Don Pedro Laín Entralgo (Urrea de Gaén, Teruel, 1908 – Madrid, 2001)
Académico José Félix Patiño Restrepo*
* Presidente, Academia Nacional de Medicina de Colombia. Miembro Correspondiente, Academia Colombiana de la Lengua
“Aceptación resignada de las novedades que uno ya no puede encajar en su propia vida. Este es mi caso, valga el ejemplo, ante el rock. Lo admito, claro está, y en cierta medida lo comprendo; pero, aunque me empeñase en ello, no sería capaz de hacerlo «mío»; y así, si puedo, lo evito.
Pero, todo hay que decirlo, mi resignación se ha hecho benevolente cuando la televisión me ha permitido ver decenas (…) de miles de muchachos aplicando la pasión de su convivencia en el rock a la defensa y la exaltación de los derechos humanos.”
Este párrafo de Pedro Laín Entralgo, tomado de su libro Hacia la Recta Final. Revisión de una Vida Intelectual, fue publicado como un artículo, Deberes de la vejez: el recuerdo y la revisión, en El Mundo el 6 de junio de 2001, el día siguiente al de su muerte, en Madrid, a los 93 años de edad.
¿Por qué escogí, para empezar, este párrafo entre la vasta obra de Laín Entralgo?
Porque Laín Entralgo, Premio Príncipe de Asturias de Humanidades y maestro de las tres grandes Academias Reales, la de Medicina (1946), la Española (1953) y la de Historia (1964), vivió siempre reflexionando, dudando, revisando “con el fin de que biográfica e históricamente sea actual lo que de la ejecución del proyecto resulte.” (Lea también: Historia de la Medicina, Homenaje Póstumo a don Pedro Laín Entralgo Exordio del Director de la Academia Colombiana de la Lengua)
Porque su larga vida de reflexión constante le permitió adaptarse con facilidad juvenil a los cambios de los tiempos y asimilar el saber de las nuevas ciencias que empujaron de manera tan acelerada el conocimiento en la segunda mitad del siglo XX.
“… He leído, he aprendido, y la reflexión sobre lo leído y lo aprendido me ha llevado a revisar de manera profunda mis iniciales ideas acerca de lo que realmente son, en tanto que entidades específicamente humanas, eso que todos llamamos «cuerpo» y eso que tantísimos han llamado y siguen llamando «alma»… ” (Laín 1995).
“Bajo el título La Empresa de ser Hombre publiqué hace años una colección de ensayos cuyo protagonista era la vida humana, con la intención de sugerir en el lector la idea de que nuestra vida de hombres es un modo de existir –de ser real– que cuando adecuadamente se realiza debe y puede ser una empresa…
La empresa de ser hombre, decía mi título. Afirmación que viene a ser una redundancia, porque la realidad que llamamos hombre comienza a existir en plenitud solamente cuando un individuo de la especie humana empieza a realizarse plenamente como tal hombre, cuando sabe hacer y hace de su vida una empresa personal, es decir, cuando definitivamente es persona.
Un embrión humano no es un hombre; su ser y su vida consisten en moverse hacia el hecho de serlo efectivamente mediante el sucesivo resultado de la reacción entre su actividad biológica y la del medio que inmediatamente le rodea. Entre los herederos y continuadores de la doctrina del desarrollo embrionario en tres etapas diferentes, respectivamente determinadas por la actividad de un alma vegetativa, otra animal o sensitiva y una tercera humana.
Lo cual condujo a afirmar concesivamente que con anterioridad a esta tercera etapa en el desarrollo del embrión, éste no es, por supuesto, «hombre en acto», pero sí «hombre en potencia», más aún, en potencia «condicionada», por la normalidad de su anterior desarrollo; así obliga a admitirlo el actual desarrollo de la ingeniería genética experimental, porque en las primeras fases del desarrollo el embrión de una especie puede desarrollarse hacia la formación de un monstruo viable o de otra especie diferente.
El medio que rodea al embrión es parte co-esencial en la génesis de la especie a que «en potencia condicionada» el embrión en desarrollo llegue a ser un individuo de la especie de que procede.
