A pesar de la ausencia de crónicas prehispánicas, podríamos intuir a partir de la historia de la especie humana en otras culturas, y asumiendo la teoría de la población de América a través de migraciones asiáticas por el estrecho de Behring, que como se confirma en las culturas de Mesoamérica, pudo haber existido entre los nuestros una relación sobrenatural y mágica con los conceptos del dolor y de la enfermedad.
Tampoco es probable que podamos hasta poco antes de la época precolombina registrar y menos confirmar en nuestras civilizaciones antiguas conceptos filosóficos o religiosos que ilustren descripciones del dolor en forma indirecta como ausencia de placer, prueba o castigo divino, etc., todos ellos matizados de religión, filosofía o imaginación, como en el viejo continente.
Pero por otro lado, sí podríamos afirmar la relación entre los “proveedores” del alivio del dolor y el tratamiento de las enfermedades en esas épocas. Nada más cercano a ese sentido religioso-filosófico de la medicina, que el concepto del “Chamanismo“, institución indígena que reflejaba conceptos cosmológicos, procesos psicológicos y normas sociales, que concentrándose en la persona del Chamán, parte Dios y parte hombre, le capacitaban para aplicar la curación entre muchas otras funciones.
De acuerdo con las descripciones de Gerardo Reichel-Dolmatoff, Profesor del Departamento de Antropología y Centro de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de California, parte del sentido mágico y visionario de la dimensión del chamán se asocia a la utilización de drogas alucinógenas, que se utilizan en los ritos de iniciación chamánica,(3) como lo veremos más adelante.
El chamán era por lo común mago y sacerdote, se estimaba más el poder mágico que el conocimiento médico stricto sensu. Aprendían por transmisión después de prácticas ascéticas preparatorias y por herencia o por iniciación, a raiz de un grave acontecimiento o accidente.
Sólo en los pueblos con organización feudal-estatal relativamente elevada como los Incas y los Aztecas y muy posiblemente los Mayas, aparecen elementos nuevos de un orden más elevado. Así en los Aztecas de las ciudades aparecen separadas las funciones de sacerdote y médico y estas últimas eran consideradas como un oficio hereditario con aprendizaje de conocimientos.
Además aparece entre los Aztecas la Medicina Teúrgica y como resultado de la observación astronómica la Medicina Astrológica, pero con caracteres que la subordinaban a la Magia Natural.
La escogencia del candidato a Chamán es muy similar en todas las culturas indígenas, generalmente esta vocación se revela al individuo por medio de visiones extrañas y apariciones sobrenaturales, las cuales se interpretan como una llamada desde el ultramundo de los espíritus; entonces el candidato, generalmente un niño, es sometido a un régimen de vida especial de dietas alimenticias, de enseñanza y de prácticas. Al lado de los chamanes existen en algunas tribus, los paeces por ejemplo, los brujos con prácticas clandestinas destinadas a hacer “maleficios” y sus poderes son muy temidos.
La mentalidad de todos los seres primitivos fue de naturaleza mística, por tanto las enfermedades fueron de carácter mágico y trataron de luchar contra ellas por medio de la magia. El hechicero jugaba un papel básico al aplacar los espíritus. Entre los Matacos, por ejemplo, para ser curandero, hechicero, hombre médico, era necesario que fuera un individuo viejo y feo; muy distinto ocurría en la Pampa, donde a los que tenían condición de afeminados se les iniciaba desde niños en las prácticas curandiles, porque los creían poseídos por los demonios.(12)
Francisco López de Gomara en su Historia de Indias nos hace un relato de las prácticas usadas por los médicos indígenas, naturalmente desde el punto de vista de los conquistadores, en estos términos: “A los sacerdotes llaman piaches; en ellos está la honra de las novias, la ciencia de curar y la de adevinar, invocar al diablo, y en fin, son magos y nigrománticos.
Curan con yerbas y raices crudas, cocidas o molidas, con saín (grasa) de aves y peces y animales, con palo y otras cosas que el vulgo no conoce, y con palabras muy revesadas y que el mismo médico no las entiende, que usanza es de encantadores. Lamen y chupan do hay dolor, para sacar el mal humor que lo causa; no escupen aquello do el enfermo está, sino fuera de la casa.
