Virginia Apgar: Perfil Biográfico
Algún día del año 1949, un grupo de médicos y alumnos se encontraba tomando el desayuno en la cafetería del Hospital Columbia-Presbyterian en NuevaYork, cuando un estudiante (quien rotaba por anestesia) comentó que hacía falta desarrollar un sistema de valoración del recién nacido. La anestesióloga Virginia Apgar, quien se encontraba entre los concurrentes, respondió: “Eso es fácil, se puede hacer de la siguiente manera”; y acto seguido cogió de la mesa un pedazo de papel y escribió los cinco temas de lo que más adelante se convertiría en el famoso puntaje de evaluación del neonato que conocemos como el “Apgar”. Se levantó entonces y se fue al servicio de obstetricia para ensayar de inmediato la escala de valoración que acababa de ocurrírsele. En 1952, hace cincuenta años, presentaría sus experiencias en un congreso internacional de anestesiología.
Esta anécdota fue contada en 1980 por el médico Richard Patterson, presente en el famoso desayuno; hace parte del material biogràfico de Selma Harrison Calmes, profesora de anestesiología en la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA), sobre su colega Ginny Apgar. Calmes es la principal biógrafa de esta sobresaliente, valerosa y peculiar mujer.
Virginia Apgar (1909-1974) fue ante todo una mujer excepcional. Nacida en Westfield, Nueva Jersey su niñez quedó marcada por las veleidades científicas de su padre, quien incursionó en la astronomía con su telescopio artesanal y se interesaba en la inventiva (experimentado con electricidad y ondas radiales) en un laboratorio que mantenía en el sótano de su casa; hasta llegó a publicar tal cual experiencia sobre el planeta Júpiter. Pero los ingresos en casa de su padre fueron más bien escasos. En cuanto a su relación con los médicos, esta estuvo determinada por la precoz muerte de su hermano (falleció a los tres años de tuberculosis) o por las frecuentes visitas al doctor de otro ellos, afectado por un eczema infantil que lo tornó un enfermo crónico.
Los jóvenes americanos tradicionalmente se pagan sus estudios, bien por la consecución de becas y préstamos, o bien por desempeñarse en los más variados oficios. Apgar no fue la excepción, y así lo hizo mientras estudió en el colegio Monte Holyoke (Massachussets), realizando gran cantidad de actividades extracurriculares como por ejemplo cazar gatos para el laboratorio de zoología.
Tan pronto obtuvo su título de bachiller, se trasladó en 1929 a Nueva York, donde ingresó al Colegio de Médicos y Cirujanos de la Universidad de Columbia, conocido por las siglas P&S (por Physicians & Surgeons).Tengamos en cuenta que en aquella época las mujeres casi nunca terminaban sus estudios intermedios, mucho menos estudiaban medicina. Como para derrotar cualquier voluntad que no hubiese sido la suya, pocos después colapsaba la Bolsa de Nueva York y se iniciaba la Gran Depresión americana, de manera que la pobreza campeó rampante. No se amilanó, y obtuvo préstamos por cuatro mil dólares (que a la inflación actual sería una suma infinitamente mayor), logrando graduarse en 1933, siendo la cuarta de su clase y habiendo logrado la membresía del importante grupo académico Alfa Omega Alfa.
Ser una mujer médica era ya de por sí bastante raro, siendo casi imposible en esas circunstancias dificilísimas competir en un mundo prácticamente exclusivo de hombres. Como decidió ser cirujana, ganó un apreciado cupo para hacer un internado quirúrgico en el Columbia-Presbyterian, uno de los más afamados centros médicos de los Estados Unidos. Fue su jefe el eminente cirujano Alan Whipple, quien la desestimulò para que continuara sus estudios quirúrgicos, a pesar de que su trabajo había sido brillante. Entre las razones aducidas por Whipple, estaban las muy válidas de que cuatro cirujanas entrenadas por él habían fracasado económicamente, y en aquellos tiempos de la Gran Depresión, la posibilidad de abrirse campo, incluso para un hombre, en aquella competida Nueva York, era muy remota. Por otro lado Apgar no era rica, estaba endeudada y también soltera. Así que permaneció un tiempo en la Gran Manzana, trabajando con enfermeras anestesistas; este era un tipo de profesionales que tradicionalmente se hacía cargo de la deficiente medicación anestésica de la época; se les reconocía su habilidad técnica, su dedicación y paciencia. El doctor Whipple admiraba la energía de la doctora Apgar, y consideró que una residencia en el incipiente campo de la anestesiología sería ideal para ella; primero, porque era necesario desarrollar la especialidad para que la cirugía pudiese avanzar; segundo, porque se consideraba a las mujeres especialmente dotadas para esta rama de la medicina.
