El Renacimiento

Alfredo Jacome Roca, MD
Academia Nacional de Medicina

El paulatino acomodamiento de los pueblos llamados “bárbaros” en el territorio antiguamente regido por los emperadores romanos de occidente:

Fue generando la aparición de diversos reinos – con épocas importantes como las de los imperios carolingio y el sacro imperio romano-germánico-, países en los que jugó importante papel la Iglesia: el papado y los Estados Pontificios.

Fue el tiempo de los “Protectores” de la Iglesia (como Carlomagno), de Federico Barbarroja y de las Cruzadas.

Europa se fue constituyendo en “feudos”, territorios manejados por nobles que le aportaban al rey, y a su vez protegían a los campesinos, con la adicional característica de ser autosuficientes en cierta manera. Existía la cultura del trueque, y los campesinos trabajaban de sol a sol, con escasas o nulas comodidades.

En las ciudades feudales, la situación era algo mejor, pero la aparición de la “Muerte Negra” fue desocupando las ciudades –donde los burgueses comerciaban, tenían bancos, barcos y un mejor estar.

La “Muerte Negra” (o Peste Bubónica, causada según ahora sabemos por la Yersinia pestis) acabó con la mitad de la población europea, y contra ella la medicina fracasó rotundamente.

De todas maneras, el hacinamiento y las malas condiciones higiénicas, diseminaron esta enfermedad que transmitían las ratas. Una de las recomendaciones, huir lejos, hizo que al menos los más pudientes, regresaran al campo, así que los burgos empezaron a decaer.

La peste europea tuvo su gran manifestación y diseminación en el siglo XVI, y estuvo precedida por otras pandemias, como el mal de San Vito y el fuego de San Antonio, ambas relacionadas al parecer con estreptococias, también por la lepra y la gripe, y tiempo más tarde, por la Sífilis.

Al ceder la peste, regresó la gente a los burgos y se reactivó el comercio.

El dinero abundaba, lo que permitió que aparecieran nuevos intereses.

Los grandes señores tenían enormes mansiones que debían ser decoradas con pinturas y esculturas, así que empezó el resurgimiento artístico, filosófico, científico y social que se ha conocido como el Renacimiento, que aconteció entre los siglos XV y XVI, o sea al final de la Edad Media y comienzo de la Edad Moderna, después de la caída de Bizancio a manos de los turcos en 1453.

Además de los señores burgueses, la Iglesia misma patrocinó a muchos de los grandes pintores, escultores y arquitectos de esta época, Leonardo, Miguel Ángel, Giotto, Boticelli, y tantos otros, muchos ubicados en la capital del Renacimiento, Florencia, donde surgió una famosa familia – la Médicis-, que aunque no era noble lucía como tal o aún más, a la que perteneció por ejemplo a una controvertida esposa, madre y suegra de reyes franceses, Catalina de Médicis.

El claroscuro, las figuras humanas dibujadas en detalle, los lienzos y los tintes, dieron lugar a grandes obras pictóricas que se basaron muchas en pasajes bíblicos.

El renacer de la cultura griega logró que enseñanzas como las de Pitágoras sobre las proporciones, facilitara la construcción de grandes y bellos edificios que hoy todavía admiramos, con los domos, las basílicas, las nuevas casas con su jardín central o patio interior, etc.

Gutemberg inventó la imprenta, y los libros, partituras musicales, almanaques, y tanto material relegado a los monasterios, único lugar donde la cultura se mantuvo pues no se dedicaban al arte de la guerra, empezaron a ser adquiridos por los nuevos señores, y aun más, empezaron a ser traducidos a las lenguas locales.

Los humanistas de la época empezaron a cuestionar el estado de cosas prevaleciente en la Edad Media, y surgieron nuevos filósofos, escritores, poetas, geógrafos, astrónomos (Copérnico y Galileo), viajeros que sucedieron al gran Marco Polo, durante los gloriosos días de Venecia, punto de unión de la Europa continental con el oriente, de donde se traían las sedas (para los suntuosos vestidos que los ricos empezaban a usar), gemas, las especias, maderas y perfumes, parte del intenso comercio que se desarrolló en aquellos tiempos.

(Lea También: Nace una Nueva Ciencia: La Farmacia)

Se hacía necesario tener educación (leer y escribir, sumar y restar) y dedicar tiempo al entretenimiento culto y a los juegos, pues ahora los visigodos, ostrogodos, germánicos y vándalos estaban desde hacía mucho tiempo integrados y habían incluso dado un buen número de reyes.

El desarrollo de nuevos instrumentos de navegación, el astrolabio y la brújula, la aparición de los grandes veleros y luego de los galeones, el hostigamiento de los otomanos a los marinos que traían la carga del oriente, y la teoría del genovés Colón de que la tierra era redonda, hizo que Isabel de Castilla le patrocinara su primer viaje, que lo llevara a la isla de la Española (hoy Dominicana), y se descubriera América, con sus extensas tierras y sus tesoros de oro y plata.

