La Identidad del Analista en la Situación Analítica

Introducción

DR. GUILLERMO SÁNCHEZ MEDINA

Podríamos dividir este tema en cuatro aspectos, para comprenderlo mejor: identidad, analista, situación y análisis. Los cuatro se reducirán a dos: identidad del analista y situación analítica, para después integrarlos y buscar sus relaciones, correlaciones, fenómenos específicos e inespecíficos, así como también los problemas que surgen, en este encuentro, de la identidad del analista en la situación analítica.

Haciendo un breve recuento histórico, en líneas generales predomina el concepto de que el analizado debe llegar hasta su genitalidad adulta, lo que representa una meta terapéutica.

A éste se agregaron los conceptos de desinstintualización, de integración, de neutralización, el del reforzamiento  del Yo, el de la canalización de la sexualidad y de la agresividad, el de la maduración a través del desarrollo evolutivo, del “insight” y el de la escuela kleiniana, que se refiere a la elaboración de la posición depresiva en la reparación; hoy nos enfrentamos al concepto del encuentro de la identidad.

I

Ideas básicas de la identidad

A un cuando son diferentes las conceptualizaciones con respecto al significado de la identidad, podemos ver su relación con las ideas básicas respecto a las definiciones de personalidad, individualidad e identificaciones (49), sin embargo, centraremos nuestra presentación en la identidad.

Desde el punto de vista psicoanalítico, entendemos el término de identidad como la identificación del Yo con sus objetos y las vicisitudes de estos en aquel y en relación con el mundo externo.

La identidad al mismo tiempo nos plantea la distinción del “self”; y del “no-self”, y en éstos, el sentido de la imagen corporal; es decir, el “self” abarca al “Yo”, al “no-yo”, al “yo corporal” y al “vínculo” con los objetos externos e internos, y al sujeto como opuesto al mundo de los objetos (20).

La identidad puede ser tanto la “suma” de los objetos incorporados (por lo tanto, lo yoico y los objetos se confunden), como también la suma de los objetos incorporados y la identificación de los mismos, en momentos en que el yo aparece no concordante con los “objetos”, señalamos esto, para destacar que la identidad corresponde al yo y a los objetos históricos como realidad interna actual.

El sentido de igualdad y de diferencia nos permite aclarar los conceptos de “self” e “identidad”. Quizás podamos entender mejor la identidad como la totalidad de los roles del “self”. La identidad conlleva toda la historia del sujeto, sus experiencias y circunstancias. Entendemos que la identidad incluye al “self” y no el “self” a la identidad.

Sin apartarnos del todo de De-Levita (8), quien considera el “self” como:

La suma de una totalidad de reacciones, y la identidad como el conjunto de los roles actuados, comprendemos que la identidad implica una serie de factores que son: nacionalidad, clase social y económica, origen, raza, educación, formación e imagen corporal; en todo esto incluimos además las experiencias vitales, es decir, lo histórico y todo lo que entendemos como serie complementaría de Freud, donde está comprendida toda la realidad externa y el concepto de lo que De Levita llama “Formantes”.

Recibimos del mundo externo, para adquirir nuestra noción de identidad social, un nombre propio y luego el de nuestros padres (en América Latina se acostumbra identificarse con los apellidos del padre y de la madre). Pero hay que tener en cuenta que otros autores definen dos identidades: una del York y otra grupal (6) (11) (46).

Queremos agregar también, que el término individual se refiere más al individuo por sí solo, en su mundo interno. En síntesis, la identidad sería la unión entre el individuo y su cultura, su vida intra-psíquica y su relación interpersonal.

II

Las raíces de la identidad

Al analista lo contemplamos dentro de su mundo científico, donde muy críticamente lo podemos observar como un ser que está siempre dispuesto a analizar.

“El estudio sobre la identidad escribe Erikson- se ha vuelto tan estratégico en nuestros tiempos revolucionarios como el estudio de la sexualidad lo fue en los tiempos de Freud” (11). Aquí vale la pena `pensar que esto también es aplicable a la personalidad de analista, pues esta ciencia necesita encontrar su identidad tanto en la teoría como en la técnica.

La identidad, por otro lado, implica un “darse cuenta” y un sentido de “sí-mismo”. Ahora bien ¿cómo se desarrolla el sentido de identidad?

Greennacre cree que hay una correlación entre el emerger de la identidad y el desarrollo de las relaciones objetales; a esta última se la conceptualiza en los varios estados de las identificaciones que, a su vez, componen las diferentes partes de la personalidad que van a delinear el “self” (6).

Esto fue ya bien discutido en el congreso anual de la Asociación Psicoanalítica Americana, en Chicago, en el año 1957, donde intervinieron Eisler, Greennacre, Mahler y otros, que expusieron los conceptos de Erikson, Spitz y Freud sobre la “relación dual”, “relación simbiótica” y “relación analítica”, etc.

En la teoría psicoanalítica las relaciones sujeto-objeto, realidad interna y realidad externa:

Se juntan e inclusive se mezclan, y se yuxtaponen en tanto las consideramos desde el punto de vista estructural; por ejemplo, el objeto va a ser parte del Yo del sujeto; la realidad interna también se puede unir a la externa, entre otras formas, en la conducta, en los valores y/o ideales del Yo, del sujeto, los que a la vez pueden darle un sentido de identidad al mismo.

“El sentido de identidad está basado en la capacidad del Yo para percibirse como una continuidad”, según lo expresa Eisler (42). La continuidad sería del ser y de su existencia en armonía con su presente, pasado y futuro, en el aquí, ahora, halla, antes y después.

El sentido de la identidad es progresivo y va paralelo a la maduración en el proceso del desarrollo del sujeto. Sin embargo, parece muy probable que solamente se adquiere el sentido de identidad y de realidad a través de repetidas identificaciones, tal como lo anota Greennacre.

Para esta misma autora “la identidad residen en la organización estructural”, y también localiza el inicio de la identidad en su forma preliminar durante la fase anal, pero su desarrollo especial estaría en el periodo fálico o genital, y en el momento en que el niño se da cuenta de su propia existencia en un mundo de objetos externos y hace conciencia de sus pensamientos, de su memoria, de su cuerpo, de sus diferencias y de su similitudes, percibiéndose como una unidad en su grupo.

Para Grinberg, el sentimiento de identidad “implica la noción de un Yo que se apoya esencialmente en la continuidad y semejanza de las fantasías inconscientes referidas primordialmente a las sensaciones corporales, a las necesidades y emociones experimentadas por el Yo a partir del conocimiento, a las tendencias y afectos en relación con los objetos del mundo interno y externo, al súper-Yo y a las ansiedades correspondientes, al funcionamiento específico en calidad e intensidad de los mecanismos de defensa y, al tipo particular de identificaciones asimiladas resultantes de los procesos de introyección y proyección” (19).

De tal suerte, este concepto de identidad no es psico-social sino más bien una “continuidad y semejanza” intrapsíquicas “referidas” al Yo Corporal, que se inicia desde el nacimiento y se desarrolla en la fantasía inconsciente y en sus ansiedades y defensas correspondientes.

Si observamos todas estas definiciones y conceptualizaciones, nos damos cuenta que la identidad encierra la idea de lo “idéntico”, entendiendo este término desde el punto de vista psicoanalítico, como la identificación del Yo con sus objetos y sus vicisitudes en su devenir en la unidad del ser.

No podemos entrar aquí a discutir los varios modos y formas de identidad, como la real, la racional, la formal, la numérica, la específica, la genética, la intrínseca, la extrínseca, la causal, la primaria, la secundaria, etc., pues todas ellas tienen el común denominador de igualdad y de “lo mismo”, y al mismo tiempo “diferente” en su posibilidad. Tres planos se pueden distinguir en la identidad: el ontológico, el lógico y el psicológico.