La cirugía era entonces extremadamente competida en la ciudad de Nueva York, y la experiencia de escasas mujeres cirujanas que se habían entrenado con Whipple, no había sido buena. Consideraba este profesor que las intervenciones quirúrgicas estaban tremendamente limitadas por un deficiente proceso anestésico, por lo que se necesitaban profesionales que incursionaran en esta especialidad. Así que en parte aconsejada por su maestro, y en parte porque la anestesia era como una dependencia de la cirugía – no obstante se considerara labor de enfermeras-, al poco tiempo de trabajar en la Gran Manzana precisamente con una de estas enfermeras anestesistas, logró vincularse (por seis meses) al Departamento de Anestesiología de la Universidad de Wisconsin, en Madison.
Para encontrar esta posición en una de las trece instituciones americanas que ofrecían entrenamiento en este campo, ella tuvo que escribir al doctor Frank McMechan, quien fungía como secretario de “Anestesistas Asociados de los Estados Unidos y Canadá”, la organización más importante de la especialidad en el país; que insistimos, era básicamente una labor de enfermería. Por dificultades de alojamiento, Apgar dejó este departamento dirigido por Ralph Waters y regresó al Bellevue Hospital de Nueva York, para laborar al lado de Ernest Rovenstine, donde le tocó dormir en los alojamientos para las muchachas del servicio, lo que por primera le hizo inscribir su queja en el Diario que llevaba.
En 1938, la doctora Virginia obtuvo al fin un reconocimiento, al ser nombrada “Director de la División de Anestesia y Anestesista Adscrita” en su Hospital de Columbia. Era sólo una luz al final del túnel, ya que la carga de trabajo era apabullante, imposible conseguir residentes que ayudaran (la primera residente, Ellen Foot, ingresó dos años más tarde), la compensación económica era inadecuada y los cirujanos, a quienes habría que imaginar como unas “Prima Donna”, difícilmente aceptaban que estos médicos al frente de la máscara de los gases, pudieran ser verdaderos colegas.
La Segunda Guerra Mundial ejerció una influencia definitiva en el ejercicio de la anestesia, pues aunque el trabajo se incrementó notablemente pues los hombres marcharon al frente de batalla, al regresó hubo un incremento de solicitudes para residencia (en 1948 ya tenían dieciocho médicos entrenándose en el programa de Columbia), y la anestesia eran ya entonces administrada por más médicos que por enfermeras.
En cuanto a los cirujanos, los de más edad se habían acostumbrado en el pasado a dar ellos mismos el anestésico. Creían pues que tenían la información sobre lo que mejor le podía funcionar al paciente, así que la labor de concientizaciòn la tuvo que hacer Apgar con los cirujanos jóvenes, que tenían una mentalidad más abierta. En cuanto a los honorarios, un anestesista (como denominaban a los anestesiólogos de la época), no podía cobrar, así que recibían algo de lo que el hospital cobraba por derechos de sala.
Podríamos imaginarnos a la acelerada doctora, en su lucha por rescatar su especialidad de la especie de lodo en que se encontraba, con su hablar muy rápido que describieron unos residentes de anestesia en la fiesta de graduación, con letra adaptada a un ritmo popular en Norte América:
El único consejo que te puedo dar
si es que puedes aprender el truco
es que hables tan rápido como yo
así que nadie te pueda contestar.
Aunque algunos dicen que hablo muy rápido,
yo les sostengo que están equivocados
porque puedo decirles el doble de cosas
y me gasto sólo la mitad del tiempo.
Apgar aspiraba a formar un Departamento de Anestesiología, no una simple División, con especialistas médicos y residentes, reduciéndole poco a poco el campo a las enfermeras anestesistas, quienes eran pacientes, dedicadas y técnicamente hábiles, característica considerada especial del sexo femenino. Esto lo logró, más no la deseada Dirección del Departamento, quien la ocupó meses más tarde el anestesiólogo del Bellevue, Emmanuel Papper.
Esto llevó a la doctora Virginia a dedicarse a la anestesia obstétrica. Estando dedicada a estos menesteres, alguna mañana de 1949 durante un desayuno de trabajo, un estudiante que rotaba por anestesia dijo algo en relación con la necesidad de tener un método de valoración de los recién nacidos. “Eso es fácil, te mostraré cómo se hace” dijo Apgar, anotando los cinco puntos de lo que sería el famoso método en un pedazo de papel que encontró sobre la mesa. Acto seguido se dirigió a Obstetricia, para poner en práctica la idea que había tenido.
