Situación en el Territorio que sería el Nuevo Reino de Granada

Fernando Sánchez Torres, M.D

Por mala fortuna, poco se sabe de las costumbres de nuestros antepasados, los naturales del territorio que hoy es Colombia. Ni siquiera de los chibchas o muiscas, que habitaban la región central y que son considerados como representantes de una cultura importante, tenemos muchas noticias.

Es seguro que si la censura española no hubiera eliminado el extenso tratado que sobre ellos escribió Fray Pedro de Aguado, primer cronista del Nuevo Reino, en su obra Recopilación Historial, muchos hechos interesantes se podrían relatar en este capítulo.

Más todavía, las obras del licenciado Jiménez de Quesada, Los ratos de Suesca y el Comprendio historial, se hallan refundidas, no se sabe “dónde.

Realmente, la mutilación de los escritos de aquél y la pérdida de los de éste son, como anota Juan Friede, un suceso lamentable pues esas crónicas fueron emprendidas hacia la mitad del siglo XVI, cuando aún estaba viva la cultura muisca27.

Sin embargo, aunque el documento es la base de la historia, no es la historia misma: así lo creía don Baldomero Sanín Cano28.

Por eso, para el objeto que nos ocupa, si queremos tener noción de las costumbres de los Chibchas y de otras tribus, hemos de apelar a leyendas y tradiciones.

Y, al fin y al cabo, las tradiciones, en parte equivocadas, contienen –como decía Ernesto Renán- una porción de verdad que la historia no debe mirar con indiferencia29.

Los chibchas

Cuenta la tradición que cierta vez llegó un hombre al valle de Ganza, a un sitio que llamaban Toyú. Allí, en una cueva, permaneció algún tiempo predicando y enseñando cosas buenas. Traía en la mano una macana y en la cabeza y brazos hecha la señal de la cruz.

Fue llamado con distintos nombres: Sadigua (nuestra pariente y padre), Sugamonxe (hombre que desaparece); pero es con el de Nemqueteba como mejor se le conoce. El lugar por el cual se marchó para siempre el venerable patriarca denominándolo Sugamuxi, o sea “el Desaparecido”.

El pueblo chibcha lloró su ausencia y el recuerdo, al decir de Jesús Arango Cano, “tornóse en mito y éste, repetido, divinizó al Nemqueteba, colocándolo en lugar preferido en su fantástico panteón de dioses”30.

Es bueno señalar que la presencia de un individuo de características similares se registra también en la tradición incaica (Viracocha) y en la azteca (Wixi–pecucha).

Tan grande fue el influjo de Nemqueteba en la vida de los muiscas que las mujeres embarazadas, para tener un buen parto, iban en peregrinación hasta Iza, pueblo cercano a Sogamoso y raspaban una piedra que creían que conservaba la huella de su pie; luego bebían ese polvo mezclado con agua.

Este rito recuerda algunos similares practicados por los pueblos germánicos y celdas. En otras ocasiones, y con la misma intención, ofrendaban sus cintillas y figuras de oro al Cuchavira o Cuchaviva, vale decir, al arco iris, como lo hacían las mujeres mayas con Ixchel.

En el momento supremo de la gestión las aborígenes buscaban, solas, las orillas de los ríos o las lagunas.

El agua, Sie o Sia, era una diosa para los chibchas; quizás por eso, para que fuera elemento purificador, buscaban su compañía. Es seguro que en el período expulsivo adoptarán instintivamente la posición en cuchillas, como las aztecas, las incas y las araucanas.

Esta posición la acostumbraron las mujeres en casi todas las latitudes de la Tierra hasta cuando al famoso tocólogo francés Francois Mauriceau se le ocurrió a fines del siglo XVII, que debía ser en la cama y en decúbito dorsa31.

No había parteras entonces porque, según Fray Pedro Simón, “no son menester; antes, cuando quieren parir, huyen, si pueden, de la gente y se van a esconder cerca de un arroyo para, en pariendo, entrarse en él a lavarse con su parto”32.

El padre Zamora también sostiene que ” jamas tuvieron parteras ni las usaron hasta que enseñaron este ejercicio las mujeres españolas”33. Es de suponer que igual cosa ocurría entre las aborígenes de la actual Venezuela, como lo anotan Gutiérrez y Archila34.

