Letras, El Aleijadinho (1730 – 1814)
Darío Maldonado Romero *
En Colombia no faltan historias de la enfermedad que torturó al Aleijadinho, cuya duración larguísima, origen incierto, importancia individual y colectiva y tratamiento infructuoso hasta reciente data, tiene aspectos sicológicos fragmentariamente mencionados, aunque impresionantes y, a veces, premonitorios.
En el Brasil tuve la oportunidad de conocer las estatuas del Escultor Enfermo Antonio Francisco Lisboa que en su octogenaria vida se destacó como tallista, político, partidario de la Independencia Nacional, amigo de la magia y benefactor de sus congéneres mulatos, durante el florecimiento de la explotación del oro y la trata de esclavos en la época más brillante de Minas Ceraes.
Niñez y adolescencia
Hijo de una negra bellísima de quien sólo se conoce el nombre Isabel y de un famoso escultor portugués Manuel Lisboa, fue criado en la casa de un tío e iniciado en religión, música y latín por el párroco Fray Felipe de quien fue acólito, demostrando excepcionales capacidades intelectuales y artísticas; como era cabezón y contrahecho (mongólico) no servía para alférez ni soldado pero el papá lo dejaba entretenerse en su taller con piedras y maderas; Fray Felipe lo adiestraba en el diseño y el tío en ornamentación de iglesias y otras construcciones.
El papá lo llevó a su casamiento y en la fiesta dijo duro para que todos lo oyeran: ¡Hijo mío Dios te bendiga! dejándolo así reconocido. El primo Felicio de 11 años, conocía todos los suburbios y gentuzas del pueblo y en una excursión en busca de negras por tierras encenagadas fueron precipitados por un alud a una laguna, Antonio no pudo defenderse y quedó inconsciente y con grandes lastimaduras.
Al recuperarse Fray Felipe le llevó un cuadro de la Cena de Leonardo da Vinci para que se entretuviera diseñando y le dijo: “Fíjese, casi todos hablan, pero son las manos las que dicen lo principal; Jesús, los apóstoles y el traidor usan las manos para hablar y éstas parecen diferentes.”
“El gran artista que pintó La Cena en la pared del refectorio de un convento de Milán dejaba correr la vida de sus pinceles; en ese cuadro, fíjate bien, casi todos hablan pero las manos son más expresivas cuando hay cosas importantes que decir; trataba se de saber quién se atrevería a vender al Maestro; ¿me estás acompañando? Es la Santa Cena, ¿la viste bien?”
Explicó el fraile. Antonio confirmó moviendo la cabeza y dijo: ¿Me la prestais? Oyéronle la voz después de dos semanas! El fraile había curado al mulato. Por la noche el papá le corregía los diseños y una vez le preguntó qué era lo más bonito que había visto y al responderle que un santo echando candela por las manos, le explicó que eran los estigmas de San Francisco y que le hiciera de ellos un buen diseño. Desde entonces para Antonio las manos fueron su obsesión.
Manuella estimulaba para compartir su oficio y lo llevaba a comer en las tabernas, visitar amigos, atender convites a bailes y serenatas. Para festejar la asignación de un contrato Manuella llevó a su casa, vistió la mejor ropa y se entregó a la prestidigitación arrojando monedas de oro al amplio regazo de María, su esposa, que no sabía ser alegre ni entendió el juego.
Manuel atrapó una moneda de oro que caía, lanzó un improperio y se fue con Antonio a beber en otras partes. Bien bebido y estimulado por canciones eróticas dijo a Antonio: he hecho obras pero no he sido sino rematador; quiero que seas más que tallador y contratista, olvídate de la oficina y quédate con Xavier de Brito que tiene mucho que enseñarte.
A la mañana siguiente entró Fray Felipe con el maestro de Brito traído para las tallas del altar mayor y le había informado que Antonio trataba de ser un buen tallista; lo invitó a su casa, hablaron largamente, le dio elementos para un diseño y se fue a beber vino; al volver miró el diseño y le dijo: No sabes eso y tengo que enseñártelo.