En 1938 fue nombrada Directora de la División de Anestesia en su “Alma Mater” de Columbia, donde continuaría como anestesista adscrita la que habría de ser una brillante carrera. El trabajo era abrumador y la parte económica no mejoró demasiado; además era difícil mantener la autoestima cuando tanto cirujano de postín consideraba la anestesia un trabajo para enfermeras, y aquello significaba que los anestesiólogos médicos no eran considerados iguales. Durante la guerra, muchos especialistas en anestesia debieron partir para asistir a los cirujanos militares, así que la carga de trabajo clínico se aumentó para Apgar, a pesar de que ya tenía la ayuda de la doctora Ellen Foot como residente. Al finalizar la conflagración mundial, se generó un renovado interés en la anestesia, por lo que en 1945 por primera vez ocurrió que el material anestésico fuera administrado por un número mayor de médicos que de enfermeras anestesistas, y tres años más tarde ya había el increíble número de 18 residentes de la especialidad en el programa de Columbia.
A medida que esto ocurría, fue necesario iniciar varias luchas; una muy difícil fue la de lograr que se reconocieran honorarios al anestesiólogo (cosa que hoy día no se discute), necesitándose inclusive por ley especialistas certificados para poder suministrar los gases en el quirófano. Al finalizar la década de los cuarenta ya se había logrado arreglar el problema de los honorarios, pero siempre a discreción del cirujano de cabecera; antes de que esto sucediera, se les estuvo reconociendo alguna parte de lo que el paciente pagaba por cargos de sala quirúrgica, para que pudieran correr con un mínimo de gastos.
Otro logro fue el de constituir un departamento independiente de anestesia, además de hacer investigación clínica; en esto la doctora Apgar tenía alguna experiencia, aunque no mucha, y además no disponía de tiempo debido a la sobrecarga de trabajo. Cuando faltaban pocos meses para la creación del Departamento, como Director se nombró al médico anestesiólogo Emmanuel Papper (quien procedía de Bellevue y tenía una buen entrenamiento en investigación); tanto él como la doctora Virginia fueron nombrados profesores titulares de la materia en Columbia, por lo que Apgar se convirtió en la primera mujer en esa escuela de medicina que ostentara ese título.
Aunque no logró la jefatura, la anestesióloga logró liberarse de muchas cargas administrativas y entonces resolvió dedicarse a la anestesia obstétrica, un área descuidada que fue mejorando con ella, así que se volvió rotación obligatoria de los residentes; el riesgo de bronco aspiración era alto en las maternas, pues el ciclo propano se daba por máscara para las cesáreas, aún en caso de que la paciente estuviese vomitando; la intubación tardaría otros 10 años más en hacer su aparición como procedimiento rutinario. Otras anestesias utilizadas en maternidad eran la raquídea (también para la cesárea) y fue entonces cuando ocurrió lo del desayuno, que fue el inicio de una investigación de tres años; este proyecto se coronó con la presentación en 1952 de su experiencia, durante el Vigésimo Séptimo Congreso Anual de Anestesistas, Reunión Conjunta de la Sociedad Internacional de Investigación en Anestesia y del Colegio Internacional de Anestesistas. Este evento, que se llevó a cabo en Virginia Beach, ha cumplido 50 años en septiembre 22 de 2002. Un año más tarde aparecería la publicación que convirtió en mundialmente popular el puntaje Apgar.
“Una propuesta para un nuevo método de valoración del recién nacido” apareció en 1953, número correspondiente a los meses de julio / agosto, de la revista “Investigaciones Actuales en Anestesia y Analgesia”; ese artículo no habría sido aceptado para publicación en ninguna revista indexada del siglo XXI, entre otras cosas por falta de un grupo control. Apgar, la única autora del estudio, se basó en un grupo de 2096 nacimientos del Hospital Sloane para mujeres ocurridos en un lapso de siete y medio meses, de los que se mantenían el 84% de las historias anestésicas (o 1760 casos), y precisamente el 16% de las historias no disponibles correspondían a los “nacimientos naturales” o los realizados con bloqueos pudendos; los que según la doctora Apgar, hubieran sido el grupo control ideal para cualquier estudio de resucitación de lactantes.
