Conceptos Sobre La Formación del Hombre, 3 Parte
En 1514 nace en Brucelas ANDREAS VESALIUS, apellidado así por la familia ser oriunda de la región de Vese!. “Dominábale -dice Sigerist- desde pequeño un infrenable impulso hacia la investigación de la naturaleza y, sobre todo, de la anatomía, hasta el punto que ningún animal se hallaba seguro con él”.
Con razón Laín Entralgo lo denomina “el caballero andante del saber anatómico”. En 1543 publica su famoso tratado De humani corporis fabrica libri septem (Siete libros de la estructura del cuerpo humano), donde señala, entre otras muchas cosas, los errores cometidos por Galeno.
Prueba que la matriz no está dividida en dos como se creyó en la antigüedad, y distingue en los testículos o dídimas de la mujer, dos vesículas claras, semejantes a granitos amarillentos.
Veinte años después, en 1562, esas mismas vesículas son nuevamente descritas por FALOPIO, quien también estudia los canales de la matriz -mencionados por primera vez por Herófilo- y los compara por su forma con la tuba romana, dándoles el nombre de “trompas” y la posteridad el de “trompas de Falopio”. Por observar un hiatus o vacío entre las dídimas y las tubas, dudó que aquellas fueran fuente de una semilla, como pretendía Galeno. (Lea también: Conceptos Sobre La Formación del Hombre, 4 Parte)
WILLIAM HARVEY nace en Folkestone, Inglaterra, en 1578. En 1628 publicó una de las grandes obras de medicina Exercitatio anatomica de motu cordis et sanguinis in animalibus. Ciertamente, se trata de un com-pendio original sobre la fisiología de la circulación de la sangre; es sumo paradigma de la Humani corporis fabrica de Vesalio.
Cuando se cansó y se decepcionó de los violentos debates con que tuvo que defender sus admirables descubri-mientos sobre la circulación de la sangre, Harvey se dedicó a investigar acerca de la generación de los animales.
De generatione animalium fue el fruto de esa dedicación. De las cinco partes en que está dividida la obra, es la segunda la que hace relación a los animales ovíparos, la que refleja muy bien sus conceptos sobre la formación animal.
Siguiendo a Aristóteles, Harvey estudia detenidamente y en forma sucesiva el desarrollo del polluelo, demostrando que el pollo no existe en miniatura en el huevo como se pensaba (es decir, echa abajo la teoría preformacionista).
La formación no es brusca sino progresiva, los órganos crecen y se diferencian sucesivamen-te; emergen de una masa primitivamente amorfa. Esta teoría de la formación gradual va a predominar en adelante con el nombre de epigénesis.
En 1667, NI COLAS STENO, anatomista descubridor del canal de la parótida, hizo en Florencia un hallazgo importante: estudiando el escualo o perro de mar hembra (que no pone huevos sino que expulsa vivas sus crías, es ovíparo) se dio cuenta de que en sus testículos tenía huevos, los cuales se desprendían y formaban el embrión en el conducto parecido a la tuba uterina.
De esta manera comprobó que los testículos hembras producían los huevos que daban origen a los embriones. Confirmaba así las teorías de Galeno, Vesalio, Descartes, y echaba abajo las de Falopio y Harvey. Desde entonces comienzan a llamarse ovarios a los testículos femeninos y se es-tablece la teoría del ovismo.
En 1672, REGNERUS DE GRAAF consolidó la teoría de Steno. En su magistral obra sobre los órganos ge-nitales femeninos no solo describe la anatomía de los ovarios y las características de los huevos, sino que atirma haberlos visto llegar a la matriz.
Para ello sacriticó conejas en distintos días después del apareamiento. Al tercer día encontró en el conducto que une matriz con ovarios, huevecillos del tamaño de un grano de mostaza. A los ocho días esos huevecillos estaban adheridos a la pared de la matriz y a los doce días se podía identiticar la forma del conejo. Quedaba así aclarado, en parte, el mecanismo de la fecundación animal.
