El “Ingenio” del Ingenioso Hidalgo

ADOLFO DE FRANCISCO ZEA, M.D

“Dicen, que naturaleza hurtó al juicio todo lo que aventajó el ingenio,
en que se funda aquella Paradoxa de Séneca, que todo ingenio grande tiene un grano de demencia”.

BALTAZAR GRACIAN, en “Agudeza y Arte de Ingenio”, 1773

I

José Antonio Marina, un sagaz escritor y lingüista de nuestros días, sostiene en “La Selva del lenguaje” (1988) que el principal papel del lenguaje es instruirnos sobre la forma de la realidad mas no sobre la realidad en sí misma, y que el lenguaje es más de fiar cuando se refiere a los fenómenos subjetivos que a las realidades objetivas.

Sus tesis son importantes de tener en cuenta cuando se estudian las obras literarias o científicas del pasado, en las que los elementos emocionales subjetivos tienen mucho que ver con el significado dado a los vocablos.

Muchas palabras de uso corriente en nuestro tiempo han tenido cambios en su significado al pasar de los días y su sentido actual puede no ser igual al que tuvo hace cien, doscientos o más años.

Los vocablos pueden tener significados relativos y a veces ambiguos, y sentidos distintos en el código existencial del otro. Cambia el significado de las palabras y cambia también el de los conceptos.

Umberto Eco se ha referido a estos temas en su libro “Histoire de la Beauté” (2004), en el que estudia el sentido de la idea de belleza en distintos períodos históricos.

Otras veces ocurre lo contrario y el significado de los vocablos puede mantenerse invariable a lo largo del tiempo.

En el terreno de lo religioso, por ejemplo, las modalidades y cambios de los sentimientos dieron paso a una serie de expresiones de sentido análogo en épocas distintas: el “temor de Dios” se transformó en respeto o servicio a la divinidad y más tarde en acatamiento a la voluntad divina.

El epígrafe de Baltazar Gracián que he colocado al comienzo de este capítulo tiene, por ejemplo, un significado similar al de un pensamiento aristotélico de hace más de dos mil años que dice así: “Nullus magnum ingenium sine mixtura dementiae”.

En uno de sus bien logrados libros, “El Arte de la novela” (1987), Milan Kundera afirma que el hombre anhela un mundo en el que sea posible distinguir con claridad el bien del mal en razón a su característica innata e inmodificable de juzgar antes que comprender. Un mundo sin ambiguedades ni ambivalencias.

Es así como en la fusión del sueño y la realidad en las novelas de Franz Kafka se exige que alguien tenga la razón: o bien K., es inocente, aplastado por un tribunal injusto; o bien, tras el tribunal se oculta la severa justicia divina y K. es culpable.

En otras palabras, el hombre tiende a buscar en las palabras sentidos precisos en lo que escucha y en lo que quiere expresar.

Un ejemplo concreto de los diferentes significados que un vocablo puede adoptar al pasar de los días es la palabra “erudición”. Las maneras de entender su sentido cambian de un autor a otro y de una época a la siguiente. Llamo la atención sobre esta palabra en razón a que a Cervantes se le consideró erudito según el testimonio de muchos de sus biógrafos.

Baltazar Gracián se remontó a los filósofos presocráticos para trazar desde allí la secuencia histórica de la palabra hasta su propia época, en una extensa lista de significados, metáforas y formas de entenderla.

Dice así Gracian: “Tales de Mileto la definió parte de la felicidad; Sócrates, arreo del ánimo; Bion, tesoro de toda la vida; Demócrito, gozo de los dichosos y refugio de los desdichados; Diógenes, aliño de la vida; Platón, salud del alma; Aristóteles, luz del entendimiento; Teofrasto, viático de todo el mundo; Glicón, asilo de la desdicha; Metrocles, merced del tiempo; Demades, ramo de divinidad; Hierón, trono de la virtud; Antístenes, jardín del espíritu; Séneca, armonía de la mente; Alexando Magno, única ventaja del vivir; Dionisio, escudo contra la mala fortuna; Ladislao, distinción de la irracionalidad; Sigismundo, riqueza de los pobres y suntuosidad de los ricos; y Alfonso el magnánimo, el verdadero Reyno” (Gracian, 1773).