Está claro, pues, que los partos normales eran atendidos por las mismas parturientas. Pero quizás en aquellos casos difíciles y atraída por los gritos, alguna india vecina las acompañara en el doloroso y dramático trance.

Tampoco es improbable que esta acompañante en ocasiones abandonara su actitud pasiva y procurara ayudar al nacimiento, adelantándose así a las “comadres sabias” que llegaron con los conquistadores.

Si obstetricia significa “ponerse enfrente” (del latín obstare: estar delante):

En los pueblos prehistóricos no existía la obstetricia pues el parto era solitario. No se sabe cuándo ni dónde se inició la costumbre de acompañar o auxiliar durante el parto. Homero, reseñando el nacimiento de Apolo, pinta la escena del parto solitario: “Apolo, hijo de Júpiter y de Latona, va a nacer. Ilitia, árbitro de los dolores, vuela a Delos, donde está Latona, la cual, sintiéndose próxima a parir, se sobrecoge, y abrazándose a una palmera, apoya las rodillas en el tierno césped. La tierra entonces le sonríe y nace Apolo” 35. Esta descripción recuerda muy bien la forma de dar a luz las aborígenes araucanas, y que atrás hemos registrado, o las mujeres en el Egipto faraónico36.

Una digresión: Eileitiia, o Ilitia que menciona Homero, era, según Juan Bergua, la diosa que presidía los nacimientos en la mitología griega.

Nació de Zeus y de Hea y fue la madre de Eros. En las referencias de Homero, Eileitiia no era una sino varias, y su papel era ocasionar los dolores del parto. Posteriormente se convirtió en una sola y terminó siendo la diosa protectora del parto.

El emblema de Eileitiia era la antorcha37. Quizás por eso, parto y dar a luz son una misma cosa. El francés Mauriceau, de quien ya hicimos mención, fue quien, con sentido pragmático, echó mano de la antorcha de Eileitiia pues, además de recomendar que la mujer pariera en posición acostada, debía hacerlo frente a una ventana para que penetrara la luz. Sabiamente decía: “A mí me dirige el sol, no la sombra”.

A pasar de que los muiscas tenían sus médicos sacerdotes, a los que denominaban Ogques, y los españoles Xeques o Jeques, no hay constancia de que se apelara a su arte para cuestiones obstétricas. Seguramente no, pues en asuntos médicos los muiscas anduvieron muy atrasados.

En general, no fue ésta una cultura de avanzada en el Nuevo Continente. Tuvieron muy pocas cosas originales. Se trataba de un pueblo de vocación agrícola, tejedores y orfebres, políticos maliciosos pero pacíficos. Como dice Arango Cano, “gentes místicas, sin prácticamente ningún acervo cultural”38.

En medicina ignoraban el mito, la magia, la superstición, es decir, el más acentuado primitivismo. sus Ogques eran más sacerdotes que médicos.

Vale la pena señalar, como hecho curioso, que desde las épocas primitivas hasta bien entrado el siglo XVII, al hombre le estuvo vedado presenciar el acto del nacimiento y mucho menos intervenir en él. Cuenta M. Usandizaga que en 1522 un doctor Wertt, de Hamburgo, deseando estudiar al natural el parto, fue quemado vivo por haberse atrevido a atender uno, disfrazado de mujer39.

Fue solo hasta 1650 cuando oficialmente se delegó en el médico esta función, en el Hospital Dieu, de París. No obstante existieron tribus primitivas, como los carayas de la selva brasileña, como los habitantes de las islas malayas de Kola y Kobroor, y como los ubmatjeras del norte de Australia, que asignaban al marido la misión de asistir al parto de su cónyuge40.

Pero continuemos con los chibchas. Una vez verificado el parto, las muiscas lavaban la criatura y se lavaban ellas para retornar al bohío. La pollazón y la covada, de las cuales ya nos ocupamos, no tuvieron vigencia en el territorio chibcha. Tan solo sabemos por el Padre Simón que era ley inviolable “no acercarse el marido a la mujer hasta muchos días después de haber parido”41

Que muriera la mujer durante el parto no debía ser cosa infrecuente pues las distocias, la hemorragia y la infección siempre han existido.

La aseveración de los cronistas de la conquista de que las mujeres daban a luz y de inmediato se reincorporaban a sus labores habituales, hace pensar que el parto era un hecho intrascendente, sin complicaciones.

