El Mundo Psicológico de Kafka: El Castillo, Parte II

Cap 5

ADOLFO DE FRANCISCO ZEA, M.D

II

“El Castillo” es quizás la novela de Kafka más analizada por los estudiosos y la que admite el mayor número de interpretaciones.

Escrita en 1922, es para Lancelotti su novela poética por excelencia, y por su carácter francamente alegórico, su libro más difícil de entender. La lectura de la novela revela desde el comienzo el ambiente de extrañeza e indeterminación que acompaña al protagonista a todo lo largo del relato, y pone de relieve la ausencia de comunicación entre sus personajes. Pero bajo la apariencia de un tema simple y al amparo de un estilo sencillo, se debate nada menos que el sentido del hombre y de su ubicación en la tierra.

Algunos críticos encuentran en “El Castillo” lo genial de una trama en con-tacto sutil con el más angustioso tema metafísico. Para otros intérpretes, la novela es tan sólo una alegoría por medio de la cual el escritor quiso hacer una crítica de la sociedad de su época. En ese sentido, se podría sostener que para Kafka, tanto en la sociedad mezquina de la aldea como en la de la vida real, las cosas están organizadas en el sentido de una sumisión hipócrita al poder; de una obediencia llevada a cabo en connivencia con una autoridad que el agrimensor de la novela no puede aceptar y con la que no puede entrar en compromiso. La misma autoridad que en la vida real el escritor rechazó con vehemencia.

Para Walter Benjamin, la obra de Kafka es una elipse cuyos dos centros, muy alejados el uno del otro, están determinados, de un lado por la experiencia mística, y del otro, por la existencia del hombre moderno de la gran ciudad, el ciudadano del Estado entregado a un inabarcable aparato burocrático cuyas funciones dirigen instancias no demasiado precisas para los órganos que las cumplen, situación ésta que se advierte muy bien en “El Proceso”.

(Lea También: El Mundo Psicológico de Kafka: La Religión y el Judaísmo)

Willy Haas, concibe la totalidad de la obra de Kafka según un patrón teológico de acuerdo al cual, el poderío y el reino superior de la gracia están representados por “El Castillo”; el poder inferior, es decir el ámbito del juicio y la condena, están simbolizados por “El Proceso”; y el mundo situado entre los anteriores, el destino terrestre y las difíciles exigencias que implica, se encuentran imaginados en “América”.

Benjamin cita a Bernhard Rang, quien afirma: “Mientras pueda concebirse el Castillo como asiento de la gracia, esos inútiles intentos y esfuerzos significan, en términos teológicos, que la gracia de Dios no puede ser forzada o conjurada por el hombre a su voluntad y arbitrariamente. La inquietud y la impaciencia no hacen más que impedir y confundir la excelsa quietud de lo divino”. Benjamin rebate esta opinión con las siguientes palabras del mismo Kafka: “El mundo superior, el así llamado Castillo, con sus funcionarios imprevisibles, insignificantes y francamente lascivos, y su curioso cielo, juega un espantoso pasatiempo con los seres humanos….; y aun así, aun frente a un Dios como éste, el hombre se instala francamente del lado de la injusticia”.

Benjamin concluye su comentario con un planteamiento formulado precisamente en “El Castillo”: “¿Puede acaso un funcionario perdonar individualmente?…. Esto podría a lo sumo, atribuirse a la autoridad general, aunque ella misma no es probablemente capaz de perdonar sino sólo de juzgar”.

Es notable el crecimiento metódico de las distancias que se advierte en “El Castillo”; las lejanías que nunca se dan como infinitas, pero que se profundizan indefinidamente mediante la transformación de la meta en obstáculos, de los obstáculos en otros más, y así infinitamente hacia un punto final inalcanzable.

El agrimensor busca tomar todos los caminos posibles en su deseo de alcanzar su meta de llegar al Castillo. Sin embargo, se ve condenado a errar eternamente. La única esperanza que tiene, la única verdad que no puede traicionar, le obliga precisamente a perseverar en su empeño de intentar llegar algún día a su destino. De allí que en opinión de muchos de sus comentaristas, Kafka quiso representar con el Castillo a la Divinidad inaccesible para el agrimensor desubicado y confuso. “El Castillo” es, en ese sentido, una narración de fondo religioso y teológico.