Definir lo que significa la palabra “ingenio” es una tarea tan complicada que Marina tuvo que dedicar un libro entero a esa empresa: “Elogio y refutación del ingenio” (1992).

En momentos importantes de su historia, el “ingenio” se entendió fundamentalmente como el poder creador de la inteligencia.

La palabra apareció por primera vez en el “Vocabulario Universal” de Alfonso de Palencia (1490), como una facultad natural, no aprendida, relacionada con la actividad de inventar. Su significado se amplió notablemente cien años más tarde para incluir en él el entendimiento y todas sus facultades.

El Diccionario de Covarrubias de 1611 lo define como “una fuerza natural del entendimiento, investigadora de lo que por razón y discurso se puede lograr en todo género de ciencias, disciplinas, artes liberales y mecánicas, sutilezas, invenciones y engaños”. El ingenio se entendió como un talento universal.

El vocablo “ingenioso”, por su lado, se reserva actualmente para las invenciones menores. En ese sentido no se podría llamar “ingenioso” a Albert Einstein, sino más bien a todo aquel que sabe urdir una broma divertida o resolver un problema con habilidad.

En el Diccionario de la Real Academia de la Lengua existen numerosas acepciones de “ingenio”, y secundariamente de “ingenioso”. La definición del diccionario incluye las siguientes variantes:

“Facultad del hombre para discurrir o inventar con prontitud y facilidad; individuo dotado de esta facultad; intuición, entendimiento, facultades poéticas y creadoras; industria, artificio o maña de alguien para conseguir lo que desea; chispa y talento para mostrar rápidamente el aspecto gracioso de las cosas”.

Lo natural del “ingenioso” para algunos, es conseguir pasmar de asombro a los demás.

El Diccionario de Autoridades de 1726 define el “ingenio” como “una facultad o potencia del hombre con la que sutilmente discurre o inventa trazas, modos, maquinas y artificios, o razones y argumentos, o percibe y aprehende fácilmente las ciencias”; y el Diccionario de María Moliner lo considera, entre otras acepciones, como el talento para inventar chistes.

Los vocablos “ingenio” e “ingeniosidad” se emplean hoy en día para calificar fenómenos cuyos rasgos comunes resultan difíciles de discernir.

Para Marina, las palabras ironía, originalidad, humor, astucia, chiste, comicidad, parodia, inventiva, sátira, burla, equívoco, rapidez y timo, vocablos desprovistos de gran actividad intelectiva, podrían considerarse como avatares del “ingenio”.

En la sátira, aparece con nitidez el efecto importante del ingenio de devaluar la realidad. La sátira, la burla y el ingenio verbal, dice Marina, son armas eficaces de una agresividad intelectualizada; convierten al enemigo en un juguete al que zahieren sin grosería porque el insulto está transfigurado por la novedad y la gracia.

La palabra “genio”, que le hizo competencia al vocablo “ingenio”, influyó decisivamente en la devaluación de éste como facultad propiamente intelectiva. El lenguaje popular ha consagrado la expresión “juegos de ingenio” para incluir las charadas, jeroglíficos, adivinanzas y acertijos que componen un repertorio de problemas en los que el ingenio realiza su labor devaluadora (Marina, 1992).

En el Quijote se presentan situaciones peculiares en relación al significado que tuvieron las palabras “ingenioso” e “ingenio” en la época en que se escribió la obra. Hoy nos preguntamos qué razones pudo tener Cervantes para llamar “ingenioso” a Don Quijote.

En efecto, títuló la primera parte de su novela y el encabezamiento de los capítulos II, VI y XVI con las palabras “Ingenioso hidalgo”, y usó el término “Ingenioso caballero” en la segunda.

