La Atención Obstétrica a Finales del XIX

Fernando Sánchez Torres, M.D

Para terminar este capitulo diremos algo acerca de la manera como se atendía la obstetricia en Bogotá -y de seguro en las más importantes ciudades del país-, claudicando ya el siglo XIX.

Bien se ve, por la tesis de grado de Enrique Sánchez, presentada en 1892 y titulada ‘”Necesidad de reglamentar en Colombia el ejercicio de la profesión obstetrical” 63., que no solo se insistía en la conveniencia de ejercer vigilancia sobre aquellas personas que motu proprio eran parteras, sino que se esbozaba ya la posibilidad de que se hiciera de la obstetricia una especialidad de la medicina.

Por el hecho de haber crecido en número y calidad el cuerpo médico de la ciudad, las mujeres de superior condición cultural y económica procuraban que la atención de sus partos estuviera a cargo de los profesionales de la medicina. “Por fortuna -dice el tantas veces citado doctor Ibáñez- los consejos de los médicos han sido atendidos, a lo menos en la parte ilustrada de nuestra sociedad y actualmente ilustrados profesores llenan en el lecho del dolor las funciones delicadas que hasta ayer desempeñaron impropiamente las parteras”64.

Pero veamos cómo ejercían sus funciones esos ilustres colegas. Juzgamos que todo médico que se preciara de tocólogo acudiría a la alcoba de su paciente llevando bajo el brazo el estuche o trousse obstétrico, igual o parecido a los que fabricaban Dubois y Galante e hijos en París. Todos los aparatos e instrumentos utilizados en obstetricia estaban contenidos allí: fórceps, embriótomo, cefalotribo, dilatadores, tijeras, sondas, estetoscopio, pelvímetro, etc. Era lógico, tenía que ir preparado para ejecutar, en un momento dado y sobre el mismo “lecho de dolor”, las más difíciles intervenciones.

Además de su aparataje también había de llevar una buena dosis de paciencia:

Pues era costumbre demandar su concurso prematuramente, cuando apenas se vislumbraba que el parto iba a iniciarse. “Al presentarse los primeros dolores -afirma el doctor Sánchez-, sin detenerse a considerar si son sintomáticos de haber empezado el trabajo, o provenientes de otra causa, salen a buscarlo y lo hacen venir precipitadamente a colocarse al lado de la parturienta, en donde se le exige que permanezca día y noche por semanas enteras, a veces descuidando sus importantes quehaceres, hasta que termine el parto”.

La alcoba destinada para el acto obstétrico era preparada de antemano. Aunque el vulgo acostumbraba cerrar puertas y ventanas, cubriendo cuidadosamente las rendijas con sábanas y colchas, oigamos las recomendaciones que daba, para tal efecto, el doctor Carlos Ramírez: ‘”El aposento que se destine al parto ha de ser una pieza espaciosa, amplia, seca, que pueda ventilarse bien pero sin que esté expuesta a fuertes corrientes de aire, para lo cual debe estar separada del patio por una o dos piezas…

Es de desearse que tenga un aspecto agradable, que sus paredes estén muy aseadas, y que, en caso de ser empapeladas, los colores sean suaves; el pavimento debe estar alfombrado o por lo menos cubierto con esteras para disminuir el ruido de los que caminan en ella” 65.

Distocia de contracción

Como se pensaba que la debilidad general podía ser causa de distocia de contracción, o “disodinia”, prescribíase durante la gestación un régimen fortificante y en el parto administrábanse estimulantes como la infusión de canela, té con brandy o vino seco, licor de Hoffman y caldos alimenticios, lo mismo que fricciones suaves y metódicas sobre el fondo del útero.

Además, para reblandecer los tejidos y excitar las contracciones, se aconsejaba un baño de asiento, caliente. Para favorecer la evolución del trabajo de parto, los obstetras apelaban a recursos de orden psicológico. Así, por ejemplo, recomendaban que el médico serenara el espíritu de la parturienta, infundiéndole valor y confianza; debía distraerla hablándole de cosas agradables que alejaran de su mente las preocupaciones, que podían trocarse en causa de distocia. Era, indudablemente, una modalidad de lo que después iría a recibir el nombre de transfusión de confianza”, y más luego el de “acondicionamiento extemporáneo”.

