Panorama Médico del Siglo XVIII

Fernando Sánchez Torres, M.D

Medicina en el Nuevo Reino de Granada

Para darnos mediana idea de cómo andaban las cosas en la medicina en el Nuevo Reino de Granada durante los últimos decenios del siglo XVIII, conozcamos algunos documentos al respecto. En primer término, veamos lo que decía el médico Sebastián López Ruíz en su “informe contra empíricos y curanderos” fechado 27 de enero de 1778:

“Otro mayor, é irreparable daño sigue á aquella insuficiencia (se refiere a la de médicos), y es la ruina espiritual de unas Almas que careciendo de propio demerito, tienen grave derecho á nuestra conmiseración.

El contagio que el primer Padre puso en su posteridad, nos hizo infelices; por esto aplicar el remedio que el Salvador tan ásu costa nos ha franqueado, es el principal objeto de nuestras miras que nos inspira a ser de todo punto solícitos en expiar la ignorancia de los que turban el Parto natural, é inhavilitan las más seguras operaciones de la Zirugía en la extracción del feto, si por aquellos errores, burlando su esmero, aparece un cadáver, o murió antes la madre.

Y dado caso que no necesiten las Parteras de agenos socorro, esto es del médico, y zirujano, ocurre la grave sospecha aserca de lo válido del sagrado Bautismo, quando al temor de algún accidente administran su ablución.

Esta duda no carece de fundamento, quando por otra parte vemos las pocas luces que algunas de aquellas mugeres tienen de los principios del christianismo. Quantas vezes preguntadas sobre la forma, ó presisa materia de la primera tabla en que nos libramos del naufragio (…)”44.

En este documento:

Sebastián López Ruiz no solo pone de presente la falta de profesionales capacitados para atender los partos sino también, y en especial, la falta de preparación de las empíricas que “perturban el parto natural” y no saben siquiera la manera de administrar el bautismo, acto éste de tanto significado en aquellas calendas, tal como veremos al comentar la disposición real que ordenaba la práctica de la operación cesárea en mujer muerta, sin importar la edad de gestación.

Por su parte, el virrey Ezpeleta se expresaba así en 1796:

“La importancia de la conservación de la salud pública pide que se hable alguna cosa acerca de la falta de médicos, que principalmente se padece en todo el Reino y que en esta capital es mayor que en algunas otras ciudades cabezas de provincia.

Apenas podrá creerse que no hay aquí más facultativos que dos y que cuando se ha tratado de buscar arbitrios para dotar uno de ellos y conservarlo por este medio, ha sido preciso contar más bien con la suscripción de algunas casas pudientes, que con las ventas de la ciudad, siendo estas en otras partes el principal fondo de donde se costea el salario del médico y cirujano.

De aquí resulta que sólo sean atendidos los enfermos de las familias más ricas y principales y que la porción más recomendable carezca de socorros del arte, porque el médico necesita todo el día y aún la noche para asistir a donde está obligado por su contrata. La falta de cirujanos es absoluta y acaso es más necesaria esta facultad que la otra. Son frecuentes los casos de personas que quedan lisiadas y defectuosas por caídas y otros accidentes, sin recurso para el remedio.

Aun la parte obstétrica se desempeña de un modo bárbaro, por rutina y sin el menor conocimiento de sus regias, y no son raras las ocasiones de peligro en este pueblo, que es ya bastante numeroso (el resaltado es nuestro).

No obstante sobran en él muchas infelices curanderas que yo he procurado desterrar, pero no ha sido fácil; estos médicos supuesto aplican sus remedios, y aunque a vuelta de un cierto casual que publican y los acredita, cometen mil errores, siempre tienen a su favor la confianza de muchas gentes que imploran sus auxilios y sus escasos conocimientos’45

Los dos facultativos de quienes habla el virrey Ezpeleta eran, seguramente, los cirujanos Vidal y Honorato Vila, según se deduce de un extenso documento que escribió el sabio Mutis, con fecha 3 de junio de 1801, quejándose también del deplorable estado de la medicina en el Nuevo Reino, y en el cual, tratando la parte que nos interesa, anota: ‘”Más urgente há sido en los tiempos anteriores la necesidad de Parteras instruidas.

Destinadas al oficio por herencia; acreditadas por su virtud, y honestidad; pero incapaces de auxiliar los Partos trabajosos y difíciles, han contribuido á mantener el capricho de resistirse las Parturientas á los auxilios de la cirugía.

Desvanecida ya esa preocupación en este ultimo decenio, han apelado igualmente nobles y plebeyas á la destreza del Cirujano Vidal; por cuyo fallecimiento continúa socorriéndolas Don Honorato Vila” 46.

El anterior informe de Mutis contiene la primera referencia histórica de la participación en el Nuevo Reino de Granada de un cirujano en intervenciones de orden obstétrico.

