Ideas de Vida y Muerte en Culturas Orientales, 5 Parte

Todo karma entonces es resultado de karmas anteriores. El karma negativo de la violación de la ley divina guarda relación con el esquema pecado/penitencia del Cristianismo, el Judaísmo y el Islam. En la concepción occidental, la carga del pecado puede conducir al castigo o a la necesidad de purificación divina, pero no lleva al renacer en una nueva vida material.

En la concepción oriental, implica el renacer y perpetuarse en la rueda de la vida, de la cual sólo puede liberarse aquel que por su esfuerzo, mediante su propia acción individual, disminuya las cargas positivas y negativas del karma que le impiden su liberación.

Aceptar el karma del presente como resultado de karmas anteriores, es una de las principales características del pueblo hindú que se revela en todas las acciones de la vida diaria. Aceptar sin protestar el destino, la casta a la que se pertenece, con el anhelo interior de mejorar el karma en vidas posteriores hasta alcanzar el fin supremo de la liberación.

El Gita trae el mensaje consolador de considerar el karma como una fuerza educativa cuyo propósito es llevar al individuo a actuar en armonía con la ley moral, sin intereses egoístas y destructores.

Khrisna explica a Arjuna que el orden esencial de las cosas, la integridad y armonía del universo y de la vida, requiere como condición fundamental la práctica de la rectitud, la justicia y la bondad. Es el Dharma de los hindúes, que en el orden individual significa la esencia de las cosas, su propia virtud.

Una antigua historia, modificada entre nosotros en la bien conocida fábula de Samaniego, ilustra el sentido de la palabra dharma:

Un filósofo sentado a orillas del Gánges observa a un escorpión que ha caído al agua y está a punto de ahogarse.

Al intentar su rescate, el escorpión le clava el aguijón en la mano. La escena se repite varias veces, y alguien que pasa junto al río, le pregunta al filósofo si no se ha dado cuenta que a su buena acción el escorpión responde siempre picándole.

Naturalmente, responde el sabio:

para el escorpión, el dharma es picar, y para el ser humano, el dharma es salvarlo.

El Bhagavad Gita no es en esencia un tratado de filosofía sistemática; es más bien un libro escrito dentro de la más alta poesía, que muestra el camino de la acción desinteresada que lleva al conocimiento interior y finalmente al amor por los seres humanos.

Tiene, como toda filosofía personal, mayor sentido cuando se la practica. Enseña fundamentalmente el abandono o desapego por las cosas materiales superfluas y los males producidos por el egoísmo, y está destinado a todos aquellos que buscan a Dios sin abandonar la vida activa del mundo.

Es un texto de los que los hindúes llaman la Ciencia Suprema del Yoga, que tiene mucho que ofrecer al que busca a Dios por diversos senderos, dándole a la palabra ciencia un sentido que no es análogo al que se tiene en occidente.

La búsqueda de Dios, Suprema Realidad o Brahman puede hacerse, según el Gita, transitando diferentes caminos:

Uno de ellos es la yoga del conocimiento, en el que el aspirante busca utilizar su voluntad y discriminación para desidentificarse de su mente, su cuerpo y sus sentidos, hasta conocer que no se es diferente del Uno.

Otro sendero es el de la yoga de la devoción, que alcanza el mismo fin, identificándose con la divinidad en el amor; es la senda seguida en el pasado por muchos místicos de la Cristiandad como San Francisco de Asís y San Juan de la Cruz, y en la época actual por la madre Teresa de Calcuta.

Para otros, el sendero a seguir es el del desprendimiento absoluto, en el que el aspirante olvida su propio yo y se pone al servicio integral de los demás, renunciando casi en su totalidad a lo material, como lo hizo Mahatma Ghandi, y el cuarto sendero, es el que sigue la yoga de la meditación, a través de una severa disciplina de la mente y los sentidos, hasta identificarse con la Realidad Suprema.

Khrisna le enseña a Arjuna a renunciar a los frutos de la acción. Lo dice en la siguiente forma:

“Tienes el derecho al trabajo pero no a los frutos del trabajo. No debes involucrarte en una acción para alcanzar una recompensa, ni debes tampoco permanecer inactivo.

Trabaja en el mundo Arjuna, como un hombre organizado dentro de tí mismo, sin veleidades egoístas, igual siempre en el éxito y en la derrota”. Ghandi lo explica con la autoridad de su experiencia personal:

“Por desprendimiento, dice el Mahatma, quiero decir que no debemos preocuparnos si los resultados que siguen a una acción son o no los previstos y deseados, en tanto que los motivos sean puros y los medios correctos.