Desencadenado el trabajo y si había debilidad contráctil, se apelaba a la aplicación local de éter sulfúrico y al taponamiento de la vagina, que al decir de algunos, tenía magnífico efecto, lo mismo que la “cateterización del útero”, método que consistía en introducir una sonda elástica dentro de la cavidad uterina. Probablemente la ruptura de las membranas que había de producirse con este procedimiento, era realmente lo que mejoraba la dinámina. Durante el periodo expulsivo maniobra de Kristeller era también muy socorrida.

Como fármacos oxitócicos se empleaban, en primer término, los derivados del cornezuelo de centeno.

Entre éstos eran muy conocidos ergotina de Ivon, que era un extracto acuoso, y la ergotina de Wiggei que era un extracto alcohólico. Sin embargo, a fines del siglo ya había disparidad de conceptos sobre la conveniencia o no de suministraro durante la gravidez. Por eso se preconizaban otras sustancias tales con el Cannabis fildica, el extracto de pulsatilla, la decocción de Uva ursi, pero sus resultados eran muy inciertos.

Más confianza se tenía en la ipecacuana y en las sales de quinina. La primera se usaba en dosis de5 cg, repetida varias veces y a intervalos cortos. La quinina se administraba bien en cucharadas o en inyecciones hipodérmicas, según Las siguientes fórmulas que aconsejaba Froilán Mahecha en 1896:66

Clorhidrato de quinina 40 cg
Acido Clorhídrico Xgotas
Jarabe de menta 30 g
Agua destilada 120g
M. y R. “Cucharadas. Una cada diez minutos
O esta otra:
Sulfato de quinina lg
Agua destilada 10g
Agua de Rabel  1g
M. y R. “inyección hipodérmica”.
En los casos de “espasmos” se utilizaba la belladona en la siguien forma:
Hojas de belladona 2g
Agua caliente 1000 g
H. inf. cuel. y agre.:
Vino de opio 3g
R.”inyecciones No.2′, para aplicarlascon diez minutos de intervalo
También se usaban las enemas así:
Raíz de valeriana 25g
Agua caliente 250 g
H. inf. cuel. y agre.:
Bromuro de potasio 2g
Tintura de almizcle 4g
R. “Lavativa”.
Una vez terminado el parto se llevaba a cabo un lavado vaginal con una solución antiséptica (agua fenicada al 2 por 100, o bicloruro de mercurio al 1 por 1.000), el cual debía repetirse dos o tres veces diarias.

En las primeras horas del puerperio se ofrecía a la mujer agua de azúcar, agua con leche o con vino, infusiones ligeras con tilo o camomilla, a condición de que estuvieran a una temperatura conveniente. Al octavo día la paciente podía abandonar el lecho y colocase en una poltrona u otro asiento cómodo, durante una o dos horas. A los quince días del parto se le permitía salir hasta la pieza vecina.

Ya para esta época el Hospital San Juan de Dios contaba con una sala o servicio de maternidad, a cargo de un practicante designado por la Facultad de Medicina, según reza el artículo 25, capítulo VI, del Reglamento vigente de 1891: 67 “para el servicio científico del Hospital San Juan de Dios habrá ocho practicantes, distribuidos así: dos para cada una de las clínicas de Patología General, de Patología Interna y de Patología Externa, uno para la Clínica Obstetrical e Infantil y uno para el Servicio de Sifilíticos”.

Y fue desde 1887, siendo ministro de Instrucción Pública el doctor Carlos Martínez Silva, cuando el Servicio Científico del Hospital se dividió en cuatro clínicas: Patología externa y Cirugía especial y, finalmente, Clínica obstétrica e infantil.

Pese a que entre la lista de asignaturas de la Facultad figuran aparte la Ginecología y la Obstetricia, en la práctica la primera de ellas se incluía dentro de la Patología externa y Cirugía especial, pero para efecto de matrícula y exámenes formaba un solo curso con la Clínica obstétrica e infantil.

Sin ánimo de criticar los procederes de aquellos años, pero con la intención de rendir un homenaje a los primeros practicantes del servicio de maternidad, vamos a trascribir fielmente el relato de uno de los casos que sirvieron para elaborar la tesis de grado de Campo Elías Corredor, en 189268.

(Lea También: La Cirugía Ginecológica)

“El 17 de agosto de 1892 entra al Servicio de maternidad Catalina Olaya, mujer de buena estatura, de constitución vigorosa y de temperamento sanguíneo.

Los deudos la traen sumergida en un coma profundo y refieren que desde hace un mes tiene edemas en los miembros inferiores, que en la noche anterior tuvo cinco o seis accesos convulsivos y por último que se halla en el noveno mes de embarazo. Mientras la examino estalla un ataque de eclampsia sumamente fuerte, calma el período convulsivo, pero queda cianosada y sin respiración.