Razón asiste al venezolano Oscar Agüero cuando dice al respecto: “Dudamos de estas aseveraciones (las de la simplicidad del acto del nacimiento y la de que la complejidad del parto es proporcional al grado de civilización de los pueblos) porque, por una parte, están basadas en observaciones de personas no calificadas técnicamente y, por otra parte, porque no hay ni puede haber ninguna comprobación científica ni estadística fidedigna de que realmente el parto sea más fácil y que haya menor morbilidad y mortalidad.

Cuando, en épocas modernas, se ha estudiado el embarazo, parto y puerperio de aborígenes de Asia y Africa se ha evidenciado un cuadro totalmente diferente, con una elevada frecuencia de anemias, toxemias, partos obstruidos por estrechez pélvica, fístulas genitales, etc”42 .

Entre las leyes del cacique Nemequene existía una que obligaba al marido a indemnizar a la familia de la mujer si ésta fallecía de parto (muyscac bgyscua).

Este hecho, y otros que mencionaremos adelante, ponían de presente el matriarcado que imperaba entre los chibchas. Es posible que la muerte de las parturientas fuera considerada acontecimiento digno de recompensa, honrando sus despojos, como si fuesen héroes muertos en el campo de batalla, e indemnizando a sus deudos. Recordemos que los aztecas deificaban a las que morían de parto (ciaopipiltin).

El cronista Juan de Castellanos relata así la disposición de Nemequene: “Mandó que si de parto pereciera cualquier mujer casada, su marido perdiese la mitad de la hacienda y la diese al suegro y a la suegra, hermanos o parientes más cercanos; en defecto de padres, más quedando viva la criatura, no debía más que la criase a su costa”43.

Por su parte, el Padre Simón añade que si el marido no tenía hacienda “había de buscar algunas mantas con qué pagar a los herederos la muerte, y si no, le perseguían hasta quitarle la vida”44.

Roberto De Zubiría considera que esta ley de Nemequene estaba encaminada a proteger a la mujer embarazada pues ante semejantes castigos el esposo tendría que prodigar y procurar extremados cuidados a su cónyuge durante el parto45.

Cuesta trabajo aceptar esta tesis por cuanto, como hemos visto, no existía una cultura de asistencia para el parto, como sí la tuvieron los aztecas y los incas.

El parto entre los muiscas era solitario, por lo tanto el marido no tenía manera de prodigarle cuidados a su cónyuge en semejante tránsito.

Probablemente otro era el sentido del mandato de Nemequene pues, como refiere Eliseo Reclus, geógrafo francés que vivió en nuestro país en el siglo pasado, entre los guajiros también se acostumbraba que el marido pagara un premio por la pérdida de su esposa durante el parto o a consecuencia del mismo, circunstancia que significaba un pago por segunda vez, pues era norma que al momento de desposarla pagara por ella, es decir, la compraba46.

Desconocemos la idea que tenían los chibchas acerca del parto, y en general acerca del proceso reproductivo, para que obraran así.

¿Conocían acaso la paternidad fisiológica? dice José Pérez de Barrada que ni se puede afirmar ni negar47. Pero el hecho de que en lengua muisca el vocablo b-xi-scua significara a la vez fornicar, engendrar y parir, presume el reconocimiento de una relación directa entre ambos actos.

Además la sanción impuesta al marido que perdiera a su cónyuge en el curso del parto implicaba por sí cierta participación suya en el proceso que tan mal había culminado. Fuera de esto, el concepto que tenían del embarazo múltiple refuerza esa presunción.

Para los chibchas el que una mujer diera a luz hijos gemelos era un acto monstruoso; por eso mataban al segundo. Para ellos era el fruto de una lujuria desenfrenada pues creían “ser imposible engendrar dos juntamente, sino que había de ser uno después del otro, con distintos ayuntamientos” 48.

Contrasta esta costumbre con la señalada entre los naturales del Alto Perú: a la parturienta y a los mellizos les daban el nombre de huaca, es decir, lo que se sale de su curso natural, y el acontecimiento era celebrado con mucho regocijo.

(Lea También: Historia de la Ginecobstetricia en Colombia, Otras Culturas)

Si aceptamos el concepto de los chibchas sobre el parto múltiple, tendremos que aceptar también que Bachúe fue el prototipo de la extrema lujuria.

