

A Soranus, siguieron los restauradores como Areteo de Capadocia, que vivió en Alejandría en el siglo II de nuestra era. La primera alusión a la obra de este adicto a la Theriaka se encuentra en los escritos de Aecio de Amida y, posteriormente, fue citado por Sir Wigan y Francis Adams en el Clarendon Press archivado en la Biblioteca del Vaticano y en la Colección Sydenham. Al buen Areteo se le deben las descripciones de la parálisis espinal, del origen de los nervios craneales y periféricos y el nombre de la diabetes (“un caminante a través”).

El otro miembro encargado en regenerar el buen nombre de la medicina, antes de la introducción de Galeno al mundo de la ciencia, fue Celso, quien al parecer no provenía de Grecia, ni era romano o tampoco médico.

Este hombre, que hacía parte de la noble familia de los Cornelius, escribió una gran enciclopedia que incluía ocho libros de medicina conocida como De re Medicina. La obra solo fue reconocida después de la edad media cuando fue sacada a la luz pública por el papa Nicolás V; en ella, se relataron el paludismo, algunas arritmias cardiacas, la ictericia y la hidropesía (13).

Galeno de Pérgamo (129-201) se anticipó al conocimiento varios siglos y representó la defensa de las doctrinas de los humores, pneumas, bilis y flemas. Fue un fecundo escritor al que se le atribuyeron más de 500 publicaciones de las que tan solo quedan unas ochenta, ya que muchas fueron quemadas en su casa de Roma.

Algunos de los escritos más reconocidos fueron: Sobre las facultades naturales, donde este gran filósofo de la medicina deleitó con sus dotes de dictador del conocimiento; De Libriis Propriis Liber y De Ordine Librorum Suorum Liber que serían recuperadas e impresas en el siglo XVI por Theodor Besterman.

Una de las grandes curiosidades de la historiografía de la literatura biomédica, fue la quema pública de los libros de Galeno que hizo Paracelso, quien iniciaba sus conferencias prendiéndole fuego a las páginas de los axiomas del profeta grecorromano, antes de rebatir y dar cuenta de muchos de los mitos anatómicos nacidos en los primeros siglos después de Cristo (14).

Antes de la disolución final del imperio Romano y el ingreso a la Edad Media, los más importantes compiladores Bizantinos como Oribasius (325-403), Alejandro de Tralles (525-605) y Pablo de Egina (670-690), abrieron las puertas de la farmacología y de la experimentación secreta. Las publicaciones mejor recordadas son: El Euporista que contenía un sinnúmero de recetas y consejos para el manejo de las urgencias; los dos libros recopilatorios del Tetrabiblion, la prosa De Parásitos y el Epítome, dedicado a la cirugía (14).

Alta y baja Edad Media

Tepidarium

Los copistas bizantinos fueron, como hemos visto, los últimos en añadir algunas piedras al inmenso constructo de la medicina Romana. Las glorias de Grecia se marchitaron y la grandeza de la historia de Roma se desvaneció.

Siguió la Edad oscura, los años en los cuales la sabiduría fue tenida en escasa estima, cuando la escritura y la investigación fue secretamente abominada, y la originalidad considerada frívola. La medicina entró en un largo período de cautiverio y esclavitud, que vio la luz bajo el albor de ocultos escribas.

En el mundo árabe se producen tres tipos de influencias: Las escuelas de Medicina en conexión con los hospitales, las escuelas médicas privadas y las tutorizaciones médicas privadas.

En las primeras, la enseñanza era teórico-práctica y tenía un soporte institucional importante, que incluía el uso de bibliotecas; en las escuelas privadas y en las tutorizaciones primaba el uso de manuales teóricos, quedando la práctica en función de los casos de enfermos tratados por los médicos docentes.

Son innumerables los tratados, compilaciones y comentarios a las obras de Avicena y otros sabios árabes. Entonces se exigía el aprendizaje memorístico de determinados textos como el Poema de la medicina de Avicena (14,15).

