La Palabra en el Psicoanálisis

DR. GUILLERMO SÁNCHEZ MEDINA

Psicoanálisis

Comprender en psicoanálisis no sólo quiere decir, ver, imaginarse, mirarse en el espejo del otro, sino significa conocer, comunicarse, relacionarse y vivir la relación entre el sujeto y el objeto, mutuamente; este aspecto ya está explicitado en otra parte.

Ocurre que la relación psicoanalítica o una profunda de la pareja (en el sujeto de inves­tigación o por conocer) se renuncia a cierto grado del narcisismo aceptando que el otro (el analista) pueda ayudar a descifrar sus secretos inconscientes, y en el que analiza, a entrar en ese mundo aceptando sus ansiedades pero con la seguridad de que pueda salir de ellas; es de tal manera, también, como opera en la relación terapéutica entre analista y analizado.

Descifrar lo manifiesto y descubrir lo inconsciente latente, no siempre es fácil; re­quiere un conocimiento de lo propio y de lo ajeno y de la relación de los dos, a más de la técnica para hacer posible esa relación; para realizar este trabajo se requiere de funciones libres y sistemas liberados que permiten el paso de lo consciente a lo inconsciente y vice­versa; este paso ocurre en otra dimensión que es la sombra o el pre-consciente; sombra de imágenes, de representaciones de objetos; los objetos van en última a ser representados por el signo que significan; el significante por lo general, como sabemos, es consciente, no así el significado; pero puede ocurrir un trastorno de este proceso, y es aquel por el cual el objeto y el significante son la misma cosa.

Aquí hay que plantear los trastornos en la diferenciación entre el Yo y el objeto:

Que en un principio no existen y que en los estados autistas, simbióticos y confusionales y/o impreg­nados de la información mediática tampoco se realiza la diferenciación; en otros términos, en estos casos no hay diferencia entre el símbolo y el objeto simbolizado (por ejemplo, casa, bandera como madre) que para el normal no son la misma cosa, sino equivalentes, y para el psicótico, el autista, el simbiótico, o el confuso, el hipnotizado, sugestionado, sí lo son; aquí ocurre que el primer objeto es igual al símbolo (no son diferentes), es decir, se produce la “ecuación simbólica”.

En el caso normal, el símbolo sustituye y reemplaza a los objetos que son causa de ansie­dades y deseos; sin embargo, es una manera más del aparato yoico de protegerse y controlar las ansiedades, los afectos correspondientes, dejando un signo, una idea simbolizante despro­vista de afecto.

El proceso de simbolización, como ya se expresó, se realiza a nivel inconsciente y bá­sicamente protege al Yo de las ansiedades básicas y sus fantasías correspondientes: fetales, orales, anales, fálicas o genitales.

Es importante hacer énfasis aquí acerca de que las tenden­cias mágicas y omnipotentes las observamos en todos los lenguajes, desde el ya nombrado “gesto”, hasta el canto o la música, pasando por la palabra hablada y/o escrita o el lenguaje de los órganos, los síntomas, las actuaciones, y entre estos los silencios (como otra manera de expresión).

Cada uno tiene su sentido, su creación, pero es de observar cómo, cuanto más se queda el yo libre para hablar, para sacar y proyectar las imágenes, las representaciones, la música y el ritmo interno, mejor va a ser la realización creadora.

El lenguaje, por otra parte, bien puede no tomar el camino externo sino el interno:

Es entonces cuando observamos el lenguaje del Yo corporal en la somatización en la hipocon­dría, en las que tanto operan las ansiedades persecutorias y los objetos omnipotentementes encapsulados, obsesivos y paranoicos, utilizando sus tendencias mágicas y omnipotentes en el pensamiento y en la palabra a nivel individual y colectivo, pudiéndose observar las con­versiones (histerias colectivas); es la actuación por dentro del Yo corporal (“acting-inside”), que así lo he denominado (29).

El neurótico común o todos nosotros, utilizamos la palabra en diverso grado y en distinta forma; la misma ciencia, la religión, el arte, usan de ella, con su lenguaje propio.

El psicoanálisis no sólo estudia esto sino como lo expresó Freud: “Trata de hacer una reducción de la omnipotencia neurótica, cuando no psicótica, a la omnipoten­cia humana al servicio del Yo”. (Freud, 1923).

Pero, ¿qué es la palabra?, ¿qué significa? La palabra, como ya se observó, es la unión de varios signos con una secuencia organizada, articulada, que llevada lo acústico, produce el fonema, es decir, el signo fonético que articulado con otros, significa y le da sentido a un objeto, por ejemplo: M.A. ma – MAMA, (cada lengua tiene sus fonemas).

He aquí el representante gráfico-fonético del objeto mental con características propias (volumen, temporalidad, espacio) y una representación de corporeidad figurada con cuali­dades que están dentro del mundo interno como imagen; esta imagen corporal (por ejemplo MAMÁ) es un objeto particular que está dentro como objeto incorporado y en forma concreta como MI MAMÁ, y en forma de idea general, a todas las madres, como concepto abstracto de MADRE-MAMÁ.

A la vez esta idea está asociada y conectada a situaciones, cualidades objetivizadas (adjetivos) como: buena, mala, viva, muerta de placer o displacer, etc. Estas ideas unidas a otra van a formar un concepto que, equivalentemente formulado, dará lugar a un pensamiento con sus connotaciones psico-afectivas en las que se incluyen el placer, el dolor y las ansiedades.

También estos signos en la palabra MAMÁ pueden ser representados o configurados con trazos diversos que simbolizan lo mismo; por ejemplo MAMÁ, y que esboza simplemente, con ciertas configuraciones simbólicas, la idea del objeto original (es diferente la idea de madre, madonna de Da Vinci, a la idea de madre en la cultura pre-colombina y/o en la cultura africana o en las escrituras arábigas, chinas y fenicias).

