Historia de La Medicina, “La Explotación Quinera en el Piedemonte Amazónico. Auge y Crisis”
Dr. Augusto Gómez López*
* Por invitación.
Desde los tiempos coloniales la quina, también muy conocida entre nosotros, en el siglo XIX como cascarilla, fue un apreciado recurso y su extracción, transporte y comercialización generó profundas transformaciones socio-espaciales en varios de los países hispanoamericanos como Bolivia, Perú, Ecuador, Colombia, donde gracias a las bondades de la naturaleza ésta creció silvestre.
Una buena parte de los esfuerzos realizados por los miembros de las Expediciones Botánicas, adelantadas bajo el dominio colonial español en la segunda mitad del siglo XVIII, fueron dedicados al estudio de la quina, de sus variedades y de sus propiedades terapéuticas.
José Celestino Mutis y Francisco José de Caldas fueron algunos que se destacaron en virtud de sus trabajos de identificación y de aprovechamiento de las quinas del virreinato de la Nueva Granada, lo mismo que Joseph López Ruiz, quien adelantó exploraciones en la segunda mitad del siglo XVIII en el Caquetá y Putumayo e intentó buscar y cultivar el árbol de la quina. (Lea también: Historia de La Medicina, Las Quinas en el Mundo y en Colombia)
Además de la historia prehispánica y colonial de las quinas, desde los inicios del siglo XIX y gracias al desarrollo por entonces de la botánica, de la química y en general de las ciencias naturales, fue posible avanzar en la identificación de muchas de sus variedades, lo mismo que en los grados de concentración de los alcaloides en ellas contenidos dentro de un ambiente de difusión y de contagio del paludismo.
La quina se impuso a escala mundial desde que los químicos franceses Pelletier y Caventou lograron en 1820 aislar el alcaloide que denominaban quinina el cual resultó ser el medicamento perfecto contra las fiebres palúdicas.
El alcaloide permitía dosificar la cantidad de medicamento por suministrar, evitaba el suministro de falsas quinas y sobre todo, concentraba sobre la enfermedad la acción curativa del componente más enérgico contra las fiebres.
Aunque el paludismo se conoce hoy como una enfermedad tropical por ser en esta faja del globo donde permanece, es bien sabido que ella azotó gran parte de Europa y los Estados Unidos hasta finales del siglo XIX.
El entusiasmo, por ejemplo, con que el cardenal Lugo acogió y difundió el uso de la corteza de quina en los hospitales de Roma se debió a la gran cantidad de enfermos con fiebres palúdicas que se encontraba allí; tanto difundió su uso que durante mucho tiempo al polvo de quina se le denominó también “polvo de cardenal”.
Igualmente durante la guerra civil de los Estados Unidos, fue tanta la demanda de quina, que ésta ocasionó el último auge de los precios para las quinas silvestres de América del Sur.
Esos buenos precios de la quina a mediados del siglo XIX explican la gran devastación de las quinas silvestres en el interior del país como en el caso de Cundinamarca, el Tequendama, Fusagasugá, en general en el Sumapaz y poco a poco en Santander, en donde se hizo leyenda que uno de sus empresarios, Lengerke, los empresarios quineros y sus trabajadores enganchandos tuvieron que buscar nuevos bosques y progresivamente fueron desplazándose hacia la parte oriental de la Cordillera Oriental en donde la compañía de Colombia fundó el conocido pueblo de La Uribe que pronto cayó en decadencia tras el agotamiento de las quinas.
Al ritmo febril de la explotación de la corteza, la búsqueda y explotación de nuevos quinales silvestres fue desplazándose hacia el sur-occidente del país en una época caracterizada por una alta demanda internacional tendiente a aliviar el creciente contagio de la malaria, pero también una época caracterizada por el afán del llamado progreso y este fue en la época sinónimo de fomento de las exportaciones.
Ya a comienzos de la década de 1870 en la ciudad de Popayán existían importantes casas de exportación e importación que mantenían relaciones comerciales y líneas de crédito con Estados Unidos y Europa como la Casa de Elías Reyes y Hermanos.
Por entonces, el principal producto de exportación en el Gran Cauca era la quina que se extraía de los bosques de Silvia; la quina de Pitayó fue mundialmente apreciada y en la provincia de Caldas y el Gran Cauca, las cuales estaban monopolizadas por Olano y por Marcos Valencia y se encontraban ya prácticamente en extinción.
Las circunstancias del monopolio y el franco agotamiento de las quinas obligaron a emprender nuevas exploraciones en los bosques de las montañas de Patía, Tajumbina, Potosí, la provincia de Túquerres, Santa Rosa y el diviso entre la Cruz y Buesaco.
