El Mundo Psicológico de Kafka: El arte de escribir, Parte IV y V

Cap 3

ADOLFO DE FRANCISCO ZEA, M.D

IV

Kafka dejó tres grandes novelas, “El Castillo”, “El Proceso” y “América”, un cuento largo, o novela corta, “La Metamorfosis”, y un extenso repertorio de narraciones, fábulas, cuentos, parábolas y aforismos.

Gracias a su genio y a la fantasía desbordante de su mente, perturbada en ocasiones casi hasta la psicosis, logró producir el importante acopio de obras maestras que hoy, ochenta años después de su muerte, continúa despertando la admiración de los lectores, la sana envidia de los escritores y el análisis profundo de los críticos de muy diversas disciplinas.

En su libro “Una Historia de la lectura”, Alberto Manguel señala que existen más de quince mil referencias bibliográficas en torno a la vida y la obra de Kafka. Se publican aún numerosos estudios en relación a los argumentos de sus cuentos y novelas, su forma novedosa de abordar y desarrollar los te-mas, el estilo y la calidad de su prosa y sus recursos literarios. Se investigan las influencias que pudo recibir de escritores que le precedieron, y se formulan explicaciones e hipótesis sobre una producción literaria que se estudia provechosamente desde las vertientes de la psicología, la sociología, la filosofía, la literatura y el arte. Abundan las interpretaciones formales relacionadas con el contenido psicológico de sus textos, explicados a la luz de la psicología individual y colectiva, el psicoanálisis y la psiquiatría. Y a todo ello, se agregan amplias consideraciones sobre su influjo en el mundo de las humanidades y su impacto en el desarrollo social de las gentes de la segunda mitad del siglo XX.

Las investigaciones psicológicas sobre Kafka van más allá de los campos anteriormente mencionado y se extienden estructuralmente en profundidad.

Los analistas estudian sus motivaciones recónditas y las circunstancias particulares de su biografía que pudieran tener relación con el origen y gestación de su obra. Algunos escudriñan sus libros para descubrir si en ellos se reflejan las imágenes de los personajes e incidentes que formaron parte de su vida. Otros indagan hasta dónde la lectura de Kafka permite al lector identificarse con sus protagonistas, y proyectar las propias vivencias en las obras que lee para analizarlas luego, consciente o inconscientemente, con el fin de extraer de sus libros sorprendentes o inesperadas deducciones.

Por el hecho de llevar algo de Kafka en nuestro interior y quizás porque to-dos hemos vivido situaciones kafkianas en nuestro propio microcosmos, la forma de leerlo, mirándose en el espejo de sus libros, permite que los personajes y sus vicisitudes adquieran el colorido emocional que el lector esté en capacidad de sentir y de darles. A mi modo de ver, esa es la razón por la cual las interpretaciones de sus libros sean tan abundantes, y a veces tan “kafkianas” como lo son muchos de sus innumerables lectores. En ese sentido, a diferencia de lo que afirma el crítico francés George Steiner en sus “Notas sobre “El Proceso” de Kafka”, pienso que no es sostenible la te-sis de que las interpretaciones de la obra de Kafka estén plenamente agota-das.

***

Un punto de vista interesante sobre el valor o la utilidad de la interpretación de las obras literarias, es el de la escritora Susan Sontag. Hace treinta años, Sontag escribió un artículo en contra de la interpretación de los textos literarios. En su escrito, publicado más tarde en forma de libro, la autora sostiene que en una cultura como la nuestra, cuyo dilema es la hipertrofia de lo intelectual a expensas de la energía y la capacidad sensorial, la interpretación es la venganza que toma el intelecto sobre el arte. Afirma Sontag que interpretar, “es empobrecer y reducir el mundo para instaurar en su lugar un mundo sombrío de significados”. Señala que el moderno estilo de in-terpretación, “excava, y en la medida que excava, destruye; escarba hasta más allá del texto para descubrir un subtexto que resulte ser el verdadero”.