Si el dolor crece, o la calentura y el mal del doliente, dicen los piaches que tiene espíritus, y pasan la mano por todo el cuerpo. Dicen palabras de cucante, lamen algunas coyunturas, chupan recio y menudo, dando a entender que llaman y sacan el espíritu. Toman luego un palo de cierto árbol, que nadie sino el piache sabe su virtud, friéganse con él la boca y gaznates, hasta que lanzan cuanto en el estómago tienen, y muchas veces echan sangre; tanta fuerza ponen y tal propiedad es la del palo. Suspira, brama, tiembla, patea y hace mil biascas el piache; suda dos horas hilo a hilo del pecho, y en fin, echa por la boca una baba muy espesa, y en medio de ella una pelotita dura y negra, la cual llevan al campo los de la casa del enfermo, y arrójanla diciendo: ‘allá irás demonio, demonio allá irá?.
Si acierta a sanar el doliente, dan cuanto tienen al médico; si muere dicen que era llegada su hora. Dan respuestas los piaches si les preguntan; más en cosas importantes, como decir si habrá guerra o no, y si la hubiere que fin tendrá; el año si será abundante o falto, o enfermo. Si habrá mucha pesca, si la venderán bien.
Previenen las gentes antes que vengan los eclipses, avisan de las cometas, y dicen muchas otras cosas. Invocan el diablo desta manera: entra el piache en una cueva o cámara secreta una noche muy oscura; lleva consigo ciertos mancebos animosos que hagan las preguntas sin temor. Siéntase él en un banquillo y ellos están en pie. Llama, vocea, reza versos, tañe sonajas o caracol, y en tono lloroso dice muchas veces: ‘prororure, prororure’, que son las palabras de ruego.
Si el diablo viene a ellos, vuelve al son, canta versos de amenaza con gesto enojado, hace y dice grandes fieros y meneos. Cuando viene, porque el ruido se conoce, tañe muy recio y apriesa, y luego cae, y muestra estar preso del demonio según las vueltas que da y los visajes que hace. Llega entonces a él uno de aquellos hombres y le pregunta lo que quiera y él responde ‘Llevo precio por curar e adevinar’, y así son ricos. Van a los banquetes pero siéntanse aparte y por sí; embriáganse terriblemente, e dicen que ‘cuanto más vino más adevino’.
Gozan la flor de las mujeres, pues les dan que prueben las novias. No curan a parientes, y nadie puede curar si no es piache, aprenden la medicina y mágica en los bosques, no comen cosa de sangre, no ven mujeres mientras, ni aun a sus madres y padres; no salen de sus chozas y cuevas; van a ellos de noche los maestros y piaches a enseñarles”.(19)
Estas prácticas han sobrevivido a través del tiempo y subsisten hoy día en algunas tribus. Luis Guillermo Vasco, también citado por Orozco nos las describe en las comunidades Emberá-Chamí, en el Chocó: “Hay dos calidades de médico indígena: el yerbatero (el hombre-medicina) que cura utilizando yerbas y otros productos (bebidas, emplastos, baños, vomitivos, polvos, etc), y el curandero mágico o jaibaná (el verdadero hombre), que cura por el canto, por su intermediación con los jais, que estos no son otra cosa que el alma o esencia de todo, ya sea viviente, vegetal o mineral, fenómenos o fuerza, porque todo tiene su jai. Generalmente el jaibaná asocia productos a sus prácticas mágicas, conjugándose en él las dos modalidades ya descritas.
En el amplio salón del bohío de piso de guadua, el jaibaná ocupa un altar con un banco, el enfermo yace próximo y los demás circunstantes alejados; bebiendo chicha y cantando casi sin interrupciones invoca los jais y demanda la curación del enfermo, al mismo tiempo que hace ade-manes con su bastón, en el cual algunos creen aprisionar los jais, y agitan sin cesar una hoja de biao o platanillo, con la cual hacen pases sobre el paciente. Se embriagan bestialmente, además de que consumen sustancias alucinógenas y psicotropas (datura – borrachero o tonga–, yagué, coca) y van al éxtasis, pues estas drogas ‘los ayudan a ver’, a comunicarse con los jais, lo que traerá la curación. A veces se pintan la cara y usan cubiertas de pieles, hojas, y se adornan con espinas vegetales. Todo rodeado de gran misterio y lleno de posturas y gesti-culaciones.
