Noticias Ginecobstétricas del Nuevo Reino de Granada

Fernando Sánchez Torres, M.D

Las comadres criollas

Ninguna referencia tenemos de las primeras intervenciones de las comadres sabias en nuestro medio. Pero no es difícil imaginárnoslas conociendo su sapiencia.

Fue Juan Rodríguez Freire en El Carnero quien dejó constancia de uno de sus procederes27. Cuenta el cronista que hubo en Santafé una “mujer moza y hermosa que con ausencia del marido no quiso malograr su hermosura, sino gozar de ella. Descuidóse y hizo barriga, pensando poderla despedir con tiempo”.

Pero antes de lograrlo tuvo noticia de que llegaba a Cartagena la flota que traía a su marido, “con lo cual la pobre señora se alborotó y hizo sus diligencias para abortar la criatura y ninguna la aprovechó. Procuró entonces tratar su negocio con Juana García su madre, digo su comadre“.

Por lo anterior podemos juzgar que en los albores de la colonia no solamente existían damas casquivanas sino que también se conseguían “comadres” que les resolvían sus dificultades, como esta Juana García, si no de las primeras que ejercieron en el Nuevo Reino de Granada, sí la única que tuvo el privilegio de figurar con nombre propio en las narraciones de los cronistas de la conquista y la colonia. Por eso vale la pena añadir algunos datos biográficos suyos.

La tal Juana, al parecer, no era española, pues se dice que era una negra horra que había subido a este reino con el adelantado Don Alonso Luis de Lugo.

“Tenia ‘ dos hijas según testimonio de Rodríguez Freire que en esta ciudad arrastraron seda y oro, y aun trajeron arrastrados algunos hombres con ellas.

Esta negra era un poco voladora como se averiguó” 28. Por su parte, Don Alonso Luis de Lugo, hijo del Adelantado de Canaria, Don Pedro Fernández de Lugo, fue el segundo Adelantado del Nuevo Reino de Granada, a donde entró en el año 1543. Deducimos, pues, por lo que refiere el autor de El Carnero, que además de ser el primero que trajo vacas fue también de los primeros que trajeron comadres.

Y valga una digresión. Líneas atrás anotamos que Rodríguez Freire relaciona, con fundamento, el término “comadre” con “madre”. Rufino José Cuervo, refiriéndose a la sustitución de una palabra por otra por motivos de claridad, dice que «comadre” se aplica todos los días a las relaciones que ocasiona el sacar de pila a un niño; y que para evitar dudas, en lugar de llamar de la misma manera a la partera, se le dice “comadrona29.

Para ampliar el concepto, nos parece interesante transcribir la opinión de don Angel Rosenblat, consignada por Gutiérrez y Archila en su libro La obstetricia en Venezuela:

“Comadre y compadre son formas tradicionales, introducidas por el cristianismo, para designar a la madrina (comadre o al padrino (compadre de un bautizo o de una boda.

En latín eclesiástico, desde San Gregorio de ‘tours, se encuentra commater aplicado a la madrina, o segunda madre, según la concepción cristiana del bautizo (…). Por extensión, también se aplicó el nombre de comadre a la mujer que ayudaba a parir, la cual era, hasta cierto punto, una segunda madre (…). Posteriormente, para distinguir a la comadre de bautizos y bodas de la comadre del parto, se designó a esta última con el aumentativo de comadrona. De esta designación se hizo un masculino comadrón, para designar al partero. Hoy ambas formas, comadrón y comadrona, son de lengua general académica” 30.

Médicos y cirujanos

Pese a que durante los tres primeros siglos de la colonia llegaron hasta nosotros “nobles médicos y cirujanos plebeyos”, sus conocimientos en general eran muy pobres.

En 1569, por ejemplo, arribó a Cartagena de Indias Juan Méndez Nieto, nacido en la ciudad portuguesa de Miranda de Douro y con estudios de medicina en Salamanca. Este personaje ha sido recientemente descubierto al publicar en 1989 la Universidad de Salamanca y la Junta de Castilla y León el libro Discursos medicinales que escribiera entre 1606 y 1609, y en el cual registró sus experiencias profesionales.

Se trata de un documento muy importante para la historia de la medicina en nuestro territorio, como que se constituye en el primer tratado colombiano de medicina31. En él quedó constancia de las costumbres populares y de los conocimientos médicos del siglo XVI.