Interpretaciones como estas, sugieren insatisfacción consciente o inconsciente del analista con la obra y muestran su deseo de reemplazarla por cualquier otra cosa. Sin embargo, es indudable que las interpretaciones son necesarias y fructíferas desde el punto de vista intelectual; estimulantes, además, de la imaginación del lector, que no necesita ser crítico literario, erudito o psicólogo para formularlas. Una de las mayores satisfacciones que se pueden obtener con la lectura consiste precisamente en poder elaborar interpretaciones personales adecuadas de los textos leídos.

En algunas ocasiones, como en el caso de “La Condena”, fue el mismo Kafka el que abordó el significado de su narración; significado consciente por parte del novelista, que puede o no coincidir con la interpretación del lector corriente. Pero por otra parte, la obra de Kafka como la de todo gran escritor, tiene un valor y un encanto literario propio independiente de sus connotaciones familiares, sociales, políticas o religiosas. De otro lado, es del todo posible además, construir interpretaciones diversas sobre un mismo texto que no se excluyen mutuamente. Encontrar por ejemplo, en “El Castillo”, elementos que revelan hechos de la vida personal del escritor, que al mismo tiempo pueden ser entendidos como alegorías religiosas o críticas a la sociedad contemporánea de la obra.

La interpretación, afirma la doctora Sontag, empleando el lenguaje del psicoanálisis, presta más atención al contenido del texto que a su forma litera-ria, y es un intento por descubrir su contenido latente más allá de su contenido manifiesto. Al interpretar, utilizando un sistema hermenéutico perfeccionado, los críticos literarios de los últimos tiempos han creído equivocadamente que su labor consiste en transformar en algo diferente los elementos de un poema, una novela o una narración. La interpretación sin embargo, no es solamente el homenaje que la mediocridad rinde al genio sino la manera moderna de comprender lo que se expresa artísticamente a través de la literatura o la pintura.

***

La obra de Kafka ha sido sometida a ataques despiadados por innumerables ejércitos de intérpretes. Al tomarla como una alegoría social, algunos ven en ella ejemplos de la frustración e insensatez de la burocracia moderna. Para otros, que la leen como una alegoría psicoanalítica, sobresalen los elementos psicológicos que expresan el temor al padre, las ansiedades de castración, la sensación de impotencia y la dependencia de los sueños. Aquellos que la leen como una alegoría religiosa, piensan, por ejemplo, que es evidente que el agrimensor de “El Castillo” intenta ganarse el acceso al cielo, y que Joseph K., en “El Proceso”, es juzgado por la inexorable y misteriosa justicia de Dios. Un buen número de críticos cree encontrar en la obra de Kafka intentos por expresar sus inquietudes y su certeza teológica, y la afirmación de su condición de judío en un medio extraño a su propia naturaleza.

La interpretación no siempre prevalece.

Buena parte del arte actual huye de ella, y en su intento por evitarla, la manifestación artística puede llegar a ser considerada como parodia, arte abstracto o arte simplemente decorativo.

En relación al arte contemporáneo en general, Sontag se pregunta cuál es el tipo de crítica o comentario que pudiera ser deseable, a lo que responde: “Lo que se necesita, en primer término, es una mayor atención a la forma. Si la excesiva atención al contenido provoca arrogancia en la interpretación, la descripción más extensa y concienzuda de la forma la silenciará….. Debemos aprender a ver más, a oír más, a sentir más. Nuestra misión no consiste en percibir en una obra de arte la mayor cantidad posible de contenido, y menos aún en exprimir de la obra de arte un contenido mayor del ya existente. Nuestra misión consiste en reducir el contenido de modo que podamos ver en detalle el objeto…. La función de la crítica en el arte…., no consiste de ninguna manera es mostrar qué significa”.

(Lea También: El Mundo Psicológico de Kafka: El arte de escribir, Parte VI y VII)

V

El mundo de Kafka estaba impregnado de temor, vacío emocional, confusión y tristeza.