Como recordamos, este método efectivo y fácil de valorar un recién nacido, al minuto (como fue inicialmente propuesto por la doctora Apgar) y a los cinco minutos, se basa en puntajes que van de 0 a 2 para cada uno de los parámetros de frecuencia cardiaca, respiraciones, tono muscular, color de la piel y reflejos. En forma resumida, el esquema es como sigue:
Frecuencia Cardiaca. Ausente (0), < 100 (1), > 100 (2).
Respiraciones. Ausentes (0), lentas e irregulares (1), llanto fuerte y bueno –seguramente en aquellos cincuentas, después de la tradicional nalgada (2).
Tono Muscular. Flácido (0), alguna flexión de brazos y piernas(1), movimientos activos (2).
Color. Completamente azul o pálido (0), azul en manos y pies, pero rosado en el cuerpo (1), completamente rosado (2).
Reflejos. Ausentes (0), mueca (1), mueca y tos (ya en las posteriores épocas del succionador “Gomco”, inducida por este) o estornudo (2).
Un tiempo más tarde, se ingenió alguien un acróstico que facilitaría el recuerdo del puntaje. Dice así:
A pariencia (Color de la piel)
P ulso
G rimace ( Reflejos)
A ctividad (Muscular)
R espiración.
Si nos ponemos en el contexto de aquellos tiempos, debe uno quitarse el sombrero ante una profesional que –no contenta con las innumerables trasnochadas que la anestesia obstétrica deparaba-, sacaba tiempo del escaso de que disponía para descansar, y se dedicaba al árido trabajo de revisar historias cuidadosamente, sumar datos y hacer estadísticas, con el fin de comprobar una hipótesis surgida en una conversación corriente, cuando “se le prendió el bombillo”.
Con la entusiasta colaboración de los residentes de obstetricia, se dedicó a aplicar el puntaje que previamente había diseñado. Esto sólo se hizo en 1021 recién nacidos, pues 712 nacidos vivos no fueron valorados, y obviamente tampoco el 1.5% de los nacidos muertos. A pesar de que Apgar tenía prejuicios sobre quienes estaban mejor capacitados para aplicar la medición, – debían ser anestesiólogos (o la enfermera circulante) y no tocólogos-, eran estos últimos los que más felices y orgullosos se sentían cuando el bebé obtenía un puntaje alto. Pensaba ella que los ginecólogos tendían a dar el mejor puntaje, es decir diez, por lo que pensaba que los otros profesionales darían la calificación de una manera más objetiva.
Antes de hacer el necesario énfasis en las razones científicas que tuvo Apgar para caracterizar el sufrimiento del neonato por medio del puntaje aquí brevemente descrito, es importante anotar que fácilmente comprobó lo que parece obvio: que con un puntaje bajo (<3), el pronóstico de supervivencia es malo, y con un puntaje alto (>7), el pronóstico es bueno, según lo observado en su serie de casos. Un puntaje de 7 o menos sugiere que el bebé pudiese haber experimentado dificultades durante el trabajo de parto o en el nacimiento mismo, lo que pudiera haber causado hipoxia, aunque esto no es siempre cierto, ya que hay recién nacidos que tardan en reaccionar de manera normal. De ahí que sea importante la valoración a los cinco minutos. Parece mentira, pero hasta aquel sencillo pero original trabajo, en general nadie se tomaba la molestia en valorar objetivamente el estado vital del recién nacido, dejando a las magras fuerzas de éste su recuperación, sin intentar un estudio más a fondo de los casos malos y de su eventual resucitación.
La semilla germinaba, y el interés por la investigación fructificó con la contratación de dos expertos – el anestesiólogo Duncan Holaday y el pediatra L. Stanley James-, lo que permitió la incorporación de tecnologías para medir el equilibrio ácido-básico y los gases sanguíneos. Pudieron demostrar que los bebés acidòticos e hipòxicos tenían bajos puntajes Apgar. El neozelandés James, quién se entrenó en pediatría en el Hospital Bellevue, tenía conocimientos de cardiología e intereses en resucitación de recién nacidos.
James tenía conocimientos de cardiología y estaba interesado en lograr el desarrollo de métodos de resucitación cardiaca en recién nacidos; en efecto lo logró, demostrando que el sistema de oxígeno intragàstrico utilizado hasta aquel momento era inefectivo, popularizando el uso del laringoscopio y de la intubación, y preparando una película sobre técnicas de resucitación que tuvo amplia difusión gracias al apoyo económico de un laboratorio farmacéutico.