Tiene un edema general, el vientre es voluminoso, llega al reborde de las costillas, la cabeza fetal se halla en la fosa iliaca izquierda, las pequeñas partes al lado derecho, los ruidos del corazón del feto se perciben por auscultación al lado izquierdo, debajo del ombligo.

El tacto muestra un cuello alto, que apenas permite la introducción de la última falange del dedo índice. Se diagnostica un embarazo, una presentación cefálica, una eclampsia y un feto vivo. Se procede a tratarla. Mi amigo Nicolás Buendía extrae 500 gramos de sangre de la basílica izquierda.

Los accesos ceden por algún tiempo, pero a las seis de la tarde estallan de nuevo y con una intensidad muy grande. La cloroformizo, hasta las diez de la noche ceden los ataques; examino el cuello, no obstante el cloroformo, se repiten las convulsiones, son muy intensas y la asfixia que sigue a los accesos es muy marcada. El cuello empieza a dilatarse. Mi amigo Manuel Mejia me acompaña y resolvemos operarla.

Fui en busca del profesor Buendía, y no estaba en casa. Cuando volví la hallé sumergida en un coma profundo, el cuello está apenas dilatado, pero felizmente es bastante dilatable. La posición de la cabeza es la primera de Naegel. Mejía se encarga del cloroformo y yo del forceps. La cabeza fetal está alta y acompañada por una mano.

La aplicación del instrumento es larga y dificil. Los ruidos redoblados del corazón del niño han desaparecido. Después de varias tracciones, logramos extraerlo. Se le dan todos los cuidados pero no vuelve a la vida”.

Pero conozcamos cuál era el aspecto y cómo funcionaba la Maternidad donde actuaban estos heroicos practicantes. Por la descripción que de ella hiciera el doctor Julio Manrique69, sabemos que las mujeres que entraban allí tenían todas su parto en la misma cama de trabajo, cuyas ropas consistían en un jergón de paja recubierto con una piel curtida o vaqueta, “piel en la cual han parido -son SUS Palabras ya muchas generaciones y apenas es enjuagada después de cada parto con una esponja que nunca ha sido ni siquiera hervida”. Concluido el alumbramiento se hacía el consabido lavado vaginal con solución antiséptica, utilizando siempre la misma cánula, y se dejaba a la mujer por espacio de una hora en reposo y observación; luego se trasladaba a la sala común.

Esta “sala común” tenía quince camas o cujas, separadas entre sí por un espacio de un metro, en el cual se improvisaban otras cuando aquellas estaban ocupadas. Con mucha frecuencia se hacinaban allí veinticuatro y más enfermas. “Al entrar a esta sala en las horas de la noche -sigue contando el doctor Manrique- se percibe una fetidez sui generis, inolvidable mezcla de loquios en descomposición y excreciones cutáneas en personas desaseadas”.

La mortalidad materna era del 5 por 100 y el 62 por 100 de las puérperas presentaban reacción febril. Hay noticias de que en enero de 1899 se presentó una violenta epidemia de fiebre puerperal que mató tantas madres cuantas había en la maternidad.

El profesor Buendía canceló entonces el servicio, de manera temporal. Razón tenía el doctor Julio Manrique para protestar con estas palabras: “La fundación de un pabellón de Maternidad es una necesidad social de primer orden. Hay que cerrar aquel foco de infecciones, que es una verdadera amenaza para todas las mujeres que dan a luz en la ciudad, y que por ahora no llena ninguna de las condiciones requeridas para un servicio de esta naturaleza”70.

Pese a que, como anotamos atrás, la medicina y los médicos iban conquistando lentamente para sí el arte obstétrico, éste seguía siendo patrimonio de ignaras comadres. ‘”fuera de unas pocas aficionadas -escribió Enrique Sánchez- que sin previos estudios teóricos han asístido durante un tiempo insuficiente a las conferencias prácticas dictadas en la maternidad por los eminentes profesores doctores Leoncio Barreto y José María Buendía, y en donde han aprendido lo más esencial de las atribuciones de las parteras, las demás son mujeres ignorantes llenas de achaques, como ellas mismas dicen, más dignas de recibir una pensión de jubilación que los honorarios correspondientes al ejercicio de una profesión que no pueden desempeñar, pues una de las cosas que en ella se requieren para su estricto cumplimiento, es muy buena salud. Toda su ciencia consiste en hartar a la parturienta de infusiones y decocciones de hierbas y otras sustancias sin acción terapéutica conocida o inerte, cuando no es contraria al fin que se debe tratar de alcanzar (…).En los casos distócicos utilizan medidas tales como tomar vivos y abrir por la cara anterior del cuerpo, de extremo a extremo, pichones, ratones, gatos u otros animales de la laya y colocarlos, palpitantes aún, en el hueco epigástrico, en la nuca o en las pantorrillas de la enferma, con la seguridad de un éxito completo” 71.