Cuando nos referimos a igualdad no queremos decir que ésta sea la identidad (12). Por lo expuesto podemos concluir que la identidad no es un mero problema psicoanalítico sino también histórico, sociológico, económico, semántico y filosófico (10). Además son clasificaciones que primordialmente tienen en cuenta el “contenido manifiesto”.

“La identidad humana es una experiencia de la propia continuidad cambiante” (20). Cuando se usa el término “cambiante” se refiere ampliamente al campo dialéctico en donde esta idea lleva en el más amplio sentido la noción dinámica.

Sin entrar en las ideas antes expuestas, es nuestro deseo recordar aquí Arries, citado por Lichenstein, quien usa los conceptos de procesos “instrumental” o “tecnológico”, y de “institucional” o “ceremonial”.

Para este autor el valor actual de un objeto está determinado hasta cierto grado por su uso tecnológico, y hasta cierto punto por su configuración no técnica, lo que los caracteriza como valores ceremoniosos o institucionales (33). Unos definirán el carácter instrumental del proceso y otros el institucional.

La distinción de estos dos va paralela a la diferencia entre el proceso analítico y la situación analítica y técnica, sin embargo, debemos aclarar que unos y otros no son los mismo, pero si se complementa o se interpolan en sus funciones.

Cuando nos referimos al instrumento y a la técnica, nos encontramos con las ideas de estilo, épocas, modos y variantes en el uso de instrumentos, es decir, en el instrumental.

Todo esto nos alejaría un cierto sentido del tema central propuesto, el que retomamos después de la digresión que nos permitimos hacer por considerarla pertinente. En resumen, el concepto de identidad se ha basado en la integración, estructural de las funciones del yo, incluyendo en sus conceptualizaciones las raíces  biológicas y psicológicas.

Siguiendo esta línea de pensamiento, la integración de la identidad depende del nivel de maduración del yo, y va paralela al proceso de desarrollo del mismo, de acuerdo con sus potenciales genéticos, sus fantasías inconscientes y sus experiencias reales (45).

III

La identidad en la función psicoanalítica

Cuando nos referimos al analista intentamos situarlo dentro de su función, que es la labor psicoanalítica, por lo tanto, analista y labor analítica deben definirse, para lo cual usamos la definición oficial: “El término psicoanálisis se refiere a una teoría de la estructura y función de la personalidad, a la aplicación de esta teoría a otras ramas del conocimiento y, finalmente, a una técnica psicoterapeuta específica.

Este  conjunto de conocimientos se basa y se origina en los descubrimientos psicológicos fundamentales hechos por Sigmund Freud” (28). Por lo tanto, de lo anterior podemos derivar la definición de psicoanalistas como la persona y idónea que “aplica” una “teoría” de “la estructura y función de la personalidad” a una “técnica específica”.

Complejidad en la especificidad de las funciones del psicoanalista

De estas definiciones sólo nos quedan limitaciones que nos hacen observar la complejidad en la especificidad de las funciones del psicoanalista, pues en la definición del analista-instrumentador no interviene la función específica dentro del proceso especifico-analítico.

Pero al aclararlo surgen una incógnita: ¿Es el psicoanalista sólo el instrumentador de una técnica y simultáneamente sirven de instrumento de la misma? ¿Acaso el analista sólo se idéntica con su trabajo, y es únicamente el análisis, el trabajo, su mundo, sus intereses y sus motivaciones? ¿Cuál es la actitud del analista ante la vida? ¿Su identidad abarca no sólo su trabajo analítico, sino que trascienden a otras actividades?

Absolver estos interrogante nos lleva a recordar que en el trabajo analítico hay diferencias en cuanto a la calidad de mismo, ya que cuando nos referimos al analista no podemos detenernos en –la simplicidad de- que la identidad del analista es el simple análisis, y que aún dentro de tal concepción habría diferencia en el tipo de trabajo, bien sabemos que no es lo mismo el trabajo con adultos que con adolescentes, ni con niños, y que es diferente la labor con neuróticos y con psicóticos.

Es obvio que la práctica diaria se diferencia de la didacta, a pesar de que la técnica pueda ser la misma, y hay una diferencia entre el análisis didáctico y el terapéutico.

El analista didáctico sólo puede intervenir como terapeuta, sin olvidar su función didáctica, que a veces implica dificultades que le impiden conservar la autenticidad de su trabajo, pues está constantemente requerido por otros intereses. Dado que los analistas “didácticos” hacen al vez “supervisión” de casos o ”control”, o dedican alguna parte de su horario a la enseñanza en seminarios de una institución específica, al mismo tiempo, otra parte de su labor se refiere a la investigación teórico-técnica.

Esto nos conduce a nuevos interrogantes. ¿Tiene el analista una identidad en la situación analítica y otra en su vida real? ¿En el caso de los analistas didácticos, su identidad se triplica por el hecho de su función didáctica? Lo que ocurre es que la identidad tiene polivalencias y es polidimensional, o sea que el Yo del analista en sus funciones analíticas debe someterse a ciertas disociaciones funcionales.

De suerte que hay diversidad de actividades y también de identificaciones; sin embargo, existe una unidad de identidad. De todo esto surge una identidad en el analista.

Antes de seguir adelante recordemos que el analista de por sí es una actividad no sólo terapéutica  sino investigativa, de “enseñanza de sí mismo”, y de los demás  y  aún más, en la misma investigación interviene el factor terapéutico.

En lo institucional, el aprendizaje de la teoría y de la técnica es una disciplina en lo que se imparte otra forma de enseñanza ajustada al método específico psicoanalítico; pero al definirla así surge otra dificultad, ya que no sólo existe un método, una sola técnica o uno solo esquema referencial, lo que nos lleva a decir que se trata de un “método psicoanalítico”.

El estudiante que se está formando en su análisis didáctico-terapéutico, en la institución de enseñanza tiene que someterse a normas, disciplinas, procedimientos específicos en los que ha de enfrentarse la mayoría de las veces a la realidad de la personalidad de su analista, y también con diferentes esquemas de las distintas orientaciones dentro y fuera del Instituto. Debemos hacer énfasis en que todo esto va a intervenir en su formación como analista, y también en la adquisición de su identidad como tal.

La identidad el psicoanálisis tampoco puede confundirse con el hecho del médico entrenado para ser analista, pues a más de él hay otros elementos que fueron expuestos por Gitelson al afirma que el psicoanálisis es una disciplina que debe independizarse, y entender que tiene su propia identidad, puesto que en sus esquemas referenciales no sólo están los elementos básicos de las ciencias biológicas, sino la psicología, la historia, la sociología, la cultura en general y el estudio de la evolución (17).

La identidad del analista también se ve reflejado en la situación analítica, la asociación libre, los honorarios, la forma de pago de los mismos, la relación diván-silla, la atención flotante (en algún sentido), la frustración en el silencio, la tendencia a no intervenir sino cuando se comprende, la omisión de intervenir extraanalíticamente o establece relaciones fuera del análisis, la de no tomar apuntes, la fijación de las vacaciones, la comunicación de las interpretaciones, la expresión verbalizada de lo comprendido en el esquema referencial utilizado, independientemente de que algunos hayan intentado tomar apuntes, gravar sesiones y establecer la relación silla-silla, o intervenir o no en el análisis de valores o normas éticas.

En resumen, la respuesta a qué es la identidad del analista no es tan simple y tampoco es una sola.

La identidad del analista está basada en su status, en sus tendencias creativas y reparadoras que desean establecer una individualidad y una única identidad, y no puede conformarse con el simple rol requerido por el entrenamiento institucional y reglamentario analítico.