Con la colaboración del anestesiólogo Duncan Holaday, quien había hecho investigación en el Johns Hopkins, se pudo demostrar que los niños con un puntaje bajo en la incipiente escala de Apgar estaban hipòxicos y acidòticos, lograron comprobar que el gas anestésico ciclopropano –muy usado en anestesia obstétrica hasta esa época-, era particularmente depresor en los recién nacidos, por lo se descartó su uso en esta indicación. Por un accidente afortunado pudieron cateterizar la arteria umbilical, y en la inquietud y curiosidad permanentes de la anestesióloga, por medio de un catéter para succionar, pudo desarrollar un método también simple para detectar, al momento del nacimiento, la atresia de las coanas, la fístula tràqueo-esofágica, la atresia duodenal y el ano imperforado. El polihidramnios –como lo publicaría más tarde- estaba asociado con malformaciones congénitas. Otros aportes de Holaday fueron la descripción de una técnica de depuración de nitrógeno para medir el ciclopropano, la utilización del microgasòmetro de Nadelson para medir gases arteriales en la presencia de agentes anestésicos, y antes de comprar uno de los primeros electrodos de Astrup para medir pH fácilmente, logró métodos previos para determinarlo de una mejor forma.
En 1955, ella y James demostraron que el oxígeno intragàstrico era inefectivo en la resucitación del recién nacido, y empezaron a divulgar técnicas adecuadas, cuando empezó a usarse el laringoscopio y a practicarse las intubaciones endotraqueales. Los bebés asfixiados estaban hipòxicos y tenían acidosis, tanto respiratoria como metabólica, y que esto definitivamente requería tratamiento para corregir el equilibrio ácido-básico.
Demostró el grupo que el ciclopropano era particularmente depresor para el recién nacido, con lo que este popular gas perdió todo papel en anestesia obstétrica. Curiosamente era el agente preferido por Apgar, pues creía que era completamente seguro e inocuo. Pero cuando sus asociados le demostraron que esto no era así, de inmediato lo aceptó y a la hora del almuerzo de dio la despedida a su gas favorito.
El Departamento incorporó entre 1938 y 1946, todas las nuevas tecnologías así como descartó otras como el uso obstétrico del “ciclo”. Se empezaron a usar el óxido nitroso, el tiopental, el curare, el bloqueo nervioso, el uso de caucho conductivo y después el no conductivo, etc. Dentro de sus residentes egresados, dos de ellos – Frank Moya y Sol Schneider, llegaron a ser grandes investigadores en anestesia obstétrica.
El trabajo original sobre el puntaje Apgar se publicó en 1953; años después se desarrolló un estudio colaboracional en doce instituciones, en el que se demostró en un total de 17.221 bebés, que el puntaje Apgar –y en particular el hecho a los cinco minutos-, era un predictor de supervivencia neonatal y del desarrollo neurológico futuro.
La doctora Virginia no tenía entrenamiento formal de investigadora, y de hecho publicó pocos trabajos. El clímax de sus aportes a la humanidad se logró con este artículo; pero, observadora nata, curiosa por naturaleza, se le ocurrió idear un sistema que aunque sencillo, resultó ser de excepcional utilidad práctica; sirve para alertar al médico sobre la posibilidad de que el recién nacido deba ser asistido en su proceso de adaptarse al nuevo medio externo. La fotografía de la anestesióloga mientras trabaja fue tomada por Elizabeth Wilcox y –al igual que la que se observa al comienzo de este artículo- pertenece a una colección especial de la Universidad de Columbia en Nueva York.
De los cinco signos del puntaje Apgar, el más importante desde el punto de vista diagnóstico y pronóstico es la frecuencia cardiaca. Una forma de medirla por medio de la inspección es observando el epigastrio o la región precordial para detectar las pulsaciones, otra más satisfactoria es palpando el cordón umbilical unas dos pulgadas arriba de su inserción en el ombligo. En cuanto a los reflejos, la respuesta a cualquier estimulación se considera favorable, y además de las manifestaciones arriba mencionadas, también se tiene en cuenta como positivo si el bebé orina o defeca. El tono muscular fue considerado como el signo más fácil de valorar, mientras que el color de la piel se consideró no muy satisfactorio, ya los recién nacidos tienden a estar cianóticos pues tienen una alta capacidad para transportar el oxígeno, y la saturación y el contenido de este gas en la sangre son bajos. Con la respiración y la circulación de la sangre, el bebé empieza a tomar su color rosado, pero a veces es complicada la valoración si el niño es de raza negra, o por el material grasoso que cubre su piel.
