La Medicina Experimental
Alfredo Jacome Roca, MD
Academia Nacional de Medicina
Arte de curar
Por siglos el arte de curar estuvo signado por la magia, lo sobrenatural y lo empírico, y por la anatomía y la patología en épocas más recientes. La medicina experimental, la que ha basado los conocimientos médicos en aquellos obtenidos por la utilización del método científico, tuvo su verdadero comienzo durante el siglo XIX.
Lo que en este siglo XXI llamaríamos “Medicina Basada en la Evidencia”, tuvo que unir las raíces de los conocimientos biológicos en otras ciencias como la química y la física, para reconocer que muchas de aquellas reacciones que se consideraban propias sólo de las sustancias inorgánicas, podrían ocurrir de manera similar en los seres vivos.
Francia fue un polo de desarrollo en investigación y temas médicos durante el siglo XIX; varias figuras galas descollaron en estos campos. Uno fue Francois Magendie (1783-1855), considerado padre de la farmacología experimental; trabajò en la búsqueda de principios activos, con venenos y con eméticos.
Fue de la época de Pelletier y Caventou y profesor de Bernard. Publicó un formulario sobre los nuevos alcaloides y fue el primero en utilizar esta clase de medicamentos.
Claude Bernard (1813-1878) fue uno de esos médicos pensadores, que modernizaron la enseñanza de la medicina e introdujeron las ciencias básicas en la educación. Este francés se inició en una farmacia, pero se desilusionó del oficio al notar que todos los desechos medicamentosos se amontonaban para preparar la lucrativa teriaca. Estudió entonces medicina.
Egresado de la Sorbona, fue catedrático de Fisiología General y sucesor de Magendie. Compañero de banca de Pasteur en la Academia de Medicina de Francia, fue superado por este en posterior fama, como se deduce del hecho que por cada treinta calles Pasteur hay una que lleva el nombre de Bernard (Fig. 26-1).
Se considera a éste último como uno de los fundadores de la nueva ciencia de la endocrinología.
“En 1855”, dice Amaro Méndez, “aportó un descubrimiento de gran trascendencia, al distinguir en el hígado una secreción externa – la bilis -, y una secreción interna – la cesión de glucosa a la sangre”. De hecho estas investigaciones hicieron parte de las que en 1856 extendieron la fama del fisiólogo, quien estudió mucho la fisiología digestiva, sus jugos y los de las glándulas anexas entre las cuáles está obviamente el hígado.
Sus opiniones, como las que expresa en la Función glucogénica del Hígado, fueron muy discutidas en Francia y en otras naciones, pero triunfaron de la oposición enconada con que hubieron de luchar. Autor de numerosos libros como varias de las “Memorias” académicas (Comptes-rendus), también dejó otros que llevaban el título de “Lecciones” entre las que encontramos unas sobre la “Nutrición y el Desarrollo”.
En su oposición a las teorías vitalistas prevalentes, escribe: “El fisiólogo y el médico deben procurar referir las propiedades vitales a propiedades físico-químicas, y no estas a aquellas”.
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“Este párrafo, que podríamos considerar como un manifiesto de la escuela experimental de la medicina,” según anota en su libro el científico e historiador santandereano Alberto Gómez Gutiérrez, “introduce definitivamente en la medicina la actividad del laboratorio para la explicación de todo hecho orgánico.
El vitalismo asociado al propio origen de los seres vivos, y no a la justificación de funciones celulares o moleculares, quedaba relegado a los filósofos, y los científicos de la medicina podrían finalmente dedicarse a la descripción de los procesos biológicos en la salud y la enfermedad”.
“Partiendo de la observación detenida de los fenómenos orgánicos, y pasando por el ensayo de algunas manipulaciones de las funciones que les están asociadas” – continúa Gómez Gutiérrez -, “ el grupo de Bernard se internó en la vía de la experimentación en modelos animales, con lo cual lograron descubrir y describir fenómenos tan importantes como la función glucogénica del hígado, las bases enzimàticas de la digestión, el control nervioso de la secreción gástrica y los aportes de los jugos biliares y pancreáticos en el metabolismo de las grasas”.
Varias de sus obras son el resultado de la concepción positivista de la medicina.
El mismo Bernard escribe: “… considero al hospital sólo como el vestíbulo de la medicina científica, como el primer campo de observación en que debe entrar el médico; pero el verdadero santuario de la medicina científica es el laboratorio.
Solamente de esta manera se podrán buscar explicaciones sobre los estados normales y patológicos a través del análisis experimental”.
Bernard formuló entre otros, los conceptos de secreción interna y de medio interno (ambiente fisiológico fijo de cada ser vivo) y la fisiología general, común a animales y vegetales.
Hans Selye escribe sobre él: “Debemos otorgar a Claude Bernard el mérito, no sólo de haber formulado claramente el concepto Secreción interna, sino también en haber sido uno de los primeros en expresar una de las leyde es fisiológicas más fundamentales: la de la importancia de mantener la composición normal del medio interno, los humores del organismo”.
Aunque “no distinguió sin embargo la verdadera producción de hormonas, tal como las concebimos hoy, de la descarga de metabolitos, sustancias nutricias o incluso las propias células sanguíneas.
Entre las glándulas puramente endocrinas citaba las suprarrenales, el tiroides, el bazo, el timo y los ganglios linfáticos; entre los órganos parcialmente endocrinos, el hígado que vierte glucosa en la sangre, y los pulmones que la proveen de oxígeno”.
Bernard no sólo describió la glicogénesis hepática en perros alimentados con proteínas y azúcares sino que aisló el glicógeno del mismo órgano, observando además hiperglicemia después de la punción del cuarto ventrículo.
La glucogénesis hepática (glicogenolisis y neoglucogènesis), tan influenciada por la insulina y por sus hormonas contra-reguladoras, constituyen hoy un proceso metabólico fundamental en la corrección tanto de la hipoglicemia como de la hiperglicemia.
Los mecanismos farmacológicos de las biguanidas y de los nuevos secretagogos insulìnicos enfocados hacia el control de la hiperglicemia post-prandial y el evitar las crisis hipoglicèmicas, recuerdan los conceptos pioneros de este francés, que aunque no fue diabetòlogo o endocrinólogo, si dio las bases para la interpretación y corrección de los fenómenos fisiopatològicos de la patología diabética, pues fue el padre de la regulación del medio interno.
Por eso lo recordamos hoy como un precursor o como un verdadero fundador de la diabetología moderna.
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