Rafael Reyes y Leonidas Pardo iniciaron en consecuencia viajes exploratorios y de reconocimiento de las quinas teniendo que superar los obstáculos presentados por el mal estado de las trochas, la falta de caminos, además de los riesgos que ofrecía transitar por aquellas zonas de bandidos y salteadores, cosa que por entonces era muy común en todo el Cauca.
Rafael Reyes y su hermano Elías eran socios y trabajaban en el negocio de las quinas bajo la razón social de Elías Reyes y Hermanos. Rafael continuó la exploración de las montañas de Tajumbina, cerca de la Cruz, y fue en el transcurso de esta exploración que Reyes alcanzó las márgenes de uno de los afluentes del río Caquetá de donde divisó las selvas orientales.
Reyes, que había iniciado en el año de 1873 las exploraciones de los territorios orientales, estableció pronto la navegación a vapor por el río Putumayo.
La navegación de este río no era enteramente nueva y por el contrario, en el transcurso de los siglos XVII, XVIII y aun a comienzos del siglo XIX, se tenía noción de la penetración de expedicionarios traficantes de esclavos nativos, comerciantes, aventureros y buscadores de fortuna que en una u otra dirección habían navegado el río Putumayo.
Otras referencias históricas señalan que la vía comercial del Putumayo entre Colombia y Brasil era conocida y transitada muchos años antes de la entrada de Reyes ya que desde 1835 varios comerciantes de Pasto bajaban por el Putumayo y el Amazonas hasta Manaos y Belén de Pará donde vendían zapatos, cigarrillos, barnices y otras manufacturas colombianas y compraban sal, hierro, licores y objetos industriales elaborados en el Brasil. Naturalmente que ese comercio no se hacía no a vapor sino en balsas y canoas.
Inicialmente las quinas extraídas de las faldas orientales de la Cordillera Oriental tenían que ser embarcadas en el Pacífico para su exportación, después de recorrer grandes distancias.
Si se encontraba un río que fuera navegable y que condujera hacia el Amazonas, la explotación y comercialización de las quinas se haría en condiciones más ventajosas y en consecuencia se abriría una prometedora ruta del comercio hacia el exterior de los productos colombianos.
Esta fue la razón fundamental que motivó a los socios de la Casa Elías Reyes y Hermanos para emprender las exploraciones de los territorios orientales y la navegación del río Putumayo.
En el transcurso del año de 1874 Rafael Reyes continuó las exploraciones en los afluentes del Amazonas y entre tanto su hermano Enrique continuó dirigiendo las explotaciones de la quina del Patía y poco tiempo después, cuando se estableció la navegación a vapor en el Putumayo, se le encargó de la dirección de los trabajos extractivos de quina en las montañas de Mocoa que fueron de las que se exportaron por el Putumayo.
Reyes obtuvo del Gobierno de don Pedro II permiso de navegación por aguas brasileras y la absoluta excención de derechos para la importación y exportación en el río Amazonas y sus afluentes por el término de 15 años.
El Ministro de Hacienda del Brasil, el 2 de septiembre de 1875 otorgó con su firma la concesión para que la Compañía Reyes y Hermanos pudiera realizar los negocios de exportación e importación en buques brasileros entre los puertos del Amazonas de aquella vecina nación y los situados en el interior de Colombia por la vía al Putumayo.
Gracias a esta concesión la Compañía Reyes navegó y realizó actividades de comercio hasta el año de 1884, cuando fue liquidada.
La Amazonia, que tradicionalmente era considerada como territorio de salvajes y caníbales, empezó a verse como un nuevo Dorado, es decir, como un lugar propicio para quienes soñaban en hacer fortuna.
A ese cambio de perspectivas sobre los territorios orientales también contribuyó el desarrollo tecnológico, el vapor especialmente, y el creciente interés de científicos y de viajeros europeos cuyas fuente frecuentes expediciones encuentran explicación dentro del contexto del auge industrial de la época, lo que a su vez promovió la búsqueda y el control de nuevas materias primas.
Las quinas exportadas por la Casa de Elías Reyes y Hermanos, de calidades diversas según la zona, se encontraban en abundancia en ese vasto territorio del Gran Caquetá, como se denominaba en una época a nuestra Amazonia, en una extensión de más de 500 millas desde el cacerío de Descansé, cerca del nacimiento del río Caquetá, hasta la desembocadura del río Orteguaza, afluente del mismo río Caquetá.