Las drogas los hacen también adivinadores para predecir el futuro y conocer cosas ocultas. Los jaibanás ocupan altas posiciones en la comunidad, y generalmente los ‘conocimientos’ se pasan de padres a hijos o jóvenes próximos”(19).
Su medicina era muy primitiva a base de hierbas, raíces crudas, molidas con grasa de madera. Se señala “el tabaco” que mezclado con “guey” o “sacon” “transportaba y no se sentía el dolor”. Conocían las propiedades de las plantas, el tratamiento de las enfermedades era a base de vomitivos, fumigación, succión, baños, purgantes, ayunos y sudaderos. Eran capaces de contener hemorragias, inmovilizar fracturas y curar heridas. Algunos métodos usados por ellos para curar las heridas se señala la Jaruma, Fracturas con suelda (Dobrizhoffer citado por Pardal(20)), Hernias que curaban con Cupey, y para las bubas usaban el Guayacán.
Drogas Usadas
Así, como en muchos otros pueblos primitivos, la medicina indígena pasó de una etapa hierático sacerdotal a otra de magia y empirismo, las que unidas siguieron la lucha contra la enfermedad; sólo que la liturgia de aspavientos y melodrama del sacerdote y el brujo quedó como aditamento ceremonial, aun cuando el hechicero proseguía en sus coloquios convocando fuerzas secretas, con lo cual ganaba la confianza de los circunstantes y del enfermo, ya había llegado a saber que en muchos casos eran más útiles la corteza de quina, la coca, el yagé, el paico y muchas otras plantas.
Empleaban, en sus medicinas, productos muy variados de serpientes, gusanos, arañas y animales mayores de los que usaban las vísceras. Sabían las propiedades de muchas plantas como los vermicidas como el paico y el higuerón; tenían indicaciones especiales para el achiote, el guayaco, la otoba; se servían de la zarzaparrilla, la ipecacuana, la jalapa, la copaiba y la corteza de quina.
Como se verá adelante, comparativamente con los grandes textos de la farmacopea de la antiguedad, nuestros indígenas no sólo conocían los efectos de muchísimas plantas, sino que también debieron tener un recetario de transmisión oral, para cada una de sus indicaciones.
El médico español Nicolás Monardes, graduado en 1533 en Alcalá de Henares, en Sevilla, coleccionó las drogas provenientes de ultramar(1), trabajo que dejó consignado en un pequeño tratado con dos libros: uno que versa sobre todas las cosas que llegaban de las Indias Occidentales y que sirven en medicina; describe así, por primera vez, la naturaleza y virtudes de algunas plantas americanas, como el Carlo Santo, la Cebadilla, la Jalapa y el Sasafrás y corrigió las descripciones de otras más como el Tabaco, la Canela, el Guayacán, el Bálsamo y la Cañafístula. Tuvo, además, el mérito de hacer familiarizar a los europeos con el uso de otras plantas de gran importancia como lo son el Maíz, la Piña, la Guayaba, la Zarzaparrilla, el Coco, etc.
Otra parte de la tradición terapéutica americana está coleccionada en el Códice Badiano, obra escrita en latín por Juan Badiano, siendo su verdadero autor el médico indígena Martín de la Cruz (México 1552), en la que se describen los tratamientos para el dolor, para todos los padecimientos de la cabeza a los pies y se describen, además, los signos que presentan los que van a morir.(1)
El uso de drogas alucinógenas era muy importante y estrechamente relacionado con el llamado vuelo chamánico, (o entrar en trance, como se dice ahora) es decir con la sensación de una disociación durante lal cual el espíritu del chamán se separa de su cuerpo y penetra en otras dimensiones, ora para encontrar la curación de enfermedades, o bien sea para consultar a sus ancestros o para indicar los sitios propicios para la caza y la pesca.
