Glándulas y Humores en la Edad Antigua
La humanidad ha conocido por seis mil años datos clínicos sobre una deficiencia hormonal común, la asociada a la castración; existe noticia de que un campesino del neolítico notó que era más fácil domesticar a un animal castrado que a uno entero. Y en este orden de ideas, como la endocrinología es la ciencia de los efectos humorales, podríamos decir que ya la habían teóricamente imaginado los pensadores clásicos de la antigüedad –Aristóteles, Hipócrates, Celso y Galeno- que se basaron en el concepto de los cuatro humores para explicar la salud y la enfermedad, o en el oriente la teoría del yin y el yang, combinada –claro está- con la astrología, el clima, el estado de ánimo o el tipo de dieta alimenticia. Así que los efectos de la castración cuadraban perfectamente con una teoría de los humores. De hecho existía un concepto filosófico –el consensus partium- que hablaba de que los órganos debían tener una cooperación armoniosa entre sí.
Las glándulas conocidas –aunque de manera muy imperfecta por supuesto- desde la edad antigua fueron la hipófisis, la pineal, el páncreas y las gonadas; en cuanto a las enfermedades se habló de la diabetes, del raquitismo, del bocio, del eunucoidismo, de las mujeres que parecían mancebos (pseudo-hermafroditismos femeninos), de la pubertad precoz y de los gigantes, si recordamos por ejemplo a Goliat. La hipófisis (excrecencia inferior) por ejemplo la conocían los anatomistas griegos con el nombre de pituitaria o productora de moco – en inglés también se utiliza ese nombre- cuya pituita o secreción mucosa descendía del cerebro a la región naso-faríngea a través de la criba etmoidal; Galeno agregó que un trastorno de esa glándula era… la causa de los catarros. A la epífisis (excrecencia superior del cerebro) Galeno la llamó conarium –por su forma de conífera- y Plinio y Celso núcleo pineal, también por aquello de los pinos. El médico de los emperadores nacido en Grecia dogmatizó que era el órgano del pensamiento y de la emoción. El pan kreas (todo carne) de los griegos, era un soporte de los órganos vecinos. En cuanto al testículo, este era el testigo de la virilidad, por su cercanía al órgano de la cópula y por el afeminamiento morfológico de los castrados antes de la pubertad; el ovario era simplemente el testículo de las mujeres. Ni qué decir de las menstruaciones, de la preñez y del amamantamiento, sobre las cuales escribieron egipcios, griegos y romanos muchos y extensos manuscritos con variables y curiosas opiniones como ya podremos imaginar. La obstetricia –ayudar por delante- ya era labor de parteras en las antiguas civilizaciones, así como las cesáreas de las época de la famosa familia julia en Roma. El conocimiento del útero como estructura anatómica se remonta a Herófilo en el siglo IV a.C., quien describió sus diferentes posiciones. Hay descripciones del útero como órgano diferente a la vagina en papiros egipcios y escrituras se la India que datan del año 2500 a.C. Vesalio -en el siglo XVI- fue el primero en revelar en forma adecuada la presencia de la cavidad endometrial.
Los antiguos habían usado la organoterapia, mas no con la idea de que hubiera sustancias activas en las vísceras sino en la creencia de que un órgano enfermo podía ser curado por la ingestión del mismo órgano, pero sano (Similia, similibus…). Así los egipcios prescribían molido de pene de asno para curar la impotencia y los romanos –tal vez mejor encaminados- testículos del mismo animal para curar la afección. Como los egipcios empleaban hiel y otros componentes del mismo animal para tratar las más disímiles afecciones, el historiador Guthrie afirma que por lo visto “el farmacéutico de aquellos tiempos era también un hábil cazador”. Y fue en esa época cuando se escribió el Papiro de Kahum, que parece ocuparse de los trastornos vaginales y uterinos, como si fuera un texto de ginecología. Pero hasta el siglo XVII, llamaban al ovario “el testículo femenino”, aunque le asignaban una función reproductiva correcta pues debían “regar el útero a la manera de un jardín, para que el suelo sea fértil y el semen masculino pueda germinar”.