La idea de madre la podemos repre­sentar por un círculo, dos puntos, una raya que termine dividida; todo esto lo hace el aparato mental, que determina la función del objeto que representa y que en el caso de la madre, es el hijo.

Para llegar a esta simbolización y a la palabra (escrita, hablada o plástica) el aparato men­tal ha tenido que sortear una serie de vicisitudes que van desde el objeto primario significado al signo símbolo significante que conlleva la función; esta función la realiza el cerebro en el aparato mental a través de una serie de operaciones en la estructura del Yo, el cual tópicamen­te pertenece a las relaciones sensoperceptivas del Sistema Nervioso Central.

El Yo imagina, alucina, comunica tanto en el sueño despierto o dormido. La comunicación con el mundo externo es más de satisfacción de deseos y relación sin diferenciación y por ende sin interrelación; en cierto sentido sería éste el lenguaje del autista y/o del simbiótico. El histérico, el melancólico y el maníaco, también tienen su lenguaje, sus imágenes, su tono, su ritmo, sus modos y sus maneras particulares de simbolizar.

De todo lo expuesto podemos concluir cómo los sistemas de comunicación en el hombre dependen del pensamiento, y el vehículo que aquél utiliza para relacionar lo interno con lo externo.

Es la palabra, que con sus signos, sonidos, fonemas, su ordenación, su forma y su ritmo, hacen posible que un objeto, una función y una idea se puedan significar y simbolizar; los fonemas; por su parte, deben sujetarse a una construcción que se verbaliza o vocaliza. La entonación también muestra la comprensión entre el transmisor y el receptor; y también los gestos de los acompañan, como lenguaje extraverbal en el psicoanálisis.

Es obvio que la entonación y gesticulación varía de acuerdo al idioma; por ejemplo, el italiano, el francés, el inglés, el ruso, el alemán, el chino o el portugués.

Los pensamientos, las ideas y las fantasías necesitan de un trabajo en el que está implícita la transformación de la energía y la idea de llegar a ser palabra. La palabra, por lo tanto, es el resultado de varios procesos lógicos y psicológicos a la vez que neuro fisio­ lógicos (neuroquímicofísicos) simultáneos, que aparecen superpuestos interrelacionados y que con la participación de la relación objetal, en sus diferentes posiciones, de acuerdo con el principio de realidad, hace factible la realización de aquella.

La representación simbólica, por su parte, adquiere una cualidad, y es específica de la especie humana, a más de que está conectada con el desarrollo de la fantasía y a partir de lo instintual; mientras el animal per­manece ligado a lo concreto de los sentidos y sentimientos con sus significaciones, pero sin la simbolización, en cambio, el hombre significa, simboliza, piensa, abstrae, aprende, hace correcciones, crea y habla con la palabra o se queda en silencio.

Refiriéndome a la expresión psicopatológica, se ve que el trastorno puede estar, entre otros pasos, en la vocalización, en la simbolización, en la comunicación, en la integración y formulación del pensamiento; pero aquel trastorno puede cambiar de un nivel a otro.

Durante el trabajo analítico observamos los lenguajes hablados, silenciosos, corporales, internos, los mímicos, las expresiones gráficas, mientras las expresiones por sí solas pueden ser: verbales o extraverbales o metaverbales.

El silencio, por su parte, considerándolo como otro lenguaje, puede entre sus diferentes significados estar mostrando un estado interno; por ejemplo, en el autista, la comunicación es confusa y se realiza entre el Yo y el mundo interno, sin participación del objeto externo, del otro; en éste -el autista- se queda relacionado con sus objetos internos y ahí aparece el silencio.

El silencio mostraría la confusión, la parálisis, el temor, el control, o su relación Yo-objeto sin participación del No-Yo, del objeto externo (del otro); es así como se queda el Yo del autista relacionado con sus objetos internos.

Aquí es importante tener en cuenta el o los silencios en el psicoanálisis clínico, puesto que ellos pueden usarse como una resistencia transferencial (amorosa o tanática) y el analista caer en una contra-identificación proyectiva dejando el proceso terapéutico viciado, (30).

Otras funciones de la palabra

La palabra, como sabemos, aparece paulatinamente a través del desarrollo del niño en su primera infancia y participa en todos los procesos que ocurren en esa etapa; por lo tanto, como ya se anotó en otra parte, interviene la palabra en las delimitaciones del Yo, No-Yo, del espacio vital corporal o el esquema corporal “self” (mismidad).

Con la palabra se pone límite, distancia al objeto (s) a la vez que se acerca y se expresa o proyecta verbalmente el objeto introyectado y se va construyendo el mundo del mismo conformándolo en el espacio exterior e interior; ubicándolo en sus categorías; dándole su clarificación específica en cuanto a calidad, necesidad, funcionalidad, movilidad, estabilidad, utilidad, afectividad, efectividad, con la connotación de atracción o rechazo, placer o displa­cer.

Un objeto puede cargarse de tánatos y convertirse en fóbico y persecutorio con su parti­cular denominación; de tal manera la palabra e imagen o representación, sola, que denomina al objeto fóbico (por temor y rechazo) y se convierte en estímulo de ansiedad.

Algunas veces existen palabras, símbolos del objeto como acto persecutorio y la represen­tación del mismo; la mayoría de las veces aquéllos (objeto-actos) están reprimidos; la palabra conlleva al conjuro, por lo que no puede pronunciarse (verbalizarse).

El control de esta situa­ción es posible realizarlo con otra palabra anuladora o neutralizadora, o con el silencio, el cual funciona como contrafobia: esto ocurre por miedo a la retaliación del objeto, atacado con la palabra, pues ella también se utiliza como defensa anti-persecutoria.

El silencio es posible se manifieste a la vez, por temor a la respuesta con la palabra del otro (objeto), desde afuera, o dentro de él mismo.