Recordemos cómo imaginaban ellos la creación de la especie humana: Hecha la luz apareció una mujer a quien llamaban Bachúe, o sea, mujer buena, la cual sacó de las aguas a un niño de tres años y marchó con él al pueblo de Yguaque, distante cuatro leguas de la actual ciudad de Tunja. Según esto, el género humano se originó en la laguna llamada hoy de San Pedro, a dos leguas de la ciudad de Leiva. El niño “criólo (Bachúe) hasta que tuvo edad para casarse con él, y de cada parto nacían cuatro, o seis hijos, de cuya generación se llenó la tierra’49. Razón tiene Miguel Triana al manifestar que los chibchas hacían radicar el germen fecundo de la vida en las lagunas; en ellas permanecía latente la esencia vital50.

Quizás por eso, en la época del destete el infante era depositado sobre unos juncos rociados con leche materna y arrojado a las aguas de la laguna; unos mancebos cuidaban la débil barquilla. Si naufragaba, el porvenir iba a ser amargo y duro para el niño; y si no, desde ese instante se celebraba con júbilo la vida larga que le esperaba.

Es curiosa la similitud de esta leyenda con la que refiere Otto Rank para los celtas, claro que con un propósito distinto: “Cuando un celta tenía razones para dudar de su paternidad, colocaba al niño recién nacido en un gran escudo y lo ponía a flotar en el río más cercano.

Si las olas lo llevaban a la orilla se le consideraba legítimo, pero si el niño se ahogaba, ello juzgábose como prueba de lo contrario y entonces se condenaba a morir también a la madre51.

Si seguimos fieles a las leyendas, la gestación, como en la mitología de otros pueblos, podía ser el producto de la acción de los dioses…

Y refieren que en aquel tiempo hubo dos doncellas, hijas del cacique de Guachetá, que deseando concebir de los destellos del divino Sol permaneciendo vírgenes, todos los días, al despuntar el alba, a hurtadillas salían del cercado de sus padres. En un lugar propicio se recostaban a esperar que fueran tocadas por los primeros ímpetus solares. Muy pronto “la una apareció como preñada, que ella decía del sol…” (Padre Simón). Creemos, según esta leyenda, que para los españoles fue liviana empresa la conquista de las muiscas, ya que eran considerados “hijos del sol”.

De la anterior leyenda surgió otra que recoge Arango Cano en su libro Mitos, leyendas y dioses chibchas: el nacimiento de Goranchacha, cacique o zaque que inició el culto al astro rey.

La hija del cacique de Guachetá, a la que embarazó el dios sol (Sua), dio a luz una hermosísima esmeralda, la cual amamantó y se convirtió más tarde en un lozano crío que llamaron Goranchacha; este a su vez se bautizo “Hijo del sol”. Le fue fácil, por eso, destronar al zaque de Tunja e iniciar la dinastía de los zaques, hijos del sol52.

Otras costumbres dignas de mención eran aquellas relacionadas con la menarca o aparición de la primera menstruación.

Bien sabemos que este hecho fisiológico siempre ha tenido algo de tabú. La doncella muisca en quien el flujo sanguíneo denunciaba su madurez sexual, tenía que someterse a una ceremonia purificadora muy particular, parecida a la que acostumbraban los taironas en la región de Santa Marta y los liles en el Valle del Cauca. Cubierta con una manta la cabeza debía permanecer sentada seis días en el rincón de un bohío; luego, entre doble hilera de indios, marchaba hasta una laguna (Sie) en cuyas aguas se lavaba para quedar purificada.

Desde este instante se le denominaba deipape, que según el Padre Simón equivalía a “doña Fulana”. Retornaba a su casa y en medio de un jolgorio animado con chicha era presentada en sociedad. Pérez de Barrada dice que el nombre que recibía era ipaque y que para Lehman significaba “señora”, o simplemente “mujer”; en otros términos, apta para la vida sexual y el matrimonio.

Volviendo a lo del matriarcado chibcha, era usanza que los caciques fueran azotados por sus mujeres, particularmente al calor de los celos53, fustigación que, al decir de Reclus, no excedía de ocho golpes54. Pero, cosa paradójica, algunos privilegiados como el Sacerdote Sugamuxi o el zaque de Tunja, mantenían en sus casas hasta trescientas tyguyes o concubinas; los demás caciques poseían cuantas pudieran sustentar.