III

En uno de los libros del final de su vida, “La Construcción de la Muralla China”, Kafka amplió todavía más el inmenso escenario que imaginó para “El Castillo”.

La Muralla China no fue terminada por sus constructores; el relato sobre la Muralla China, tampoco fue terminado por Kafka. Se trata de una narración cuyo tema central es el fracaso, en la que aparecen personajes y situaciones análogas a las de “El Castillo”, y visiones similares del padre autoritario y despótico que tanto temor le inspiraba. En el relato, se describe el desconcierto y el miedo de las gentes frente a la actitud autoritaria de un Jefe Recaudador de Impuestos, que al igual que Klamm en “El Castillo”, es lejano, despótico e incomprensible. Un miedo que es a la vez el que se tiene ante lo muy antiguo, lo inmemorial, y el que se siente ante lo más próximo, ante lo que está surgiendo.

Como en cualquiera de las grandes narraciones impregnadas del realismo mágico de Gabriel García Márquez, el escenario de “La Muralla China” es “un país tan grande, que ninguna leyenda se aproxima a su grandeza y el cielo alcanza apenas a cubrirlo”.

No se sabe el nombre del emperador que lo gobierna y hasta se duda del nombre de su dinastía. Una entidad indefinida, la “Suprema Conducción”, está encargada de ordenar la construcción de una muralla que habría de defender a los chinos de los bárbaros del norte. Una muralla, para cuya construcción se necesitaba de la utilización de la sabiduría arquitectónica de todos los pueblos y tiempos conocidos, y que requería además, de un permanente sentido de responsabilidad de sus constructores, obligados a obedecer dos máximas secretas. Una de ellas, decía así: “Trata con todas tus fuerzas de comprender las disposiciones de la Suprema Conducción, pero sólo hasta cierto límite, más allá de lo cual, cesa de reflexionar”, y la otra: “No porque pueda dañarte, cesa de reflexionar, pues tampoco es seguro que pueda dañarte”.

Se culpaba al gobierno del pecado de que “en el imperio más antiguo de la tierra, no se hubiera llevado la institución imperial a un grado tal de claridad que sus efectos llegaran inmediata y continuamente hasta las más lejanas fronteras”. Hacía mucho tiempo que en el imperio no se producían modificaciones políticas que tuvieran su origen en los ciudadanos mismos. Todo era estático. Se podían suceder jerarcas, cambiar dinastías, destruir ciudades que después se volvían a edificar, pero siempre, la burocracia permanecía en su sitio.

El funcionario de más alto nivel era un Coronel que ostentaba el título de Jefe Recaudador de Impuestos, a quien se le ve, al estilo de Klamm, “sentado en la galería de su casa que da sobre la plaza de mercado, echado hacia atrás, con la pipa en la boca”. El Coronel, queda muy en claro, no se ha apropiado del poder ni es un tirano.

En uno de los pasajes de la obra se dice que el Jefe Recaudador de Impuestos, aunque vive sin los excesivos derechos propios de su cargo, es sin embargo muy diferente del ciudadano común. Cuando una delegación llega ante él con una súplica, parecería que fuera él la pared donde termina el mundo.

Más allá del Jefe Recaudador de Impuestos, no hay nada; parecen oírse todavía algunos cuchicheos que tal vez sólo sean engaño de los sentidos puesto que él representa el final de todo, para todos. El Coronel permanece de pie, inmóvil; respira sin dificultad, con precisión, “como lo hacen las ranas”. Momentos más tarde, un funcionario de menor cuantía se le acerca, le habla en voz baja y respetuosa, y obtiene de él un susurro a su oído, que solícitamente se apresura a comunicar a los presentes: “La petición fue rechazada. Idos…..”.

“Una innegable sensación de alivio,” escribe Kafka, “recorre la multitud; todos se apretujan para salir; casi nadie se fija en el Coronel, que parecía haberse convertido de nuevo en un ser humano como todos nosotros; sólo se ve la forma en que, realmente agotado…., se hunde en una poltrona traída por los funcionarios y cómo se coloca apresuradamente la pipa en la boca”.

“La Construcción de la Muralla China”, puede analizarse como un complemento a todo lo que Kafka había expuesto magistralmente en “El Castillo”. En esta corta novela, el escritor destacó con nitidez los elementos básicos de incomunicación y distanciamiento, lejanía y sumisión al poder, que se encuentran también en muchas de sus otras novelas.

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