En los sueños observamos claramente cómo suceden algunos de estos mecanismos:

Sin embargo, rara vez se presenta la palabra hablada en los sueños. El sujeto soñante pone a sus objetos persecutorios en acción y aun con palabras representadas en sensaciones, es ataca­do; entonces el “self” del mismo queda en ocasiones paralizado y silencioso.

Recuerdo una paciente que, en sus alucinaciones acústicas y sueños despiertos (o imágenes oníricas), oía que le decían “sucia”, y esto era llevado también a los programas de radio y televisión, es­tando convencida de que aun en los periódicos aparecía la palabra contra ella; la paciente reaccionaba agresivamente, se lavaba en forma obsesiva; costó mucho trabajo llegar a que ella aceptara sus tendencias anales reprimidas y las fijaciones a etapas anteriores.

La paciente encontró cómo ella atacaba dentro de sí misma con la palabra -objeto parcial- anal; con su representación verbal en vigilia estando convencida de esa realidad práctica; en ocasiones se aislaba en silencio, o se ponía tapones en los oídos.

La paciente aceptó que lo que oía eran sus propias palabras imaginadas, pero con la pa­labra de otros; después, cuando aceptó que era su propia voz, el oírse a sí misma, el darse cuenta de sus palabras – imágenes en el análisis (el oírle, el interpretarse y el oír sus propias interpretaciones) le ayudaron a integrar su “self”, diferenciándose del objeto persecutorio, del afuera y aceptando el adentro “sucio” (con la representación y la palabra).

El objeto fóbico, en la palabra, puede ser también vivido en el vivir el miedo ajeno, o con el hablar y las palabras pronunciadas y oídas del afuera.

Esto le pasaba a la paciente durante el análisis; el oír hablar a su madre, de su padre (con quien hubo una relación traumática in­cestuosa, culposa, la que le producía asco y rechazo posterior a todos los hombres creándose al mismo tiempo una tendencia al aseo; a su padre le llamaba “Kaki” (dentro del análisis se vio que era el diminutivo de “caca”), le producía malestar, miedo, angustia.

La madre a la vez tenía temor de pronunciar el nombre de “Kaki” (objeto fóbico) por no hacerle daño a su hija, la que se percataba de esa situación y temía a todo lo relacionado con eso.

Las palabras “Kaki” y “Caca” eran análogas, más cuando la paciente de niña oía y decía: “coquita”, foné­ticamente diminutivo de caca y “Kaki” (coqui), deformación del anterior. En otras palabras para la paciente su padre había sido una caca, mierda, al desflorarla.

En síntesis, la palabra puede utilizarse desde el Sí (aceptante) al No (rechazante), pasan­do por la reprobación, el mandato, el consejo, la sugestión, la manipulación, el apoyo, la aprobación, hasta llegar a la explicación, denotación, designación, traducción, información e interpretación, no sin pasar por silencios.

Sin embargo, la palabra y/o el discurso pueden confundir. El sujeto psicótico puede crear neologismos, concretizar la palabra, construir discursos inconexos, incomprensibles, desin­tegrados, sin sentido conceptual; a la vez la palabra le puede servir, como ya se anotó, de ex­presión de impulsos, de conflictos, de defensa de los mismos, o tomar la vía de la creatividad en un nuevo lenguaje discursivo literario o poético musical. He aquí otra de las funciones de la palabra.

La palabra también puede ser vivida como objeto total o como parte de él, debido al me­canismo masivo de la identificación proyectiva, la que es la mayor responsable de las aluci­naciones, de las fobias, de las hipocondrías, porque ella (la identificación proyectiva) produce con la ansiedad persecutoria la escisión de los objetos y la proyección y ubicación espacial de los mismos.

Por otra parte, este mecanismo, igualmente, es utilizado en la formación de la palabra; como ya se observó, la palabra puede ser utilizada como contrafobia o funcionar en forma mágica y omnipotentemente o como seducción, o ser vivida como el objeto ideal o como el super-yo.

Puede funcionar la palabra como constructiva o destructiva, o como de­fensa, ataque, contención, consuelo, firmeza, ternura, seducción, vehículo y expresión de los instintos tanáticos, amorosos, o dividirlos.

En la paciente antes mencionada, la palabra “kaki” representaba condensadamente también los impulsos amorosos y agresivos; el diminutivo era considerar el objeto – padre infantil con posibilidad de quererlo pero con la connotación agre­siva al considerado “caca”; las letras “C”, cambiadas por la “K” eran la conexión colorimétri­ca, y el cambio de la última “a” (de caca) por la letra “i” (kaki) era para hacerlo diminutivo, aceptante y querido a la vez que ubicaba el objeto en su niñez (témporo-espacialmente) con deseo y al mismo tiempo con culpa.

Esta construcción lingüística era su defensa y el vehículo de sus tendencias (las que a la vez se censuraba). El padre (Kaki) Súper-Yo no le servía sino de objeto persecutorio; fue más adelante cuando pudo deshacer esta simbolización, aceptar y desear al hombre no persecutoriamente.

Existen muchos ejemplos de la magia y seducción de las palabras; en el discurso, espe­cialmente en los poetas, en los líderes políticos, en los literatos y aún en los científicos, que llevados al análisis los encontramos en el analizado, en las interpretaciones; éstas pueden también sentirse en forma ideal, omnipotente, superyoica, o persecutoria o, por el contrario, ser sentidas (las palabras-interpretaciones) como neutralizantes, comunicativas, anulatorias de lo tanático, reparativas o sublimatorias creativas.

De una u otra manera, la significación del objeto y la connotación-afectivo-instintiva en la relación con el mismo, en la relación transferencia contratransferencia, se realiza con la palabra.