Colombia es un país especialmente dotado de numerosas plantas psicotrópicas que crecen en todos los climas, por lo cual es comprensible que la utilización de estos hubiera sido muy amplia entre todas las tribus nativas. Las principales plantas alucinógenas son las diferentes especies del Yagé (Banisteriopsis), la fruta y flor del árbol del Cacao Sabanero (Brugmansia), las diversas especies de Chamico o Borrachero (Datura) y la Batatilla (Ipomea violácea). Los Rapés narcóticos que se absorven por la nariz y se preparan de las semillas del Yopo en los Llanos Orientales o de la cáscara de varias especies de Virola, especie de arbusto selvático.
Los indios también usaban hongos del género Psylocibe y otros, así como las secreciones de las parótidas del sapo Bufo Marinus, que contiene poderes alucinógenos muy poderosos.
Todo esto estaba íntimamente ligado a la tradición de cada grupo indígena. Así, por ejemplo, dicen los Yurutí, del grupo Tucano, que sus ancestros míticos remontaron el río Amazonas en el vientre de la güio blanca, en cuyo recorrido debieron vencer las “enfermedades”, “las fioertas”, los “diablos”, para luego hacer aparecer “malocas, sitios y surgió el espíritu de la madre del creador, de los abuelos, de los parientes… se les dió el tabaco para soplar, los bejucos de tonda y el yajé, fueron entregados al “payé” para que las otras generaciones asistieran a las enfermedades.
De igual manera fueron dados a la gente el maíz, la coca, las plumas, las canoas, las trampas y las herramientas” (28). Los Payés (chamanes) usaban para entrar en trance estupefacientes que designaban como Kurupá: provocaban estados hipnóticos y aparición de visiones. Hay diferentes Kurupáes en cada región, desde el Amazonas al Paraguay cada pueblo tenía los propios: los Guaraníes usaban la semilla semitorrada de Piptadenia a cuyos arboles se les llamaba Kurupayara; en las regiones centrales del Brasil como Paricá. Las semillas de Piptadenia aspiradas en rapé era ampliamente conocida en la provincia de Córdoba, donde la empleaban los Comechingones y las guardaban en caracoles.
Entre los narcóticos empleaban, en Mexico, el Tchoenechichi (Solanum nigrum), el Toloatzin o Toluachi a base de Datura; el Peyotl; la raiz de Coapatli (Commelina tuberosa); el Taplatl (Datura stramonium) ; el Totoncapatli (Plantago maior); el Yocotli (Thevetia yecotli), el Picietlpatli (una especie de nicinia); el Tomatl (physalis angulata); el Itzcuinpatli (senecio augustifolius) y además de una serie de menor importancia el Zapote blanco (Casimiroa edulis), como hipnótico y calmante y en aplicaciones tópicas en úlceras. Cobo, citado por Pardal, dice: “que tiene la carne muy blanca y produce sueño a quien la come”, de ahí el nombre del árbol.(19)
En cuanto al uso de alucinógenos, las plantas “del conocimiento”, podemos decir que desde Norteamérica hasta las regiones del sur, se dispone de informaciones sobre grupos indígenas que han empleado o aún manipulan, ciertas plantas con efectos psicotrópicos, para lograr estados de alucinación de diversas intensidades y características (23), que además ha sido una constante en todos los pueblos del globo.
Hablaremos de cada una de las principales, pero además había muchas otras como el Mets-Kwai o Borrachera (Methyscodendron amnesianum) usado para no sentir hambre, en la Amazonía;(8). Es interesante el provecho de algunas de estas plantas, como el tabaco que usaban como rapé, fenómeno que ya observó Colón en su segundo viaje. Con este polvo ellos pierden conciencia y se vuelven como borrachos.
Los Kogi de la Sierra Nevada manejaban así el poporo y la coca; los chibchas usaron el yopo como “yerba de la adivinación” y el borrachero (atropina, escopolamina e hiosciamina) como narcótico, cuando se trataba de dormir a las mujeres y demás gentes de servicio que debían ser enterradas vivas a la muerte de un cacique.
Los cunas hacían cocción de semillas de datura que daban a los niños con chicha y mezclaban el tabaco con cacao. El yopo (cogioba) es empleado como rapé en toda la Amazonia, Orinoquia y Piedemonte de las montañas andinas; la coca en la Sierra Nevada y el sur de Colombia y el Yagé por todas las tribus de la Amazonia y Orinoquia y con un complicado ritual y todo un mundo mágico e interpretativo gira alrededor de su uso(1). El cacao sabanero que obnubilaba y dejaba indefensos a los conquistadores.