Veamos algunos: “(…) teníase por costumbre dice Méndez Nieto -en aquella isla (Santo Domingo) y en este Reino de Tierra Firme y, según soy informado, en todas las Indias, y hoy en día se guarda aunque no con tanto rigor, de abrigar mucho las paridas; y, cerrándoles y calafateándoles puertas y ventanas, las metían en el aposento brasa y candela en tanta cantidad, y sobre esto tanta ropa y frecadas, que las azían estar en un copioso y continuo sudor” 32.

Para combatir la esterilidad femenina Méndez Nieto recomendaba apretar los dedos pulgares de los pies con un cordel, de suerte que dolieran. Con el mismo fin aconsejaba preparar cierto cocimiento y al día siguiente, muy temprano, calentarlo y echarle luego agua fría en “un librillo o batea grande… que pueda la enferma estar dentro sentada” y bañarse completamente con jabón. Después debía la mujer reposar o dormir dos horas.

(Lea También: Panorama Médico del Siglo XVIII)

El marido tomaría el mismo baño y se acostaría en cama aparte.

Al día siguiente “podrán al romper del alva comenzar a jugar de las armas con destreza y a placer de suerte que vengan ambos a concluir la partida en un mismo tiempo y punto, que éste es el toque y secreto de esta cura”. Si se quería propiciar el nacimiento de un varón debía seguirse la siguiente prescripción: “Atese al garcon [el mozo] el siniestro o izquierdo compañero [testículo] al tiempo de la pelea que con sólo esto todos quantos engendraren serán machos” 33.

No hay duda de que tal proceder era un rezago de la medicina hipocrática pues, como es sabido, ésta afirmaba que si durante el acto sexual era el testículo derecho el que hacía el aporte, se engendraría un varón.

Rodrigo Enríquez de Andrada, o Andrade, galeno español graduado en Alcalá y que alcanzó a ser médico de cámara del arzobispo Fray Cristóbal de ‘Torres, llegó a Santafé en 1633. De él dice Andrés Soriano Lleras: “La terminología que empleaba muestra bien a las claras que sus conocimientos en medicina no eran muy profundos: llamaba sobre-parto a todas las enfermedades que se presentaban a consecuencia del alumbramiento.

Las afecciones internas propias de la mujer las llamaba mal interior y las afecciones crónicas de los órganos abdominales cuyas causas le fueron desconocidas, obstrucciones”34.

La ginecobstetricia popular

Cuando en 1761 entró a Santafé el médico don José Celestino Mutis -este sí médico de verdad- reinaba todavía el empirismo y hasta existían costumbres similares a las que encontraron los primeros conquistadores. En el Diario de observaciones del genial gaditano se leen algunas anotaciones que confirman lo anterior. Veámoslas:

“Día 27 de junio. Lo mismo es nacer cualquier criatura, que a las veinticuatro horas la desnudan para lavarle todo el cuerpo, por espacio de un cuarto de hora o más” 35.. Esta costumbre, pensamos, ¿no es acaso como un rezago de aquel recibimiento acuático que se les daba a los muiscas y a los cunas recién nacidos, en la era prehispánica?

“También oí decir continúa Mutis -que para detener las purgaciones blancas de las mujeres, era cosa muy experimentada raspar una porción del hueso de dátil y darla a beber en agua; que repetido este secreto cuatro o cinco veces, no faltaría el efecto deseado”36.

“Día 13 de Julio. Oí decir que la hierba mosquita en cocimiento con miel de abejas hacia fluir la regla… Que la raíz de perejil en cocimiento hacía el mismo efecto… Que el orín de puerco sobre la arena, y de este hecho una tortilla o panecillo y aplicado al vientre curó una mujer que padecía de la vagina, o cuello de la madre caída. Que la hierba el vidrio machacada y aplicada a las caderas detenía el flujo de sangre en una continuada profusión de sangre menstrual”37.

En 1763 Mutis registra en su Diario algunas noticias que en Cartagena le suministrara el informador costeño don Gregorio del Pozo en relación con el uso de una planta de monte conocida como Bejuco hoja de Olivo, cuyas virtudes en cuestiones ginecobstétricas son relatadas así:

“Día 31 de enero (Lunes). (…)En todas las obstrucciones del útero, a las que padecen retención de su menstrual, luego que las he purgado universalmente con las píldoras del extracto católico, una o dos veces, les doy las dosis de dicho Bejuco, y la tercera o cuarta ha fluido la menstrual evacuación y si no les viene cumplidamente, he vuelto a repetir la misma cura, y he logrado el que corra por entero; y en más de 18 años que la he practicado no me ha faltado, por carótida (clarótica quiere decir el buen viejo) y obstruida que haya estado la paciente” 38..