Lo tomó de ayudante y trabajaron varios años. La última semana de su vida le dejó con el párroco un rollo bien protegido y con dedicatoria: el diseño de San Francisco que a primera vista le pareció detestable!
Juventud y perfeccionamiento
Cuando los responsos en el cementerio habían serenado los rostros de la esposa y los hijos de Manuel, sintió Antonio que quedaba completamente solo; sentóse en el lugar que él ocupaba en el taller y tomando un trozo de madera dedicóse a liberar de allí un Profeta, anunciador del futuro.
La fundición de oro se volvió el centro nervioso de Vila Rica y el Gobernador buscó en Río de Janeiro un hombre de talento para burilador de moneda y encontró a José Gomes Batista que hacía treinta años era grande artista.
Doña Teresa de Albarenga hizo una reunión en su casa en que se habló de un magnífico diseño de Antonio de quien dijo Gomes Batista que era (ea, mulato, y contrahecho pero un gran artista. Después en casa del Gobernador hubo una sabatina a que fue invitado Antonio y examinado de pies a cabeza, le enseñaron el asiento y todos consideraron que el Lavatorio para San Francisco era una creación genial. “Obra de mi padre!” exclamó Antonio.
Esperaba esa respuesta, repuso don Claudia, el Gobernador: “El diseño fue del Maestro Manuel, pero la ejecución de otro gran artista Antonio Lisboa!” Salió rememorando cada minuto de la reunión en que fue reconocido como el mulato más distinguido de Vila Rica.
La plaza perdió el aspecto sombrío y una manada de niños se precipitó sobre Antonio pidiéndole dibujos. Sacó de los bolsillos lápiz y papel y empezó a pintar un ángel y empujado por el remolino entró a la casa. Al despertar llamó al esclavo para informarle que se Iría para Sabará a reformar la iglesia.
Caminaba por su habitación y súbitamente ante el espejo por primera vez percibió arrugas en la cara. Serían los primeros signos de vejez? Tardó en dormirse y se enfrascó en la Biblia, pasando el índice por los renglones como cuando su padre lo instruía. (Lea: Letras, La Medicina de Bogotá en la Época del Doctor Sinforiano Hernández Carvajal)
Madurez y enfermedad
El camino subía suavemente, se oyó un tañido en la Iglesia de Sabará y poco después Antonio estuvo en presencia del Abad que lo esperaba para convenir las reformas de la iglesia a donde Antonio vendría cada vez que le fuera posible y regresó a Vila Rica.
Llegado a las alturas divisó por última vez los contornos de la iglesia para grabarlos bien en la memoria. A media noche pentró a Vila Rica pero no a su casa sino a la de su amiga doña Concepción y una esclava, llevando la vela lo condujo a la alcoba. Antonio arrojó el sombrero y hundió su mano en el cabello centellante de la dama, rompiéndole un peine de oro con suave crujir.
Los rayos del amanecer penetraron por los cortinajes y doña Concepción empujó atrás el dorado cabello y tropezó con la punta afilada del peine roto. Oscura estaba la potente mano de Antonio sobre la blanca almohada; la señora le pinchó el dedo medio, esperando el grito de dolor; Antonio dormía, no salió sangre de la herida; el horror la poseyó: ¡Estaba muerto! Dio un grito y desapareció. Sobresaltado Antonio preguntó ¿qué había pasado? ¿Era un sueño? Subió a su caballo y a galope fue a su casa. Sueño y grito lo seguían.
Los heraldos sobre sus caballos y detrás un jinete solitario, colgando más bien que sentado en su montura, el nuevo Gobernador. ¡Míralo Antonio, peor de lo que se decía! Antonio gritó de todo corazón: ¡viva Vila Rica! y elevó los puños; vio que las suyas eran las únicas manos enguantadas; las ocultó e invitó a don Claudia la casa de D. Teresa; cinco minutos más tarde el salón se había llenado.
