El Mundo Psicológico de Kafka: La Religión y el Judaísmo
Cap 6
I
A mediados del siglo XVIII, María Teresa de Austria expulsó de sus dominios a los judíos de Praga. Esta medida sólo tuvo tres años de vigencia. Veinte años más tarde, su hijo, el emperador José II, expidió una serie de reformas por medio de las cuales se abolía la prohibición que tenían los judíos de entrar en las universidades y su obligación de usar la estrella amarilla de David como distintivo en sus ropas. El Edicto de Tolerancia, como se le llamó, se acompañó de otra serie de medidas tendientes a incorporar mejor a los judíos a la comunidad del Imperio. Para lograrlo, se anularon las jurisdicciones rabínicas, se permitió a los judíos prestar al servicio militar, y se prohibió el uso del hebreo y el yiddish en los negocios y en los regis-tros públicos.
El “affaire” Dreyfus de 1895, dio origen a una violenta ola de antisemitismo que desde Francia se extendió por todo el continente europeo. Seis meses después de su condena, y cuando Emile Zola comandaba en París la defensa del honor del militar francés, Theodor Herzl terminaba de escribir el libro que habría de organizar el sionismo moderno: “Der Judenstaat”.
(Lea También: El Mundo Psicológico de Kafka: La vida Sentimental, Parte I)
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Las relaciones de Kafka con los intelectuales judíos de Praga eran estrechas y están bien señaladas en las notas de sus “Diarios”. Admiraba sus actividades en el campo del arte y la literatura, pero sentía también la presión externa de sus compatriotas dada su condición de judío. No era Kafka un devoto practicante de la religión, aunque asistía ocasionalmente a la sinagoga Pinkas que le había “conmovido”; procuraba, por otra parte, mantenerse alejado de las actividades proselitistas políticas del judaísmo. “¿Qué tengo en común con los judíos?”, se preguntaba a comienzos de 1914. “Apenas si tengo algo en común conmigo mismo; debería meterme en un rincón, en completo silencio, contento de poder respirar”.
Muchas de las referencias de Kafka al judaísmo y a los judíos en general, se encuentran especialmente en las cartas a su amiga Milena Jesenská, que no era judía, escritas entre 1921 y 1922. Le decía así a Milena: “Podría usted reprocharles a los judíos una especial timidez, aunque un reproche general como éste revela un cierto conocimiento del género humano más teórico que práctico…. La situación insegura de los judíos, inseguros en sí mismos, inseguros entre los hombres, explica perfectamente que crean que sólo se les permite poseer lo que aferran en la mano o entre los dientes; que además, sólo esa posesión de lo que está al alcance de sus manos, les da algún derecho a la vida, y que lo que alguna vez han perdido no lo recuperarán jamás y se aleja tranquilamente de ellos para siempre. En todas direcciones, hasta las más inverosímiles, los peligros amenazan a los judíos; o dejemos a un lado los peligros, para ser más exactos, y digamos: “los amenazan las amenazas”.
Su ambivalente posición frente al pueblo judío, le llevó a expresar en otra carta, a manera de alegórica y tétrica premonición del futuro, lo siguiente: “A veces me gustaría meter a todos los judíos, yo mismo incluido, en el cajón de la ropa y esperar; y luego abrir un poco el cajón para ver si ya se sofocaron todos; y si todavía queda alguno, volver a cerrar el cajón y seguir así hasta el final”.
En otra más, pregunta a Milena: “¿No olvidas a veces, cuando me hablas del porvenir, que soy judío? Sigue siendo peligroso ese judaísmo, aun a tus pies”. Y afirma su posición en la siguiente forma: “No soy insincero, Milena…. Soy a mi entender el más occidental de todos los judíos, es decir, que a mí no me es permitido un sólo segundo de calma, nada se me da, todo tengo que ganármelo, no sólo el presente y el porvenir, sino también el pasado, algo que sin embargo toda persona quizá trae consigo; pero también tengo que ganármelo. Tal vez esa sea la tarea más difícil; cuando la tierra gira hacia la derecha, yo tengo que girar hacia la izquierda para recuperar el pasado”.