Las diferencias individuales tienden hacia el reconocimiento de sí mismo y de su rol, es decir, ser conscientes de sí mismo y percibirse como un todo, como una unidad (31).

Es importante destacar que la identidad del analista no se adquiere por el simple entrenamiento que el psicoanálisis –por más que sea una técnica de investigación, un método terapéutico y una disciplina psicológica– supone para el analista un hecho vivencial, aún así, no debe confundirse con su forma de vida (50).

De suerte que la identidad del analista tiene un sello particular y se crea de acuerdo con las experiencias pasadas y presentes propias de cada analista, y conforme a su grupo, aún incluyendo en él al psicoanalítico, lo que conforma su identidad grupal. Con esta identidad se encuentra el analista ante el paciente que acude a él.

IV

La situación analítica

En el encuentro paciente-analista hay otra “situación” específica en cuanto a su ubicuidad en el contexto metodológico, pero inespecífica en cuanto a su posición de enfrentamiento dual, en el cual hay un movimiento de acercamiento positivo en su finalidad.

La situación analítica es típica e históricamente condicionada, pues el analizado repite en ella sus vivencias pasadas; es también limitada, transitoria y variable, que pasa de una posición para entrar en otra; también es estable en cuanto al procedimiento común que la lleva al fin propuesto.

Debemos considerar la situación analítica como una situación total y vital en su ordenación espacial y topográfica. Tiene esta situación un movimiento continuo simple y completo.

Plata-Mujica y Meluk definen la situación analítica “como una relación dual que acontece en un ambiente habitual y se desarrolla en forma dinámica en la correlación transferencia-contratransferencia, y en la que se hace uso técnico  de la interpretación transferencial, “… en la situación analítica se confunde y se desarrolla conjuntamente lo histórico, lo actual y lo prospectivo, delimitados dentro de la única posibilidad terapéutica de hacer consciente lo inconsciente, derivado de la realidad biológica e instintiva” (39).

La situación analítica es “un-estar-en-para y/o por”; en ella intervienen tres factores importantes a saber:

La relación paciente-analista, el “setting” o encuadre y los instrumentos terapéuticos, entre ellos, el más importante, la interpretación. Aquí podemos enfrentar las dos partes: la identidad del analista y la situación analítica.

El enfrentamiento es más bien una ubicación de una en otra; para esto tenemos que referirnos al “proceso analítico” que se “fundamenta en la relación de dos personalidades y es, en sí, una simultaneidad compleja que implica un triple proceso de mutua investigación, mutua vivencia y mutua comunicación de lo descubierto, y cuyos desarrollos se suceden en diferentes planos y se prologan por un lapso variable dentro de ciertas constantes habituales y únicas de la técnica analítica” (18).

El proceso es más específico que la situación y conlleva el desarrollo del mismo en una dinámica y estructura especial. Como lo sugiere Grinberg, “la aplicación de principios técnicos a un campo dado bipersonal”, “un suceder que en cierto sentido también se continua fuera de la situación analítica, en las elaboraciones que independientemente realizan tanto el paciente como el analista” (21).

En ese suceder y en ese enfrentamiento bipersonal se encuentran paciente y analista con todas sus fantasías previas referidas a cada uno. El paciente, al elegir analistas ya ha utilizado su fantasía y su identificación proyectiva, reaccionando el analista a este mecanismos contratransferencialmente. Tocaría saber, en ese encuentro y en ese mecanismo doble, como se realizan estos dinamismos, el de la transferencia y el de la contratransferencia.

Las primeras fantasías transferenciales-contratransferencias pueden ayudarnos a tener un mejor enfoque clínico, y no nos referimos a las verbalizadas simplemente, sino también a las extraverbales y, aún más a las inconscientes, que no se expresan sino a través de la percepción global del encuentro.

Esta globalidad incluye la misma elección del analista y su propia identidad, por lo que fue elegido. El paciente bien puede ser de la práctica privada, un precandidato, o un candidato a analista. En la elección y su fantasía correspondiente está la base inicial del encuentro, que es el camino para el descubrimiento de sí mismo y de su identidad.

Estamos de acuerdo con Rodrigué, citado por Meluk, cuando dice “es en la convivencia de los fenómenos transferenciales-contratransferenciales donde el proceso analítico adquiere el carácter de descubrimiento”. “sorprendente redescubrimiento del mundo interno del analizado y del propio mundo interno del analista y de las relaciones con el mundo externo; esto comprende el todo a través de la consciencia de la objetividad frente a la propia subjetividad” (Racker) (37).

Creemos como lo postula Meluk (37), que sólo “al despejar las identificaciones introyectivas y proyectivas que se suceden en el proceso analítico, se logran que surjan elementos de la verdadera identidad inconsciente del analizado”, pero este despeje siempre se realiza en la relación dual en que se suceden los mecanismos simultáneos transferencia-contratransferencia.

En estos mecanismos, un acontecer, un suceder psíquico, transcurre en su “dimensión temporal” (39).

Volviendo al fenómeno preanalítico y “presituacional”, analista y paciente entran en comunicación antes de la misma comunicación verbal; ambos inician el desarrollo de su respectiva fantasía (transferencial-contratransferencial) extraverbal. Uno y otro se hacen la idea o la imagen mutua de ellos mismos con respecto a cada uno, es decir, se realiza la investigación de la posible identidad.

Todo es inespecífico del analista. Pero después viene el enfrentamiento, el descubrimiento, y es aquí donde se inicia el proceso analítico, cuando las fantasías previas preconscientes e inconscientes se confrontan con la realidad, representada por el analista.

El paciente, la mayoría de las veces elige su analista por sus mecanismos mágicos omnipotentes y por su “falta de identidad”, que espera adquirir por medio de la propia imagen identificada, proyectada en el analista.

En la primera entrevista puede suceder que exista un acuerdo, un entendimiento mutuo, y entonces se realiza el “contrato analítico” y se inicia así en alguna forma la  “alianza terapéutica” El analista debe ser lo suficientemente consciente de la elección y de la aceptación del paciente, sin sentirse “impuesto”, o que por “deber” “tiene” que tomar al analizado, pues si no hay libertad para aceptar, no hay aceptación.
También el analista debe tener en su identidad el valor adecuado de su reparatividad en cuanto a la posibilidad de ayuda que le pueda prestar al paciente.

Porque sucede que si esta reparatividad no se tiene, tampoco se puede ser analista, porque no se logra ayudar sin creer que lo que se tiene puede ser útil, o, dicho de otra forma, no se puede prestar ayuda para cambiar lo fantásticamente malo del paciente a través de la falta de la reparatividad del analista.

Puede que aquí se entienda que así se favorece la fantasía previa de un objeto o situación fuera del paciente, pero en cierto sentido el analista no puede aislarse y esterilizarse de la realidad que, al menos en teoría, está en capacidad de ayudar a alguien que lo solicite.

Toda la personalidad del analista entra en juego, desde su nombre, su edad, su color, su tamaño, su barrio, su consultorio, su modo de vestir, su manera de hablar, el tono, la modulación, su expresión facial, su manera de saludar, dando la mano o no, su prestigio profesional, y toda la gama de cualidades de la personalidad que en una u otra forma intervienen en la relación con el paciente y a las que nos referiremos más adelante.

El paciente elige a su analista según su esquema de “ideal del Yo” y de ideal de identidad.

No hacemos aquí una diferenciación de los conceptos del “self”, “ Yo ideal”, “ideal del Yo”, “imagen de sí mismo”, pero si queremos decir que todas estas estructuras pueden entrar en función en la lección en forma idealizada, proyectándose, como se dijo anteriormente, las imágenes buenas, malas o idealizadas, o todas a la vez, de los padres históricos.