“(…) Otra yerba en forma de arbolito hay aquí en esta Ciudad de Cartagena (llamada Venadillo); tienen bien experimentado para las pobres mujeres, que cuando les está fluyendo su menstrual con grandes dolores de vientre, la toman y sosiegan los dolores y les fluye bien. Yo la tengo experimentada en la retención de las pares después de haber parido, y cuanto toman la dosis provocan las pares; y lo propio me sucede con la yerba llamada Artemisa39.

“Virtudes de la yerba adormidera, experimentada en una enfermedad bien exquisita, y que no se halla al presente quien le haya curado. Solo este vegetal es el único, que en este país le nombran Adormidera (Mimosa species ut supra). Esta, hecha polvos y hacer una especie de mazamorra o clarita es a saber; poner un poco de agua a hervir, y, poco a poco, ir echando unos polvitos de la misma yerba como en cantidad de dos dragmas poco más o menos.

Y luego que esté bien hervida se come como sopas poco a poco, y el enfermo que está padeciendo el pajunto de inanición, que es un hielo que viene después de muy desangrado el cuerpo, por haber parido, después del parto por la mucha evacuación de sangre, luego que se le administra esta mazamorrita se les quita el hielo, y se restituye a su ser como si no hubiera hecho evacuación de sangre.

Este prodigio se ha experimentado muchas veces, que así se lo asegura Silverio de Zúñiga vecino de esta Ciudad de Cartagena, hombre de caudal y que tiene muchas negras en las que ha experimentado muchas veces, al hallarse las negras recién paridas, casi muertas de la mucha evacuación de sangre; y que cuando les dan la referida mazamorra quedan tan alentadas, como si no hubieran parido. Yo la experimenté dos veces en paridas, pero no estaban tan deploradas como me dice el dicho Silverio de Zúñiga.

Pero es cierto que dicho vegetal, yerba Adormidera, y tan especial que la tengo experimentada en ayudas sobre padecer una mujer grandes dolores de vientre, que no hallaba con qué aliviarla, y echándole una ayuda de cocimiento de dicha yerba cesaron los dolores, y nunca más la he visto que se haya quejado, ni padecido de tal dolencia”40.

No podemos dejar de transmitir el interesante relato que el sabio Mutis hace del Tetanos neonatorum, de frecuente ocurrencia en el litoral Caribe según se desprende de las informaciones que aquél recibiera en la ciudad de Mompox:

“Día 18 de enero (sábado). Este día tuve una larga consulta con mi Sra. Da. Juana de Mier, Protomédica de esta Villa, cuya conocida caridad la ha constituido en el conocido mérito de matrona insigne.

Desde la vez antecedente me dio noticia esta señora de una enfermedad particular que padecían los niños, con tanta universalidad en todas estaciones, que se creía que de ella morían por lo menos más de la mitad. Como esta señora es tan observadora ha excitado la curiosidad de todos los que han pasado por este lugar con el nombre de médicos.

Han variado también al infinito las experiencias, pero en vano; porque de cualquiera modo siempre se ha observado el funesto efecto de morirse, sin que escape uno solo de aquellos a quienes pica este mal. Yo desde la primera vez me convidé a meditar sobre un punto tan importante, ofreciéndome a poner todo mi cuidado, entonces que iba a la Ciudad de Cartagena donde, como tierra caliente, y de casi igual temperamento, me parecía habría la misma enfermedad.

Lo cierto es que a todo el tiempo que allí estuve no se me ofreció un solo caso de esta naturaleza. Viniendo, pues, esta vez excitose la conversación con mayor eficacia, haciéndome relación de todo lo que en ellos se observaba, oía con mucho gusto la individualidad, con que esta señora se explicaba.

Decíame que en unos niños aparece el mal a los 4 días, en otros a los 7, y en otros a los 11 y en adelante, rara vez, conjeturando que cuanto más tarde aparece el mal, tanto mayor esperanza queda de su vida, pero en aquellos en que se nota hacia los primeros días después de nacidos ninguno escapa. Comienzan los niños a llorar importunamente; se les traban las quijadas de modo que no pueden abrir la boca para tomar el pecho: se encienden en una violentísima calentura, se les agranuja el cutis de la frente y mueren haciendo unos violentísimos esfuerzos.

Quedan después de muertos todos moreteados. Por esta relación conocí, desde la vez pasada, que el mal llamado comúnmente de 7 días, era una verdadera convulsión y así me propuse, cuando llegase el caso, tratarlo como una verdadera convulsión.