Santiago Vidal, de quien Mutis elogia su destreza como cirujano, ejerció la medicina sin permiso, es decir, no había presentado su título de médico o de cirujano, tal como lo establecía la providencia dictada por el Cabildo en julio de 179047.

Por su parte, Honorato Vila era cirujano del Colegio de Barcelona y doctor en medicina de la Universidad de Cervera; ejerció algún tiempo en la villa de Honda y se radicó luego en Santafé, “mereciendo la confianza de los últimos señores virreyes y llevando el peso de la mayor parte de la población y sus hospicios”.

En efecto, comenta Pedro María Ibáñez que le correspondió al doctor Vila, hacia 1792, ser el médico exclusivo de una población de 21.000 habitantes. Fue el primero que acostumbró visitar a sus enfermos a caballo; cobraba cuarenta centavos por consulta, no obstante lo cual logró hacer un capital y regresar a España después de haber residido por más de ocho años en Santafé48.

No podemos omitir los nombres de los “médicos supuestos” de que atrás hablaba el virrey Ezpeleta, y cuyas hazañas han llegado hasta nosotros. Uno de ellos era la comadre Melchora, partera muy conocida en la ciudad, que vivía en la calle de Las Véjares y que una vez dueña de numerosa clientela ensanchó su radio de acción y se hizo curandera. Su terapéutica consistía en cortar el cabello, prescribir baños de agua fría y provocar crisis internas con agua de pollo49.

Fue paciente de su colega don Domingo Rota, de quien nos ocuparemos luego. Otro, rival de la Melchora, era el “Maestro Casallas”, gran barbero y flebotomista50.

Finalmente, completaba la trilogía el mencionado don Domingo Rota, el más versátil de los tres, pues era a la vez literato, platero y relojero, como que tenía a su cargo el mantenimiento de los relojes de la Catedral y de la iglesia de San Francisco. En nota introductora a su obrilla Casos felices y auténticos de medicina.

Enseñan a curar males graves, con casi simples medicamentos, dice: “Cuando el ilustrísimo señor Rafael Lazo era cura del pueblo Bogotá, fui su feligrés. Me instó sobre recibirme de médico. Me disculpé mucho: pero no obstante me dió carta para el sor. Doctor Camilo de ‘Ibrres diligenciase su empeño. Dicho señor me preguntó ¿le dicen algo por que cura? Respondí que no, y él: pues cure y no se meta en más'” 51.

Por tan curioso introito podemos darnos cuenta de que en esas calendas no era menester poseer título de médico para ejercer; ninguna autoridad decía nada. Según el jurisconsulto don Camilo Torres, ese silencio cómplice no hacía necesario pasar por la universidad.

(Lea También: El Siglo XIX)

Los casos relatados por el curandero Rota en su obrilla fueron recogidos entre 1790 y 1800. Son, por lo tanto, muy representativos de la calidad de la medicina que se ejercía en el Nuevo Reino de Granada a finales del siglo XVIII. Esto nos mueve a transcribir aquellos que tienen que ver con la ginecobstetricia, con excepción del caso 9.

Hélos aquí:

“Caso 9.

La comadre Melchora (calle de las Vejares) partera hábil padeció veintiún años clavo histérico. Es un dolor de cabeza terrible periódico. Estaba entre la cama de pabellón con mantellina, sombrero, pañuelo, montera y una bayeta colorada, creyendo éra frío con calentura continua: el cutis ardorozo, y muy flaca: había estado repetidas veces en el hospital la atenuaron con muchas sangrías (…). Le aconsejé las abluciones, y agua de pollo fría (…).

Caso 34.

La Micaela Cuevas, del número 25 por un susto se le detuvo el menstruo y se le abultó el vientre le mandé baños fríos dieta humida, ayudas, y agua de pollo, Según Pomme: ella no lo creya, la leyó, y comenzó la cura el día tres de agosto, y el veinte y cuatro arrojó un conjelo sin sentir. El veinte y cinco otro, y nueve pedazos congelados (…).A los baños fríos repetidos, agua de pollo nitrada, ayudas y dieta: no se resiste la sangre detenida. ‘Tengo de esto mucha experiencia y pudiera escribir varios casos: el bulgo dice que cierta flor que llaman sanguinaria de olor pesado y grave es buena para lo dicho siendo falso por que es muy cálida y causa mucho daño: no se engañen” .

Caso 35.

Antonio Rojas (calle del hospicio) fué á llamarme que se le moría una mulata de parto, pues cuatro parteras no le habían podido socorrer en tres días de un seguido dolor: tenía muy duro el pulzo, seler, y sequisima la cutis: conociendo su mucho calor y sequedad, mandé agua nitrada, baño, y dos ayudas frías, pronto se hizo y alivió: se repitió á las dos horas, y viéndola mejorada, se le dió tercer baño, y labativas, á otras tres horas. é inmediatamente pario; quedándose las comadres admiradas de lo que no habían visto mayormente viendo su buena salud. Las comadres dán abortivos cálidos, y bebedisos que aprietan, y más dificultan la expulsión; si este calor, y sequedad dominante, es aún incognito á los doctos, cuanto más á las comadres.