Es interesante precisar en lo posible el significado de estas palabras en otros tiempos para entender el sentido que tuvieron para Cervantes frente al que les damos hoy, cuatrocientos años más tarde.

Para su estudio, es útil acudir a tres obras fundamentales: El “Examen de Ingenios para las ciencias” (1575), de Juan Huarte de San Juan; “La Agudeza y arte de Ingenio” (1773) de Baltazar Gracian; y el “Elogio y refutación del ingenio” (1992), de José Antonio Marina; este último libro tiene además un apéndice de la linguista Marisa López-Penas, titulado “De inventos, mañas, sutilezas y engaños”, en el que sostiene que la historia de la palabra ingenio se puede relatar como una novela de aventuras llena de sorpresas, matrimonios de conveniencia y accidentes.

II

Juan Huarte de San Juan nació en San Juan de Pie de Puerto, Navarra, hacia 1520 y falleció en 1588. Estudió medicina en Alcalá de Henares y ejerció su profesión en Baeza gracias al nombramiento de médico vitalicio que le hizo el rey don Felipe II por haber servido a su ciudad en una epidemia de peste.

En 1575 publicó su obra “Examen de Ingenios para las Ciencias” de la cual aparecieron numerosas ediciones. El libro de Huarte tuvo en toda Europa una resonancia superior a la alcanzada en España y se tradujo al francés, el italiano, el holandés, el inglés, el alemán y el latín.

A finales del siglo XVIII el total de ediciones que fueron publicadas fuera de la península alcanzaba la cifra de cuarenta y cuatro. En la sección de Libros antiguos y curiosos de nuestra Biblioteca Nacional se encuentran ejemplares del libro en español e italiano. He tenido la oportunidad de consultar para este trabajo la edición española de 1603.

El libro de Huarte de San Juan fue denunciado ante la Inquisición en 1579 por el canónigo don Alonso Pretel, catedrático de teología de la Universidad de Baeza, e incluido en el Índice de libros prohibidos del cardenal Quiroga de 1583.

Se le reprochaba al doctor Huarte su osadía al contradecir a Aristóteles y no plegarse a la autoridad de Galeno a pesar de afirmar que lo que escribió aquel célebre médico era el fundamento de toda su obra; su rechazo a creer en los milagros por considerarlos contrarios a la razón; sus doctrinas sobre las relaciones orgánicas entre el cerebro y el entendimiento que intentaban probar la continuidad sustancial entre el cuerpo y el alma con lo que se anticipó a las discusiones sobre el problema mente-cuerpo que habrían de tener importantes desarrollos en la segunda mitad del siglo XX; sus creencias sobre el influjo de los temperamentos en la conducta de los individuos en evidente oposición al libre albedrío; y finalmente, sus ideas poco ortodoxas sobre la inmortalidad del alma, expurgadas por el Santo Oficio de la mayor parte de las ediciones del libro.

Huarte definía el ingenio como “la habilidad natural para una determinada ciencia, profesión u oficio”. Desde el punto de vista pedagógico, el objetivo de la obra era “saber distinguir y conocer estas diferencias del ingenio humano y aplicar con arte a cada uno la ciencia que más ha de aprovechar”. Pensaba que no era posible tener más que una forma individual de ingenio, aunque “algunos estultos estan privados de todas ellas”.

De la mujer decía con la dureza propia de su época: “La compostura natural que la mujer tiene en el cerebro no es capaz de mucha sabiduría ni de muchos ingenios”. Las ideas novedosas del doctor Huarte fueron analizadas detalladamente por el médico y literato Rafael Salillas (1905), y a ellas habremos de referirnos más adelante.

El ingenio es para Huarte una potencia de la mente capaz de engendrar conceptos; a esa potencia mental capaz de producirlos la llamaba también entendimiento.

“El alma y las demás sustancias espirituales, decía, son fecundas en engendrar conceptos y noticias tocantes a la ciencia y la sabiduría”. Y añadía: “El hombre ingenioso logra entender con el entendimiento las cosas naturales, sus diferencias y sus propiedades y el fin para que fueron ordenadas.