Pero ciertamente que ignoraba la causa de un mal endémico, y no veía el menor rastro por donde inferir cuál fuese la causa. Pero en esta última vez, atendiendo repetidas veces a la relación, le oí proferir a esta señora que se tenía medio observado que todos aquellos niños a quienes se les caía más prontamente el ombligo estaban más dispuestos a ser acometidos de este mal.

Fue tanta la impresión que me hizo esta especie, que al momento le supliqué me informase qué método tenían las parteras en hacer la ligadura del ombligo. Hízolo con individualidad, refiriéndome que la partera, para hacer esta operación, tomaba el cordón y reintroducía, con repetidas expresiones, hechas con los dos dedos de la mano derecha, la sangre en él contenida llevándola desde la placenta hacia el ombligo.

Después ataba 3 dedos cumplidos, más arriba de su origen, con un hilo tosco, las más veces redondo y fuertemente ligado, para cortar a otra casi igual distancia, con unas tijeras rudas, el cordón. Este pedazo, que debe separarse, lo envolvían en azufre, el cual cauterizaban con una cuchara o hierro caliente y, a veces, hecho ascuas; poniéndole después unos polvos de que no me acuerdo.

Quedé abismado al oír tal relación y se me puso en la cabeza que no podía tener la convulsión otro origen que esta bárbara ligadura, porque excitándose por la ruda comprensión del hilo redondo, la fuerte ligadura y el violento martirio del cauterio, un fortísimo dolor había sido una causa suficientísima para producir la convulsión.

Parecióme también que no sin fundamento caía más prontamente el ombligo en los niños que bien prontamente les acometía el mal; porque siendo efecto de una fortísima comprensión la mortificación de la parte ligada, debía caer más prontamente el ombligo en quienes fue mayor la comprensión y, por consiguiente, más activa la causa del mal. Combínanse con éstas…”41.

Doña Juana Bartola de Mier y Vargas Gutiérrez de la Rozuela, quien actuó como informadora de esta noticia, era la esposa de José Fernando de Mier y Guerra, matrimonio radicado en Mompox. Dicha dama ejerció allí la medicina, autorizada por el Protomedicato, que era el tribunal encargado de conceder licencias para tal efecto.

No hay constancia de que se ocupara de problemas ginecológicos y obstétricos, pero es de suponer que sí; si no asistió a las parturientas, directamente, de seguro absolvió consultas relacionadas con esos asuntos pues era considerada persona docta en cuestiones médicas en general.

Se sabe que atendió con éxito a don Jerónimo de Mendoza, teniente de la Guardia de Alabarderos del virrey Pedro Messía de la Zerda, de una “flucción en los ojos”, es decir, de una conjuntivitis42.

Volviendo al tétano del recién nacido -llamado entonces “mal de los siete días”-, ante su repetida ocurrencia el virrey José de Ezpeleta dio instrucciones en diciembre de 1795 para prevenirlo, atendiendo la real orden expedida el 25 de mayo de ese año en Aranjuez. Con tal fin se recomendaba el aceite de palo o aceite Canimás o el bálsamo de Copaiba, aplicados en el muñón que deja el cordón umbilical al cortarlo43.

Referencias

27. Op.cit., Biblioteca de Cultura Colombiana. Imprenta Nacional, Bogotá, p. 132, 1963.
28. Ibíd., p.133.
29. Apuntaciones críticas sobre el Ienguaje bogotano. Instituto Caro y Cuervo, Bogotá, p. 682, 1955.
30. Editorial Ragón, Caracas, 1955.
31. Del Castillo-Mathieu, N. “Juan Méndez Nieto, autor del primer tratado colombiano de medicina”. Thesaurus (Boletín del Instituto Caro y Cuervo),
45: 355, 1990.
32. Ibíd., p. 376.
33. Ibíd., p. 378.
34. La medicina en el Nuevo Reino de Granada durante la Conquista y la Colonia. Imprenta Nacional, Bogotá, p. 72, 1966.
35. Op.cit., Instituto de Cultura Hispánica, Bogotá, p. 88, 1983.
36. Ibíd., p. 89.
37. ibíd., p. 98.
38. Ibíd., p. 155.
39. Ibíd., p. 156.
40. Ibíd., pp. 156, 157
41. Ibíd., pp. 151-153.
42. De Mier, J.M. “Doña Juana Bartola de Mier y Vargas Gutiérrez de la Rozuela, Protomédica”. Editorial Kelly, Bogotá, 1990.
43. Soriano, A. La medicina en el Nuevo Reino…, p. 139.

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