Nos entra la sospecha, después de conocer los recursos terapéuticos que empleaban esas achacosas mujeres, que muy pocos leyeron la obrita dedicada a ellas y que, a petición de la Sociedad Filantrópica, escribiera y publicara en Bogotá el doctor Gabriel D. Ujueta en 1881; en cambio, muchas debieron formarse en la escuela de Telmo A.

Romero a través de su obra magna El bien general, editada en Caracas en 1885 pero muy difundida en Colombia72. Este don Telmo Romero fue un curandero que anduvo entre las tribus indígenas que habitaban la parte oriental colombiana y la occidental de Venezuela y que, como diría el virrey Ezpeleta, a vuelta de un cierto casual que publicó y lo acreditó, tuvo a su favor la confianza de muchas gentes. Oigamos algunas de sus enseñanzas en cuestión de obstetricia:

“Para saber el estado interesante o normal de las señoras”, se les dan dos onzas de miel de abejas mezcladas con una de acíbar de zábila, tomando inmediatamente un vaso de agua natural de estanque. Si no aparece el período, se hará que orinen en una vasija aseada y dentro de ella se colocará un dedal de plata o de acero y si alcabo de tres horas no se ha enmohecido, es señal evidente de que no se encuentra encinta.

“Para contener los abortos” se prepara un orchata compuesta de cuatro onzas de semillas de ajonjolí tostado y pulverizado, cuatro de la segunda corteza de yagrumo, una y media libra de azúcar y ocho onzas de miel de abejas en la cantidad de agua suficiente para que pueda quedar de regular grosor; luego que todo haya hervido lo suficiente se deja reposar para trasegaría en botellas y de ello tomarse un vaso diario, poco después del medio día, agregándole a cada toma una dracma de cuajo, el cual debe ser escogido particularmente de toro negro. Esta bebida debe tomase por espacio de veinte días.

“Para facilitar los partos difíciles” es muy provechoso tomar dos nudos tostados y pulverizados del espinazo del pez eléctrico conocido con el nombre de temblador.

También puede usarse una bebida compuesta de seis onzas de aceite de olivas, una de azafrán pulverizado, el zumo que produzca cuatro onzas de estiércol fresco de caballo negro y cuatro de vino blanco, de la cual se dará una onza cada cuarto de hora hasta que se haya desembarazado.

“Para los entuertos”, luego de desecar una molleja de gallina, el pellejo que se encuentra dentro se pulveriza y se disuelve en cuatro onzas de vino seco, todo lo cual se administra en forma de bebida”.

Vemos, pues, por las anteriores noticias, en manos de quiénes se encontraba el arte obstétrico al finalizar el siglo XIX: de unos pocos pero muy brillantes exponentes de la medicina colombiana, y de una legión de parteras, mezcla de madre chibcha y comadre española. La ginecología en tanto, reducida a exéresis, era del dominio de operadores audaces, quienes a la par que extirpaban úteros y ovarios, comenzaban a forjar la historia de nuestra cirugía.

Referencias

63. Universidad Nacional, Imprenta La Nación, Bogotá, 1892.
64. Memorias para …, p. 190.
65. “Higiene puerperal”. Tesis de grado, Universidad Nacional, Imprenta La Luz, Bogotá, 1893
66. “Distocia disodfnica”. TesIs de grado, Universidad Nacional, Bogotá, 1896.
67. Reglamento para la Facultad de Medicina (Universidad Nacional). Casa Editorial de Rivas y Cia, Bogotá,1891.
68. “Contribución para el estudio de los partos difíciles. Eclampsia puerperal”. Universidad Nacional. Imprenta de Antonio M. Silvestre, Bogotá, 1892
69. “infecciones puerperale8 en la Maternidad de Bogotá”. Tesis de grado, Universidad Nacional, Imprenta Nacional, Bogotá, 1897.
70. Ibíd.
71.”Necesidad de reglamentar en Colombia el ejercicio de la profesión obstetrical”. Tesis de grado, Universidad Nacional, Imprenta La Nación, Bogotá, 1892.
72. Op.cit., Imprenta Nacional

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