Percibía con aflicción el abandono afectivo que le llevaba a la imposibilidad de encontrarse a sí mismo, transformar su entorno o en su defecto adaptarse a él. Encontraba extrañeza y confusión en el absurdo de los incidentes de su vida cotidiana y se aislaba del medio que le rodeaba para vivir, incomunicado, su soledad. La soledad le era vitalmente importante en los momentos de escribir; en esos instantes, la buscaba con urgencia y se puede decir que la amaba. Por eso quizás, tres años antes de morir, escribió en sus “Diarios”: “He cruzado en muy contadas ocasiones esta tierra fronteriza entre la soledad y la comunidad; me he establecido en ella incluso con más arraigo que en la soledad misma. ¡Qué país tan hermoso y viviente era la isla de Robinson comparado con éste!”

Frente a sus dolores anímicos, le quedaba un recurso valioso que le permitía sobreponerse a ellos y vencer. El recurso era simplemente escribir. Ya desde muy jóven, quizás desde los quince años, cuando aún dudaba de sus capacidades literarias, encontró que la soledad le permitía sacar de su interior pensamientos y vivencias que podía expresar en sus libros. A finales de 1911 anotó en los “Diarios”: “Hace dos días que estoy solo, y si no me he transformado ya, voy en camino de hacerlo. Las soledad tiene sobre mí un poder que nunca falta. Mi interioridad se diluye y está dispuesta a dar salida a lo profundo. Empieza a producirse dentro de mí un pequeño orden; es todo lo que necesito…..”. Y a Felice le decía dos años más tarde: “Tengo montones de cosas que contar…. sobre mi soledad”.

Al iniciarse la primera Guerra Mundial, cuando sus amigos habían sido llamadas al ejército, escribió: “Hay movilización general. K. y P., han sido llamados a las filas. Ahora recibo el salario de la soledad.

A pesar de todo, es apenas un salario. La soledad sólo ofrece castigos. No importa. Esta miseria me afecta poco y estoy más resuelto que nunca…. Escribiré a pesar de todo, cueste lo que cueste, porque es mi lucha por la supervivencia”.

En una carta a Felice Bauer, en enero de 1913, Kafka decía: “Escribir significa abrirse desmesuradamente; la más extrema franqueza y la más extrema entrega….. Nunca está uno lo bastante solo cuando escribe; por eso nunca puede uno rodearse de bastante silencio cuando escribe; la noche resulta poco nocturna, incluso….. Con frecuencia he pensado que la mejor forma de vida para mí, consistiría en encerrarme en lo más hondo de una vasta cueva con una lámpara y todo lo necesario para escribir.

Me traerían la comida y me la dejarían siempre lejos de donde yo estuviera instalado, detrás de la puerta más exterior de la cueva. Ir a buscarla, en camisón, a través de todas las bóvedas, sería mi único paseo. Acto seguido, regresaría a mi mesa, comería lenta y concienzudamente, y en seguida me pondría de nuevo a escribir. ¡Lo que sería capaz de escribir entonces!

¡De qué profundidades lo sacaría! ¡Sin esfuerzo!…. Para escribir necesito aislarme, no como un ermitaño sino como un muerto. Escribir en ese sentido, es un sueño más profundo, por lo tanto una muerte, y así como a un muerto no se le saca de su tumba, así tampoco se me podría retirar de mi mesa…. Sólo de ese modo riguroso, continuo y sistemático puedo escribir y por consiguiente, también vivir”.

Años más tarde, en 1922, escribía a Brod: “¿Cómo es la soledad? En el fondo, la soledad es mi único objetivo, representa mi mayor atractivo, mi alternativa; y suponiendo que pudiera decir que de alguna manera he “organizado” mi vida, siempre lo he hecho considerando que todo armonice con la soledad…. Es sintomático que me sienta bien en casas vacías…., si no están completamente vacías….; casas llenas de recuerdos de gentes y dispuestas para otras vidas; casas con dormitorios conyugales bien puestos, con habitaciones para los niños, con cocinas; casas a las que llegue por la mañana el correo para otras personas, donde se deje el periódico…. Pero, casas en donde no debe aparecer ninguno de sus verdaderos habitantes….., para no sentirme lleno de problemas”.

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