Lisboa en el extremo de una mesa alIado de un hombre extraño, oficial del ejército, rostro noble y sufrido, nadie lo llamaba por su verdadero nombre, le había quedado el de su profesión Tiradentes! Todos le pidieron que hablara.
“Es por nuestros bienes más sagrados, por nuestro derecho a la libertad espiritual; nuestro país está maduro para administrarse a sí mismo; nos está reservado un gran destino entre los pueblos. ¿Es posible que nuestro futuro dependa de un soberano del otro lado del mar? ¿Qué somos para él? ¿Una tierra de tesoros para su insaciable hambre de riquezas? Don Claudia miraba a Antonio: me temo, dijo, que empezamos a hilar oscuros pensamientos, vamos a dar un paseo.
En todas partes saludaban amablemente a Don Claudia y al ancho, torpe, pero popular mulato Lisboa al que los niños le pedían que les hiciera una muñeca. Empezó a tallar una para Rosita, medio inválida, que le rogó hacerla bonita. La haré como tú, preciosa. Los dos amigos entraron en una taberna para bailar, diversión predilecta de Antonio, que cambiaba a menudo de bailarina en tanto que don Claudia bailaba siempre con la misma.
Una muchacha prorrumpió en un desesperado grito y corrió hacia el grupo de sus compañeras; don Claudio vio a Antonio con expresión horrible, mirando el trapo que se le había caído de la mano izquierda y con dificultad se mantenía en pie; se interrumpió el baile y corrió un rumor por el jardín: ¡el maestro Antonio tiene zamparinha! Don Claudio llegó a tiempo para evitar que se cayera; Antonio se sumió en profundo sueño.
Don Claudio averiguó qué enfermedad era esa y supo que había aparecido en Portugal y venido al Brasil con los esclavos negros pero el nombre lo adquirió en Rio de Janeiro donde una famosa diva italiana conmovió a la ciudad y se le aplicó su nombre a la extraña y temida enfermedad.
Un mensajero dijo con voz altisonante que el Gobernador necesitaba al maestro Antonio, quien acudió inmediatamente, y le dijo: Estimado maestm, mostrándole una estatua, éste es San Jorge mi santo preferido, pero la figura es mezquina; mis consejeros me han dicho que sólo vos podeis ejecutar una verdadera obra de arte.
¿Queréis ejecutarla para estrenar el día de Corpus Cristi? Lisboa apoyado en su bastón se levantó de la silla pero el Gobernador pareció acordarse de algo. Querido maestro puedo pediros un pequeño favor? Tengo el encargo de reducir a los elementos peligrosos y creo que pudierais informarme cuáles de vuestros amigos dejan entrever algo de sus planes y sería posible arreglar este asunto antes de llegar a la violencia! Lo acompañó afuera.
Se propagó como un incendio que el Gobernador había sido destituido. La despedida fue menos efusiva que la recepción. Habló con voz casi baja y al final de su discurso con voz potente una frase de ¡Gloria a la patria y al Rey! De sus errantes pensamientos lo arrancó la clara exclamación ¡Viva Vila Rica!
El público entusiasmado repetía !Viva Vila Rica! Antonio también se alegró por sus amigos pero preguntó: ¿Qué sucederá con el Secretario? Se quedará algún tiempo, agregó don Claudio hasta después del Corpus…Mauricio había traído vino, los amigos brindaron. Que viva la Libertad! exclamó alguno con la segunda copa. Que viva Vila Rica! dijo don Claudio. Que viva San Jorge! murmuró Antonio y ninguno en tendió este extraño brindis.
