Ciencia, Filosofía y Religión
“El cerebro y el mito del yo”, libro del sabio colombiano Rodolfo Llinàs es una síntesis de la neurofisiología y es un intento de responder neurobiològicamente las grandes cuestiones que siempre se han planteado los filósofos y por ende, las religiones. Las preguntas ¿de donde venimos? ¿para donde vamos? o el ¿por qué existimos? no se contestan en el libro de Llinàs, o sólo se absuelven de manera parcial. Más bien da base a un número de preguntas aun mayor ¿Es el cerebro una víscera más? Si se estimula adecuadamente el sistema nervioso ¿podrían todos los hombres ser buenos? ¿genios todos? ¿nos entenderíamos mejor? ¿seríamos más espirituales? Por esto algunos colegas ya han expresado cierto grado de frustración, como Alberto Gómez en “Ámbito Médico” y Fernando Sánchez en “Lecturas Dominicales”.
Obviamente, cualquier persona que arañe el conocimiento en la búsqueda de la verdad, debe intentar leer y comprender este libro cuyo enfoque es científico (lo que puedo medir, lo que puedo demostrar). Analiza losautómatas biológicos de las especies inferiores, no muy diferentes de otros mecánicos como los robots, y la motricidad en respuesta a la sensación –por medio de PAF o paquetes de acción fija- también presentes (¡y en qué manera!) en el “homo sapiens”, con el objetivo de la supervivencia. La necesidad crea el órgano, la motricidad (que mejora la capacidad de luchar o de huir) da origen a una sofisticación neurofisiológica evolutiva. Habla de la importancia de las “cualias”o la subjetivizaciòn de las percepciones sensoriales.
Como el grado de conocimiento científico tiene aun mucho camino por recorrer, todavía habrá campo para filósofos, novelistas, poetas, artistas de todo cuño. La Bruyere escribió: “El sentimiento me dice que existe un Dios y no me dice que no existe. Con esto me basta”. El diálogo ciencia-religión, debe continuar y la Iglesia continuará con su magisterio. La interpretación (y modernización) de los paradigmas deben seguir, para bien del hombre y de su entorno. Debiera ser ¿filosofía versus empirismo? O ¿filosofía de la mano del empirismo?.
Más bien esto, para no depender del pensamiento mágico, para la funcionalidad de nuestros neurotransmisores y de nuestros receptores. ¿Está aquí –también- el alma? ¿Debemos leer más a Platón y tomar menos Prozac?
Claro que Llinàs no pretende ponerle punto final a las preguntas que él mismo se hace; tampoco lo pretenden otros positivistas como Sagan o Hawkings, respetuosos de los filósofos como lo es el colombiano. Somos animales éticos y no simplemente autómatas guiados por instintos y PAF. Nuestro admirado compatriota –sin duda un sabio- no puede explicar por medio de los cableados complejos y las oscilaciones eléctricas, las genialidades de un Mozart, de un Einstein o de él mismo. Pero sin duda, honestamente lo intenta.¿Dónde reside la conciencia moral (la ética)? Los genes, los neurotransmisores, las hormonas, tampoco han podido explicar de lleno la conducta humana.¿Por qué no hemos sido una Madre Teresa, o en la orilla opuesta, un Al Capone? Tal vez el libro de Llinàs (I and the vortex) pueda explicarlo en una posterior edición. Mientras tanto los filósofos (to be or not to be?) seguirán buscando la respuesta acerca la creación del universo y lo que existía desde siempre, antes de la gran explosión (para los creyentes, Dios). La materia no es eterna, por esto en estos catorce mil y más millones de años sólo se ha consumido un 2% del hidrógeno, para transformarse en helio, y dar luz a las estrellas.
“El cerebro y el mito del yo” intenta llegar a la gente del común, aunque me parece algo complicado para alguien que no tenga buenas nociones de biología. La obra trae soberbios ejemplos de fisiología comparada y resume los hallazgos experimentales del autor. El yo, definido como la percepción conciente de lo externo e interno, el “darse cuenta de algo” es explicado desde el punto de vista neurofisiológico. Deja para otro volumen, o quizás para otro autor, lo de los neurotransmisores y el estado de ánimo, la sicopatología, las obsesiones, la genialidad. Los cableados complejos y las oscilaciones eléctricas están sin duda detrás de todo esto.
Así como los mitos ayudaron desde siempre al hombre en la búsqueda de la verdad, los genes, las oscilaciones eléctricas y las diferentes clases de energía, nos servirán para encontrar las grandes respuestas. Si la “conciencia” y la “consciencia de la subjetividad o del sí mismo” se explican por el diálogo tálamo-cortical, el Profesor queda en deuda con el diálogo hombre-Dios, pues –como positivista declarado- vislumbra la inmortalidad en el paso de los genes por los siglos de los siglos, de un ser a otro, en la evolución y en la historia; pero no sin cierta tristeza pregona que al morir, nuestros recuerdos mueren con nosotros. Si tenemos suerte, viviremos en el recuerdo de nuestros descendientes. El yo –único e irrepetible- no trasciende, lo que da para que Aristóteles salga de su tumba y haga preguntas como: y de los clones ¿qué? O para darle la razón a Sócrates (“Sólo sé que nada sé”). El concepto de Dios es lejano o cercano –según lo religioso que es el ser humano-, es filosófico-teológico por antonomasia (el principio del bien, la perfección de las virtudes, la negación del mal), es matemático (el infinito) y es asunto de fe, la demostración de lo indemostrable.
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