El analista va a trabajar con las partes buenas, proyectadas en forma ideal, y con las positivas equivalentes semejantes o iguales al objeto ideal que describe Plata.

Desde el momento de iniciarse el proceso se inicia lo que algunos califican de distorsión en el mismo, pero que es el proceso mismo. Principia la relación en forma mágica omnipotente y en la que también se proyecta la omnisapiencia mágica infantil en el analista, que tiene cualidades paranoides y esquizoides, es decir, persecutorias y disociadas o mejor escindidas.

El Yo del analista, en una u otra forma, va a ser vivido persecutoriamente. Aquí debemos tener muy en cuenta la posibilidad defensiva de que el analizado se identifique con el objeto idealizado, lo que dificulta la labor terapéutica al presentar un tipo de resistencia inicial muy especial.

Si el contrato no se realiza, si analista y paciente no se ponen de acuerdo porque no hay un entendimiento, esto también tiene que ser analizado por el analista, pues seguramente en ese no ponerse de acuerdo hay mecanismos mutuos que intervienen y que si no se hacen conscientes, pueden perjudicar tanto al analista como al analizado. Quizás vale la pena decir que el paciente puede haber hecho una identificación proyectiva con los objetos malos persecutorios, o bien con los buenos idealizados y persecutoriamente vividos.

Sintiendo que tienen que rechazar, rechaza o hace que le rechacen, sometiéndose paranoicamente a la situación de enfermo. Algunas veces la elección sólo se puede realizar porque la identidad del analista, concedida por el paciente, concuerda con la idealización no persecutoria; en este caso se logra el contrato.

Por esto y otras muchas posibles variantes hay que comprender la fantasía de la elección en la primera entrevista, pues bien puede suceder que el paciente haya ido de analista en analista en busca del objeto ideal. Aquí una observación: las identificaciones proyectivas no se pueden enfrentar sino en mucho tiempo, pero sí es indispensable que el analista las tenga en cuenta para el futuro análisis.

La “alianza terapéutica” o “la alianza de trabajo” pueden no coincidir como se pretende en ocasiones  con la parte “sana”, “adulta”, etc., del paciente, para efectuarse el contrato.

V

El proceso analítico y la identidad del analista

Si el contrato se realiza y el análisis sigue su marcha luego de haberse establecido el “setting” (las normas), la inespecificidad de la relación entra a la “relación específica de la situación analítica”, en donde puede ocurrir transformación, transmutación, descubrimiento y, a la vez, puede iniciarse el proceso de la “identificación” de la misma labor analítica. En ella el analista interviene con su misma identidad, y en ella, está incluida su misma labor analítica.

Creemos que existe un acuerdo en la importancia de la transferencia-contratransferencia; las divergencias de opiniones se refieren a sus orígenes y a sus funciones dentro de la situación analítica; las diferencias se acentúan en el uso y comprensión de la contratransferencia.

Sin embargo, todos los psicoanalistas estamos de acuerdo en el fenómeno del “presente-atemporal” en la relación transferencia-contratransferencia, en la comunicación de los inconscientes de paciente y analista y en el consenso de los mecanismos y estructuras inconsciente, que al hacerse consciente y al ser vivenciados, se “vuelven” temporales, propios e individuales (13) (2).

El fenómeno transferencia-contratransferencia comprende una íntima comunicación, un “interjuego” de mecanismos proyectivos e introyectivos que “determinan identificaciones tanto en la persona del analista como en la del analizado…” (16).

“El paciente proyecta sus estructuras, sus objetos; el analista introyecta este material y se idéntica con él“. Estas identificaciones implican reacciones del analista que las siente ya sea como rechazo, aceptación o como complemento de ellas, según las características del momento…”.

En este interjuego de dinamismos proyectivo-introyectivo-identificativo, hay una diferencia de cualidad de éstos mismos por parte de paciente y analista.

El analista, por su parte, sufre una aparente disociación, útil y parcial, en ciertos momentos de la situación analítica, que es similar a lo que Freud denominó “identidad de percepción” y que “sería el simbolismo actuando en el proceso primario (equivalen a la ecuación simbólica)”. “la transformación simbólica que convierte el símbolo en representativo es lo que proporciona la identidad del pensamiento”.

“Es innegable la urgencia de establecer una identidad de percepción a través de la repetición de experiencias pasadas, que el paciente tiene que “actuar” en la trasferencia, transformando, mediante la identidad de percepción, al analista en un objeto primario”, (40) en que “ideas y sentimientos son percibidos como actuales” (41), y el presente y el pasado aparecen idénticos porque el inconsciente es atemporal. La identidad del paciente en parte depende de las relaciones objetales con los objetos primarios padre y madre, y la identidad de estos se distorsiona al incorporarlos, y ahora, al proyectarlos o desplazarlos en la figura del analista, y por lo tanto, en la identidad de éste percibida por el paciente.

El analista puede contraidentificarse en forma complementaria sintiendo tratado como tal objeto, identificándose parcialmente con el objeto interno del analizado, al que vivencia como un objeto interno propio; así llegamos a las neurosis contratransferenciales y con ello a las contraidentificaciones producida por los mecanismos antes mencionados, que corresponden a problemas conflictivos o patológicos del analista, que perturban su identidad como tal. De tal suerte el analista perdería su identidad y la situación analítica entraría en una fase de disolución.

Si el analista sufre contraidentificaciones en las que concuerda con el analizado en sus contenidos, es porque surgen de este último, debido a que en el analista existen genéricamente los mismos elementos y la capacidad de aceptar los objetos, las tendencias y sus fantasías correspondientes.

En condiciones adecuadas debe realizarse este fenómeno, que, llevado el plano de la conciencia, permite que se encuentren analista y analizado en una unidad, al mismo tiempo unidos pero diferentes, es decir, se encuentran ante su propia identidad en las relaciones sujeto-objeto; a este último estado propongo llamarlo la “congruencia de la relación transferencia-contratransferencia”. Aquí también nos encontramos con que analista y  analizado se “hallan” frente a la integración de los objetos, y por ende, a la posibilidad de la verbalización en la síntesis. En ese momento y en esa forma el analista descubre, hace consciente y realiza el “aha”, comunicándoselo interpretativamente al paciente y éste, a la vez, inicia el “insight”. Este mecanismo se realiza a nivel del proceso primario en forma extra verbal, pero con la posibilidad de hacerse consiente, o sea que progresa al proceso secundario y se expresa por medio de la interpretación.

La interpretación que descubre y produce la toma de conciencia rompe la exclusividad  del proceso inconsciente, transmutando lo patológico en la vivencia trasferencial.

Entendemos que el fenómeno de la disociación útil y parcial, y la identificación del analista en la situación analítica, podríamos calificarla de “normal” y seria la que nos sirviera para relacionar y comprender a los demás sin necesidad de “perder” los elementos y la estructura esencial del “Yo” (16); es lo que la misma M. Freire de Garbarino llama “posición ambigua”, en que el yo del analista está “parcialmente presente y actuante, recibiendo y viviendo los conflictos del paciente…”; “la ambigüedad temporal, espacial y corporal del analista y analizado…”; es lo que yo llamaría lo “sintópico”, es decir, la “capacidad sin sintópica” del  Yo, que puede estar con y/o simultáneamente en dos o más lugares, a la vez.

Por eso hablamos del yo observador, y de nivel intermedio. Freire de Garbarino escribe: “Es un sentir las situaciones de sus pacientes como expresión de las diferentes instancias psíquicas o de los  objetos internos del mismo, pero manteniendo su Yo parcialmente integrado y en actitud de observación… pero de ninguna manera deja de sentirse él. Regresa con el paciente, siente que espacio, tiempo, cuerpo, están distorsionados pero sin perder noción de su propia realidad en estos terrenos…”; “la identidad del analista no se altera”, porque según lo entendemos, en este estado sólo están presentes las identificaciones parciales, temporales, espaciales y congruentes,  en las que no se afecta la integridad del yo.