Radiante fue el día de Corpus Cristi. La víspera se habían llevado a la iglesia las estatuas de San Jorge y el Dragón, esculpidas por Antonio por orden del Gobernador y fueron colocadas completamente cubiertas. Al terminar la misa tronaron las trompetas y el Secretario, encargado del gobierno, con doce heraldos, se abrió paso sobre un caballo blanco; ni una mano ni un gesto de saludo, profundo silencio en la multitud!
Al acercarse a las estatuas hizo tocar una señal: tiró la cuerda y las estatuas quedaron visibles. De algún lado brotó una risotada que como oleaje ensordecedor corrió por toda la plaza: San Jorge, a caballo, con el rostro del Gobernador y, a su lado, sobre el cuello del Dragón, la cabeza de Romao, el Secretario!
Enfurecido dirige su corcel contra la multitud gritando: “Canalla! Vil canalla! Me lo pagaréis todos, especialmente el bribón desgraciado que cometió el sacrilegio, vuestro Maestro, el inútil, el lisiado, el Aleijado!”. Espolea el caballo mientras la masa vuelve a estallar en carcajadas; a una melodía de arrabal, le pusieron letra alusiva, que se canta entusiastamente! Rosita, la compañera de Antonio, quiere irse murmurando Alejado! Palabra que a ella le han dicho muchas veces.
Un puñado de niños la toman de la mano y la llevan en medio, arrancando flores y ramas de todos los arbustos de la calle y los jardines; los pocos que han quedado en casa abren puertas y ventanas para ver la extraña procesión que va a la casa de Antonio, abren la puerta y se precipitan a la alcoba arrojando las flores sobre el maestro; con inmenso amor cantan las gargantas juveniles ¡Viva o Aleijadinho!
El Médico
Con el Gobernador del incidente del San Jorge había venido el médico Buenaventura, hombre de gran simpatía y cultura, viajado por África y la India, que se relacionó con lo más granado de Vila Rica. En una sabatina con doña Teresa de Albarenga compartió horas con abogados, poetas, políticos y con el recién llegado Conde Bamacena, nuevo Gobernador, informado de lo que estaba ocurriendo en el Brasil en la lucha por la Independencia, con su principal gestor Tiradentes.
Ahora que debía volver a Portugal sentía cuanto se había apegado a Vila Rica; no podía aceptar que la vida de Antonio fuera agradable. ¿Habría cura para la enfermedad del Maestro? ¿Sospecharía de qué sufría? ¿Su voluntario retiro era el temor de ser reconocido?
Llegó a su casa y Rosita le informó que estaba de visita con el maestro Joao Batista pero que se alegrarían de verlo; se saludaron estrechándose las manos. ¿Venís a despediros, señor Médico? No, maestro, Vila Rica tiene poder misterioso sobre mi! -Oh si yo hubiera visto algo de lo que habéis visto en todo el mundo! dijo Antonio.-
Mucho más importante que ver es captar profundamente. Cada tiempo tiene su verdad y cada artista la suya, maestro gran parte de vuestra vida y vuestro crear está por delante! Antonio agitó con violencia la cabeza y dijo: Demasiado tarde…me pudro, me pudro estando vivo. Rosita entró renqueando; el médico viendo la angustia en sus ojos le dijo: “El Maestro está enfermo, Rosita, sé buena con él, lo que necesita es amor!” La niña se arrodilló, Buenaventura y Batista en puntas de pie abandonaron la habitación.
Antonio trabajaba en su taller cuando apareció Buenaventura y le informó que los amigos habían sido arrestados en casa de Don Claudia y llevados a Rio de Janeiro y que sólo faltaba Tiradentes. A la puerta de su casa ya no llegaban niños con flores; los vecinos le tiraban piedras a los esclavos y pedían la expulsión del enfermo que le dijo al médico que sería mejor irse lejos. Estaría más allá de los sesenta y las piernas y los dedos ya casi no servían para nada.