“Caso 37.

En Manta á la mujer de Joaquin Mendez con vino y disparates le mataron la criatura, y salió un brazo. El sr. dr. Rocha iba á administrarla, fui con el, y me pidieron remedio: mandé repetidas bayetas mojadas, en agua, y aguardiente: con esto alzó á mirar a un su cuñado que la tenía, y le dijo: mira como me aflojé. A un rato parió, y quedo buena.

“Caso 38.

Una primeriza en Turmequé no podía parir, y rogativas y alboroto: fue el sr. Lopez á administrarla, fui con el, la pulsé, animé y dije, descanzara que á la tarde pariría; y así fué. Cuiden las primerisas de no creer á las comadres que desde los primeros dolores les dicen que es parto: ellas sin experiencia les dán crédito, y tal vez les faltan dos ó tres días; de suerte que cuando en tiempo están casi muertas por ellas, sin alientos, y de esto nacen las desgracias.

No les hagan caso, desprecien los dolores haciéndose el cargo que aun les faltan días, y mucho mas los bebedisos. Agua de pan hervido ligeramente nitrado, y el baño les conviene mucho. Los animales no mueren de parto, por que ni tienen comadres, ni toman bebidas; por que la naturaleza lo hace todo, y en esto convienen ellas con ellos”.

Aquí dos anotaciones. Una, los baños -base de la terapéutica de don Domingo Rota- consistían en lo siguiente: “Abluciones son bayetas semi-mojadas que se aplican en la parte afecta.

También se llaman topúos emolientes cuando á la agua en que se mojan se añade vino y jabón: ó aguardiente ó agua y leche y con dichas bayetas se puede bañar -todo el cuerpo con poca agua y bien esprimidas de suerte que no se moje la cama del enfermo”.

La otra, no hay duda de que el señor Rota era un curandero naturista pues afirmaba que “la naturaleza es la médica de los morbos”, “a naturaleza está contenta con pocos y simples remedios y camina a pie lenta”; “si se quiere curar brebe con remedios grandes, brebe perece el enfermo.

Hemos dejado para lo último el caso que figura con el número 5, pues tiene todos los visos de haber sido un aborto. Es como sigue:

“Catalina de Matías Abondano, (alias la aojeada), tomó vino y se le detuvo el flujo menstrual. Un boticario mandó para cólico histérico, agua de hinojo, caldos piperinos, y cataplasmas de ruda y cebollas fritas y aplicadas al vientre, con que se inflamó el vientre y puso en sumo peligro: porque si en cualquier lugar interno es peligrosa la inflamación, potiori título en el utero como miembro tan delicado.

Quince días llevaba de calentura, y excesivos dolores la arteria seler, y parua, rubicanda, los ojos espantosos, y llorosos, asustadísima porque un boticario le pregunta: ¿incha algo? y por haber visto ella á otra que abrieron y murio (el subrayado es nuestro) le di esperanza de remedio: ordené por toda bebida, pues era grande la sed, orchata de almendras sin dulce, con doble dósis de nitro fijo; una labatiba de infusión de mansanilla y jabón, incesantemente aplicada, caldos sin condimento, y no más.

Al otro día confesó alivio y la arteria había aflojado; se repitieron los mismos remedios; al tercero día más alivio y la arteria había aflojado; se repitieron los mismos remedios; al tercero día más alivio y mejor pulso; dijome está mas chico el dolor; dije ¿ qué tan grande? respondió que como un fuerte.

¿Repregunté y antes qué tan grande? Como una mano; se hizo lo mismo y á la noche se exacerbó mucho y me llamaron; fui con intención de sangraría y ya había reventado la inflamación: purgó bien y solo añadí inyecciones al útero de aristoloquia redonda (uncia, droga de la botica)”.

Aunque no podemos dar mucho crédito a lo que relata Domingo Rota en este “caso feliz”, entre líneas hay dos hechos que llaman la atención: primero, la posibilidad de que en su época se hubiera llevado a cabo una laparotomía pues dice que su paciente había visto “a otra que abrieron y murió»; el segundo, la práctica de inyecciones o lavados intrauterinos que, como veremos después, solo al finalizar el siglo XIX figura por primera vez como procedimiento profiláctico y curativo de la infección puerperal.