Sin embargo, la verdad no está en la boca del que afirma sino en la cosa de que se trate, la cual da voces enseñandole al hombre el ser que la naturaleza le dio y el fin para que fue ordenada.” (Huarte, 1603).

El “Examen de Ingenios” incluye también una amplia explicación sobre la teoría de los humores, aceptaba como verdad incontrovertible en la Edad Media y comienzos de la Moderna, que guarda estrecha relación con las ideas sobre lo que era el ingenio para los escritores del siglo XVI.

En esa doctrina se desarrolla la concepción de las formas a través de las cuales los cuatro contrarios que conforman el mundo, lo caliente, lo seco, lo húmedo y lo frío se combinan en el cuerpo del hombre para producir los humores.

De acuerdo a ella, la mezcla de caliente y húmedo forma la sangre; la de caliente y seco la bilis amarilla; la de frío y húmedo la flema; y la de frío y seco la bilis negra o atrabilis.

La proporción variable en que se combinan los humores en el organismo determina los diferentes temperamentos.

Los individuos sanguineos en los que predomina la sangre suelen distinguirse por su rostro peculiar, por dormir mucho, soñar con cosas agradables e irritarse con facilidad.

Los sujetos de temperamento colérico o melancólico, influidos por la bilis amarilla, son altos y delgados, viven en medio de arrebatos y de sueños llenos de pesadillas; se caracterizan además por sus opiniones intransigentes y por su insomnio pertinaz y son propicios para la vida retirada dedicada a la meditación y el estudio.

Los de temperamento flemático se distinguen por la gordura, el sueño excesivo, la lentitud en el aprendizaje y los letargos; los sujetos biliosos, influidos por la bilis negra o atrabilis, se caracterizan por su mal humor y sus tendencias negativas. (Huarte, 1603).

Para las gentes de aquellos tiempos, Don Quijote podría clasificarse como un individuo de temperamento colérico dotado de una particular inclinación a la sabiduría y la sutileza.

Huarte señalaba que la constancia e igualdad de ánimo de los temperamentos coléricos era bastante frágil y que su facilidad de inventiva les llevaba a extravagancias por “la destemplanza caliente y seca del cerebro”.

La alusión a los largos períodos de sueño del ingenioso hidalgo al regresar de sus salidas, podrían interpretarse de acuerdo a las doctrinas humorales como la búsqueda de pausas de reposo tendientes a lograr el aumento de la humedad en el cerebro para poder recuperar transitoriamente sus funciones normales.

En la teoría de los humores jugaba un papel preponderante la temperatura: el hombre tenía templanza cuando la temperatura era adecuada y destemplanza si ella era anormal.

La destemplanza era condición básica para la enfermedad. Según el grado de temperatura con que los humores llegaban al cerebro, éste podía inflamarse y conducir a “mil diferencias de locuras y disparates”.

Si la temperatura del cerebro no era excesiva, como bien podría ser el caso de Don Quijote, los sujetos “parece que están en su juicio y que dicen y hacen cosas convenientes pero realmente disparatan; esto no se echa de ver en absoluto por la mansedumbre con que algunos proceden.

Los médicos se aprovechan para conocer y entender si un hombre está sano o enfermo con mirar a las obras que hace: si son buenas y sanas, es cierto que tiene salud, y si lesas y dañadas, infaliblemente está enfermo” (Huarte, 1603).

La variedad de las destemplanzas, según Huarte, produce diferencias en el ingenio. Rafael Salillas cree ver lo ingenioso en lo patológico. De allí que afirme, sin soporte válido, que “la locura es siempre en la doctrina de Huarte un modo de ingenio”.

Cita las palabras del propio Huarte cuando dice: “Si el hombre cae en alguna enfermedad por la cual el cerebro de repente muda su temperatura, como la manía, melancolía y frenesía, en un momento acontece perder cuanto sabe; y si es necio, adquiere más ingenio y habilidad de la que antes tenía: un rústico labrador, estando frenético, hizo delante de mí un razonamiento con tanta elegancia y policía de vocablos como Cicerón lo podría hacer delante del Senado.”