El Profeta Joel Escultura de Antonio Francisco Lisboa (El Aleijadinho)
En la casa de Batista que acababa de morir, “como había sido siempre: un justo”, el médico se acercó a una ventana y le oyó murmurar a Antonio “Demasiado tarde”. – No maestro, para vos no es demasiado tarde; en la verdadera creencia están unidas la Fe, el Amor y la Esperanza, a lo que se refería San Francisco en oración que un día me dijisteis.
Antonio con sus manos inertes, cruzadas como haciendo la señal de la Cruz, dijo: “Señor, hazme instrumento de tu paz! Dejadme plantar esperanza donde haya desesperación!” Callaron largo rato. Luego dijo Buenaventura: “Si os ponéis a crear lo mejor que podáis sentiréis de pronto que nos regalareis con tu arte grandes cosas!” El esclavo Mauricio vino a llevarse a su señor.
Habían pasado tres años desde el arresto de don Claudia, asesinado en la cárcel, de sus amigos, y de Tiradentes detenido en una casa de Rio de Janeiro. Uno de los esclavos informó al Abad que Antonio había perdido el juicio y cuando el Abad entró en el cuarto había querido saltar de la cama con los ojos enormemente abiertos y le dijo: Dejadme ir a la iglesia, Padre mío! El abad le tocó la frente que ardía, mandó traer un calmante, estuvo largo rato a su lado hasta que se tranquilizó.
Al día siguiente Antonio estaba entre sueño y vigilia. Volvió el Abad y le dieron un trago para anular el efecto de la medicina de la noche anterior y que tuviera un poco de paciencia. – “¿Paciencia? ¿No he esperado toda una vida? No quiero perder un solo día. Quiero ir a la iglesia ya”.
Después de corta duda el abad accedió y los esclavos levantaron al maestro y lo llevaron a la iglesia y cuando llegaban miró a uno y otro lado como buscando algo.- “Aquí estaban …aquí! dijo por fin aquí había una escalera doble una muralla y sobre ella estaban ellos …aquí Jeremías Aquí Isaías con ojos ardientes y barba flotante”…nadie hablaba.
El abad miró las nubes y extraños pensamientos pasaban por su mente. – “Dejadme hacer un atrio como el que vi! Como el que mostró el Buen Jesús!” El abad dijo lentamente: “Os creo, maestro, y creo en vuestra inspiración. Si lo deseáis, cread libremente!”.
El abad observó su iglesia. El plan lo había convencido. Con profunda alegría y orgullo pensaba que el gran cambio sucedió el día del buen Jesús. “¿No eran maravillosos los caminos de la Providencia?” Era cerrada la noche cuando retornó al convento. Antonio trataba de dibujar; la izquierda apoyaba el papel; la derecha encogida conducía trabajosamente el lápiz pero trabajó toda la noche poseído por su tarea.
Le ordenó a Mauricio hacer un biombo para que nadie lo viera y que le hiciera unas tablillas para apoyar las rodillas, sin decirle a nadie sino a Januario. El esclavo le dijo ¿pero de dónde sacaréis fuerzas para la nueva obra? -“Si Dios la quiere, me dará la fuerza!”
Debemos comenzar de inmediato, dijo el abad. Tengo doce esclavos. Espero que escalera y muralla estén en cuatro meses. -Antonio en qué piedra habéis pensado? – En piedra jabón. Es más fácil de modelar y el color me gusta. Por la noche oyó a Mauricio serruchando y nuevamente vio a Daniel y su vida maravillosa; a su lado con mirada ardiente y barba de fuego a Isaías; más triste y callado Jeremías y en el rincón con rostro infantil Amós el pastor.
La excitación de Antonio crecía al acercarse el fin de los preparativos. Ansiaba terminar antes de haber comenzado. Leía la Biblia. “No puedo hacer que el tiempo corra. Con la madera y la piedra hago lo que quiera, me obedecen. Soy capaz de sacar un santo o un demonio. El rio del tiempo corre sin cuidarse de los que lo ven”.