La relación entre los puntajes y el tipo de parto favoreció los partos por vía vaginal, espontáneos o con fórceps bajos, con presentación cefálica; se incluyeron 843 casos y la calificación promedio fue de 8.4. La cesárea (141 pacientes), el parto que requirió la utilización de fórceps medianos y la presentación de pelvis tuvieron puntajes promedios entre 6.7 y 6.9; un puntaje algo más bajo, 6.3, se asignó en promedio a los 4 nacimientos de pelvis con versión.
El porcentaje de cesáreas del 10.5 podría considerarse bajo si se compara con las cifras actuales, pero era indudablemente más alto que el observado a principios del siglo XX. Existía el concepto de que el nacimiento era mejor para el bebé cuando se lograba por vía vaginal, pero esto no se vio claramente en este estudio, cuando además no se habían hecho correlaciones entre el estado del niño y la oxigenación de la sangre y equilibrio ácido-básico. La contratación posterior (1955) del pediatra Stanley James y del anestesiólogo y laboratorista Duncan Holaday permitió valorar esto correctamente, encontrándose que en los niños asfixiados, el equilibrio ácido-básico se veía alterado, con pH bajo por acidosis tanto metabólica como respiratoria, y un puntaje de Apgar bajo.
Cuando se correlacionó la calificación con el tipo de anestesia utilizado durante la operación cesárea, esta fue superior con la raquídea (8.0) que con la epidural (6.3) o la general (5.0), casos en los que se utilizó ciclo propano y oxígeno. Este gas era definitivamente el preferido por la doctora Virginia, hasta que más adelante se demostró que era un anestésico depresor del niño. Aunque se trató de analizar el significado de los resultados en los diferentes grupos, algunos de estos tenían un número demasiado pequeño de pacientes, aunque en los pacientes hipòxicos siempre se intentaron maniobras de resucitación que incluyó algún tipo de oxigenoterapia, incluso en algunos casos por vía endotraqueal y con el uso del laringoscopio. Los anestesiólogos, Virginia Apgar como uno de los más importantes, fueron líderes en uso del laringoscopio y de la intubación, como factores determinantes de los buenos resultados en la resucitación y en la administración de gases. Pero insistimos, lo más importante de este estudio fue el de ligar los bajos o altos puntajes con peor o mejor pronóstico, lo que llevaba a un diagnóstico y tratamiento precoces que indudablemente habrían de salvar muchas vidas.
En 1959 la doctora Apgar se fue a Johns Hopkins a aprender más de estadística, y obtuvo un master en ciencias. Posteriormente se retiró de la anestesiología y se posesionó como directora de la división de malformaciones congénitas de la Fundación Nacional, anteriormente conocida como “La Marcha de las Monedas”. Allí estuvo hasta su muerte por cáncer en 1974.
En 1964 se demostró que el puntaje Apgar, particularmente el realizado a los cinco minutos, es un predictor de supervivencia neonatal y de desarrollo neurológico; este fue un estudio en el que participaron doce instituciones y en el que se valoraron 17.221 recién nacidos.
Con la ayuda de Joan Beck, Virginia Apgar, MD, MPH, publicó un libro calificado como “invaluable para los futuros papás” por la editora del Magazín para los Padres; esta publicación que fue ampliamente difundida, tuvo como título “¿Está bien mi bebé?”.
Virginia Apgar fue una mujer de muy variados intereses y habilidades. No sólo sabía tocar instrumentos de cuerda, habiendo participado numerosas veces en grupos musicales, sino que aprendió a fabricarlos, sino que en su pequeño apartamento fabricó con sus propias manos un violín, un mezzo-violín, un “cello” y un violón.
En cuanto a esto último, contó con la ayuda de una música y profesora de ciencias en un colegio – Carleen Hutchings-, quién resultó siendo paciente de ella en una valoración preoperatoria. Hutchings fabricaba sus propios instrumentos, y tenía con ella un violín de los que había hecho artesanalmente, habiendo invitado a Apgar a tocarlo durante esa visita médica. Le gustó tanto el violín que resolvió aprender también sobre cómo ensamblarlos, y como se necesitaba madera fina para ello, alguna vez encontraron una excelente tabla de arce curveado perfecta para la parte trasera de un violón que la doctora Virginia estaba fabricando. El problema es que hacía parte de la cabina telefónica de un teléfono público ubicado en la antesala del Pabellón Harkness del Centro Médico Columbia-Presbyterian.