Referencias

44.Op.cit.,Manuscrito inédito. Santa Fe de Bogotá, 1778. Sección libros raros y curiosos. Biblioteca Nacional, Bogotá.
45.Soriano, A. La medicina en el Nuevo Reino…, p. 142.
46.Mutis, J.C. “Documentos sobre el mal estado de la ciencia médica en el Nuevo Reino” Manuscrito No. 169. Sección libros raros y curiosos. Biblioteca Nacional, Bogotá..
47.Ibáñez, P.M. Memorias para la historia de la medicina en Santafé de Bogotá. Imprenta de vapor de Zalamea Hermanos, Bogotá, p. 28, 1884.
48.Ibíd., p. 25.
49. Ibíd., p. 26
50.Ibíd., p. 27.
51.Op.cit., Impreso en Tunja por Vicente de Baños, 1830

Resumen

En los trescientos años comprendidos entre los inicios de 1500 y los finales de 1800, que corresponden a la época de la conquista y la colonia, la medicina no primitiva, técnica, estuvo ausente, casi por completo, en el territorio de la Nueva Granada.

Es cierto que se fundaron hospitales en las cinco o seis ciudades principales y que llegaron algunos facultativos graduados en universidades europeas. No obstante, dado que para entonces el nivel científico de la medicina española era muy pobre, poco podía esperarse en asuntos médicos en las colonias allende el mar.

El Protomedicato pretendía darle un mejor status a la profesión, ejerciendo vigilancia sobre quienes aspiraran a desempeñarse como curadores, particularmente en Santafé y Cartagena, donde la actividad médica era más intensa por ser las urbes mas desarrolladas del Nuevo Reino.

En 1653 Fray Cristobal de Torres solicitó permiso a las autoridades de Madrid para fundar el Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario, donde se dictaría una cátedra de Prima Medicina.

Este último propósito no tuvo cumplimiento por no contarse con un individuo idóneo que la regentara. En 1758 el virrey Solís designó Protomédico a don Vicente Román Cancino, con la obligación de encargarse de la cátedra, siendo ésta la primera vez que durante la colonia se enseñó medicina. Luego, en 1786, en el Colegio de San Bartolomé también se dieron lecciones de esa ciencia. Pero solo fue en los inicios del siglo XIX cuando, como veremos adelante, se estructuró un completo plan de estudios que permitió la formación de verdaderos médicos.

Promediando la segunda mitad del siglo XVIII la essez de médicos era muy notoria.

Demostración de ello las palabras del virrey Messía de la Zerda, refiriéndose a Santafé de Bogotá: “(…)hasta ahora ha vivido sujeta a los que aparecen o transitan de fuera, obligando la necesidad de valerse de ellos, sin detenerse a examinar su talento y la legitimidad de sus títulos”.

Pese a que la cátedra de Prima Medicina estaba establecida, en la práctica carecía de sentido pues nadie se interesaba por aprovecharla. En efecto, la profesión médica por aquellas calendas carecía de atractivo; ejercerla no daba prestigio alguno.

Por lo anterior puede inferirse que nada novedoso ocurrió en el terreno de la obstetricia y la ginecología. Lo único digno de mención es la aparición de las “comadres sabias españolas”, y de las mujeres nativas que las emulaban.

El parto solitario quedó entonces abolido, y si no ocurría con asistencia y ayuda en todos los casos, por lo menos sí con compañía. Por supuesto que conociendo la sapiencia de las tales comadres, ha de presumirse que su contribución debió de ser frecuentemente funesta, si nos atenemos al acertado juicio del profesor Florencio Escardó: “La obstetricia en manos inexpertas es el arte de trastornar el proceso natural del parto”.

De otro lado, los contados médicos que ejercían en el territorio neogranadino, extranjeros casi todos, tampoco eran prenda de garantía, pues sus conocimientos y habilidades tocológicas eran demasiado pobres.

Una excepción -con las naturales reservada sería el francés Antonio Sassier, residente en Cartagena promediando el siglo XVIII, y quien para respaldar su petición de que se le permitiera trasladarse a Santa Marta, afirmaba que él podía determinar si una señora estaba o no embarazada.

Pese a que en los hospitales procuraba evitarse la promiscuidad entre los enfermos estableciendo pabellones o salas de mujeres, la atención obstétrica no era uno de sus objetivos.

Inclusive, en un hospital destinado solo para mujeres, como fue el que fundara entre 1640 y 1650 doña María Barros Cabeza de Vaca en Cartagena, se atendía todo género de patología menos la que tenía que ver con los partos.

Era costumbre que los nacimientos ocurrieran en el domicilio de la parturienta, y que allí mismo quedara abandonada a su propia suerte si surgían complicaciones.

Como algo excepcional, en Popayán existía un nosocomio, fundado y atendido por los Hermanos Camilos de la Buena Muerte, donde se recibían enfermos en estado físico terminal. Algunas embarazadas fueron a dar allí, pues quedó registrado que finalizando el siglo XVIII los religiosos practicaron la operación cesárea postmortem, atendiendo disposiciones de la Iglesia católica.

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