El analizado a la vez se va identificando con lo que le devuelve el analista, es decir con su propia dentidad, así como en la situación analítica en la que el analista interviene con sus interpretaciones, con su actitud y con todos los modos de intervención en que se revela o se expresa su identidad. Llegar a ese encuentro de identidades es completarse, unirse y tener una mayor síntesis.

La adquisición del sentimiento de identidad del analizado en el proceso analítico es algo que se realiza a lo largo de todo el suceder de la situación analítica. El analista  “sirve de buffe” frente a los estímulos internos y externos difíciles de tolerar.

Así lo expone Mahler, citado por Grinberg y Grinberg, refiriéndose a la función de la madre con respecto al niño.

Estos mismos autores agregan: “podríamos decir que la madre-analista contiene y se hace depositaria del germen de la identidad rudimentaria del paciente”. Cuando se “toca fondo” en esa “búsqueda del último límite de la regresión, es cuando se presenta la fantasía inconsciente de nacer de nuevo”, es cuando el analizado comienza a sentir el inicio de una “nueva” identidad.

El analista acompaña momento a momento al analizado, sin exceso de frustraciones o apoyos, pues tanto uno como otro van a dificultar el proceso de adquisición de la identidad propia; en otras palabras el analista debe ser neutral aun en sus intervenciones, sin entrar en aquello a que ya me referí respecto a las contraidentificaciones complementarias que le pueden llevar al “acting-contra transferencial”, pudiendo ser éste expresado en una simple actitud de apoyo, etc.

El analista recibe y tolerar la proyección y desplazamiento de los objetos, así sea estos malos y persecutorios, para luego reintegrarlos en el Yo del analizado.

Sucede en ocasiones que los analizados se sienten invadidos por la identidad del analista, del cual sienten que les imponen la suya propia; otras veces creen que no les da aquella identidad que desean asumir de él. Puede, suceder que el analista, contraidentificándose maníacamente, de a sus analizados esa imagen de padre-madre que quiere incondicional y bondadosamente a sus hijos. Sólo la elaboración del proceso de duelo y por ende de la posición depresiva, permite la renuncia, la integración y el establecimiento de la identidad. Una de las renuncias más importante es la que el analista hace en su mismo análisis personal de la omnipotencia y de la omnisapiencia. En la práctica encontramos que los candidatos con frecuencia idealizan la figura de los analistas didácticos, convirtiéndolos en padres y actuando o viviendo al grupo o a la institución como tal.

Es muy importante tener en cuenta los conceptos de Grinberg y Grinberg (23) con respecto a las tres clases de vínculos de integración que se suceden en el proceso analítico: el espacial, el temporal y el social.

El primero distingue el “self” del “no-self”, el segundo establece el sentido de continuidad en las relaciones, y el tercero se relaciona con los objetos externos. En la primera fase del análisis hay una gran dependencia y la identidad del analista se confunde con la rudimentaria del paciente. “El sentimiento de identidad resultante de la interacción de estos tres vínculos…

Pasa por distintas crisis a lo largo de su evolución en el proceso analítico”. Estas crisis comienzan generalmente con marcadas características paranoides-esquizoides y se resuelven a través de mecanismos depresivos. El análisis desde un comienzo es un renunciar y perder, y un adquirir y lograr. Podríamos decir que el paciente, cuando vienen al analista con la llamada rudimentaria identidad de normalidad, de neurosis o de psicosis y con su dependencia de los objetos primarios, va a tener que perderlos y renunciar a ellos para adquirir una verdadera y nueva identidad, gracias a la ayuda recibida a través de la identidad del analista.

Todo lo que acontece y transcurre en el análisis pertenece al proceso analítico en general, que es inespecífico en tanto abarca todos los fenómenos dentro de la situación analítica y con ello la identidad del analista. El proceso terapéutico lo podríamos entender referido más específicamente a los instrumentos terapéuticos, tales como normas e interpretaciones.

Una de las normas del proceso terapéutico es la de la abstención y dentro de ella tenemos el no actuar y el no favorecer; pero paradójicamente no actuando, también se puede favorecer, de suerte que la abstención no es tan rígida, porque al polarizamos nos encontramos fuera de la norma, invirtiendo así la reacción.

En la relación transferencial-contratransferencial puede ocurrir también que se entre en una relación neurótica y hasta confusional; aquí observamos “una confusión de identidades” (22), pues la disociación y las identificaciones están basadas en disociaciones previas e identificaciones caracterizadas por tendencias voraces de avidez y de posesión, de cuyo resultado sólo se logran pseudo-identificaciones maníacas.

La identidad del analista, por otro lado, conlleva la de las figuras paterno-maternas, pero esto tiene que entenderse en el sentido de totalidad, porque de realizarse la contratransferencia complementarias (Racker), y las contraidentificaciones  proyectivas (Grinberg L.), el analista puede hacer un “acting” contratransferencial, contraidentificando su Yo en sus analizados, como hijos a los que protege y sostiene con su actitud o simplemente con sus interpretaciones; estos “acting” también pueden ser llevados por el analista didacta fuera de la situación analítica, en conductas institucionales o institucionalizadas, lo que tiene muy en cuenta en los grupos pequeños que están en formación.

Es muy frecuente observar en los comienzos de los análisis corrientes o de psicóticos, la gran “necesidad de adquirir satisfacciones del objeto” (34) analista, creándose una relación simbiótica regresiva y repetitiva; en estos casos el sentido de identidad se ve impedido, más aún cuando la fantasía inconsciente del analizado es actuada dentro de la situación analítica, momento a momento, por medio de la verbalización.

El analista y la sala de consulta puede ser vividos como la imagen corporal de sí mismo o de la Madre, como lo expone Mahler (34), “el sentido de la identidad individual está interpuesto por nuestras sensaciones corporales…”, y nuestras sensopercepciones son las fronteras de nuestro Yo corporal.

En la situación analítica la identidad del analista silencioso-pasivo puede coadyuvar a la fantasía del objeto muerto, o/y aletargado; de esta manera se promueve más la disociación de los sentimientos de identidad y la “capacidad para discriminar entre lo inanimado y lo animado, lo vivo y lo muerto”.

“El miedo a la muerte no es solamente el miedo a la destrucción” (29), es también el miedo a la pérdida de la identidad. La creencia en la inmortalidad del alma o de la reencarnación también es una solución ante la posibilidad de la pérdida de la identidad, que el analizado puede llevar a la situación analítica mágica y omnipotentemente, en forma de resistencia a las ansiedades persecutorias y depresivas.

Debemos recordar que las creencias motivan cierta actuación dentro del proceso y situación analíticos; por lo tanto, el “acting-out” puede estar al servicio de las defensas, contra el peligro de la pérdida de la identidad”; así lo sugiere a Angel K. (3), pero quizás esto se refiere a pseudoidentidades, ya que el “acting-out” ayuda a las gratificaciones maníacas que no corresponden a satisfacciones maníacas, y que no conciernen a satisfacciones integradas (43).

El sentido de identidad “tiene su núcleo en las relaciones con los padres y hermanos en los años tempranos”, y la imagen y la fantasía inconsciente de los padres interviene en la formación del super-Yo; a la vez la imagen del analista es vivida como réplica de la de los padres; en esta situación, el analista puede muy fácilmente contra-actuar o contra-identificarse con aquel objeto superyoico en desarrollo de la identidad del analizado. De esta manera el analista puede estar expresando una equívoca  identidad en la situación analítica.

También ocurre, desde el punto de vista técnico, que el analista por medio de interpretaciones parciales, puede mostrar a su analizado una falsa y/o negativa identidad.