Es obvio que el análisis debe ayu­dar al autista (en los estados autistas), al simbiótico, al confuso, al psicótico (en sus estados o momentos) a que se permitan la posibilidad de “comunicación” y “relación de lo interno con lo externo”, de integrar sus objetos y así poder verbalizar a través del vínculo (analista-analizado) y del vehículo lenguaje con la palabra.

El tono en las palabras

¿Qué es el tono? Según el diccionario de María Moliner y de la Lengua Española tono es el número mayor o menor de vibraciones por segundo que caracteriza a cada sonido, por el cual es más o menos agudo o grave. El tono es la cualidad de los sonidos que dependen de su “frecuencia” y permite ordenarlos en graves o agudos e interpreta la acción o el estado de ánimo de quien habla.

A la vez, conlleva la música o el canto que le da carácter; el tono en la música da una disposición de los sonidos en una escala partiendo de una nota; de esto pode­mos inferir que el tono no solamente se encuentra en la voz común y corriente la cual tiene un perfil del ser profundo. Obviamente el tono se relaciona con el canto, la música y éstas con la poesía.

El tono se afina, baja, eleva, entona, matiza, templa el sonido y refleja el estado de ánimo, una actitud o una intención del que habla; por esto el tono puede ser afectado, agre­sivo, agrio, altilocuente, altisonante, amable, comedido, declaratorio, destemplado, dulce, duro, enfático, engolado, grandioso, grosero, insolente, irónico, irritado, mimoso, pomposo, de reproche, retumbante, sarcástico, de súplica, de placer, dolor, tristeza o alegría; existen aproximadamente 3.000 sentimientos que se pueden manifestar a través del tono. El “tono” se produce de acuerdo con el movimiento, ritmo, frecuencia y tiempo de la voz con que se emite el sonido de la palabra, tanto del analizado como del analista.

Las palabras, el discurso independiente de su integración gramatical:

Tienen una fonética propia, individual y característica de modos de ser, sentir, decir, según la intencionalidad y afecto o ánimo que exista en el momento (tiempo) en que se habla; cada sujeto tiene un modo y un estilo de hablar.

El primero conlleva la energía, la fuerza, repitámoslo, el ánimo o emoción en la misma pronunciación y articulación tónica del fonema; el segundo, la forma gramatical del discurso, que puede ser claro, confuso, disgregado, armónico y aun poético o metafórico; uno y otro se unen en las palabras y oraciones; de ahí que nos podamos referir a la sintonía, distonía, atonía, híper o hipotonía, de las asociaciones del analizado y de las interpretaciones del analista; el primero puede estar hablando en un tono y sintiendo otro o vi­ceversa; lo que esperamos es que el paciente pueda ser sintónico con él mismo, con su “self”; que su Yo parlante emita los sonidos de acuerdo con la tonalidad emocional interna que vive; por su parte, es necesario que el analista haga lo mismo, no sin ignorar la individualidad o particularidad tónica emocional de cada cual en su identidad.

Es necesario mencionar la existencia de tonos paralelos, similares entre los sujetos (entre terapeuta y paciente), porque las modulaciones tienen que ser sintónica o sincrónicas en de­terminado momento del proceso para que la interpretación como instrumento terapéutico se convierta en mutativa; la misma musicoterapia lo plantea con lo que se denomina el Principio de ISO (o sea el arquetipo sonoro infantil con el cual el terapeuta se comunica muy primitiva­mente con su paciente).

Este dato aparece en la obra de Rolando Benezon, 2001.

Una misma interpretación suele formularse con diferentes “tonos” en distintos momen­tos de la situación analítica; el tono varía de acuerdo con el momento de la relación .

Una interpretación puede conllevar en el solo “tono” (inflexión de la voz) el sentido y significado de la misma, dándole la dirección deseada; es posible que se llegue a lo que denominamos “profundo” y así el paciente sentirse “tocado” emocionalmente o integrado en sus efectos, pues el terapeuta “tocó” la nota (“vibró”) e hizo vibrar interiormente el “ser” del paciente; de tal manera se hicieron (terapeuta y paciente) sintónicos y sincrónicos, con la posibilidad de mutación o de cambio y movimiento de una posición o sistema a otro.

Es de sentido co­mún que una misma palabra pueda contener distintas intencionalidades y connotaciones; por ejemplo, cuando decimos: “su mamá”, si acentuamos la última a, con una intensidad mayor o menor, o si el acento se hace en las dos “a”, o si es en la “m”, o sólo el acento se realiza en la partícula “su”.

La sola pronunciación del sonido de una consonante o vocal por ejemplo “a…” o el fonema, “ma…” corto o prolongado, pueden ser parte o la totalidad de una interpretación, pues es posi­ble que conlleve en ese momento del tiempo terapéutico de la pareja, un sentido y significado inconscientes.

Por esta razón una interpretación puede ser mutativa, connotativa, acusatoria, persecutoria o simplemente informativa, de acuerdo con la fonética y tonalidad con que se use.

Sin embargo, no siempre la sintonía y sincronía de la pareja terapeuta-paciente se pueden dar; todos los momentos no son iguales; aun más, aunque son operativas y necesarias la sinto­nía y la sincronía, también se requiere no permanecer en ellas, pues se corre el peligro de caer en la misma tonalidad (o podríamos decir, “tocar la misma música, cantar y bailar al son…de ella” sin permitir el cambio; por el contrario, pienso que en la terapia sí tenemos que pasar por la sintonía y sincronía, pero no quedarnos en ellas sino volvemos atónicos, distónicos y acrónicos o discrónicos; de esa manera facilitaremos igualmente la posibilidad de cambio de la perspectiva interna.

De esto se concluye cuán importante es tener en cuenta lo expuesto para la formulación de la misma interpretación, sin caer en el estudio compulsivo fonético de la modulación de la voz para el mismo fin. Todos en un momento u otro no estamos exentos de modular de acuerdo con nuestras reacciones conscientes o inconscientes en forma concor­dante y complementaria, y así formular las interpretaciones con las consecuencias inherentes a la modulación; lo importante es conocer nuestros movimientos y tiempos que nos llevan a la modulación de la voz y de las palabras en el discurso de la interpretación.