Ya en el año de 1879, cuando la Casa Reyes se había consolidado en la región y tenía establecidos viajes regulares y relaciones comerciales permanentes con casas consignatarias y agentes extranjeros, se descubrieron nuevas existencias de quinas de apreciable rendimiento. Rafael Reyes escribió al respecto:
“Justamente en aquella época fue cuando hicimos poderosos descubrimientos de quinas cúpreas, con abundacia verdaderamente increible en la ribera oriental del Caquetá a partir de Descansé hasta la desembocadura del Orteguaza, es decir, en una extensión de 500 millas; a una temperatura de 24 a 30 ºC descubrimos quinales abundantísimos que al hacer los respectivos análisis nos dieron el resultado de 3, 3 1/ 2, 4 y hasta 6 % de alcaloides.
Estos quinales existen en la base de la cordillera y en los lugares planos de la hoya del río Caquetá”. Luego, sigue diciendo Rafael Reyes: “Ascendiendo a una temperatura de 16 a 18 ºC se encuentra la quina naranja que en lo general da un resultado del alcaloide del 3 % y después, ya en la zona fría, a una temperatura de 12 a 14 ºC se halla la quina tuna, de una riqueza del 3 al 4 % de alcaloides”.
Además de las quinas extraidas en el territorio comprendido entre la banda oriental del río Caquetá y la desembocadura del río Orteguaza, la Casa Reyes explotó las quinas de las montañas de Mocoa, lo mismo que las de los territorios indígenas de Santiago, Itambiyo, entre muchos otros.
Además de la extensa lista de parientes de Rafael Reyes y de personas que se vincularon como socios y empleados de la Casa Elías Reyes y Hermanos, oriundos de Santa Rosa de Viterbo, del Tolima, de la Costa Atlántica, del Cauca, de Nariño, centenares de hombres indígenas y campesinos del Putumayo y del Gran Cauca, contribuyeron con su fuerza de trabajo a las labores que demandó la búsqueda, extracción, empaque y comercialización de la corteza.
Guías, macheteros, cargueros, cocineros, bogas, marineros, pilotos, administradores, etc., dieron vida a una de las empresas más ambiciosas de la época en Colombia.
Los quineros y en particular aquellos encargados del transporte de la corteza, debían cumplir largas y penosas jornadas, dada la precariedad de las trochas y caminos, las dificultades para abastecerse de alimentos, la accidentada topografía y las distancias que separaban los lugares de extracción de los sitios de acopio y puertos fluviales de embarque.
Mocoa se constituyó entonces en el principal centro de acopio de las quinas de la Casa Reyes que exportaba por el Putumayo y esa antigua población, tantas veces arruinada desde su fundación en el siglo XVI, vio crecer su población y el fomento de los negocios como lo describe Joaquín Rocha: “En tiempos de los trabajos de quina, el caserío ocupaba mayor extensión y estaba sin vacíos como ahora, sino toda colmada de casas.
Un buque de vapor navegaba el Putumayo, traia mercancias extranjeras y regresaba con cargamentos de quina; partida de mulas y bueyes recorrían los caminos y cruzaban las calles, pululaban en estas traficantes y forasteros.
Había almacenes de mercancías y muchas tiendas de telas, ropas y granos y se oía donde quiera el rin tin tin de las onzas y cóndores de oro y de los pesos fuertes colombianos, franceses, mejicanos y peruanos.
Se ofrecían a la venta todos los artículos necesarios, no sólo al sustento del hombre sino además de su comodidad y aún de su placer, ni faltaba sociedad escogida de caballeros, pues es bien sabido que en nuestra patria los nacidos y educados en medio del refinamiento y de las riquezas de las ciudades, los instruidos y hasta los sabios abandonan los salones y el gabinete para acudir al campo, a las selvas y a los desiertos, a donde quiera que tienen perspectiva de trabajo remunerador aunque parezca difícil y penoso”.
Desde Mocoa las quinas eran cargadas por hombres que se trasladaban a pie al Puerto de Guineo cuyo trayecto era de 6 leguas y de allí se transportaban en canoa en viaje de dos días, pasando por La Sofía hasta Cuembí, puerto éste donde podían atracar vapores de no más de 4 pies.
Fueron varias las embarcaciones que compró la empresa pero alquiló también. Reyes comenta el éxito del primer cargamento de quinas y dice: “En la primera vez que este producto que por entonces era muy valioso, se vendía hasta en un dólar la libra, venía por la vía del Putumayo a Amazonas, siempre se había embarcado del Perú por el Puerto de Cayado del Ecuador por el Guayaquil, de Colombia por los puertos de Tumaco, Buenaventura y Sabanilla.
Consigné el cargamento a la Casa de Ribón y Muñoz, en Nueva York, se vendió inmediatamente y produjo más de cien mil dólares. El éxito de este primer cargamento de quina exportadas por el Putumayo-Amazonas abrió nuevas y prometedoras perspectivas económicas de la Casa Reyes y Hermanos, la cual amplió sus trabajos de extracción y organizó nuevos envíos de quinas al exterior, siguiendo la misma ruta.