Esta anécdota recuerda al filósofo Demócrito, perturbado mental en su vida corriente y sensato en extremo al explicar a sus oyentes sus doctrinas atómicas.

Huarte señala como propiedades del alma el entendimiento, la memoria y la fantasía o inventiva, propiedades que debían guardar entre sí un correcto y adecuado equilibrio. En consonancia con la teoría humoral, afirmaba:

“El cerebro ha de tener humedad para la memoria, sequedad para el entendimiento y calor para la imaginación”.

Aceptaba como cierta la idea de Demócrito que afirmaba que “el hombre desde que nace hasta que muere es una perpetua enfermedad” por las destemplanzas y desequilibrios humorales que le afectan. Pensaba que las destemplanzas por humedad hacían crecer el entendimiento y disminuir la memoria: “Mucho más sabría un hombre de cerebro seco que uno de cerebro húmedo……”

Y mencionaba a Platón, quien afirmaba: “No es fácil encontrar un hombre de muy subido ingenio que no pique algo en la manía, que es una destemplanza caliente y seca del cerebro”, frase que coincide en su sentido con las palabras de Baltazar Gracian que he colocado como epígrafe a este capítulo.

En relación a la pobre originalidad de los escritores de sus días, Huarte afirmaba: “No hay dicho ni sentencia en ningún género de sabiduría que ho haya sido dicho primero por otro, salvo en el caso de los poetas que dicen cosas que antes jamás han sido dichas”; sin embargo, “decir que las revelaciones de los poetas son divinas es un error craso y manifiesto.”

Para Huarte, “las facultades que gobiernan al hombre, naturales, vitales, animales y racionales, piden temperamentos particulares para hacer las cosas como conviene, sin hacer perjuicio a las demás. La virtud natural que cuece manjares en el estómago, pide calor, la que apetece, frialdad, la que retiene, sequedad, la que expele, humedad”.

Lo mismo ocurre con las potencias del entendimiento, la memoria y la imaginación: “La memoria, para ser buena y firme, pide humedad y que el cerebro sea de gruesa sustancia; el entendimiento, por el contrario, pide que el cerebro sea seco y de partes delicadas y sutiles. De allí se entiende que la sabiduría humana ha de ser con moderación y templanza y no con tanta desigualdad” (Huarte, 1603).

III

En los Actos de Conmemoración de los trescientos años de publicada la primera parte del Quijote, Rafael Salillas presentó en Madrid su libro “El Doctor Juan Huarte y su Examen de Ingenios” (1905), como participación de la clase médica en ese Centenario.

En él sostiene que Cervantes conocía, “y no de pasada, ni tampoco de última hora, ni por incidencia, el “Examen de Ingenios”, y tal vez fuera convidado a su lectura por la curiosidad y el interés por conocer….”

Lo ingenioso, dice Salillas, “no cae mal sobre un loco.” Y afirma: “Esta manera de locura y de razón, esta diferencia de ingenio no la tuvo que inventar Cervantes traduciendo las enseñanzas del doctor insigne de cuyo famoso libro las recibió sin duda, sino que se la encontró hecha en ese mismo libro con un ejemplo de tanta evidencia, que le bastaría transportarlo y acomodarlo al asunto de su obra inmortal y a la modalidad del personaje que la caracteriza.”

Salillas expresa con estas palabras su firme creencia en la influencia que tuvo el libro de Huarte en el pensamiento de Cervantes.

El libro del doctor Huarte de San Juan, según Salillas, fue importante en la obra literaria de Cervantes en dos aspectos:

En el calificativo de ingenioso que el escritor le dio al caballero andante al títular su obra, y en la modalidad del trastorno mental de Don Quijote.