El terapeuta receptor emisor o transmisor de interpretaciones transforma, con estas últi­mas y con su actitud general receptora y con el tono de su voz, los vínculos malos proyectados y ubicados dentro de él.

La transformación se refiere a cómo el terapeuta modifica interna­mente esa persecución y la devuelve metabolizada en la forma de hablar, en o con el tono de las palabras; es de esa manera como el paciente puede sentirse unido o reunido con lo interno integrado con las ondas sonoras y “las oscilaciones eléctricas” (Racker de, 1957) devueltas del terapeuta y sentidas en forma “bella”; de tal manera el objeto bueno o su representación se considera bello y el malo feo; el paciente siente que le devuelven también la posibilidad del sentido- latente del objeto (o representación) bueno, armónico y su relación con las palabras; en tal forma se reconstruye, se repara, se recrea y se crea.

El terapeuta, al interpretar, al devolver la representación madre-padre transformado, lo hace con o dentro del sentido latente del paciente; sin embargo, no hay que caer en la “magia de las palabras” y en solo la “cura por la armonía” o en el “encanto mágico” en el que se puede negar el conflicto. El paciente, por lo demás, tendrá que enfrentarse a desencantos o desarmonías y a su propio dolor, pero con la posibilidad de otra nueva témporo-espacialidad, movimiento y tonalidad, no sin olvidar que hay un límite en todos ellos.

Recuerdo una paciente que con tenacidad resistencial atacaba la terapia, al terapista y ame­nazaba francamente con un suicidio; inicialmente en vano le insistía y con tono comprensivo le mostraba su masoquismo y el motivo de él; la paciente no salía de esa posición; al sentirme eternamente tocado por el objeto (representación de la muerte), le rechacé enfáticamente sus deseos de muerte (su identificación con el padre y la madre muertos), y en “tono” grave y repetitivo le dije que no la dejaría morir; en esa forma le decía “¡no!”, a la muerte, y negaba su objeto muerto inundante, con el cual ella se identificaba; la reacción fue violenta, me sintió persecutorio, me acusó de maltrato, ubicó el objeto muerto en mí, poco después dejó el análi­sis y no se suicidó pero sí (simbólicamente) “mató en el análisis a su analista”; internamente sentí que por primera vez me había enfrentado a la amenaza de muerte, la cual no toleraba; mi Yo se rebelaba para ser sincrónico y sintónico con la agresión y destrucción masiva y con la muerte; me había defendido con todo un movimiento fonético en el tono enfático de “no” a la muerte, la que era también la defensa a poder amar la figura edípica.
Una interpretación “a posteriori” y factible era como quería realizar un desafío y un dejar el análisis (al analista) antes de vivir el abandono.

Es probable que únicamente la calidad del tono sea suficiente para iniciar, completar o dar una interpretación; el tono no sólo es útil para hacer consciente lo inconsciente, sino para preparar o completar sintónicamente la relación dual “T-P” (31) y así permitir el “insight”, el ¡ah!, levantar la represión, descubrir el objeto; a su vez el mismo tono puede ser de forma armónica, la cual tendría la cualidad estética no persecutoria; un “no” puede así formularse en distintas tonalidades para hacer factible el conocimiento inconsciente.

El conocimiento mismo del mundo interno y del externo con su témporo-espacialidad y movimiento nos lleva a la percepción y noción de lo armónico, de lo bello, del arte, de lo estético; la misma palabra estética se deriva del griego “áisthesis”, que se pronuncia “estesis” y que es sensación; a la vez significa percepción; es, pues, la estética la teoría de la facultad de tener percepciones sensibles, es decir, por los órganos de los sentidos, y no son puras abs­tracciones teóricas pensables sino “sentidas”.

Es de anotar que la estética, la percepción y la apreciación de la belleza pueden llevarse al pensamiento y de éste partir a la primera. Aquí también hay que distinguir entre lo dado “a priori” estético, armónico, ordenado, y lo que se realiza o es hecho y construido por el hombre para un nuevo orden, un nuevo objeto, cuerpo o concepto, y lo que denominamos creación (Ordoñez, 1977).

La creación implica cierta armonía y ésta, la ya nombrada estética; de tal manera en el hablar se perciben una y otra. En el lenguaje, la voz se emite con ciertas tonalidades y mo­dulaciones (tiempos) que conllevan el sonido de las notas; aquéllas pueden ser portadoras de una imagen, una representación, un objeto, un impulso, lo que inconscientemente configura toda una unidad acústica vivencial del Yo, expresada en la voz.

El Yo percibe la voz propia y la de los demás y así crea una imagen acústica, la cual puede distorsionarse de acuerdo con la enseñanza efectuada por las figuras parentales (del superyó), con las cuales se identifica.

El sonido se produce en las cuerdas vocales y la resonancia o telón de fondo en la máscara facial; este último (telón de fondo) conlleva la frecuencia de las ondas acústicas que resuenan en el receptor; la afinación de un instrumento significa que el sonido tiene las “nueve comas” (partes); esa parte de la nota es la frecuencia con un tiempo definido de fracción de segundo y los intervalos entre coma y coma son iguales; cuando son desiguales se presenta la fracturación de la nota y la recepción de la misma se escucha en forma desagra­dable o dolorosa (en ocasiones es imperceptible); es por esto por lo que fuera de estas comas el sonido se distorsiona, se convierte en una distonía o desafinación de la nota en cuestión.