“(Laín 2001). Este delicado tema de la “humanidad” del embrión lo trata in extenso, como se cita más adelante, en su obra Alma, Cuerpo, Persona publicada hace cinco años.
Los diarios del mundo anunciaron la muerte, en la madrugada del 5 de junio de 2001, en la Residencia de Profesores de la Universidad de Madrid. Fue uno de los más grandes intelectuales de todos los tiempos.
“Y un sabio indudable. Tan indudable que me parece que era el último gran humanista de nuestro tiempo. Incluso diría que es un humanista de todos los tiempos”, en palabras de Carlos Seco Serrano, de la Real Academia Española.
Fue una muerte plácida, en el sueño, la de ese gran español, médico sabio, científico, humanista, pensador, filósofo, en el marco de transformación liberal y, al tiempo, fervorosamente católica en que transcurrió su vida, la cual siempre estuvo dispuesto a revisar, con coraje y hombría, como en el Descargo de Conciencia, ese libro publicado en 1976 en que califica sus días de camisa azul falangista como “el más flagrante y revisado de todos mis errores políticos”. De allí comenzó un trayecto que giró hacia el liberalismo.
Rompió con el régimen franquista cuando se rebeló contra la sonada expulsión de Tierno Galván, López- Aranguren y García Calvo de la Universidad, siendo su rector. “Era ésta, finalmente, consecuencia de su destino como puente entre la vieja generación de la República y la nacida después de la Guerra”, dice el Editorial de La Razón de Madrid el 6 de junio de 2001.
Al lado de cada creencia, Laín siempre instalaba la duda. Y eso fue su vida, una búsqueda continua, en que nada era definitivo. Ni la muerte, a la que consideraba como algo biológico, como un suceso personal al que se enfrenta el hombre en soledad y como un evento social. Los Reyes, en su mensaje de condolencia, destacan la vida de Laín, que emergió por encima del sabio, la figura intelectual del siglo XX, «un hombre bueno», «de cordialidad extrema», «tierno», «inocente », «empeñado en conciliar a España», «honrado» y «humilde» (Rodríguez 2001).
“Filofilósofo, amigo de los amigos de la sabiduría”, se llamó a sí mismo en Medicina e Historia (1941), al que califica como el primero de sus libros que denomina científicos.
Y en la Introducción a Alma, Cuerpo, Persona (1995), que reconoce como el último de sus libros científicos, se confiesa un “incorregible aficionado a conocer con cierto rigor teorético, por tanto filosófico y científico, las cosas que más directamente me han interesado, y a tener en cuenta lo que sobre ellas han dicho cuantos con genialidad o simplemente con talento las han estudiado.”
Sobrecogedores la personalidad, el alma y el intelecto versátil y flexible de Laín Entralgo, doctor en Química y en Medicina. “Autor de más de medio centenar de libros tan dispares, fundamentalmente ensayos, como su saber, su herencia es infinita” (Rodríguez 2001).
Don Víctor García de La Concha destaca su preocupación por el saber universal, su humanismo eximio y recuerda cómo hasta última hora se empeñó en estar activo y presente en la Academia, “venía en silla de ruedas a las sesiones de los jueves… fue un gran Director de la Academia… un hombre de convivencia, de respeto a las ideas de los demás y que defendía noblemente las suyas. Y un hombre de conciliación…
Tenía una idea integradora de España, de las regiones y de sus distintas historias. Se caracterizó también por su preocupación por el hombre. Era «zubiriano», pero había avanzado hacia una posición de un humanismo que quería ser integrador de la vertiente religiosa y de la autonomía del pensamiento.”
Luis María Anson, de la Real Academia Española y Presidente de La Razón, se expresa así: “Laín Entralgo, en ¿Qué es el Hombre? se reafirmó en sus posiciones de Cuerpo y Alma, en línea con la doctrina de Zubiri y en cierta forma con la de Karl Rahner, pero, entre veladuras, abría un camino nuevo. Dios existe.
La razón no acepta que el universo se haya producido por «casualidad» y que no tenga un Creador cuya dimensión no podemos entender y al que llamamos Dios.