Cómo llevarse ese entrepaño de madera y colocar uno idéntico fue una operación de alta cirugía, pues lograron otra idéntica en el almacén del señor que había suministrado la original al hospital 27 años antes. Tuvieron que montar guardia una con otra una noche, hasta que lograron llevarse la madera que necesitaban y dejar en su reemplazo otra igual. Esta anécdota fue publicada en febrero 2 de 1975 en el periódico New York Times.
El Profesor de Pediatría de la Universidad de Colorado, L. Joseph Butterfield, fue el admirador del trabajo de Virginia Apgar que comenzó una campaña entre los médicos de la Academia Americana de Pediatría para lograr aprobar una iniciativa de solicitar al Servicio Postal de los Estados Unidos que se elaborara una estampilla recordatoria de la doctora. De ahí en adelante el trabajo de cabildeo fue arduo e intenso. Después de años de “lagarteo” a alto nivel, se logró lanzar en Dallas, durante la reunión anual de la Academia, en octubre 24 de 1994. Un acto emocionante fue la actuación del “Cuarteto Apgar de Cuerdas”, pues cuatro pediatras tocaron cada uno de los cuatro instrumentos fabricados por la homenajeada, y estos fueron Nick Cunningham (cello), Mary Howell (mezzo-violín), Yeou-Cheng Ma , hermana de la famosa cellista Yo-Yo Ma (primer violín) y Bob Levine (violón). Ellos tocaron la música de cámara favorita de Apgar, tanto en esa ocasión, como en el almuerzo en que se hizo entrega del vigésimo premio anual Apgar en Medicina Perinatal. Otro gran admirador de la doctora fue Roy E. Brown, Profesor de Pediatría en Columbia, quien rotó con ella por anestesiología como estudiante.
Recuperar estos famosos cuatro instrumentos de cuerda que estaban en peligro de ser vendidos por separado, fue otra de las campañas que realizó el grupo liderado por el pediatra Butterfield, quien consiguió los treinta mil dólares que costaban, para luego donarlos a la Universidad de Columbia, donde fueron recibidos por el músico y profesor de pediatría en ese centro, Nick Cunningham, miembro del cuarteto que hemos mencionado.
No todo en la vida de Virginia Apgar fue medicina ni anestesiología. Le encantaba pescar, trabajar en el jardín y seguir los juegos de béisbol de las Grandes Ligas. Le gustaba cuidar del jardín de verduras que tenía en Montclair, y le gustaba que las alverjas aparecieran antes de la helada de diciembre. Con la familia de su amiga, la música y profesora de ciencias Carleen Hutchins, no sólo “jardineaba” y departía, sino que jugaba Bádminton y era una flecha en béisbol. Virginia Apgar fue gomosa de la colección de estampillas, aprovechaba sus frecuentes viajes alrededor del mundo para conseguir los sellos más variados, y a través de su membresía en la Sociedad Americana de Filatelia, y por fuera de ella, hizo numerosos amigos con quienes compartía esta afición común.
Unos años antes de su muerte, la polifacética anestesióloga estuvo tomando clases de pilotaje. Tenía contacto frecuente con colegas, amigos, familiares y alumnos, pues era muy sociable. Cargaba siempre un maletín con instrumentos para tender urgencias, y a veces hizo esto en la misma calle. Ingresó al Salón Nacional Femenino de la Fama, donde su nombre y biografía reposan al lado de más de cien importantes damas que lograron realizar trabajos destacados y logros que más bien parecieron proezas.
Apgar no era persona de perder el tiempo ni de hacer las cosas a medias. Hizo numerosas amistades entre colegas, alumnos y pacientes. En alguna oportunidad, una médica antigua alumna suya, le pidió que le asistiera con los gases en el momento de dar a luz; le fue imposible llegar a tiempo, pero habiendo nacido ya el bebé, se dedicó a tomar fotografías del acontecimiento.
En el entierro de Ginny Apgar en septiembre de 1974, el profesor de pediatría y de gineco-obstetricia L. Stanley James dijo que su antigua jefe había sido una estudiante hasta el día de su fallecimiento, que el punto central de su vida había sido el de aprender continuamente, con una insaciable curiosidad. Se mantuvo joven y vital, pues el hecho de no ser rígida no le permitió quedar atrapada en las redes de la tradición o de las costumbres. Incluso una vez tuvo la idea (no realizada) de volar debajo del puente Jorge Washington, por lo que tomó lecciones de pilotaje.