Es en el desarrollo de la vida cuando se van creando las notas, las que a la vez, como ya se enunció, pueden distorsionarse en sus modulaciones y en el tono porque las vibraciones cambian de acuerdo con las tonalidades afectivas, libidinales o tanáticas y de las fantasías in­conscientes; en cada edad, cada día se cambia la tonalidad según se module; lo mismo sucede en el terapeuta y en el paciente; este último percibe en la transferencia las modulaciones con­tratransferenciales (32) que van a resonar y a ser interpretadas dentro de su mundo interno.

Las formas de la voz implícitamente llevan no sólo el tono emocional del momento (tiem­po) del sujeto, sino la configuración de una situación que se vive o “revive” en el presente.

Las voces pueden ser agudas, o graves; entre estas dos clases hay una variedad de formas que marcan, como ya se enunció, el tono emocional y toda la personalidad del sujeto. Cuando un analizado está acongojado, desesperanzado, angustiado, o lo opuesto, contento, esperanzado y tranquilo, se manifiesta en su tono de voz, en la modulación de la misma, pero siempre con una característica (modo) modular como estructura, básica de fondo de la persona que reve­la su relación mundo interno y externo.

La misma modulación en su frecuencia nos da una imagen gráfica particular con la que se puede identificar la persona. Toda nuestra afectividad, repito, y aun nuestras maneras caracteriales de reaccionar están presentes en la voz.

En el análisis los dos participantes, analista-analizado, pasan por modulaciones (tiempos) de acuerdo con lo vivido en la relación transferencia-contratransferencia (“T-C”) (33); en una misma sesión se modula un discurso, una interpretación en formas diferentes.

Una misma interpretación puede iniciarse con un tono, una modulación, un tiempo y terminar con otra; es cuestión de conocer cómo son los tiempos (modulaciones) de la interpretación; esto im­plica ser conscientes de toda nuestra contratransferencia y saberla manejar.

La comprensión y tolerancia de estas modulaciones permiten al analista un acercamiento o un acortamiento en el espacio “T-C”, para así poder repercutir y resonar sin llegar a la distonía y discronía completas que llevan al analista al punto cero y ciego en donde “los dos hablan”, pero no sólo no “se escuchan” (y cómo el analista no entiende y no siente al analizado) sino que pueden llegar a un hablar en silencio afectivo, paralelo al silencio del conocimiento; es decir, hablando o no, no se conoce y no se siente o vive la transferencia y contratransferencia.

Todos estos aspectos, y otros más, son ya bien conocidos en la teoría de la técnica psicoanálitica; por lo tanto, sólo es mi propósito hacer énfasis en los tiempos de la voz del paciente y del terapeuta, siendo conscientes de que si bien podemos cambiarlos y de un tono pasar a otro, hay que aceptar el propio teniendo en cuenta que los tiempos y las modulaciones en la voz están presentes y que los podemos utilizar para comprender el funcionamiento mental y la magia en la comunicación.

Existen voces (tonos, modulaciones) que implican, por una parte, agresión y destrucción, amenaza, defensa, ofensa, lucha, castigo y muerte, y por otra, el cariño, la ternura, el amor, la magia y la vida.

Los poetas, los literatos, el músico, el compositor son los que más logran con su lenguaje escrito o musical la reparación. Es de sentido común cómo se canta al nacimiento, a toda la vida, a la muerte y al entierro; la música ayuda a seguir viviendo y a tolerar la muerte que es el final personal de nuestro espacio y tiempo.

El tono grave de voz lleva la connotación de la omnipotencia y la magia; por su parte, cada persona tiene su modulación y tonalidad, las que pueden representar o no la auténti­ca imagen vocal; cuando no lo son, es porque se pone en función la pseudo-identificación (“pseudo-self”), lo que causa distonías.

Por lo anteriormente expuesto se entiende que el análisis está abocado a estas situaciones; sin embargo, se trata de que en el análisis se adquiera la propia modulación armónica, porque en la resonancia de la relación transferencia-contratransferencia no debe haber distonías con­tinuas o abruptas, que rompen la relación; en caso de haberlas, es por las contratransferencias y resistencias del analista, por los puntos ciegos u otros propios conflictos expresados en la distonía y en la modulación patológica, por la predominancia de una y/o dos de las cuatro notas fundamentales (do, mi, sol, do u otras combinaciones), sin formar acordes, que equival­drían a realizar acuerdos. (Yamín, 1978).

Lo expuesto es importante tenerlo en cuenta en la formulación de la interpretación, pu­diéndose dirigir la modulación en ciertos momentos para hacer énfasis o para controlar una situación “T-C”; lo que podría anular el estado emocional del paciente, o diferirlo, o aplazar­lo, o cambiarlo, o simplemente modificarlo por otro; esto puede ser positivo, si es que se de­tecta y se sabe cómo manejarlo técnicamente.

La identificación parcial, por la fragmentación de los objetos y por la disociación del Yo, participa en la modulación. Un punto importante es el que se refiere a cómo la modulación surge no sólo de lo ya “dado”, “heredado”, sino de las identificaciones primarias con los objetos.

En la observación de la modulación se denota el verdadero “self”, su propia identidad; pero el sujeto puede llegar al análisis con una falsa voz (falso “self”) y luego cambiarla para descubrir la propia (“propio self”); esto equivale a conse­guir la identificación consigo mismo dentro de toda su témporo-espacialidad.

De tal manera, el tiempo participa en la tonalidad de la voz en todo ser humano, pero en la situación analítica es también en donde podemos rectificar las distorsiones y a la vez utilizar conscientemente estas modulaciones en la comprensión del material y en la interpretación (34).

(Lea También: Pensamiento Mágico Omnipotente)

Freud, en su obra Sobre psicoterapia (1904), refiriéndose a la nueva técnica, escribe:

Me parece que está extendida entre mis colegas, la impresión de que la técnica de la investigación del origen de una enfermedad y la remoción (supresión) de sus manifestaciones… fuera fácil prac­ticarla y estuviera a la mano.

