La Conquista y la Colonia

Fernando Sánchez Torres, M.D

Capítulo II 

1. Panorama general en los siglos XVI, XVII Y XVIII

El siglo XVI es testigo del renacimiento de la obstetricia, o mejor, del advenimiento de la obstetricia moderna, y Francia es cuna. Las mujeres seguían a cargo del oficio, pero los hombres -los cirujanos- eran los encargados de subsanar sus fracasos. Ambos, parteras y cirujanos, pertenecían a la Cofradía de San Cosme.

Ambrosio Paré (1510-1590), padre de la cirugía, revive la versión pelviana con gran extracción podálica, inventa un aparato mecánico para dilatar el cuello uterino, recomienda la amputación del cuello por cáncer, sutura el periné lacerado por el parto, en fin, pone en uso pinzas y ganchos para la extracción a pedazos de los fetos que morían sin haber podido nacer espontáneamente.

Las dificultades odistocias, que hacían penoso o imposible el parto vaginal, eran indicación para que el cirujano fuera llamado a resolverlas. Seguramente que éste debió sentirse frustrado por tener que actuar siempre ante un feto muerto.

Por eso se dio a la tarea de solucionar esas dificultades procurando preservar la vida de la madre y la de la criatura por nacer. Con el fin de ayudar al nacimiento, hacia el siglo II de nuestra era se utilizaron pinzas o fórceps, según lo atestigua un bajo-relieve de esa época, tallado sobre mármol y descubierto en Grecia1.

Es una escena de verdad dramática: la parturienta, figura central, yace desnuda, extenuada, mientras la comadrona de rodillas reanima al recién nacido.

Un médico, de pies, exhibe en la mano derecha el instrumento, queriendo significar que gracias a éste fue posible el parto. Con su mano izquierda trata de levantar un brazo de la recién parida. Otro médico, a la cabecera, procura alentaría tocando su hombro, mientras su mano derecha empuña también un fórceps.

(Lea También: La Ginecobstetricia en España)

Nadie se explica por qué cayó ese instrumento en el olvido durante la Edad Media. Fue tal la omisión que llegado el siglo XVII se adjudica su invención a Peter Chamberlen.

La historia de este personaje y de su “invento” es interesante y a la vez lastimosa. Nacido en París en 1560, fue llevado muy niño a Southampton (Inglaterra).

Es curioso el hecho de que sin ser médico de profesión, a los 29 años se ingeniara una pinza para extraer el feto, caracterizada -y de aquí su ingenio- por ser de ramas separadas, es decir, que podían aplicarse por separado y luego articularse.

Gracias a este aparato ejerció en Londres con gran éxito, fundando una dinastía junto con su hijo Peter II y con su sobrino Peter III. Nadie llegó a saber cuál era ese instrumento milagroso, pues fue mantenido en el misterio ya que era transportado de manera oculta y en el momento de su aplicación, sin testigo alguno, se vendaban los ojos de la parturienta.

Ese desconocimiento general y su exclusividad de los Chamberlen, se prestó para su explotación mercantilista inmisericorde. Un hijo de Peter III, Hugo Chamberlen, ofreció en París el instrumento a la Academia de Medicina por 10.000 libras2.

Comisionado por ésta el afamado obstetra Francois Mauriceu para dar un concepto técnico sobre el aparato, hube de rechazarlo pues el vendedor, luego de usarlo durante tres horas en una parturienta de pelvis estrecha, fracasó en su propósito, falleciendo la mujer antes de dar a luz. En 1693 Hugo logró negociar el fórceps con un partero de Amsterdam, Roonhuysen. El Colegio Médico de ésta ciudad obtuvo buenos dividendos pues sólo autorizaba ejercer la obstetricia a aquellos que hubieran pagado generosamente el secreto de los fórceps.

Con sobrada razón Juan León3, refiriéndose al comportamiento de los Chamberlen, dice que la memoria de éstos “no puede honrarse sino con reservas, pues es imperdonable que ellos no hayan tenido la menor inquietud de salvar a millares de mujeres y de niños”.

La criticable conducta de los Chamberlen se hace más despreciable ante la historia al conocer el comportamiento altruista de Jean Palfyn quien, ya septuagenario, recorrió en 1721 trescientos kilómetros a pie para entregar a la Academia de Medicina de París un instrumento de su invención, consistente en unas pinzas de ramas paralelas, con cucharas no fenestradas y con mangos de madera, bautizado con el nombre de manos de hierro”, mucho más fácil de aplicar que el fórceps de Chamberlen. Por eso su aceptación y difusión fueron más rápidas. Su diseño sería el fundamento de las llamadas “espátulas”, aparecidas casi tres siglos después.

Nos hemos detenido a relatar la historia del fórceps por cuanto ese instrumento se convirtió, hasta mediados del presente siglo, en el símbolo del obstetra, en su más útil aliado. En 1789 el alemán Roer llegó a exclamar: “Parece que la naturaleza hubiera abandonado su función del parto al fórceps del tocólogo”.

Sin embargo, había circunstancias en que el fórceps no era tampoco solución. Si se usaba, como ocurría cuando la estrechez pélvica era muy acentuada, lo que se ejecutaba era una basiotripsia o una craneoclasia en feto vivo, lo cual no era un triunfo sino una derrota para el obstetra.