Piensa Salillas que en el pensamiento del doctor Huarte, “el ingenio es un modo de desequilibrio mental y hasta de enfermedad que se manifiesta en muchos casos en forma de locura”. De acuerdo a su manera de interpretar a Huarte, decir “ingenioso” y decir “loco” es decir exactamente lo mismo, ya que de acuerdo a su modo de entender esas doctrinas, un loco puede ser considerado a la vez ingenioso.

En su análisis de los primeros capítulos de la novela piensa que Cervantes no pudo llamar a Don Quijote “ingenioso” más que en el sentido de que era un loco declarado. Sostiene que la condición permanente e insustituible de un personaje ingenioso es precisamente su extravío mental.

Al referirse a la creación del libro, dice así: “La locura de Don Quijote y la transformación del hidalgo es cosa de ingenio; es reflejo de determinadas manifestaciones del ingenio; es debida a la ingeniosa literatura de los libros de caballería que le llega al cerebro, lo destempla y lo hace proceder con arreglo a la determinante de la imaginativa.”

Utilizando la terminología del siglo XVI, superada ampliamente en 1905 cuando escribió su libro y desdeñando la definición de ingenio de Huarte de San Juan en el sentido de “habilidad natural para una determinada ciencia, profesión u oficio”, Salillas conduce al lector a pensar equivocadamente que Huarte consideró sinónimos los términos loco e ingenioso, lo cual no corresponde a la estricta verdad.

Por el contrario, para Huarte los “ingeniosos” están separados de los “locos” y ocupan un nivel superior en la escala de los seres humanos.

Por ello decía Huarte: “Una de las mayores injurias que al hombre le pueden hacer de palabra, es llamarlo falto de ingenio, porque toda su honra y nobleza es tener ingenio….. No hay nada más perjudicial en la república que un necio con opinión de sabio, especialmente si tiene algún mando y gobierno…..

Las leyes y sabiduría facilitan al hombre ingenioso para discurrir y filosofar; tanto y mucho más entorpecen al necio.” (Huarte, 1603)

Marina, por su lado, señala que en algunos momentos de su historia la locura ha tenido una ambivalencia de sentido análoga a la de ingenio.

Para reforzar su afirmación cita una obra de Jerónimo de Mondragón, publicada en Lérida en 1598, cuyo magnífico título reza así: “Censura de la locura humana y excelencias della: en cuya primera parte se trata cómo los tenidos en el mundo por Cuerdos son Locos; y por serlo tanto, no merecen ser alabados. En la segunda se muestra, por vía de entretenimiento, cómo los tenidos comunmente por Locos son dignos de toda alabanza……”

El título de la obra de Mondragón, escrita siete años antes de la publicación de la primera parte del Quijote, muestra muy a las claras la dificultad que ya en aquellos tiempos existía para diferenciar la cordura de la locura, y el problema de darle a cada cual su correspondiente valor.

(Lea También: Sistemas de Pensar y Razonar del Siglo XVI)

IV

Baltazar Gracian (1601-1658), fue un escritor de mediados del siglo XVII cuya principal contribución literaria, “El Criticón”, es ampliamente conocida. En 1642 publicó con el pseudónimo de “Lorenzo Gracian” un libro titulado “Agudeza y Arte de ingenio”.

He tenido oportunidad de consultar un ejemplar de la edición de 1773, propiedad del doctor Rubén Salazar Gutiérrez. El libro de Gracian, que contiene una biografía de Cervantes, quizás la primera en escribirse, es un amplio tratado sobre las distintas formas de ingenio en las obras literarias en prosa y en verso, cuyo interés se escapa un poco al tema que tratamos.

Vale la pena resaltar, sin embargo, que el autor analiza el significado de diversas palabras, como la “docta erudición”, a la que antes hicimos referencia, y define además otros vocablos de interés en un estilo complicado y en general confuso.