Concluyo esto del hecho de que nadie de toda la gente que ha mostrado algún interés en mi terapia y haya hecho juicios definitivos acerca de ella, nunca ha preguntado cómo actualmente procedo(35), (Freud, 1904).

Más adelante agrega:

El instrumento anímico no es nada fácil de tañer. En estos casos, recuerdo siempre las palabras de un neurótico famoso en todo el mundo, pero que nunca fue tratado por ningún médico, pues sólo vivió en la imaginación de un poeta. Me refiero al príncipe Hamlet de Dinamarca. El rey ha enviado junto a él a dos cortesanos para sondearle y arrancarle el secreto de su melancolía. Hamlet los rechaza. En este punto traen a escena unas flautas. Hamlet toma una y se la tiende a uno de los im­portunos, invitándole a tañerla. El cortesano se excusa, alegando su completa ignorancia de aquel arte, y Hamlet exclama:

‘Pues mira tú en qué opinión más baja me tienes. Tú me quieres tocar, presumes conocer mis registros, pretendes extraer lo más intimo de mis secretos, quieres hacer que suene desde el más grave al más agudo de mis tonos; y ve aquí este pequeño órgano, capaz de excelentes voces y de armonía, que tú no puedes hacer sonar. ¿Y juzgas que se me tañe a mí con más facilidad que a una flauta? ¡No!; dame el nombre del instrumento que quieras; por más que lo manejes y te fatigues, jamás conseguirás hacerle producir el menor sonido’ (Acto III, escena 2a.)” (Freud, 1904), (36).

De lo expuesto hasta ahora se puede deducir que la armonía del tiempo participa en todo el suceder psíquico, en la situación analítica, en “el material” del analizado y en la interpreta­ción del analista.

Las armonías, las modulaciones de los tonos vocales están presentes y son percibidas desde antes del nacimiento hasta la muerte; luego de una a otra, a través del tiem­po y el espacio, los objetos se han movido produciendo sonidos que afinados dan armonías, notas, las que combinadas hacen la música con su melodía; estas últimas están presentes y repercuten en el inconsciente.

Pienso que el ser no sólo adquiere la voz con sus tonos y modu­laciones, sino que en su proceso de integración puede llegar a la armonía musical interna; ésta es la respuesta reparadora (vocal o instrumental) de los sonidos (ruidos) destructores.

Aquí recuerdo una paciente soprano que caía en depresión cantando Rigoletto de Verdi en una aria, en el acto cuarto cuando se presenta el cuarteto; al reproducirla lloraba; en el análisis se pudo encontrar que los tonos implícitos en ese fragmento de la partitura consistían en revivir parte de su fantasía inconsciente y por eso la paciente en primer término se sentía abandonada; luego la tristeza la llevaba al llanto, se identificaba con el objeto muerto y caía en silencio.

Cuando pudo entender su mecanismo y superar el sentimiento de abandono, fue capaz de cantar el aria, desde el principio hasta el fin, poniéndole las tonalidades vocales co­rrespondientes a la partitura de la ópera.

En el acto cuarto, cuando se presenta el cuarteto, Gilda canta su angustiosa decepción, debida a que se siente engañada y no correspondida por el duque, después de habérsele entre­gado a éste decepcionando a Rigoletto, su padre, no sin antes haberse sentido que “la donna e mobile qual piuma al vento, mutta l’accento ed il pensiero” (“la señora se mueve como pluma al viento, cambia el acento y el pensamiento”); para la analizada era sentirse (el personaje de la ópera, Gilda), la hija, violada, abandonada y burlada; de ahí la decepción y desolación de la cantante.
La paciente en su historia edípica, había sido violada por su padrastro, quien la obligó al felacio; el abandono era sentido no sólo con respecto a su madre, que la dejó en una guardería por seis años, sino porque su padre, al divorciarse de su madre cuando tenía ocho meses, originó la falta de presencia de la imagen paterna.
Cuando posteriormente la paciente observó una conducta promiscua (“cual pluma al viento”, como en la ópera) significaba huir del abandono; en la ópera que cantaba repetía sus fantasías identificándose con los persona­jes, (Sánchez Medina, 1968).

El libreto de Rigoletto es otra de las tragedias de una modalidad edípica vivida en la mujer adolescente que es violada, engañada y muerta.

En esta clase de música se reúnen la acción con el movimiento del cuerpo, con una serie de plasticidades, formas y colores, el lenguaje hablado y el canto; es la síntesis de la vida concretada en música y canto, aquellas imágenes, la acústica, la corporal y la visual, se fusionan en una sola: la ópera. La témporo-espacialidad en el Yo corporal se reduce, se sincroniza y sintoniza tratando de crear un solo ritmo.

Aquí podría hacerse la pregunta de si todos tendremos que llegar a la música armónica; la res­puesta es que la voz puede no llevarse a la modulación de las notas musicales, que aparentemente son mágicas; expongo esto último, pues pienso que aunque la música puede significar o conllevar el “arrullo” mágico contenedor (en el “holding”) de la madre, no quiere decir que siempre lo sea, porque, como ya lo expresé, la formación de la voz en el discurso, en el lenguaje, es integradora y reparadora; la misma integración de los fonemas “ma-ma” en “mamá” implica completar el objeto como una totalidad.

Pienso además que á través de la vida siempre estaremos repitiendo la desintegración y repa­ración en el lenguaje, en el habla y más específicamente en los tonos, modulaciones y tiempos de la voz.

Estos conceptos en parte han sido utilizados por las terapias musicales aplicadas a los desórdenes mentales. En él caso del psicoanálisis, no se trata de hacer melodías y arrullar con las interpretaciones, sino de encontrar las sintonías, las armonías y las imágenes inconscientes que conllevan la voz en sus tiempos.

El sujeto desde la cuna siente los sonidos de la música y desea morir oyéndola.