Cual hermanos conocía a los Profetas. ¿Con cuál figura comenzar? Todas eran majestuosas. Sc hizo llevar al biombo que rodeaba los bloques; Mauricio había traído correas y los criados le ataron martillo y cincel en los brazos.
Comenzó su obra. Trabajaba hora tras hora sin que nadie lo molestara. Esculpía a Habacuc! Hace que el brazo izquierdo se eleve al aire y le hace una garra como el mismo las tiene en sus manos! De entre miles de martillazos surgió Abdías. Los dedos miembro por miembro empezaban a perderse, pero era admirable como un viejo sin manos golpe3ba la piedra. Llamó a Mauricio pero éste no apareció. Vio a Januario que lloraba: Mauricio había muerto.
Sólo la estatua de Nahum la cinceló Antonio mismo; las otras los ayudantes pero al llegar a las manos volvía a cincelar.
Las fuerzas de Antonio se acababan. Joel quedó sin el movimiento majestuoso de las otras. Apenas habían empezado los ayudantes con el rostro, Antonio estalló en violenta ira; parecía que había perdido la razón.
¿Se habría vuelto loco? El abad vino en seguida y cuando entró, Antonio estaba acurrucado en el rincón del biombo y le dijo: – “No la miréis; creía realizar una gran obra con la ayuda de Dios, pero El no ha mantenido su palabra!” El abad ante estas tristes palabras exclamó: ¿No es un milagro haberlas terminado? Habréis de seguir …tened ánimos! Estáis enfermo y vaya proponeros retiraros a Congonhas a tomar un descanso.
Sonora retumbó la carcajada del Maestro: “Debo morir lejos de mis fracasadas estatuas! ¿No debo ver cómo las quitáis de aquí?” El cuerpo de Antonio se agitaba febrilmente; el abad ll3mó a los ayudantes que levantaron a Antonio y lo ataron al caballo que Januario llevaba de la brida y el Fraile caminaba a su lado en ferviente oración mientras los labios del enfermo murmuraban repetidamente: Jeremías! Isaías!
Ancianidad y brujería
El abad había ayudado a colocarlo en el lecho y partió al llamado de las campanas; Januario permanecía mudo con un acompañante; no se oía sino la respiración del maestro que parecía perder sus últimas fuerzas: ¿Moría? Januario no osaba seguir pensando.
j Qué triste verlo morir ahora que faltaba poco para finalizar su obra maravillosa! ¡Ahora que parecía soñar noche y día con las últimas y también las más grandes estatuas, las de Jeremías e Isaías ¡No! !Esto no debía suceder!
Todos los días Januario volvía a pensar en ello. Con su paciencia de esclavo viejo oraba por el maestro, por su fuerza creadora y poco a poco iba cobrando forma en su espíritu el recuerdo de la Vieja Helena. ¿Viviría aún en su semiderruida choza en el camino de Vila Rica? Le hablaría al acompañante y también al abad de esta extraña negra cuyos potajes mágicos podían aliviar todo dolor y rejuvenecer fuerzas desfallecientes.
Los pasos del negro se perdieron en el callejón, corriendo tan rápido como sus viejos pies lo llevaban a buscar un caballo, y partió al galope. El amplio cuarto de Helena estaba medio oscuro, con lámparas de aceite; la ceremonia terminaba y la sala se fue vaciando poco a poco. Januario se acercó modestamente a la bruja que gruñó: “¿Qué quieres? No puedo nada, es cuarto menguante, no te puedo ayudar.”
– No es para mí, Helena, es para mi señor…- ¿Es negro como tú? -Su madre lo era, pero tiene buen corazón para nosotros! -¿Lo ha encantado alguien? – No sé. Está enfermo hace muchos años. – ¿Por qué no ha venido?