En el mundo cristiano en la Alta Edad Media predominan los textos breves, ligados al entorno de los monjes. La enseñanza se imparte con el apoyo de estos textos, pero son imprescindibles amplias explicaciones teóricas por parte del maestro, generalmente monje monacal.

Es excepcional el tratado de Etimologías de San Isidoro de Sevilla (562-636), cuyo Liber IV dedica a la Medicina y uno de sus capítulos, específicamente a enfermedades de la piel. Está considerado como el primer texto específico de Dermatología en Europa (15).

A partir del siglo X aparecen las primeras escuelas, unas laicas como la de Salerno y otras religiosas como la de Chartres. La primera institución docente fue la Escuela laica de Salerno (Italia) que nace en el siglo X y sobrevive hasta el florecimiento de las Universidades. De esta Escuela es el Articella, recopilación hecha por Constantino el Africano y considerado el primer libro de texto médico (s. XI), que fue utilizado en prácticamente todas las universidades creadas en los siglos XIII y XIV.

Incluye siete tratados: Aforismos, El pronóstico y Sobre la dieta en las enfermedades agudas del Corpus Hippocraticum; Isagoge de Ioannitius, árabe del siglo X; Ars parva de Galeno; De urinis del bizantino Teófilo; y De pulsibus, escrito por Filareto. El método de enseñanza se dividía en Lectio, Quaestio y Disputatio. La primera consistía en el dictado de un texto por parte del maestro que los alumnos tenían que copiar literalmente (16).

El árabe Ibn Abi Usaybia publica la obra Libro de las fuentes de información sobre las clases de médicos, que constituye un auténtico repertorio bibliográfico, que en el mundo cristiano tendrá su equivalente en el De medicina et medicis de Giovanni Tortelli, pero en el siglo XV.

El desarrollo de las Universidades es el otro evento importante en el desarrollo de la documentación médica. Con ellas se recuperan textos y conocimientos de la época dorada árabe, entre los que destacan Avicena, Rhazes, Ali Abbas, Averroes. Proliferan los tratados, que cada vez se hacen más completos y se empiezan a clasificar los temas por especialidades, aunque muy someramente.

Desde el punto de vista de las profesiones, comienzan a regularse algunas actividades y se imponen los primeros requisitos legales para el ejercicio de la medicina. Ya en 1140 en Sicilia se había establecido la obligatoriedad de un examen para poder ejercer la profesión médica. También se crean las primeras organizaciones (cofradías, protomedicatos, etc.) que en siglos posteriores acabarán configurando los Colegios y Academias (17).

Siglo XV

Les corpis

Del ejercicio de la medicina en Europa, existe amplia documentación en los Libros de Acuerdos del Concejo de Madrid y Cataluña; tuvo un desarrollo cultural importante en el siglo XV hasta que estalló la guerra civil en 1462. Fruto de este desarrollo se pueden considerar aún las ediciones incunables del último cuarto de siglo.

En el ámbito sanitario destacan los primeros incunables médicos españoles que fueron impresos en Barcelona, Lérida y Valencia. En 1475 y 1484 se editaron las obras del portugués Vasco de Tarante: De epidemia et peste y Practica quae alias Philonium dicitur.

En 1479-80 se imprimió la Chirurgia de Guy de Chauliac. En 1490 el Commentum super Nicolaum de Esteve Arnau y el Regiment preservatiu e curatiu dela pestilencia de Luis Alcanyis. En 1492 se imprimió una edición en “vulgar català” de 600 ejemplares de la obra de Guy de Chauliac Inventari o collectori de cirurgia.

Los impresos catalanes disminuyeron drásticamente en el siguiente siglo, pasando el eje de producción a la zona centro de la península, Valencia y Sevilla. En 1483 Gentile de Foligno publica un listado de las obras de Galeno De Divisione et Ordine et Numero Librorum quo Edidit Galenus (18).

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