Palabras conmemorativas en memoria de Hernando Groot Liévano

BOGOTÁ, 25 DE JULIO DE 1917- 12 DE OCTUBRE DE 2016

Zoilo Cuéllar-Montoya1 

Hernando Groot LiévanoNuestro querido maestro, profesor y amigo Hernando Groot ha muerto. En estos momentos de tristeza, vienen a mi memoria, si ésta no me falla, los versos iniciales de una canción de Alberto Cortés que dicen: “Cuando un amigo se va queda un espacio vacío, que no lo puede llenar la llegada de otro amigo”.
Es, nada más ni nada menos, esa sensación la que nos ha quedado en el alma con la partida de nuestro querido Hernando, quien supo ser amigo de todos independientemente de la diferen­cia etaria.
Este sentimiento, naturalmente, es más fuerte entre quienes llegaron primero de nosotros y tuvieron la incomparable fortuna de conocerlo en sus años más lúcidos, muchísimo antes de que la senectud lo venciera, cosa que en realidad vino a suceder muy poco antes de su muerte.

Para mí que tuve la oportunidad de apreciarlo tan de cerca en virtud de haberme decidido a escribir su biografía, es inmenso ese vacío al que me refiero. Creo que no yerro al afirmar que esa experiencia me permitió caminar al lado de Groot desde los años de sus primeros pasos y de su despertar a la vida.

Pude acompañarlo en su viaje diario de ida y vuelta junto con sus amigos del barrio de las Nieves, de la calle 23 con carrera 4ªA. a la carrera octava con calle 9ª; a la Escuela de Comercio, donde estudió su bachillerato. (Lea también: De la Academia, Hernando groot liévano (1917-2016) in memoriam)

Conseguí así vivir su vocación de médico y contemplar sus grandes triunfos primero como estudiante y luego como profesional. Sentí estar a su lado cuando realizaba las preparaciones de los enfermos de Nariño, que creyó haber hecho mal y que, en realidad mostraban, a los ojos del sabio Profesor Luis Patiño Camargo, los gérmenes de la bartonelosis que estaba matando a los campe­sinos nariñenses.

Tuve la oportunidad de viajar con él a la Universidad de Harvard y presenciar su grado de maestría y cómo ese centro mundial del conocimiento le hacía entrega de la calificación Maxima Cum Laudem en enfermedades tropicales e higiene pública.

Después, debí regresar con él a Bogotá y contemplar su brillante ejercicio profesional, sus investigaciones en las selvas, tras los tripanosomas. Puede verlo escalar hasta las copas de los árboles para acabar con los reservorios de mosquitos, o perseguirlos en las llanuras para analizarlos y estudiar los ciclos del Trypanosoma ariarii o el comportamiento de los virus de la encefalitis equi­na venezolana.

Compartí con él la subida a las escaleras de la Escuela de Medicina del Parque de los Mártires la noche que asistió a la posesión del profesor Federico Lleras Acosta en la Presidencia de la Academia Nacional de Medicina.

Logré vivir a su lado todas sus experiencias como docente, como Académico, como científico y, en resumen, fui testigo de excepción de su trasegar de inquieto investigador, incansable lector y, sobre todo, no hay palabras para agradecer el hecho de haberme visto beneficiado de su función insuperable y perenne de maestro y de haber podido resumir en palabras, guiado por su propia mano, toda esa gran obra que fue su existencia.

Sus sabias enseñanzas y, sobre todo, su sin­cera amistad, permanecerán no sólo en mí, sino en todos los que lo rodeamos, los que fuimos sus profesores en esta Academia Nacional de Medicina y que, en tantos años de trabajo conjunto y de simi­lares ideales, aprendimos a quererlo, a apreciarlo y a admirarlo.

Como una curiosidad, vale la pena mencionar que cuando vino al mundo Hernando, al frente del Pontificado, en el Solio de Roma, se encontraba el Papa Benedicto XV (Giacomo della Chiesa, 1914- 1922) y cuando entregó su alma al señor, aunque ya no se encuentra al frente de la iglesia, aún vive y ostenta el cargo de Papa Emérito, está Benedicto XVI (Joseph Ratzinger, 19 de abril de 2005 al 11 de febrero de 2013).

Esto quiere decir que la brillante, meritoria y valiosísima vida del querido profesor Groot se prolongó de Benedicto a Benedicto. Adi­cionalmente, su desaparición constituye, indudable­mente, una pérdida irreparable para todo el cuerpo médico nacional, para la ciencia universal y para todos quienes tanto recibimos de él.

Quiero poner su nombre, su vida y su obra como un ejemplo y un paradigma para las actuales y futuras generaciones de profesionales de la medicina nacional.


1 Académico de Número, Academia Nacional de Medicina de Colombia.

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