En relación a la literatura y el judaísmo, le expresó a Brod las siguientes ideas, en una carta de junio de 1921: “Más que el psicoanálisis, me gusta la conciencia de que el complejo paterno, del que algunos se alimentan espiritualmente, no se refiere al padre inocente sino al judaísmo. La mayoría de los que comenzaron a escribir en alemán querían alejarse del judaísmo, generalmente con una imprecisa aprobación de los padres; la imprecisión era lo indignante. Ellos lo querían, pero con la pata trasera seguían pegados al judaísmo del padre y con la delantera no lograban encontrar terreno nuevo. Su inspiración era la desesperación que esto les provocaba”.
II
La evolución religiosa de Kafka es analizada con amplitud por Max Brod en su biografía del escritor.
Para Brod, “El Castillo” refleja con caracteres verosímiles la actitud de Kafka frente a la religión, y se pregunta con evidente exageración, hasta qué punto las circunstancias desfavorables de la vida de Kafka fueron culpables de sus “ocasionales” infortunadas estimaciones de sí mismo, y si no habría alcanzado, de no haber sobrevenido aquellas circunstancias, el rango de los grandes precursores religiosos de la Historia.
Las presunciones de Brod están basadas en su visión del novelista, de quien decía: “Su palabra decisiva es lo positivo, lo amoroso de la vida, lo terrenalmente efectivo en el sentido religioso de una vida cumplida rectamente; no la autoderrota, la aversión de vivir, la desesperación y la postura trágica”. Y agregaba, para conferir un valor especialmente alto al aspecto optimista y activo de la obra de Kafka: “El hombre, con su chispa de razón, voluntad y conocimiento ético, no es el juguete de poderes sobrenaturales que apuntan a leyes distintas a las suyas; leyes que él no puede comprender y frente a las cuales está perdido….¡Las tesis de libertad y esperanza existen también!”
La visión fundamental de Kafka se podría reducir a lo siguiente: casi todo es inseguro, pero a partir de cierto grado de conocimiento, ya no es posible equivocarse. Kafka estaba convencido de que había verdades inconmovibles y creía que el hombre no puede vivir sin una confianza perdurable en algo indestructible, aunque, tanto lo indestructible como la confianza, puedan permanecer ocultos para él. Una de las posibilidades expresivas de ese permanecer oculto, es la fe en un Dios personal, “una fe que sea tan pesada y tan liviana como una guillotina”. “En medio de su inseguridad”, advierte Brod, “se vislumbra una seguridad lejana que puede hacer posible y sostener la inseguridad. Ese rasgo positivo se percibe, acaso con menos firmeza en sus escritos, que en su serenidad personal, en lo suave, discreto, nunca precipitado de su carácter”.
Kafka sentía como un enorme peso la falta de claridad en su vida. En 1914 se expresaba así: “Si no me equivoco demasiado, me estoy acercando. Siento como si en un lugar cualquiera, en algún claro del bosque, se estuviera librando la lucha espiritual. Penetro en el bosque, no encuentro nada, y por debilidad me vuelvo en seguida corriendo; muchas veces, al abandonar el bosque, oigo, o creo oír, resonar las armas de los combatientes. Tal vez sus ojos me busquen a través de la espesura del bosque….”
Kafka elaboró magistralmente en “El Castillo” los aspectos de soledad de los seres humanos. K. se presenta en la novela como un hombre de buena voluntad que no busca la soledad; ésta le es impuesta desde afuera.
Algunos han visto en K., el sentimiento especial del judío que quiere arraigarse en un medio extraño, que anhela con todas sus fuerzas acercarse a su prójimo y ser totalmente idéntico a él, pero que, sin embargo, no logra llegar a identificarse con el otro. Y han advertido además, las diferencias entre K. y los habitantes de la aldea para señalar simbólicamente algunos rasgos característicos del pueblo judío. El judío, afirman, choca en todas partes con antiguas costumbres. K., tiene la sensación de saberlo todo mejor que los aldeanos, y sin quererlo, se hace antipático y genera resistencias insospechadas. La mesonera, por ejemplo le dice: “Hace unos días que está usted aquí y ya quiere saberlo todo mejor que los nativos”.
Otros comentaristas, han creído descubrir los aspectos negativos de la cuestión judía en el cuento “Josefina la Cantante o el Pueblo de los Ratones”, en el que Kafka, sin decir expresamente a qué pueblo se refiere, hace simbólicamente una penosa descripción de las perseguidas e indefensas multitudes de ratones.
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