Al definir lo que es el Hombre, por ejemplo, utilizando distintos nombres, apelativos y metáforas, Gracian dice:

“El griego dirá que es un microcosmos, un mundo pequeño; Platón, que es la medida de todas las cosas (aquí Gracian atribuye a Platón la conocida frase de Protágoras); Aristóteles, la armonía de el universo; Plinio, cifra de todo lo creado; Cicerón, vínculo del mundo; Séneca, centro del saber; Catón, participante de la mente divina; Sócrates, Dios para otro hombre; Pitágoras, árbol plantado hacia el cielo; Plutarco, rey de la tierra; Diógenes, sol con alma; el santo Moisés, imagen del mismo Dios; David, coronado de gloria; San Basilio, animal político; San Ambrosio, juez de todo; Gregorio Nacienzeno, gobernador de las criaturas, San Bernardo, ciudadano del paraíso, San Gregorio, contemplador de Dios, San Agustín, fin y blanco de las demás criaturas.

Mas yo, con la autoridad del mismo Dios, diré que es tierra, que es polvo y nieto de la nada: Memento homo, quia pulvis es, et in pulverum reverteris” (Gracian, 1773).

Gracian se refiere además a un segundo tipo de habilidad que posee el ingenioso:

La que se empeña en agradar, en hechizar el gusto para librarnos del aburrimiento, y hace referencia una y otra vez al asombro, la curiosidad y la sorpresa propias del ingenioso.

Los escritores de los siglos XVII y XVIII se dedicaron a producir agudezas de ingenio al punto de afirmar que existían “en cada esquina cuatro mil poetas”. Según Gracian, la poesía se volvió ingeniosa, y al convertirse en adorno social, el ingenio se generalizó.

En el siglo XVIII, el ingenioso era tenido además por “discreto”, palabra que definía en aquel tiempo “al que es agudo y elocuente, que discurre bien en lo que habla o escribe”.

Gracian publicó en 1640 un pequeño opúsculo titulado “El discreto” como complemento a su “Agudeza y Arte de ingenio”, en el que analiza perpícazmente los rasgos psicológicos de ese tipo de personajes.

V

Marina, en su erudito ensayo titulado “Elogio y refutación del ingenio” (1992), analiza extensamente las obras de Huarte y de Gracian y actualiza los conceptos de ingenioso e ingenio. Para este autor, el ingenio es en su esencia un proyecto de la inteligencia para vivir jugando a salvo de la lógica, la moral y la realidad.

Su libro es importante porque permite estudiar el ingenio desde la perspectiva actual y confrontarlo con las ideas vigentes en el amanecer de la Edad Moderna cuando se escribió el Quijote. Su aporte a la literatura de nuestros días en el campo del significado de la ingeniosidad y el ingenio, revela por qué su autor ha sido galardonado con tan numerosas distinciones en los campos de la linguística y la literatura.

Para iniciar el análisis del sentido que tiene la palabra ingenio en nuestros días:

Destaca el parentesco etimológico de “ingenioso” e “ingenuo”, afirmando que ambas palabras significan “innato” y “natural”. Pero en tanto que “ingenio” hacía relación a las habilidades no aprendidas, “ingenuidad” era “la espléndida facultad innata de ser libre”.

Estas palabras han llegado con el tiempo a ser casi antónimas: el ingenioso es avisado y astuto, el ingenuo, cándido y simple.

Al referirse a cómo reconocer lo ingenioso, dice que se considera ingenioso lo que provoca sorpresas agradables. El ingenioso sorprende por su fertilidad y rapidez y además por su originalidad. Cita como ejemplo la frase de Mark Twain: “Estoy seguro de que la música de Wagner no es tan mala como suena.”

Y se detiene en el significado de las parodias, las metáforas ingeniosas y las graciosas paradojas wildeanas para concluir: “La sociedad de nuestro tiempo es ingeniosa porque acepta los valores que tiene el ingenio. Entre dos posibilidades igualmente temibles, la angustia y el aburrimiento, el hombre busca la solución en el ingenio.”

Los cuidadosos análisis de Marina revelan la inmensa riqueza de significados que los vocablos ingenioso e ingenio han tenido desde los tiempos de Huarte de San Juan, Cervantes y Gracian hasta nuestros días.

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