Durante la etapa de cuidadosa observación con que De Graaf siguió lo que ocurría después del apareamiento de la coneja advirtió que seis horas después del acto sexual el ovario presentaba unas vesículas rojizas que más tarde estallaban, se evacuaban, es decir, expulsaban los huevos. Alberto Haller les dio el nombre de vesiculae Graafianae; hoy los llamamos “folículos de De Graaf’.
En base a sus hallazgos De Graaf regresaba a la era preformacionista. El huevo contenía el nuevo ser. Para él, como para todos los avistas, la madre era la verdadera autora del hijo. El papel del padre era secundario, pues solo contribuía a inducir la caída del huevo. El padre -como dice Rostand- era destituido, rebajado, rele-gado a la misión de estimulante o como diríamos ahora, de simple calentador.
Muy pronto, cinco años después, en 1677, un acontecimiento imprevisto echa al suelo, derrumba, la concepción ovista o maternalista de De Graaf.
Un comerciante en paños, conserje del Ayuntamiento de Delft, el holandés ANTONIO DE LEEUWENHOECK, que no fue el descubridor del microscopio sino su más inteligente utilizador, ya que ese aparato fue inventado en 1590 por Hans y Zacharías Jansen, fabricantes de anteojos de Middelburgo (Holanda), envió una nota a la Sociedad Real de Londres para comunicar que había observado unos pequeños animales provistos de cola, en líquido espermático humano.
Vale la pena mencionar que tan importante observación la hizo a instancias de su discípulo el joven Ludwig Dominicus Hamm.
Con su descubrimiento, Leeuwenhoeck vio unos animálculos a quienes culpó de ser los autores de la reproducción y los juzgó ser larvas de hombres (vermiculi minutissim). es decir, “homúnculos”, con 10 cual se sustentaba el preformacionismo de Demócrito: “Un hombre sale en ese momento de otro hombre”.
Además, se con firmaba que los verdaderos gérmenes no estaban en los óvulos imaginarios de De Graaf sino en el semen viril. Sucedió entonces que la mujer fue destituida y el hombre rehabilitado. Se abría así una ardiente querella entre ovistas y animalculistas.
En 1729 nació en la pequeña población de Scandiano (Italia) el que más tarde llegaría a ser abate y fisiólogo eminente: LAZARO SPALLANZANI. En un principio se inclinaba por las teorías ovistas, pero luego decidió emprender sus propias investigaciones para lo cual se sirvió de la rana y del sapo.
En la época de Spallanzani se sospechaba que la fecundación de los batracios se llevaba a cabo fuera del cuerpo de la hembra, pero se ignoraba en qué forma, y él se propuso demostrar cómo era.
Con un vigor y una metodología admirables empieza por asegurar que los huevos retirados del vientre de una hembra acoplada nunca se desarrollan. Luego viste a los sapos con una especie de calzoncillos de material encerado y permite que traten de acloparse con las ranas, sin observar nunca la reproducción.
En el interior de los calzoncillos encuentra unas gotas de licor, y no duda que contenga la semilla buscada. Por último, al poner ese licor en contacto con huevos sacados del vientre de una rana, se realiza la esperada fecundación. Yendo más allá en sus investigaciones, Spallanzani logra también fecundación artificial de los huevos de la rana con el líquido que llena las vesículas del sapo en el momento del acoplamiento y logra lo mismo con jugo de testículo.
Como vemos, a Spallanzani se debe la primera fecundación artificial realizada en el laboratorio. También, según Laín Entralgo, logró, en 1780, fecundar artificialmente a una perra. Sin embargo, el caso Spallanzani es bien curioso, pues a pesar de haber aclarado muchas cosas respecto a la reproducción sexual, se mantuvo en el error.
Puede decirse que habiendo estado al pie de la verdad, frente a ella, no advirtió su presencia, pues se mantuvo fiel a la doctrina preformacionista.
A pesar de sus minuciosas experiencias concluyó que el nuevo ser ya está formado en el huevo y que el papel de la semilla del sapo, no obstante poseer animálculos, era solo el de estimular el corazón del feto (teoría Aristotélica).
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