Esto sucede cuando el analista se contra identifica y sólo hace señalamientos de partes parciales y disociadas del Yo del analizado, mostrándole sólo sus defensas, sus extorsiones infantiles, sus objetos parciales disociados y persecutorios. Así el analizado no va a poder integrarse y adquirir la visión global (infantil y adulta, buena y mala, destructora y creadora) de sí mismo y de su identidad. Por otra parte, las identificaciones tempranas totales sirven también en el analizado de base para el encuentro de su propia identidad, en el analista, pudiendo ver en éste su propia y verdadera identidad (44).

El paciente trata de poner todas aquellas características o cualidades de los objetos internos en el analista, viviendo en él todo su mundo interno, de tal suerte que el analista puede para el paciente desempeñar papeles de juez, fiscal, testigo, defensor, moralista, preceptor, maestro, de padre o madre, o todos a la vez.

De esta forma, el paciente deforma la identidad real del analista poniéndole una seudoidentidad o la falsa identidad del propio analizado, que la proyecta o la externaliza en el analista.

El analista, en su papel neutral, puede guardar silencio y así favorecer este proceso, que debe atender, manejar, tolerar y, finalmente interpretar integrándolo dentro del Yo del analizado. El mismo silencio favorece la regresión y la transferencia, fenómenos e instrumentos del mismo método.

El analista, por su parte, se identifica en la situación analítica con las partes sanas del paciente (47), lo que facilita la labor analítica. Pero nuevamente debemos advertir que el analista puede identificarse con las partes narcisistas, de tal suerte que dejándose seducir inconscientemente “participa en el trama irreal de la fantasía del paciente” (48). Hay que advertir que el concepto de “parte sana” obedece sólo a un enfoque descriptivo y didáctico.

Una de las metas en algunas pacientes es descubrir sus pensamientos, sus sentimientos, sus secretos y su identidad oculta.

Es en la relación transferencial-contratransferencial de la situación analítica como se corrigen las relaciones objetales y las identificaciones (falsas, inadecuadas o parciales), y se consigue que el analizado adquiera también una verdadera identidad.

El conocimiento de sí mismo y de ciertas verdades básicas sirve también como fuente de la definición del Yo. El poderse relacionar con los demás amplía el sentido del propio Yo, lo que se completa con el mundo externo real (36). “La experiencia interna de totalidad, la separación y la unidad, están basadas en la organización del Yo” (38).

La organización del Yo se consigue, como ya lo anotamos, a través del trabajo del duelo y de las experiencias diarias de la vida, cuya historia está llena de mitos, con los que el sujeto se identifica o a los cuales imita (7).

El descubrimiento de la identidad es también de la culpa, de la vergüenza, de las veladas defensas contra la hostilidad y de los roles sexuales (29) (30) (26) (1) en que la presencia de la figura del padre es tan importante como la de la madre, más aún sí está última relación se ha efectuado en forma simbiótica-parasitaria, lo que impide el descubrimiento del Yo y su diferenciación del “no-yo” (35) (5).

La adquisición de la integración del Yo puede resumirse en la tríada expuesta por Heimann como el “reconocimiento”, la “diferenciación” y la “integración del self”.

La primera se refiere al conocimiento de las distonías del Yo y de los elementos disociados; la segunda es la diferenciación de su posición en el espacio, tiempo y relación interpersonal; la tercera es el encuentro de la unidad del “self” dándole estabilidad, seguridad y economía de los hechos psíquicos (27). La integración a la vez se realiza gracias a la capacidad de Síntesis que ayuda al Yo observador a discriminar el ”yo” del “no-yo”, el “self” del “no-self”, y a descubrir la identidad.

La situación analítica también tiene sus vicisitudes dentro del proceso analítico, a su culminación en el suspenso técnico, por último, en la finalización del contrato; vicisitudes que se expresan (según Meltzer) en la “historia natural” del proceso.

Al finalizar el contrato analítico, lo específico de la situación analítica, se transforma en parcialmente inespecífico, y decimos parcial, porque siempre quedan residuos de las relaciones transferenciales analíticas. El analista de hecho tiende a que la relación  desaparezca.

En el caso de colegas analistas tal relación viene a convertirse en una humana de colegaje, en que se pueden encontrar analista ex analizado en la realidad y si es el caso, con la identidad extra-analítica social con un matiz o un “resto” que no ha sido aún bien estudiado.

VI

La identidad del analista en el análisis es analizar

 La identidad del analista en la situación analítica es ser analista, hacer análisis, analizar; todo esto significa actuar interpretando extra y verbalmente. No interpretar y esperar, también es un actuar, y un ser, dentro de esa situación; es un vivir, y todo esto corresponde a la identidad.

Cuando el analizado está dentro de la situación analítica no sólo quiere descubrirse sino también descubrir el mundo externo en el analista y conocer su identidad real y tangible; por eso nos encontramos frente al analizado que trata de investigar la vida de su analista, lo que comúnmente es una resistencia al enfrentamiento de las ansiedades depresivas y persecutorias propias.

El analizado observa, investiga y analizar a su analista, pero todo esto es una resistencia, la que, una vez vencida, pone el analizado en relación con el inconsciente de su analista, se une a él, convive con él en el acontecer psicológico, donde se descubre, redescubre y consigue la posibilidad de entenderse, integrarse y encontrar su identidad.

No podemos decir que el hablar o el silencio son las características de la identidad del analista:

Más aún cuando hay momentos o periodos de uno y otro que deben corresponder a la técnica y a la manera de aplicación de los instrumentos. Dicho de otra manera, el silencio o el hablar se deben usar dentro del contexto de la interpretación y no deben corresponder a simples contraidentificaciones  complementarias de relaciones depresivas, o maníacas. Tanto el escuchar, el observar, como el interpretar, son funciones del analista.

El escuchar también puede ser contemplado con el sentido tópico y en sus dos formas, de ahí el término que he propuesto de “sintópico”, en donde el Yo del analizado y del analista resuenan “sintópicamente”, y la parte observadora integradora realiza la síntesis. Es aquí y en este sentido como el Yo del analista es el “espejo” que refleja la imagen integrada, sin deformaciones producidas por las contraidentificaciones complementarias, las cuales pueden confundir la misma identidad. Es claro que al analizado indefectiblemente le damos algo nuestro, algo de nuestra identidad, pero esto es parte de la misma situación.

Los momentos de “observación”, de “silencio” y de “hablar” del analista y del analizado en sus relaciones transferencia-contratransferencia, pueden corresponder al tiempo de escuchar, de observar y de interpretar.

La “atención flotan” también correspondería desde el punto de esta relación “transferencia-contratransferencia”, a la “sincronía”, a la “sintopía”, y a la “sintonía” de analista y analizado.

La concordancia y la congruencia de las fantasías inconscientes y de las relaciones objetales, darían el momento de unión, del encuentro y reencuentro, del descubrimiento del “self”, de la igualdad y de la desigualdad, donde están funcionando los mecanismos incorporativo-introyectivos de los que llevan a la identidad. A esté “momento” de congruencia le llamamos también “timing”, y a todo el proceso específico, “insight”. Estos momentos son buenos en el proceso interpretativo; es entonces en la interpretación cuanto puede iniciar la interpretación. Desde  el punto de vista de la temporo-espacialidad es necesario referirse a lo planteado en mi libro “Tiempo espacio y psicoanálisis; en los capítulos VII y X.

En todos esos momentos hay un regresar y un progresar. El analista acompaña en cada momento a su analizado en el proceso analítico, en el que las fantasías y las ansiedades tienen una reverberación en ambos sujetos. Cuando se produce el momento de congruencia, surge la comprensión, la traducción de la información inconsciente o pre-consciente y, por último, la interpretación, como expresión de las similitudes de los emergentes de las relaciones transferenciales-contratransferenciales.