La nueva raza indígena recibió las enseñanzas cristianas mientras que en Europa surgían nuevas religiones que se apartaron de las enseñanzas del papado y de la Iglesia con la reforma luterana y las enseñanzas de Calvino, cuyos seguidores se llamaron Hugonotes en Francia y Puritanos en Gran Bretaña.

El Islam entre tanto se vio reducido “a sus justas proporciones”, como se diría en la época actual. La Inquisición, lamentable instrumento católico de contrarreforma, floreció sólo en Italia, y ante todo en España, donde los reformistas no tuvieron mayor éxito.

El renacimiento cristiano se manifestó en grandes santos verdaderamente revolucionarios como San Francisco, pero brujas, monjes (el progresista florentino Savonarola) y santos (como Juana de Arco), fueron llevados a la hoguera por igual. De allí saldría el término “cacería de brujas”.

¿Y de la ciencia, qué? Esta se desarrolló lentamente a la par de los otros ramos del saber:

La cirugía, con Ambroise Paré (1510-1590), la anatomía –fruto de la disección rigurosa-, con Vesalio, Falopio, Fabricio, Malpighi, y tantos otros que hicieron aportes ¡al fin! originales.

Había que cuestionar los dogmáticos y algunas veces equivocados conocimientos que heredamos de Galeno, y ¡qué mejor que la anatomía, para empezar a entender cómo era y cómo funcionaba el cuerpo humano, por qué se enfermaba y cómo se podían curar los males que le afectaban! Paré, básicamente un revolucionario cirujano, dijo en sus “Cánones” cosas muy lógicas como que “Un remedio antiguo de efectos probados es mejor que uno de reciente invención”, lo que en este milenio sigue teniendo validez no obstante las rigurosas exigencias de entidades reguladoras como la FDA.

O como cuando trató al maltrecho soldado, haciendo para él “el oficio de médico, boticario, cirujano y cocinero”, vendándolo y cuidándolo hasta el final, y “Dios lo curó”, lo que pone de presente que lo mejor es un tratamiento integral del paciente.

Como diría un cirujano de estos tiempos: “yo opero, pero El de arriba decide”.

El médico e historiador Adolfo De Francisco Zea narra algunas anécdotas interesantes sobre la medicina en el Renacimiento.

Una se refiere a un estudio agudo comparativo, con algo de serendipia, tal vez uno de los primeros estudios de esta clase de que se tenga noticia; realizado por Paré (Fig.16-1), consistió en lo siguiente: tradicionalmente las heridas causadas por armas de fuego se debían rociar con aceite hirviendo, ya que estaban envenenadas.

Al cirujano militar de Francisco I de Francia le tocó aplicar esta terapéutica después de una batalla, con tan mala (o buena) fortuna que no le alcanzó el aceite caliente sino para algunos heridos, por lo que a los demás los trató con un digestivo hecho con yema de huevos, aceite de rosas y terebinto.

Dice Paré (citado por De Francisco) que “aquella noche no pude dormir a placer temiendo que por falta de buena cauterización encontraría muertos o envenenados a los heridos, a quienes no había podido poner el mencionado aceite, lo que me hizo levantarme muy temprano para visitarlos; más allá de mi esperanza encontré que aquellos a quienes había puesto el medicamento digestivo sentían poco dolor y sus heridas estaban sin inflamación ni tumefacción, habiendo descansado bastante bien durante la noche; los otros, a quienes había aplicado el aceite hirviendo, los encontré con fiebre, grandes dolores y tumefacción en torno a sus heridas.

Entonces resolví para mí mismo no quemar otra vez tan cruelmente a los pobres heridos por arcabucazo”.

Ambrosio Paré Discurre además De Francisco en tratamientos para la Peste:

Basados en el palo de Guayaco –proveniente de América- y que se usó también para la sífilis; cita a los médicos renacentistas españoles Hidalgo de Agüero y a Cristóbal de Cantillego, autor este último de unos simpáticos versos que transcribo y que dicen: “Guayaco si tu me sanas/ y sacas de estas pendencias/ contaré tus excelencias/ y virtudes soberanas/”.

Y “ Oh! guayaco, enemigo del dios Baco/ y de Venus y Cupido/ tu esperanza me ha traído/ a estar contento de flaco./

Mira que estoy encerrado,/ en una estufa metido/ de amores arrepentido/ de los tuyos confiado./ Pan y pasas,/ seis o siete onzas escasas/ es la tasa la más larga/ agua caliente y amarga,/ y una cama en que me asas./” Esto lo decían por que “el tratamiento se asociaba a fumigaciones con los vapores que desprende el cinabrio, colocado en braseros y dentro de estufas de las que sólo emergía la cabeza del paciente”.

En cuanto a los medicamentos, que continuaban restringidos al uso de plantas medicinales, tuvieron un resurgimiento con Paracelso.

La farmacia empezó a formar toldo aparte, con la aparición de las farmacopeas y las nuevas legislaciones, convirtiéndola, con la enfermería, y siglos más tarde con la bacteriología y la química, en ayudas invaluables para el ejercicio médico.

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