Esto significa que las cosas resultarán bien si cuidamos los medios empleados para lograrlas; el resto se le deja a la Divinidad”. (Lea También: Ideas de Vida y Muerte en Antiguas Culturas de América)

“Renuncia y encontrarás satisfacción y alegría”, dice el Ita Upanishad, y agrega:

“La persona que se aferra compulsivamente a los resultados de una acción no se satisface ni se alegra con lo que hace; se siente abatida cuando las cosas no le resultan bien y se aferra más desesperadamente a ellas cuando sí le resultan”.

La acción desinteresada, en la concepción del hinduismo, lleva por la senda de la auto-realización. Las acciones ejecutadas sin egoísmo conducen a la evolución espiritual. El destino final del Hombre, tal como lo señala el Gita, está en nuestras manos.

El mundo espiritual de la India se enriqueció en el siglo V antes de Cristo con las enseñanzas de Budha.

El origen y la vida del Maestro constituyen una mezcla heterogénea de algo de historia y mucho de leyendas y mitos, en donde lo mágico y lo real se entrelazan como en cualquiera de los escritos luminosos de García Márquez.

Según la historia y la mitología, el príncipe de Gautama Sidharta, o Budha

Era miembro de la alta nobleza. Su padre fue gobernante de un reino cuyo registro histórico no ha podido encontrarse.

Su madre, la reina Mahamaya, soñó una noche que un elefante blanco penetraba en su cuerpo; quedó embarazada y su matriz se volvió transparente como una bola de cristal.

Meses después dio a luz por uno de sus lados; el niño saltó al suelo y cuando lo tocó, brotó de la tierra una flor de loto. Los astrólogos predijeron que habría de ser un emperador, o que si renunciaba a la vida de la corte sería un Budha.

Sin duda hubiera dominado toda la India si no hubiera escogido el camino de la Iluminación.

Se le llamó Sidharta en una gran ceremonia en la cual estuvieron presentes ochenta mil de sus parientes, ciento ocho Brahmines y sus cien madrinas.

Su educación tuvo la excelencia debida a su alta alcurnia; ganaba las carreras de caballos y carrozas, descollaba en la música, la arquería, las matemáticas y la recitación; era además elocuente.

Su padre, el rey Suddhodana, tuvo el gran cuidado de mantenerlo alejado del mundo exterior por temor a que se hiciera verdad la profecía de los astrólogos y que el príncipe se retirara del mundo.

Escogió por esposa a la más bella de quinientas princesas y su padre lo confinó en los pisos superiores del palacio, con el objeto de que no llegara a conocer la enfermedad y la muerte.

Tiempo después, los devas o semidioses consideraron que ya era tiempo de que se pusiera en contacto con el mundo y persuadieron al rey para que le permitiera salir del palacio.

Sidharta

Conducido por los devas, pudo así observar por primera vez un anciano y asombrarse al saber que los hombres habrían de envejecer; se sorprendió también al ver un hombre enfermo, un muerto y un mendigo, y se alivió un tanto con la visión de un monje sosegado.

El príncipe aprendió entonces que todo lo que nace debe morir, que él mismo enfrentaría algún día la muerte, y que el camino para alcanzar la paz de la mente estaba en apartarse del mundo y sus tribulaciones.

El nacimiento de su hijo Rahula le permitió por fin alejarse del mundo, ya que estaba establecido que todo budha debe tener un hijo antes de renunciar a la vida mundana.

Los semidioses profundizaron con licores a todos los habitantes del palacio para que Sidharta, después de contemplar por última vez a su esposa y a su hijo, pudiera salir.

Abandonó sus joyas y sus ricos vestidos, se hizo afeitar la cabeza y cubierto por un simple sayal se incorporó a un grupo de monjes que escuchaban las enseñanzas filosóficas del sabio Rudraka en una de las Academias de los bosques.

Allí comprendió que no era el camino del conocimiento el que podría conducirlo a la iluminación, ni tampoco el de la austeridad y el ascetismo que debilitaban su cuerpo y oscurecían su mente.

Después de varios días de ayuno finalmente tomó un alimento; el plato del cual comió fue llevado por la serpiente Naga a las regiones inferiores, y de allí pasó al firmamento convirtiéndose en el dios Garuda con figura de ave.

Después de siete años, cuenta la tradición, se sentó en posición de loto junto a un árbol, el árbol del Bodhi, y se sumió en profunda meditación no alterada por los demonios que quisieron tentarle.