Pero eso no quiere decir que el espíritu, el alma del hombre, sea inmortal. Resulta compatible que Dios exista y que la vida del hombre, como la del resto de los animales, termine definitivamente con la muerte…
La serenidad absoluta de Laín y su pensamiento profundo abrieron en la vida intelectual española una nueva meditación galopante. Laín, como Zubiri, matizaba pero no negaba la vida perdurable. Creía en el hombre a imagen y semejanza de Dios. Creía que es «titular de una vida que no muere con la muerte».”
Laín Entralgo es excelsa expresión de lo que hoy reconocemos como la “la tercera cultura”, la simbiosis de las dos culturas que C.P. Snow había planteado como opuestas, hasta irreconciliables, en Cambridge, mediando el siglo XX: la científica y la humanística.
Me propuse extraer para esta ocasión, la esencia de su pensamiento de los libros que él clasificó como científicos, y del discurso que como Rector Magnífico de la Universidad de Madrid (1952–1957) pronunció al inaugurar la I Asamblea de Universidades Hispánicas en Madrid el 5 de octubre de 1953.
Comienzo por comentar y extractar su discurso universitario de 1953.
En un pequeño libro, Sobre la Universidad Hispánica, que es una de las joyas bibliográficas presentes en mi biblioteca, se recoge el memorable discurso. Laín evoca su filialidad complutense y la filialidad americana de los rectores de México, Lima, Bogotá, Santo Domingo, Quito, con la madre común, Salamanca: “Pienso (…) que no hemos venido a esta Asamblea sólo para recordar…
Asistimos, en efecto, al espectáculo de un esfuerzo reiterado por constituir «comunidades de derechos», a manera de fundamento de la convivencia humana… Sólo en el deber y para el deber puede haber comunidades…
Nosotros, los universitarios, entendemos todo esto muy bien, porque lo primario en nosotros, aquello por lo cual somos universitarios, es justamente un hábito de servicio:
servimos a la expresión de la verdad, y frente a la verdad, amigos, no caben derechos. Si, en cuanto hombres, sólo podemos conquistar y gozar astillas de verdad, y si, como es patente, la verdad nos envuelve, nos penetra y puede siempre más que nosotros, frente a ella sólo cabe el deber. “
En su discurso, que fundamentalmente exalta los deberes en cuya virtud define y afirma la comunidad universitaria, advierte el peligro de la penetración política: “Un examen atento de lo que en todo el mundo ha sido la vida universitaria (…) nos hace descubrir que la política ha ido penetrando en medida creciente dentro de la Universidad.
Es preciso reconocer que la penetración de la política en el recinto de la institución universitaria es ahora mucho más intensa: basta observar lo que sucede en todos los meridianos del planeta… El influjo del destino histórico sobre la configuración de la existencia humana es más profundo, vigoroso y extenso que nunca, y la Universidad no ha podido quedar ajena a tal realidad. El problema consiste en que la política no ahogue o desfigure el más elemental de los deberes genéricos del universitario:
“su servicio a la verdad.” “Junto a los deberes que nos obligan genéricamente como universitarios de cualquier tiempo (…) hay otros que nos conciernen en cuanto universitarios hispánicos; en ellos ha deconsistir el fundamento de nuestra peculiar comunidad… nuestro deber consistirá (…) en cultivar como universitarios todo aquello que nos define como hombres hispánicos… ¿Qué es lo hispánico, para quien sienta en su alma el mandato de una vocación intelectual?”, pregunta Laín, y para demostrarlo trae el testimonio de dos universitarios egregios: Marcelino Menéndez Pelayo y Miguel de Unamuno.
Relata entonces cómo Unamuno busca la clave del ser hispánico en el máximo libro de la hispanidad, y refiriéndose a la ciencia relativista y antisustancial de su tiempo, en la virtualidad quijotesca, que tiene como último fundamento la instalación de la existencia en un finalismo absoluto, y que consiste en pensar y actuar –o, por lo menos, en querer pensar y actuar– sólo desde el fin absoluto a que tienden el pensamiento y la acción del hombre.