Como filatélica aprovechó sus numerosos viajes alrededor del mundo para coleccionar todo tipo de estampillas. Tuvo numerosos amigos a través de esta afición, entre otros el profesor de anestesiología Hisayo O. Morishima, MD, PhD, quien en una edición especial del “P&S Journal” (la revista de la facultad de medicina de Columbia), en donde dieciséis colegas y pacientes de la doctora contaron los recuerdos que de ella tenían, declaró lo siguiente:
Aunque de ninguna manera puedo considerarme un igual de la doctora Apgar, nuestras carreras fueron similares: ambos nos iniciamos con un entrenamiento quirúrgico para luego pasarnos a anestesiología, y luego dedicarnos a la anestesia obstétrica y a la perinatologìa. Ambos nos enloquecíamos coleccionando estampillas, pescando, jardineando o en todo lo relacionado con la música clásica, por lo que ella con frecuencia me decìa que éramos hermanos de sangre.
VIRGINIA APGAR
El alguno de sus viajes le envió de regalo por correo numerosas estampillas que había coleccionado en algunas de sus travesías alrededor del globo. Durante el entierro del colega y antiguo jefe de Apgar, Emmanuel Papper, esta le propuso al japonés que ingresa a la Sociedad Americana de Filatelia. Este continuamente posponía su decisión, incluso a pesar de que las cartas que recibía de Ginny cerraban con un “filatélicamente” en vez de “atentamente”. Cuando enfermó ella de cáncer, le insistió una vez más. Regresando Morishima a su casa, acabando de oír la noticia de su muerte, encontró una carta de la Sociedad Americana de Filatelia; decía así”: ¡Felicitaciones! Lo hemos seleccionado a usted para la membresía en nuestra Sociedad, gracias a la carta de recomendación que nos ha enviado la doctora Virginia Apgar. No se preocupe por su cuota de admisión ni por la del primer año; ellas son un regalo de la doctora”.
En octubre 24 de 1994, el Servicio Postal de los Estados Unidos sacó una estampilla de 20 centavos en su honor. En la página “web” de esta anestesióloga, aparecen todos los detalles relacionados con esta estampilla, para información de aquellos lectores que sean “afiebrados” por la filatelia.
En octubre 14 de 1995, Apgar ingresó al Salón Femenino de la Fama localizado en Séneca Falls,N.Y. Había previamente recibido un premio de la Sociedad Americana de Anestesia (reconocida por las famosa siglas ASA – usadas en la clasificación de riesgo anestésico-), por Servicios Distinguidos, y fue la primera mujer en recibirlo, y en ocupar un cargo en la junta directiva del ASA, donde fue tesorera por cuatro años.
Además de Apgar, diecisiete mujeres más ingresaron a ese Salón de la Fama. Para ver la importancia de estas personas, recordemos entre otras a algunas de las elegidas ese día: Eileen Collins, primera astronauta en manejar un trasbordador espacial; Lillian Moller
Gilberth, madre de doce hijos (ver el libro “Más baratos por Docena”), una ingeniera industrial experta en estudio de movilidad que mejoraron enormemente la producción industrial durante la Segunda Guerra; Sandra O` Connor –primera mujer miembro de la Corte Suprema de Justicia-, Elizabeth Dole, primera mujer ministra de transporte, también ministra de trabajo y presidente de la Cruz Roja Americana; Amelia Bloomer, fundadora del periódico “La Azucena”, promotora de la igualdad de las mujeres; la cantante de Jazz
Ella Fitzgerald (Sugar Blues, I got it bad, My Heart belongs to Daddy) y Anne Dudley, una política que liderò la aprobación de la Ley 19, que permitió el voto femenino. También Patricia Schroeder, congresista de Colorado, Ann Bancroft, exploradora polar y Nanerl Koehane, Presidente de la Universidad de Duke. Ese año se completaron 125 miembros del Salón Femenino de la Fama.
La doctora Ginny cargaba siempre un maletín con instrumentos para atender urgencias. En aquella ceremonia del “Woman`s Hall of Fame”, su sobrino-nieto Eric Apgar contó algunas anécdotas, como aquella de la del apagón en Nueva York, donde esa noche le tocó atender a una mujer que convulsionaba frente al Hotel Comodoro, pero que en realidad presentaba movimientos involuntarios por estrés, ya que ella –como víctima de un campo de concentración-, odiaba la oscuridad y las multitudes. Mostró él el reloj de bolsillo con el que Apgar administró su Escala a unos 17.000 recién nacidos, un regalo de su “Staff”, con la inscripción: “A la abeja reina, de la colmena”.Su sobrino finalizó la intervención contando uno de los chistes favoritos de la anestesióloga”: ¿ Cómo se determina el sexo de un cromosoma? Halándole los genes”.
Bibliografía
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