Además, si les llegaba noticia de doncellas hermosas, presurosos las solicitaban a sus padres y estos estaban en la obligación de concederlas. En cambio, a los ogques, o médicos sacerdotes, se les obligaba a vivir en celibato porque “teniéndolos por hombres santos, a quienes respetan, honran y veneran, y con quienes se consultan cosas graves, no les parece cosa conveniente que sean lujuriosos y lascivos56.

Para que no quede duda de ese matriarcado que hemos venido mencionando, la esposa principal, que era la que gobernaba la casa, tenía el derecho de exigir a su marido que una vez muerta no tuviera “carnal ayuntamiento” por el término que ella señalaba, y que la ley limitaba a cinco años.

Soltera, la mujer muisca disfrutaba de plena libertad sexual, pero su entrega debía de ser voluntaria. Al respecto, era admirable la severidad del código de Nemequene: moría indefectiblemente quien siendo soltero forzase a una india, pero si era casado dos solteros tenían que dormir con su mujer y gozar de ella57. Es seguro que esta disposición de Nemequene se viera en veces burlada si nos atenemos a lo que cuenta Rodríguez Freire.

Dice el cronista que por allá en 1538 -cronología puesta en duda por Juan Friede- los ejércitos del cacique Guatavita y los del teniente Bogotá, convinieron una tregua de treinta días para cumplir con los dioses antes de librar la batalla. De uno y otro bando hombres y mujeres bailaron al son de sus instrumentos; luego comieron y bebieron juntos “en grandes borracheras que hicieron, que duraban de día y de noche, a donde el que más incestos y fornicaciones cometía era más santo” 59. Con razón aducimos nosotros, la virginidad era despreciada entre los muiscas.

“Reparaban poco -anota el Padre Zamora- en no hallar doncellas a sus mujeres, y en algunos era motivo para aborrecerlas si las hallaban con integridad, porque decían eran mujeres despreciadas que no hubo quien hiciera caso de ellas” 60..

Para terminar esta rápida visión de las costumbres chibchas en cuestiones ginecobstétricas, creemos útil transcribir el léxico que usaban, referido a la reproducción humana y que ha sido tomado del Diccionario y Gramática chibcha, manuscrito anónimo de la Biblioteca Nacional de Colombia, publicado por la Imprenta Patriótica del Instituto Caro y Cuervo (1987), como también de la Gramática de la lengua chibcha, escrita por Ezequiel Uricoechea y publicada en París por Maisonneuve y Cía (1871).

[column size=”1-2″ style=”0″ last=”0″]- Abortar, mal parir. zic zamasqua.
– Doncella. Cha amucanza, o cha cazazae.
– Empreñar. Muysca yc bxisqua.
– Engendrar. Bxisqua.
– Estéril muger. Tine tynec aguene tynabsoque.
– Fecunda hembra. Xique cui.
– Fornicar: Bchisqua.
– Moza que ya a parido. Ipquaquy.
– Morir de parto. Muyscac bgysqua.
– Morir de parto recién parida. Hizac bgysqua.
– Mujer. Muysca fucha.
– Nascer. Fac izasqua zemuysguynsuca.
– Pares de muger. Chyumy o guia.[/column]

[column size=”1-2″ style=”0″ last=”0″]- Parida. Isquyn.
– Parir: Bxisqua.
– Partear. Ie zbiasqua.
– Partera. Ieiasca.
– Peson de teta. Chupqua.
– Preñada. Guasquyn o muysca aiec suza.
– Preñada hacerse. Muysca ziec azasqua
– Preñada estar. Muysca zuec azone.
– Primogénito. Chyty.
– Purgar la muger. Hybazmistysuca.
– Seno de muger. Sin versión muisca.
– Simiente de animal. Ion.
– Teta. Chue[/column]
[spacer size=”10″]

Al revisar con atención el mencionado léxico, en el Diccionario encontramos que no figuran palabras relacionadas con los órganos genitales.

Probablemente no las tenían, o quizás quienes recogieron el léxico tenían instrucciones de preferirlas por considerarlas inconvenientes, “repugnantes y corrosivas”, tal como lo registra Fray Juan de Zamárraga, obispo de México, en su relación al Emperador Carlos III sobre las costumbres de los naturales de la Nueva España61. Esta repugnancia por lo atinente al sexo la demuestra el mismo Uricoechea, pues al registrar el término ziez amascua, o miez amascua, que significa abortar o malparir, señala que “no es palabra decente, por indicar partes pudendas”. A diferencia del Diccionario, la Gramática de Uricoechea recoge los términos nacua (miembro viril), nieta o nie (miembro femenil) y miomy (testículo).