Al evocar “la infinita soledad de don Quijote vencido y cuerdo”, recuerda a los americanos “la soledad, la amargura y el abandono finales de los dos máximos héroes de vuestra independencia: Bolívar y San Martín”, en cuya trágica soledad terminal se sienten vencidos por la no soñada realidad. Es aquella tremenda tragedia de Bolívar que habría de relatar, en prosa maravillosa pero angustiante, años más tarde, García Márquez en El General en su Laberinto.
Laín mira luego, desde el punto de vista intelectual y universitario, “la actitud sanchopancista, el realismo sensorial e inmediato, o, con otras palabras, la actitud del espíritu humano consistente en pensar y actuar sólo desde el fin ofrecido por aquello que inmediatamente llega a sentirse. ¿Cuántos y cuántos son los españoles y los hispanoamericanos que consumen su vida sin apenas salir de esa disposición espiritual?”
Laín reclama a los universitarios hispánicos, y entre ellos los americanos, no contentarse con afirmar su actitud histórica de pura fidelidad a nuestros viejos modos de ser. Y proclama la urgencia de adquirir la ciencia terrenal, advirtiendo que “ésta no se logra partiendo la vida entre un finalismo absoluto de linaje quijotesco y un sanchopancesco atenimiento a la pura e inmediata sensorialidad.”
En Laín Entralgo también se encuentra otra simbiosis:
“la armónica conexión del saber científico y la fe religiosa en el alma intelectual. Esa conexión entrelo que se sabe y lo que se cree “, que, afirma Laín “es equiparable a un suceso técnico nunca trivial, siempre maravilloso: la apertura de un túnel a través de una montaña… Pero, a diferencia de los túneles materiales,que una vez abiertos perduran siglos, la conexión entre la ciencia y la fe tiene siempre una validez transitoria,y debe ser fortalecida de nuevo por cada hombre y en cada nueva vicisitud del espíritu humano.”
Sus palabras finales a los universitarios de España y de América son otra expresión de su espíritu conciliador y universalista: “… dejadme creer que nuestros pueblos quieren de veras marchar conforme (…) a las tres vías sociales: la convivencia social que definió Claudio Bernard, el desdoblamiento de la personalidad vivido en sí mismo por Pasteur y la armoniosa unidad de que Santo Tomás fue ejemplo; consentidme decir ante vosotros ilusionadamente, como ayer Menéndez Pelayo, que «el ánima se ensancha y augura mejores días»cuando nuestro espíritu se ha resuelto a emprender ese prometedor camino.
Sí: el ánima se ensancha y enciende pensando lo que tan espléndido logro representaría en la economía inmanente y en la economía trascendente de la historia del hombre, y ponderando, a la vez, con emoción más modesta y recoleta, lo que en la intimidad de cada una de las almas significará la mínima y provisional parcela de verdad por ella conquistada.
Quien de veras cree en la realidad y el valor del espíritu, sabe bien que un acto íntimo y personal es a veces más importante que una grande y aparatosa batalla. ¿Vale más, por ventura, la batalla de Wagram que un versículo de la Epístola a los Gálatas o que una página del Banquete? “
Luego de repasar con deleite esa monumental obra que es su Historia Universal de la Medicina (1972), en siete tomos, opus magnum de su vida, la versión resumida en un volumen, Historia de la Medicina (1982), La Medicina Hipocrática (1982) y sus contribuciones a la Historia del Mundo (once tomos), que reposan todos en mi biblioteca particular, me propuse investigar su pensamiento posterior a través de la lectura de tres de sus últimos libros publicados por el Círculo de Lectores; Alma, Cuerpo, Persona (1995), Idea del Hombre (1996) y El Problema de ser Cristiano (1997), éstos de la Biblioteca de la Academia Nacional de Medicina.