La música es, en otras palabras, la misma vida; mientras haya vida habrá música; por eso fantaseamos conscien­temente que más allá, en el espacio cósmico, también los cuerpos, con su movimiento, producen armonías musicales; esa es otra forma de prolongarse en el espacio y en el tiempo. La misma palabra cosmos en griego significa orden. En psicoanálisis, como tantas veces se ha expresado, se trata de buscar, conocer y crear nuevos órdenes en la témporo-espacialidad y movimiento.

Por lo tanto, la interpretación analítica con sus tonalidades armónicas, serían otra forma más para vencer las resistencias; aquí también podría caber el concepto del arte, de la interpretación del analista y a la vez cómo ella puede darle posibilidad al analizado para crear o descubrir nuevos espacios, tiempos, movimientos, tonos y armonías en general (Sánchez Medina, G. 1981), (Sánchez Medi­na, G. 1983), (Sánchez Medina, G. 1987b) (37).

Resumen

La palabra puede ser tomada como objeto y utilizada como tal por el sujeto pero con una consecuencia que lleva en sí los siguientes elementos: imágenes, signos, fonemas, articulaciones, tonos, significantes, significados, sentidos, imágenes concretas, abstractas que unidas o asociadas y adjetivizadas en cualidades van a dar o formar un concepto que adecuadamente formulado dará luego lugar al pensamiento y también a la magia del mismo.

Es la palabra que utilizada en el instrumento interpretación nos da la posibilidad de desen­mascarar, descubrir, rectificar, descifrar, desilusionar y convertir la fantasía frustrante en realidad, reduciendo ésta a su dimensión temporal y a su unidad idéntica en la identidad.

Con todo esto quiero explicitar que fantasía y realidad son y están operando continuamente en el mundo mental, y, la palabra le abre las puertas a la libertad de lo escondido, prisionero y esclavo, en ese concepto espacial inconsciente, mágico y con un amo verdugo omnipotente que llamamos desequilibrio o desorden psíquico.

Lo que a continuación voy a traer se refiere a creencias subjetivas, pseudocientíficas o no científicas, con múltiples prejuicios pero que operan y han operado en el ser humano a través de milenios como fenómenos.

Obsérvese cuán trascendente son “la fe y/o credibilidad o convencimiento” cuando obran u operan los sistemas psicobiológicos en beneficio de la vida ordenando y equilibrando las funcio­nes; de ahí que se oigan cómo “la fe mueve montañas o hace milagros”.


29 Este término lo utilicé desde 1969 en el trabajo: “Identidad del psicoanalista en la situación analítica”, Presentado en el Congreso Panamericano de Psicoanálisis en Nueva York USA (Sánchez Medina, G. 1969). (Sánchez Medina, G. 1987).

30 “El valor o importancia del silencio es mayor que el que habitualmente se le concede. Es de gran importan­cia en la poesía y a veces caracteriza la forma de expresión de ciertos poetas. Yo lo he encontrado palpable en la poesía de Cecilia Balcázar de Bucher académica en la Academia Colombiana de la Lengua. El silencio conlleva una simbolización; a la pregunta de Pilatos ‘¿qué es la verdad?’ que una vez formulada, le permite a Pilatos alejarse de Cristo sin escuchar su respuesta; Cristo contesta con silencio.

Ahí está simbolizada toda una constelación del pensamiento del ser humano de todas las épocas históricas. En los comienzos de la escritura del latín, las palabras no se separaban con intervalos (silencio) sino con un punto a media altura de los textos, como se observa en muchas inscripciones de letras en piedra.

Cuando el silencio aparece entre una palabra y la siguiente (así se expresa en los escritos) el sentido de los textos se hizo nítido y brillante. Fue un bello aporte del silencio en la literatura que se desarrolló después”, (De Francisco, 2012).

31 T-P: Terapeuta-Paciente

32 Transferencia: lo que el paciente deposita o transfiere al terapeutas. Contratransferencia: lo que resuena internamente en el terapeuta.

33 T-C: Transferencia-contratransferencia.

34 Los conceptos con respecto a la modulación aplicados en la técnica analítica surgieron y los he tomado de un trabajo que está siendo elaborado, con mi colaboración, por el doctor Germán Rodríguez (Rodríguez, 1985), con el cual lo hemos discutido.

35 La traducción es mía: de Freud, S., “On Psychotherapy” (1904), S.E., Vol. VII, pág. 261.

36 “Una pequeña anécdota personal muestra los avatares que a veces existen en la comunicación de un paciente con su médico. Hace varios años tuve hospitalizado a un paciente que hizo un episodio de afasia severa por sus problemas de diabetes, arterioesclerosis. Cuando entré a examinarlo, trató de hablar con un lenguaje deficiente e indecifrable.

Detecté su angustia al no poderse expresar, y era evidente su percepción de mi propia angustia. De repente se levantó y de una mesa tomó un pequeño saxofón que le acompañaba, como buen costeño, se puso a tocar una melodía tranquila y muy bella que calmó de inmediato el ambiente en que nos encontrábamos. Fue ese el recurso que empleó para señalarme que él y yo si podríamos entablar una comunicación. Posteriormente mejoró lo suficiente para poder comentar conmigo, mal que bien, ese delicioso episodio de la práctica médica”, (De Francisco, 2012). La negrilla es mía GSM.

37 Textos tomados de G. Sánchez Medina: “Tiempo, Espacio y Psicoanálisis”, 1987. Nota del Autor. Espero que el lector se beneficie con la transcripción de los textos aparecidos en otras obras, los cuales son útiles para toda la integración conceptual que me propongo realizar aquí, sin caer en lo que podríamos denominar “autoplagio” pues las citas corresponden a obras anteriores en donde planteo el pen­samiento y su composición se originó años atrás; y, la temática específica del “pensamiento mágico” se ha elaborado en estos diez últimos años.

 

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