Es curioso advertir que el término bxisqua signifique a la vez “parir” e “ir a pie por el agua”. Esta doble acepción puede tener su explicación, pues, como vimos atrás, las indias, que no tenían parteras, cuando sentían los dolores del parto huían solas hacia las orillas de los ríos o de las lagunas -hacia donde hubiere agua- para dar a luz allí.

Un comentario más: las fuentes de las que nos hemos servido carecen, en nuestro concepto, de pureza idiomática o lexicológica, pues en ellas aparecen varios neologismos, o hispanismos, introducidos a lo largo del periodo de dominio español. Muchos de los términos chibchas registrados en el Diccionario surgieron luego de la llegada de los conquistadores, como el de partera (lejasca), si nos atenemos a lo relatado por los cronistas, es decir, que no existían parteras.

Referencias

27.Invasión del país de los chibchas, Ediciones Tercer Mundo, Bogotá, p. 57, 1966.
28.El humanismo y el progreso del hombre, Editorial Losada, S.A., Buenos Aires, p..213, 1955.
29.Vida de Jesús, Editorial “El Ateneo”, Buenos Aires, p.33, 1958.
30.Mitos, leyendas y dioses chibchas, Biblioteca de autores caldenses, Manizales, p.57, 1965.
31.Leonardo, R.Historia de la ginecología. Salvat Editores, S.A., Barcelona, p.23,1948.
32.Noticias historiales de las conquistas de Tierra firme en las Indias occidentales, Bogotá, tomo 3. 214, 1885.
33.Historia de la provincia de San Antonio del Nuevo Reino de Granada Biblioteca Popular de Cultura Colombiana, Bogotá p 141, 1945.
34.La Obstetricia en Venezuela. Editorial Ragón C., Caracas 1955.
35.Ledesma D.A. “Bosquejo histórico de la obstetricia”. En Tratado de obstetricia, Juan León, Editorial Científico, Buenos Aires, tomo III, p. 1.325, 1959.
36.Ghalioungui, P. “La medicina en el Egipto Faraónico” En Historia universal de la medicina, Salvat Editores, S.A., Barcelona, tomo I, p 113, 1975.
37.Mitología universal. Ediciones Ibéricas, Madrid, tomo I, p. 228,1960.
38.Mitos, leyendas…, p. 32.
39.Historia de la obstetricia y de la ginecología en España. Editorial Labor, S.A. Barcelona, P.109,1944.
40.Buesa, H. “La obstetricia primitiva”. Actas Ciba, 4 trimestre, p. 122, 1950.
41.Noticias historiales…, p. 214.
42.En Historia de la obstetricia y la ginecología en Latinoamérica, p. 354.
43.Elegía de varones ilustres de Indias. Editorial Suramérica1 Caracas, 1932.
44.Noticias historiales…, p. 214.
45.Orígenes del complejo de Edipo (De la mitología griega a la mitología chibcha). Ediciones Tercer Mundo, Bogotá, p. 179, 1968.
46.Colombia. Biblioteca Schering Corporation, Bogotá, p. 159, 1965.
47.Los muiscas antes de la conquista. Consejo Superior de Investigaciones Científicas (Instituto Bernardino de Sahagún), p. 159, 1965.
48.Fray Alonso de. Historia de la Provincia…, p. 141.
49.Ibíd., p. 136
50. La civilización chibcha. Biblioteca Banco Popular, Bogotá, p. 240, 1970.
51. El mito del nacimiento del héroe. Ediciones Paidos Ibérica, Barcelona, p. 88.1981.
52. Op.cit., p. 143.
53. Fray Alonso de Zamora. Historia de la Provincia…, p. 141.
54. Colombia, p. 136.
55. Zamora, Historia de la Provincia…, p. 140.
56. Castellanos, Elegía…, p 234.
57. Zamora, Historia de la Provincia…, p. 141.
58. Invasión del país de los chibchas…, p. 21.
59. El Carnero, Imprenta Nacional, Bogotá, p. 65, 1963.
60. Historia de la Provincia…, p. 141.
61. Jenings, G. Azteca Editorial Planeta, Barcelona, p. 11, 1981

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