Es exquisita su disquisición intelectual, la de un científico puro del campo de las ciencias de la vida pero con sólidos conocimientos de física y cosmología, sobre El Problema de ser Cristiano (1997) en la sociedad plural y secularizada de Occidente, cuya idea surgió “simultáneamente suscitada por la vejez y por la relativa invalidez crural” que padecía. Se reafirma, en sus propias palabras: “ser cristiano ante la realidad cósmica, ante la historia de la humanidad, ante los demás hombres, ante mí mismo y en el seno de la sociedad actual. Una vez más haré mía la petición del protagonista de Les nourritures terrestres, de André Gide:
«Júzgame, Señor, no por lo que he sido, sino por lo que he querido ser». Más aún: no por lo que he hecho, sino por lo que en el fondo he querido hacer.
Excesiva y egoísta pretensión, latente o patente en el corazón de cuantos, siendo aceptablemente decentes, no hemos pasado de ser notoriamente imperfectos».
Dice Laín en el capítulo II de Alma, Cuerpo, Persona (1995): “Acierto y error hay en la figura de Platón queRafael de Urbino ofrece en La Escuela de Atenas, y así mismo los hay en la efigie de Aristóteles. ComoPlatón mira hacia el firmamento, Aristóteles mira hacia la tierra. Lo cual es ciertamente aceptable, porque el Estagirita convirtió las celestes e invisibles Ideas platónicas en Formas terrenales y sensibles; mas también es erróneo, o al menos incompleto, porque bien explícitamente proclamó el filósofo que todas las realidades físicas se mueven hacia Dios, su «primer motor». «Todos los entes se mueven hacia el Theós – escribe-, en cuanto que aspiran a participar de lo eterno y divino.» (De an. 415ab)”
Luego de leer Alma, Cuerpo, Persona, uno concluye, con el mismo autor, que todo lo esencial acerca del problema del alma humana que ha expuesto la humanidad, queda aceptablemente expuesto en sus páginas. “Siguiendo principalmente a Zubiri, pero teniendo muy en cuenta la ineludible lección de Ortega, pionero en el descubrimiento de la función anímica del intracuerpo, en la segunda parte del libro he intentado ofrecer al lector una alternativa intelectualmente situada en que consciente o inconscientemente se han apoyado tantos científicos y pensadores de la segunda mitad del siglo pasado y el primer cuarto del nuestro, y la tradición del dualismo antropológico, sea el hilemórfico o cartesiano su signo. “
Su posición frente a qué es el alma humana es explicada en el capítulo I, El punto de partida, de la Segunda Parte de Alma, Cuerpo, Persona: “No soy y no puedo ser hilemorfista o neocartesiano, y sólo en parte puedo ser y soy «mentalista»… el modo como el hilemorfismo cristiano explica la aparición de la especie humana sobre el planeta. Excepcional será, si hoy existe alguno, el exegeta que entienda literalmente la narración del Génesis y no acepte una interpretación evolucionista de ella.
En tal caso, ¿habrá que explicar la antropogénesis como la infusión de un alma espiritual y humana en el genoma de cada uno de los homínidos mutantes a que la evolución del reino animal había conducido; infusión que sólo atribuyéndola a otras tantas intervenciones de la omnipotencia divina puede ser entendida? ¿No habrá en ello, otra vez, demasiado teísmo?”.
Lo anterior es de particular pertinencia en la época actual de la descodificación del genoma, y también del controvertido uso de células primordiales del embrión, del zigoto, humano. En el capítulo I de la Segunda
Parte de Alma, Cuerpo, Persona (1995), se refiere a la presunta condición humana del zigoto. “Que éste no sea hombre «en acto» -si por hombre se entiende animal rationale, según la definición aristotélica y escolástica-, parece cosa evidente. Lo «humano» del zigoto no pasa de ser la peculiaridad bioquímica de su genoma. Se dice, en consecuencia, que el zigoto es hombre «en potencia», según la idea que de la dynamis legó Aristóteles a la filosofía medieval; tesis sin duda cierta en nuestro caso, porque el zigoto humano «puede ser» un hombre, y efectivamente llegará a serlo si no muere en el camino.
Tesis, sin embargo, sólo parcialmente cierta, porque la embriología experimental y la ingeniería genética han demostrado que en las primeras fases de su desarrollo, el zigoto de las especies animales superiores – por legítima extensión, también la del hombre- puede llegar a ser «algo» distinto de la especie de que procede, si experimentalmente se modifican una parte de su estructura bioquímica y las condiciones del medio en que se desarrolla.