En general existen las drogas que producen alucinaciones, hacen entrar en trance donde se comunican con sus deidades para saber el futuro; para diagnósticar y curar las enfermedades, etc. Y las otras, los psicoestimulantes que buscan quitar la fatiga, el hambre y el sueño, tanto para el trabajo cuotidiano como para la guerra. Muchas tenían efectos combinados.
Hablaremos más extensamente de algunas de las enunciadas:
Borrachero
El Borrachero, Datura arborea y otras daturas, tiene como su principio activo la escopolamina, denominado vulgarmente como “burundanga”, usado por casi todos los indígenas del continente y en nuestro país, especialmente por los chibchas, catíos y los cunas. Produce transtornos mentales, visuales y de coordinación. Los catíos lo utilizan buscando sus propiedades adivinatorias, como averiguar, por ejemplo, cosas robadas o perdidas. Los Chibchas lo usaban como alucinógeno y para dormir a las gentes del servicio y séquito que se enterraban vivas a la muerte de los grandes jefes. Además los usaban para propósitos más políticos como les sucedió a “40 soldados de Quesada que iban de Bogotá a Chocontá perdieron temporalmente la razón cuando llegaron a un lugar donde les atendieron algunas mujeres indias que les mezclaban a los alimentos semillas de una planta conocida con el nombre de Borrachero.” Y según el mismo Quesada “cobraron juicio luego, pero quedaron más locos que antes, pues andaban entendiendo en hacer tan grande locura como era arrebatar las haciendas que no les pertenecían y despojando gentes que vivían a dos mil leguas de España …” (26). Los “emburundanguearon” lo mismo que se hace ahora, o le “dieron Chamico” como dicen en el Perú.
Se denomina, según el sitio Huar-huar, Huanto o Guantuc, Maicoma, Natema, Bobachera, Chamico, Floripondio. Fueron empleadas las diversas clases de daturas por los indígenas con fines anestésicos o como alucinógenos, con el fín de colocarse en “trance”. Como anestésico las emplearon los indios andinos y los araucanos; en estos últimos la anestesia, para reducción de fracturas y luxaciones, se hacía por la ingestión de una cocción de flores de Chamico (Datura ferox) cuyo principio activo es la escopolamina, o de las semillas, cuyo principio activo es la hiosciamina.
El Padre Cobo, citado por Pardal (20) describe las propiedades del Chamico: “Tomando su cocimiento adormece los sentidos. Usan los indios de él para embriagarse, y si se toma mucha cantidad saca de sentido a una persona, de manera que teniendo los ojos abiertos no ve ni conoce. Suélense hacer grandes males con esta bebida; y aún no ha mucho tiempo que sucedió en este reino, que yendo de camino un conocido mío con otro compañero, este para robarle le dio a beber chamico, con que el paciente salió de juicio y estuvo tan furioso, que desnudo, en camisa, se iba a echar a un río. Agarráronle como a loco y estuvo de esta suerte sin volver en sí dos días”. Reimburg dice que “cuando se toma es necesario asegurarse la presencia constante de un compañero, porque se quedan durante dos o tres días en un coma absoluto, y el papel del compañero es de aventar continuamente al paciente, cuidando de que las cosas no vayan mal, en cuyo caso su deber es volverlo a la vida por los medios a su alcance (flagelación, agua fría).
Pero, al despertar, el paciente que había partido al ‘país de los sueños’, trae consigo conocimientos preciosos sobre el porvenir, los enemigos que se pueden tener, etc.”
En México, el Toluachi, que es otra datura, la usan en una pomada para fricciones, y es curioso, que esta forma la empleaban igual, las hechiceras de la Edad Media, sobre todo en Alemania.
El Estramonio comprende dos especies importantes, el Stramonium y el Metel. La Datura Metel es una hierba parecida al estramonio, que contiene diversos alcaloides del tipo de la hiosciamina (atropina) y de la escopolamina. La Daturina es un alcaloide extraído del estramonio y que constituye el principio activo de esta planta.