A mediados de 1884 el precio internacional de las quinas ya había descendido ostensiblemente, haciendo incosteable su extracción y transporte, además de las grandes cantidades de quina ya extraidas, empacadas y listas para exportación que tuvieron que ser abandonadas.
En la misma actividad extractiva había muerto un gran número de trabajadores, entre ellos Néstor Reyes, quien se suicidó en el río Putumayo; Alejandro Plazas Reyes y Nemesio Reyes habían contraido enfermedades que má tarde les ocasionaron la muerte.
Por su parte, muchos de los grupos indígenas del Putumayo que habían establecido relaciones con los miembros de la empresa quinera, padecieron las consecuencias del contacto y del contagio, produciéndose incluso su extinción”.
Al respecto, Reyes comentó el episodio de la enfermedad y de la muerte de un gran número de los indios de Cosacuntí, que describe Reyes como grupo de unos 500 indios hermosos y robustos a quienes había visitado en su primer viaje a vapor y con quienes desde entonces estableció relaciones de intercambio. Cuando los visitó por segunda vez, estos indios habían sido víctimas de una tisis galopante -dice Reyes- que literalmente los aniquiló físicamente.
Dentro de este mismo contexto de la actividad extractiva y de las consecuencias de su posterior crisis, poblaciones como Mocoa que se había constituido durante la bonanza en el principal centro de acopio de las quinas convirtiéndose por entonces en una próspera población comercial, vivió los signos de la depresión económica y del despoblamiento.
Dice Rocha: “Si Mocoa fue lo que he descrito en tiempos de las quinas y en los años de 1899 y 1900 cuando volví para seguir hacia Iquitos, en 1903, había llegado a un período de decadencia vecino ya al total aniquilamiento.
Muchas de las casas estaban abandonadas y caídas y habían emigrado los negociantes vendedores de mercancias y compradores de caucho porque no había a quién vender ni qué comprar. En consecuencia, actualmente no hay negocios en Mocoa y sólo hay, como ya he dicho, casas en ruinas, soledad en las calles y tedio a todas horas.
Si algún ruido se oye es el de las campanas que llaman a los fieles a las misas o al rezo, tres veces al día o más, o a los niños y a los indios a la enseñanza doctrinal y no se ve pasar casi más gente por las calles que la que va a la iglesia o viene de allí”.
En síntesis, las exploraciones que Rafael Reyes emprendiera desde el año de 1873, que dieron como resultado el establecimiento de la navegación a vapor y la instauración del comercio de exportación e importación por la ruta de los ríos Putumayo-Amazonas hacia el Atlántico, culminaron hacia el año de 1884 a causa de la crisis definitiva de los precios de las quinas colombianas en el mercado internacional; tal crisis fue consecuencia de la producción quinera de las plantaciones holandesas e inglesas en Java y a su vez fue causa de la quiebra de las empresas quineras de entonces como la Casa Elías Reyes y Hermanos liquidada con razón social.
A manera de síntesis, desde mediados del siglo XIX, Holanda e Inglaterra, con botánicos, naturalistas, coleccionistas, exploradores y aún aventureros, sacaron semillas y plántulas de la quina y fueron adaptándolas, motivo por el cual ya en 1884 quebraron no sólo las quinas de la empresa de Reyes sino también todas las quinas suramericanas.
Más allá de los aspectos descriptivos, ocurrió que por la investigación científica y la inversión de capital comenzaron a ser beneficiados los holandeses y los ingleses y hoy día siguen recibiendo estos beneficios de este tipo de productos que eran silvestres en nuestra Amazonia y en general en los territorios de América hispana.
Señores miembros de la Academia Nacional de Medicina:
Vengo a plantearles un caso. Es de carácter urgente y tiene que ver con todos ustedes, mejor dicho, con todos nosotros, -yo soy periodista, dedicada a divulgar la ciencia-, pero en últimas con la sociedad entera. Se trata de un problema de comunicación, que no es afasia, propiamente dicha, pero si tiene que ver con la pérdida del habla, y por consiguiente, de la imposibilidad para contar lo que se sabe.
Afecta a un buen porcentaje de colombianos.
Entre sus síntomas más conocidos está la ignorancia y el miedo frente a lo que no se conoce. Produce además cierta confusión en la información y casi tantas versiones como seres humanos existen.
Creo, porque yo no soy doctora, ni médica, y menos especialista en enfermedades, que la causa tiene relación con una falta de valentía y de coraje, quizá de ganas, o simplemente de desconocimiento por parte nuestra (profesionales de la salud y periodistas) frente a una actitud que podría beneficiar a sus pacientes.
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