Lo más que cabe decir es que el zigoto humano es hombre «en potencia condicionada». Sólo a partir de un determinado momento de su desarrollo -¿desde la configuración de la blástula y la nidación?- cumplirá el dilema propio del modo incondicionado de «ser en potencia»: llegar a ser hombre en acto o sucumbir. “
Su mente universal y siempre inquieta, en permanente búsqueda de la armonía entre la ciencia y la religión, lo llevó a producir una obra singular, Idea del Hombre, que apareció en 1996, cuando el maestro tenía 88 años, donde acoge la teoría cosmológica del “big bang” -aceptando el término inglés, entre técnico y popular, para significar la Gran Explosión-, que explica el origen del tiempo y del universo.
Laín repasa las teorías físicas sobre la materia y la energía con autoridad y de manera didáctica, anotando cómo una partícula elemental es algo que según las condiciones a las que se la someta puede manifestarse como masa material o como energía radiante; examina la realidad de la partícula elemental para analizar la realidad del cosmos y plantea un nuevo problema: “decir científicamente, o al menos razonablemente, en qué consisten cualitativamente todas las formas particulares del dinamismo cósmico.”
En la misma obra, Idea del Hombre (1996), Laín discute la forma en que el dinamismo cósmico se actualiza organizándose, produciendo estructuras a lo largo del proceso al que técnicamente damos el nombre de evolución. Se vale de estructura y evolución, los dos conceptos para la elaboración de una cosmología y una antropología científica y filosóficamente válidas, que procede a estudiar en detalle a través de la evolución cósmica y de sus diversos dinamismos.
Laín distingue entonces el dinamismo de la concreción, o sea la primera fase de la casi instantánea conversión del caos en cosmos; el dinamismo de la variación para entender la evolución del universo como la sucesiva aparición de niveles de realidad en que va siendo cada vez mayor el devenir y menor la variación; el dinamismo de la estructuración, como la aparición de estructuras cada vez más complejas a partir de las partículas elementales como el electrón, el fotón, el quark y el neutrino, las cuales carecen de estructura; el dinamismo de la alteración, que permite que una estructura por sí misma dé de sí otra estructura; y el dinamismo de la mismidad o pertenencia de un individuo a una especie, la cual contempla a la luz de la sustantividad molecular y la estabilidad transmolecular.
Y termina la Segunda Parte de este magnífico libro, con los siguientes interrogantes: “La reproducción garantiza la perpetuación de la especie; la selección natural, la perduración de la vida. En uno y en otro caso, la misma pregunta:
Don Pedro Laín con Don Gregorio Marañón.
¿hasta cuándo, en el caso del hombre? ¿Hasta que se extinga del todo y para siempre la especie humana? ¿Hasta que el Homo sapiens sapiens se convierta en Superhombre? “
En la Tercera Parte de la Idea del Hombre, apegándose a su convicción Zubiriana, Laín analiza la génesis del hombre y su evolución desde los homínidos antropoides, el Australopithecus, el Homo abilis, el Homo erectus, el Homo sapiens y el Homo sapiens sapiens, “subgénero éste al que pertenecemos los componentes actuales del tópicamente llamado «género humano».” “El hombre es una estructura dinámica aparecida hace más de tres millones de años en el curso de la evolución del cosmos dentro de la bioesfera terrestre; estructura a la que, mientras no se demuestre otra cosa, hemos de ver como la más compleja y eminente de todas las que existen…
Tal como concebimos la evolución del cosmos, en ella ha habido tres momentos máximamente decisivos: la conversión de la energía originaria en la materia-energía de las primeras partículas elementales; la aparición de las estructuras vivientes; el orto de las estructuras personales; en términos zubirianos, los sucesivos dinamismos de la variación, la mismidad transmolecular o viviente y la suidad o mismidad transmolecular humana…
Si por obra de selección natural, la serie de causas segundas que ha sido la evolución cósmica en la bioesfera terrestre ha hecho que el dinamismo del cosmos gradualmente pasase desde la estructura molecular de la ameba a la estructura, también, a la postre, biomolecular del homínido de que biológicamente procede el género humano, el australopitheco…
Así originada y constituida la realidad del hombre, necesariamente hemos de verla como una estructura –por el momento, y para nosotros, la última en el tiempo y la máxima en perfección– aparecida en la evolución del dinamismo cósmico y dotada de las propiedades sistémicas que descriptivamente quedaron consignadas en la Primera Parte de este libro.