Cuando se levantó, declaró que Mara, el demonio, había sido superado y que él era el señor de los tres mundos.

A Budha se le presentaba la posibilidad de predicar la verdad a todos o buscar solo su propia salvación; prefirió lo primero.

La predicación que en adelante hizo, durante cuarenta años, está basada en las llamadas Cuatro Verdades y en el Octuple Sendero, producto de la iluminación, que constituyen hoy en día las bases de las creencias de sus seguidores y las rocas sobre las que se asienta el Budismo.

Las cuatro verdades postulan que el nacimiento, el envejecimiento, la enfermedad y la muerte, son aflicciones, iguales a adherirse a las cosas terrenales.

Que la cadena de las reencarnaciones es el resultado directo de apegarse a la vida y al deseo; que la extinción del deseo es esencial para alcanzar la separación del mundo; y que el único camino para extinguir el deseo es seguir el óctuple sendero: recta opinión o libertad de la ilusión; recta intención; recta palabra que implica verdad y claridad; recta conducta, pacífica y pura; recto vivir sin causar daños; recto esforzarse por el autocontrol; recto pensamiento aplicando la mente a la experiencia religiosa, y recta meditación en todos los misterios de la vida.

La doctrina y las enseñanzas de Budha constituyen el dharma, que es en el fondo la ley moral. La expresó en cinco reglas que son análogas al decálogo de la Biblia: No matar ningún ser viviente; no tomar nada que no nos sea dado; no hablar en falso; no tomar bebidas embriagantes y no faltar a la castidad.

La importancia que dio al lugar del dharma en la vida del hombre se encuentra bien ilustrada en la tradición de que poco antes de su muerte, en el momento de designar su sucesor o de investir a una determinada institución con su autoridad, simplemente anunció a sus seguidores que el dharma sería su conductor.

Las ideas principales que se derivan del dharma budista, son las que señalan la existencia inevitable del sufrimiento y la tristeza; la rueda de la vida con sus etapas de nacimiento, muerte y renacimiento, similar a la del hinduismo; la doctrina del no-yo, que representa un completo rechazo a la importancia que los hindúes confieren al Atman; el vacío o vacuidad de todas las cosas, posiblemente la más difícil de todas las enseñanzas budistas, y el nirvana, la liberación última en la que se extingue finalmente toda vida y toda muerte.

En la filosofía budista cobra particular importancia la llamada primacía de la muerte. En el “Camino del Dharma” se lee lo siguiente:

“Todo lo que somos es el resultado de lo que pensamos: se encuentra en todos nuestros pensamientos, está hecho de nuestros pensamientos.

Si un hombre habla o actúa con pensamiento maligno, el dolor lo sigue como la rueda sigue la pata del buey que arrastra la carreta.

Si un hombre habla o actúa con pensamiento puro, la felicidad le sigue como una sombra que nunca le abandona”.

La liberación del deseo y su extinción es el nirvana; lo que se gana con la liberación, no es una victoria sobre la muerte que le conceda a uno más vida, sino la victoria sobre el deseo que originalmente hizo a la vida dolorosa y temible a la muerte.

Para los occidentales es difícil entender las ideas que sobre la vida y la muerte han tenido las culturas orientales.

No nacimos ni nos hemos educado en ellas ni contamos con los conocimientos y experiencias que nos pudieran permitir formarnos un juicio acertado.

Hegel y Kierkegaard, Schopenhauer y Schweitzer

Fueron influidos en sus pensamientos filosóficos por las doctrinas de los Maestros del hinduismo y del budismo; y Herman Hesse produjo una verdadera joya literaria, su novela de juventud titulada “Sidharta”, basada en las leyendas y en las historias de la vida de Budha. En el mundo de la actualidad, del lado oriental, brillan con luz propia los ejemplos de Gandhi y de Rabindranath Tagore.

Las ideas de los espiritualistas del siglo XX no necesitan ser compartidas para ser respetadas.

En ellas se compenetran la filosofía y la poesía en un anhelo por explicar lo indescifrable y por entender qué es la vida y qué significa la muerte.

De allí que me parezca adecuado concluir mis palabras con las expresadas en alguna ocasión por el doctor Zea Uribe: “La vida está constituida por equilibrios atómicos inestables que hacen de nuestro cuerpo una arquitectura transitoria y fugaz.

Los equilibrios estables de las moléculas y de los átomos se encuentran en la muerte; morir es lo natural, vivir es el milagro”.

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