La diabetes es una enfermedad conocida desde la antigüedad. En el papiro de Ebers se mencionaban los síndromes poliúricos. Un contemporáneo de Cristo, Celso, describe una enfermedad consistente en poliuria indolora con emaciación. Areteo de Capadocia dio su nombre a la diabetes (“pasar a través de un sifón”); esta enfermedad se describe como una licuefacción de la carne y los huesos en la orina. Galeno introdujo el concepto de que estos pacientes tenían un problema de debilidad renal y de que los líquidos se eliminaban sin cambio alguno, concepción errada que persistió por catorce siglos. Los chinos hablaban de sed extrema, forunculosis y orina tan dulce que atraía a los perros. Para los indios era la “madhummeda”, o enfermedad de la orina de miel: Susruta escribió que había dos tipos de pacientes con orina dulce, aquellos que tienen una tendencia congénita y aquellos en los que la enfermedad se ha adquirido debido a un modo anormal de vida.
El raquitismo es tal vez la enfermedad por deficiencia vitamínica más antigua que se conoce. En las momias egipcias se observan enanos acondroplásicos y posiblemente raquíticos, pero es Sorano (78-117) quien primero se refiere a esta patología, cuando afirma que el aprendizaje (de caminar) no debe empezarse demasiado pronto, pues los huesos (del niño) pueden torcerse, ya que todavía no son firmes.
El bocio fue descrito por egipcios, chinos y griegos. El papiro de Ebers señala como posibles tratamientos la cirugía (maniobras que imaginamos causaban severas hemorragias) y la ingestión de unas sales –probablemente ricas en yodo- que se obtenían en el Bajo Egipto. Hipócrates había culpado también al agua –por ejemplo, la proveniente de la licuefacción de la nieve- que o bien tenía ausencia de yodo o presencia de sustancias bociógenas. Un arquitecto de nombre Vitrubio volvió a mencionar lo de las aguas como etiología e hizo una descripción del bocio. Julio César y Juvenal se refirieron al bocio alpino. Celso escribió De struma, un libro sobre tumores del cuello e hizo una clasificación sobre ellos, intentando diferenciar el bocio de otras masas como lipomas y quistes, y habló de que se encontraba entre la piel y laringe, hecho sólo de carne, aunque a veces podía tener pequeños huesos y pelos, sugiriendo que allí pudieran existir lo que conocemos hoy como quistes dermoides. Los chinos sugirieron que la calidad del agua, los terrenos montañosos y las emociones eran causantes del bocio, que se podría tratar (o prevenir) con algas marinas y de cenizas de esponja (ricas en yodo) y tiroides desecado de ciervo. Estas ideas orientales llegaron a Europa hacia la edad media y Arnaldo de Vilanova retomó lo de las cenizas de esponja, cambiar de aguas y de… país.
El eunucoidismo –como se describe al cuadro que se desarrolla por la castración- ha sido conocido en todas las épocas y regiones. Eunuco –que quiere decir guardián de lecho- es una palabra mencionada en muchos libros antiguos como la biblia, y lo que le ocurre al gallo y al hombre capados, lo describe Aristóteles diciendo que la cresta del gallo se vuelve pálida, ya no canta más y abandona sus actividades sexuales, características que nunca aparecen si la castración se realiza antes de su juventud… tal como pasa en el hombre, que –castrado antes de su pubertad- no le aparece vello y su voz se mantiene atiplada… Entre los chinos y orientales el asunto era algo tradicional; un autor de nombre Matignon dice que “en China se es eunuco por la fuerza, por gusto, por pobreza y por pereza”. Las castraciones en muchos casos eran verdaderas emasculaciones –pues se cortaban tanto los testículos como el pene- pero en otros casos eran sólo las gonadas, lo que a veces permitía un actividad sexual limitada.
La virilización de una muchacha griega de trece años –que posiblemente padecía un síndrome adrenogenital- es descrita por el poeta Ovidio, a la que se refiere como un mancebo que anteriormente había sido una mujer. La pubertad precoz –entre hechos reales y fantásticos- es mencionada por Séneca y Plinio el Joven que hablan de personas cuyo desarrollo corporal se realizó muy tempranamente.
El gigantismo se conoce desde que alcanza la memoria, creyéndose inclusive que los primeros hombres eran gigantes. La descripción de dos casos en la biblia –la del rey de Basham y la de Goliat- y otras referencias como la de Plinio demuestran que se sabía que podían existir seres humanos de estatura exagerada. Incluso Robert B.Greenblatt en su libro Search the scriptures sugiere que Goliat pudo haber tenido un tumor pituitario –causa de su gigantismo- y de alguna hemianopsia que hubiera facilitado el golpe mortal que le propinó David con su guijarro.
Faltaban aún muchos siglos antes de que la endocrinología se desarrollara para explicar lo que pasaba con estos enfermos, que aquí se ven como pertenecientes a un circo de casos raros.
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