Una estructura esencialmente dinámica, puesto que en el dinamismo tiene su verdadera esencia, es, pues, el principio agente de la actividad individual y específica de cada hombre.”
Y luego agrega: “Equivale esto a decir que, siempre en mi opinión, no hay espíritu en la realidad del cosmos y que todo en él, hasta lo que llamamos materia, es dinamismo. Espíritu, más aún, espíritu puro, creador, omnipotente, omnisciente, sustentador y providente, sólo Dios lo es, y como tal puede intervenir de modo extraordinario en la evolución del cosmos por Él creado y en la historia de la humanidad.
” Fiel a su credo religioso, plantea la consistencia del cosmos a partir de un claro pronunciamiento:
“La realidad física –queda aparte la cuestión de si hay o no hay realidades no físicas, en el sentido que hoy damos a esta palabra– fue la consecuencia de un acto creador de Dios. Se trata ahora de saber razonablemente, ya que no con evidencia, en qué consiste ese modo de la realidad. ¿Qué es lo que Dios creó, según lo que de ello podemos saber los hombres? Lo creado por Dios, la creación entera, ¿tiene o no tiene en sí un modo único de ser real?”
Este es el final del libro, que bien se aplica al final de su vida: “Eliminando la secreta jactancia de una conocida sentencia latina, diré, para terminar: «Hice lo que pude; otros harán más»“.
Referencias bibliográficas
- Anson LM. Laín, ante la muerte. La Razón, Madrid junio 6 de 2001.
- Editorial. La muerte de un humanista. La Razón, Madrid junio 6 de 2001.
- Laín Entralgo P. Sobre la Universidad Hispánica. Ediciones Cultura Hispánica. Madrid, 1953.
- Laín Entralgo P. Historia Universal de la Medicina. Comité de Redacción: P Laín Entralgo, L Sánchez Granjel, JM López Piñero, A Albarracín Teulon. Siete volúmenes. Salvat Editores SA. Barcelona, 1972.
- Laín Entralgo P. Historia de la Medicina. Salvat Editores SA. Barcelona, 1982.
- Laín Entralgo P. La Medicina Hipocrática. Alianza Editorial. Madrid, 1982.
- Laín Entralgo P. La Relación Médico-Enfermo. Historia y Teoría. Alianza Universidad. Madrid, 1983.
- Laín Entralgo P. Alma, Cuerpo, Persona. Galaxia Gutenberg, Círculo de Lectores. Barcelona, 1995.
- Laín Entralgo P. Idea del Hombre. Galaxia Gutenberg, Círculo de Lectores. Barcelona, 1996.
- Laín Entralgo P. El Problema de Ser Cristiano. Galaxia Gutenberg, Círculo de Lectores. Barcelona, 1997.
- Laín Entralgo P. El envejecimiento como empresa personal. Extracto de La Empresa de Envejecer, inédito en el momento de su muerte, será publicado por el Círculo de Lectores. La Razón, Madrid junio 6 de 2001, Cultura pág. 5.
- López Piñero JM, (Prólogo de P Laín Entralgo). Ramón y Cajal. Salvat Editores SA. Barcelona, 1985.
- Editorial La muerte de un humanista. La Razón, 6 de junio de 2001. Opinión, página 4.
- García de la Concha V. Una figura excepcional de nuestro tiempo. La Razón, junio 6 de 2001. Cultura, página 19.
- García Márquez G. El General en su Laberinto. Editorial Oveja Negra. Bogotá, 1989.
- Rodríguez JC. La Razón, junio 6 de 2001. Cultura, página 19.
- Seco Serrano C. Sabiduría y bondad. La Razón junio 6 de 2001. Cultura, página 24.
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