La comunicación de éstos se hace en forma extraverbal o verbal, y de tal manera la identidad el analista también va integrada dentro del contexto de la interpretación. Al producirse la congruencia se disminuye la ansiedad y se produce la interpretación y el “insight”. Fenómenos y momentos de congruencia van paralelos al “insight” y a la aparición o disminución de la ansiedad.

El analista se muestra con una identidad “especial”, la que adquiere en su formación y en la aplicación de su método.

Esa identidad incluye una inteligencia “especial” analítica integradora; una cultura, una comprensión del inconsciente y un convencimiento de la técnica que aplica para hacer volver consciente lo inconsciente, comprender y transformar lo “patológico”, descubrir las fantasías y conflictos y vencer las defensas. A través del análisis personal didáctico, el futuro analista intenta resolver sus conflictos, modificar y transformar sus necesidades y su conducta, obteniendo en consecuencia la posibilidad de satisfacciones  instintivas adecuadas, todo lo cual lo lleva a la integración de sus tendencias.

En la situación analítica, el analista debe tener la habilidad de ser participante y observador, activo y pasivo al mismo tiempo, seguir a libre asociación y ser capaz de, en un determinado momento, encontrar la cimentación estructural de la fantasía inconsciente; ser capaz de identificarse parcial y temporalmente con el analizado; dejar  que las palabras y el analizado, en su proyección, entren dentro del analista (Greeson); tener un Yo que trabaje con su modelo, con su esquema analítico, que realice la síntesis y a la vez observe y viva la situación.

VII

La vivencia de la situación analítica

La simpatía y la empatía

En la vivencia de la situación hay varios elementos que debemos tener en cuenta; la intuición, la empatía y la simpatía. Estas tres cualidades del Yo no se aprenden. La primera ayuda a la percepción, al entendimiento lógico, sin la secuencia lógica consciente; la intuición pertenece más al Yo pre-consciente y al inconsciente, y es también una capacidad que se presenta en momentos regresivos.

La empatía también pertenece a las funciones del Yo, tópicamente se localiza como la anterior, y ella corresponde a la identificación proyectiva en la elaboración de la posición depresiva, del duelo en donde se inicia la reparación. La empatía es el más un sentir que un entender.

En la empatía se comunican analista-analizado y concluyen en el sentimiento doloroso del objeto primario perdido, destruido o muerto, con el fin de repararlo; quizás por eso Greenson se refiere a que “la empatía tiene un modelo femenino, pues se origina en la temprana relación preverbal madre-niño”, y “la creación de un modelo de trabajo se parece a la formación de un objeto introyectado y está relacionado con la depresión” (25).

La empatía es un modelo de entender al ser humano y una identificación pasiva-temporal, en la que el analista debe renunciar en la misma forma a su identidad, además, se requiere cierto grado de bisexualidad; las características obsesivas hacen difícil la relación empática.

Ross define a la contratransferencia “como una identificación empática con el analizado” y cree que “la resolución de ella permite al analista ser más libre y espontáneo, a la vez que es una indicación del acercamiento del fin del análisis” (41).

Unos analistas insisten en que se deben quitar el dolor y el sufrimiento del paciente, otros, que lo importante es aplicar el método analítico depurado sin importar el fin; los primeros tienen la capacidad empática y los segundos quizá son más técnicos.

Pero el analista no es sólo el técnico entrenado para el trabajo analítico, sino el ser humano que interviene en el proceso terapéutico como parte de él y como instrumento, además, participa a veces pasiva o activamente en forma inconsciente o consiente, con su personalidad, su carácter, su sensibilidad, sus hábitos y costumbres, sus valores, su inteligencia, su talento, su comprensión y su simpatía.

La simpatía en la situación analítica es otra cualidad de sentir, de experimentar y de vivir, los afectos y emociones expresadas por el paciente; la simpatía puede ser activa o pasiva y en ella se incluye el compartir los sentimientos. El mismo Freud se refiere a ella de la siguiente manera: “… si adoptamos desde un principio una actitud que no sea esta de cariño, interés y simpatía, o nos encontramos rígidamente moralizantes o aparecemos ante los ojos del paciente como representantes o mandatarios de otras personas, de su conyugue o de sus padres, por ejemplo, destruiremos toda posibilidad de semejante resultado positivo” (14) (el subrayado es mío).

Glover indica también una actitud positiva, amigable, distinta al interés profesional.

La simpatía difiere de la empatía en que en la primera hay una conformidad y una analogía de sentimientos y de las relaciones objetales; es decir, las fantasías inconscientes concuerdan, y es lo que Racker llama “identificación concordante y contratransferencia concordante”. Es muy posible que la diferencia esté más en que la empatía predominan los mecanismos de introyección, y los de proyección en la simpatía, existiendo en ambas la identificación proyectiva. De todas maneras una y otra pueden mezclarse y estar presentes a la vez.

El analista que tiene estas capacidades (intuición, empatía y simpatía) posee un instrumento más positivo, para el desarrollo de su técnica. Por otra parte, el analista debe procurar estar familiarizado con la literatura, la poesía, el teatro, los cuentos, el folklore, la música y los deportes, es decir, con la vida y la cultura (25).

El analista debe poseer en su personalidad, a más de las ya nombradas características, el interés por el vínculo humano con las personas, curiosidad por conocer las maneras de vivir, las reacciones, las fantasías y pensamientos (Greenson) (25). Se trata de la curiosidad consciente basada en tendencias reparadoras, que le impulsen a conocer y a descubrir lo incognito, lo nuevo, sin temor a ello, para así conseguir la unión y la reparación.

La sensibilidad y la simpatía no son sólo hacia lo doloroso sino también hacia la percepción artística y creadora, es decir, a realizar identificaciones proyectivas con objetos positivos y totales del paciente.

La empatía no significa piedad, lástima y caridad. La simpatía, por su parte, no significa concesión, apoyo, identificación total o seducción.

El analista se ayuda conociendo su mundo interno y reconociendo que no lo sabe todo, pero a la vez tiene cierto grado de credulidad con ingenuidad. La creencia se realiza a diferentes niveles siempre teniendo o dando un sentido polidimensional a su significación, de tal suerte que un juicio se va ampliando panorámicamente y se localiza en su punto neutral para entender con la objetividad necesaria, consiguiendo así la verdad con amor.

El anonimato y lo incógnito del analista a que se refieren muchos analistas, en la práctica es parcial, temporal y consciente; este anonimato en exceso, lleva a una situación negativa. El analista, en los casos en que se establece un anonimato general y excesivo, se convierte en perseguidor del analizado y puede transformar el análisis en una situación negativa interminable; pero lo contrario también es válido, es decir el mostrarse al analizado lleva a un cambio de relación y al “acting”.

El dar al analizado la identidad real del analista, que es el analista-en-la-relación terapéutica, no significa que se tenga que quebrantar la regla de la abstinencia. Una actitud de anonimato puede estar favoreciendo también la repetición (congelada) y la experiencia del paso de las figuras parentales; el analista debe, pues, saber la situación límite y su posición en la actividad analítica con el analizado.

Como ya se expresó, las demostraciones que hace el analista a su analizado son a través de la interpretación, que debe ser clara, concisa, sentida, sintónica, sincrónica, sintópica; de no ser así, deja de ser “autenticas” y “mutativas”, pudiendo ser artificiales e intelectuales o teóricas. El analista, hasta cierto punto, guía con interpretación no sólo a la realidad, sino al mundo inconsciente. Del mismo método surge un aprendizaje por parte del paciente de la identidad del analista (interpretación) o aún de la misma personalidad de éste.