Para obviar esas dificultades, M. Sigault, también en Francia, da a conocer en 1777 la intervención llamada “sinfisiotomía”, que consistía en ampliar los diámetros de la pelvis ósea seccionando la sínfisis púbica. Causó tanto impacto la introducción de esta operación, que la Facultad de Medicina de París acuñó una moneda conmemorativa.

Pero volvamos al siglo XVII, que fue, como anotamos atrás, la centuria que vio nacer a la obstetricia moderna. Es seguro que la circunstancia de haberse autorizado oficialmente en 1650, en el Hospital Dieu de París, que los hombres también atendieran los partos, incidiera en el progreso de esa disciplina.

En efecto, el francés Francois Mouriceau (1657-1709) y el holandés Hendrick van Deventer (1651-1724) han sido considerados como sus fúndadores4. El primero propuso la idea de que la mujer diera a luz en la cama.

Publicó en 1668 su tratado Las enfermedades de las mujeres en el embarazo y el parto, considerado como la obra obstétrica más sobresaliente del siglo XVII. En su momento fue el primer tocólogo del reino de Francia.

Deventer, por su parte, publicó en 1701 su famoso libro titulado Nueva luz para las parteras, que se convirtió en el primer estudio completo de la anatomía de la pelvis y sus deformaciones, así como de la relación entre éstas y el desarrollo del parto. Durante 150 años la publicación de Deventer tuvo inmensa influencia en el ejercicio obstétrico.

Dos descubrimientos muy importantes ocurrieron también en el siglo XVII: en 1667 el médico anatomista Nicolás Steno y en 1672 el holandés Regnerus de Graaf describen la presencia de huevos (es decir, folículos) en los ovarios de animales de distintas especies.

De otro lado, el también holandés Anthony van Ikeuwenhuek (1632-1723) anuncia en 1677 haber observado animálculos(espermatozoides) en el líquido espermático humano5.

A diferencia de lo que ocurrió en el siglo XIX, en el siglo XVIII la ginecología se mantuvo estancada. La obstetricia, en cambio, avanzó considerablemente. Dado que los recursos del fórceps y de la sinfisiotomía no eran suficientes para sortear con éxito las dificultades observadas durante el curso del parto, la operación cesárea ocupa nuevamente la atención de los médicos.

Recordemos que se debe a Francis Rousset haber despertado en 1582, con su tesis de grado presentada a la Facultad de Medicina de París, un acentuado interés por el uso de la operación en mujer viva. La introducción por Lebas, cirujano francés, de la sutura de la incisión uterina en 1769, iría a modificar favorablemente los resultados de la intervención6.

Jean Louis Baudelocque (1746-1810), famosísimo partero francés, señala en 1790 sus indicaciones, dándole prioridad a las deformaciones pélvicas, a la ruptura del útero y a los tumores obstructivos7. Como recomendaba la cesárea en estos casos, fue calificado de asesino, llegado ya el siglo XIX, en razón de la alta mortalidad materna que ocasionaba8.

En su magna obra Anatomía del útero humano grávido, el inglés William Hunter (1718-1783) registra la independencia de la circulación materno fetal, mientras el escocés William Smellie(1697-1763) establece las reglas para la aplicación del fórceps9, una vez se hace público este instrumento, en 1733.

Es probable que tal hecho haya contribuido decididamente a que el siglo XVIII se considere como el período histórico que vio nacer la obstetricia como una especialidad médica definida.

En 1747 publica en París Andrés Levret -tenido como el tocólogo francés más importante del siglo XVIII- su libro L’art des accouchements. Igualmente, el español José Ventura Pastor publica en Madrid, en 1789, su obra Preceptos generales sobre las operaciones de los partos.

Ambas publicaciones ejercieron acentuada influencia en la formación de nuestros primeros médicos, tal como veremos más adelante.

No podemos concluir esta visión panorámica sin registrar dos hechos trascendentales, por lo insólitos, llevados a cabo por el científico y abate italiano Lázaro Spallanzani (1729-1799), declinando el siglo XVIII. Nos referimos a la primera fertilización extracorpórea, realizada en batracios, y a la primera fertilización artificial, en perros10.

Referencias

1. León, J. Tratado de Obstetricia. Edit. Científica Argentina, Buenos Aires. t. III, p.995, 1959.
2. Leonardo, R.A Historia de la ginecología. Salvat Editores, S.A., Barcelona, p. 181, 1948.
3. Tratado de obstetricia, t. IV, p. 997, 1959.
4. Leonardo, Historia de la ginecología.., p. 181.
5. Guthrie, D. Historia de la medicina. Salvat Editores, S.A., Barcelona, p. 233,1953.
6. Gabert, H.A. y Bey, M. “History and developmente of cesarean operation”. Obst. and Gynecol. Clin. of North America. 15: 592, 1988.
7. Ibíd., p. 597.
8. Leonardo, R., Historia…, p. 264.
9. Ibíd., p. 184.
10. Capparoni, P. Spallanzani. Unione Tipográfico, Torino, 1941.

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