La habitación estaba iluminada con lámpara de aceite; le indicó al negro que se retirara.- ¿Qué deseáis? Os conozco y todos os nombran con veneración; a los que hicisteis algún bien cuando eran niños hace tiempo son adultos.
¿Qué es lo que más deseáis? – Si sabéis quien soy, sabréis qué es lo que quiero…- Vuestro servidor me dice que queréis fuerzas para completar una obra. Antonio asintió en silencio. – Hay brebajes que dan fuerza para el cuerpo, he de poseer la fuerza del cuerpo, ¿no es cierto? – Bien, os he de devolver los ánimos, maestro Antonio.
El brebaje es fuerte; después habéis de descansar durante algunas horas!- ¿Qué brebaje es? – ¿Queréis investigar mis secretos? No pregunto por los vuestros. – Mi profesión no tiene secretos; soy un artesano nada más.
Helena trabajaba en la mesa, murmuraba palabras incomprensibles, alcanzó un recipiente a Antonio que lo apretó entre sus muñecas y de un solo y largo sorbo vació su líquido amargo y apenas un minuto después cayó en profundo sueño; por fin despertó, se sentía fresco; se hizo levantar sobre el caballo y no permitió que Januario lo atara; quiso deslizar una moneda de oro a Helena, pero la vieja la rechazó! – “No, maestro Antonio, de vos no acepto pago. Si mi brebaje os hace bien, hacédmelo saber.- Estamos orgullosos de un artista como vos entre los nuestros.
Mientras dormíais he preguntado a los espíritus y me permitieron mirar al futuro. Vi la iglesia de Congonhas y vi vuestras estatuas, las conté varias veces, eran doce! La gente venía a verlas y brillaban como si fueran de oro. Partid ahora, Maestro, partid!”
Retrato de un escultor mulato, haciéndose pasar por el Aleijandinho.
Colección particular. Brasil.
Cuando entraron a Congonhas Antonio Lisboa fue al atrio de la iglesia, encontró dos bloques de piedra y comenzó la embriaguez creativa a llevárselo consigo! Pocas veces se apagaba la lámpara de su cama; hojeaba y leía la Biblia; había loca posesión en Isaías; ante su ojo interior surgía ahora Jeremías; ¿Habría él estado cansado de la vida?
La luz ya era un suave resplandor en sus ojos; mucho tiempo atrás el Buen Jesús le había hablado y se había llevado la soledad y el miedo y en cambio le había dado la Obra! Dio dos encargos a su último sirviente: ir a entregarle a Helena unas monedas de oro para los pobres y a comunicarle al abad que la obra estaba terminada!
Al día siguiente debían caer los madera menes pero el Maestro había pedido que sólo él y el abad podrían estar presentes; al abad le corrían cálidas lágrimas por las mejillas y no se avergonzaba de ellas; sus ojos vagaban sobre la plazuela de su iglesia como si vieran un milagro! Antonio levantó un brazo como si quisiera proteger el rostro.
– Qué tenéis, Maestro, preguntó suavemente. – El sol está bajando, padre mío; ¿conocéis algo más triste que la puesta del sol? – Para vos no se pone el sol Maestro Antonio. Para vos sale. Del convento y la iglesia pronto salieron los monjes y quedaron como petrificados a respetuosa distancia. Los profetas brillaban ahora al resplandor del anochecer como si fueran de sangre, y en verdad, vivían!
Un domingo Januario y un monje lo llevaron a la iglesia; una enorme excitación lo sobrecogió al ver el resplandor de las lutes y escuchar las voces monjiles, acompañadas por el órgano, cantar la arrebatadora melodía Gloria in Excelsis Deo!
Una noche de tormenta en que temblaban las persianas creyó oír un llamado que venía de lejos, más potente que trompetas o campanas. Prestó atención …Sí! Esto era para él! Gritó: Ya voy! Aparecieron los doce profetas y tras ellos brilló La Eternidad.
• Académico de Número
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