El analista debe aceptar las frustraciones neuróticas del paciente, pero conservar-se relativamente anónimo y distante del dolor del analizado.

Hay que ser natural pero emocionalmente estable en la abstinencia. El analista debe tener en cuenta, a cada momento, que lo que pasa en la situación analítica sólo corresponde a la realidad interna, a la fantasía, aunque entra en fusión con la del paciente, no por ello quiere decir que se tenga que actuar.

Para poder seguir el proceso analítico, analizado y analista deben ir juntos; esto significa que sus fantasías y sus emociones son paralelas; todo con el objeto de que el pensamiento también logre su fin.

El analista, por lo tanto, para poder hacer una labor positiva, también tiene que tener no sólo el agrado y la simpatía, sino sentir alguna gratificación de su obra, realizándose de esta manera la identificación proyectiva de las partes buenas de sí mismo, sintiéndo  desagrado con lo negativo en el sentido de motivarse y sentir la necesidad de repararlo.

El agrado, el respeto y el calor humano del analista, son necesarios para el amor.

Hay una serie respuestas en que se puede proyectar la identidad del analista. Las preguntas directas y concretas al analista pueden ser una manera de descubrir la identidad real de este. El analista, a su vez, debe utilizarlas con el contexto de la interpretación, inclusive aquellas que se refieren a la realidad de la situación analítica, como por ejemplo, una variación de horarios, vacaciones, honorarios, etc.

No entendemos que analizado-analista puedan comunicarse y referirse en determinado momento a la realidad externa del analizado. Por todo lo expuesto, el analista es mejor que cuente con cierto grado de movilidad y elasticidad sin entrar en la inestabilidad.

(Lea También: Cambió de Analista)

VIII

El rol del analista

El rol del analista oscila entre el de observador, el de instrumentador y el de instrumento. Como instrumento terapéutico, su injerencia va más allá de la simple actitud pasivo-activa e interviene en los cambios intrapsíquicos desde su vida intrapsíquica en el proceso primario, luego llevado al secundario, y por último, verbalizado de acuerdo con su modo y manera de expresión, y su identidad en la situación analítica.

De suerte que las funciones del analista oscilan entre observador participante, ni ecuánime y constante, que sigue el proceso con disponibilidad para cambiar.

A pesar de que algunos analistas sugieren que la figura ideal del analista es la que representa la figura del padre-madre buenos, quizás valdría la pena pensar mejor que es el sujeto que ha integrado armónicamente las dos figuras del padre y de la madre y de los objetos buenos y malos lo que le permite tener una mayor compenetración y comprensión de los procesos duales analíticos de defusión  y fusión, integración y desintegración, regresión y progresión de lo (y/o lo) pregenital y pre-edípico a lo genital edípico, de lo destructor a lo reparador.

El analista difiere esencialmente de los médicos en que, aunque no “toca” al paciente en su cuerpo, sí lo hace en forma más profunda en la intimidad a nivel pre-verbal y verbal.

Por otra parte, el analista, puede temer al paciente en la situación analítica, por su mera posición de sentado frente a frente, y desear acostar al paciente porque esta última posición le sirve de posición contra-fóbica a las ansiedades persecutorias, que son salvadas en la posición de sentado detrás y oculto tras la interpretación, la cual puede utilizar como defensa, es decir, la misma interpretación también puede ser usada en un momento contratransferencial como una defensa contrafóbica.

El analista puede tener reacciones de vergüenza, hostilidad, ansiedad y odio, todas estas obligadas o forzadas por el paciente en su situación de análisis.

La misma situación obliga de por sí al silencio, a la inmovilidad y física, a la atención y a la frustración. El analizado puede hacer sentir al analista hostilidad por la incomprensión de las interpretaciones, pero esta reacción misma sirve para comprender que el analizado no se siente comprendido y que ésta es otra forma de rechazar y de resistirse. Cuando nos referimos al silencio, éste debe ser sin hostilidad y sin cansancio.

Si el analista no tolera el silencio en un momento dado, seguramente es porque existe una reacción contratransferencial complementaria. Todas las actitudes del analista deben ser conocidas con anterioridad, sabiendo que va a suceder el futuro inmediato. El encuentro del paciente analista debe estar despojados de patología, en cantidad y en calidad, por parte del último, para que las valencias negativas no se sumen. Toda actitud del analista debe ser conocida por él.

IX

La identidad el analista no es la de perfección

Por todo el expuesto, podemos resumir que el analista, en la situación analítica, es quien interviene con todos los procesos del pensamiento, sus recuerdos, su entendimiento, su elasticidad y mobilidad, su aceptación, tolerancia, naturalidad, control, ecuanimidad, respecto, curiosidad, observación, atención, calor y frialdad; su pasividad y actividad, su imaginación, su satisfacción en el escuchar; y en el explorar, su intuición, empatía y simpatía.

Su deseo por la verdad; su capacidad de síntesis y evaluación, su distancia y acercamiento, su amistad, su humildad, su desagrado, su neutralidad (a las reacciones actuadas verbal o extraverbalmente, a la hostilidad o a la sexualidad), con el fin de darle la máxima libertad al analizado para adquirir su propia identidad, con un mínimo de la identidad del analista en  la vida extrapsíquica de la situación analítica y con el máximo en su vida intrapsíquica; de suerte que el analista se muestra no sólo incógnito, sino también anónimo.

La identidad del analista en la situación analítica, es todo eso, y más allá de la situación analítica se expresa en su técnica, que es el mismo análisis y su identidad de analista. De suerte que no es ocupar un sitio o posición, si no vivir en él para ayudar a la identidad misma con la suya propia.

La identidad misma se ve afectada en el proceso analítico por sus dos tendencias básicas: la de regresión y la de progresión. La primera lleva a perder la identidad y la segunda a obtenerla.

Perder en el sentido de dejar lo que se tiene, y obtenerla en el sentido de lograr lo que no se ha tenido, y es la armonía entre la dualidad sujeto-objeto, lo externo (analista), mundo externo, y el mundo interno (analizado). El objeto externo va a ser, por último, representado por el analista. La unión sin conflicto y en forma fusionada es la culminación del sentimiento de identidad en la situación analítica.

El analista, visto en todo este panorama, parece el ser perfecto ideal de lo humano. Pero no podemos creernos tan omnipotentes y ese mismo ideal de lo humano raya en la magia y en lo sobrehumano.

Con esto queremos decir que el analista es  otro ser imperfecto que trata de comprender las imperfecciones, lo enfermo, lo patológico, lo dañado y destruido del analizado, para ayudarle a tolerar el dolor, a componer y reparar sus daños con todas las capacidades a su alcance y con toda la normalidad que exige la honestidad en la técnica.

Freud mismo, en su artículo “Análisis terminable e interminable”, escribe: “El analista… se encontrará con sus propios defectos, para poder aceptar con justeza y actuar con eficacia sobre las condiciones del paciente.

Hay, pues, serias razones para exigir una mayor normalidad y corrección psíquica como prueba de capacidad analítica…; el psicoanalista debe poseer cierta superioridad, a fin de que pueda servir de modelo y guiar a su paciente en determinadas circunstancias. No se debe olvidar que la situación analítica se funda en el amor a la verdad, es decir, a la aceptación de la realidad… (añadiré: realidad interna).

Parecería que el análisis fuese la tercera de esas profesiones imposibles en las que de antemano puede tenerse la seguridad de fracasar parcialmente; las otras dos serían las artes de educar y gobernar. Evidentemente, no es posible exigir que el futuro analista sea ya antes de dedicarse al Psicoanálisis (añadiré: ni luego tampoco) un ser perfecto, es decir que sólo personas de tan rara y elevada perfección puedan practicarlo” (15). Los paréntesis son míos.

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