Manifestaciones de la Patología Mental

III

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La manía, la melancolía y la frenitis fueron las manifestaciones de la patología mental mejor conocidas desde la antigua Grecia hasta el Renacimiento. El vocablo manía parece haber significado inicialmente locura en un sentido amplio, aunque a veces tenía la acepción más precisa de locura delirante.

El término melancolía, de otro lado, se usaba para designar lo extraño o nervioso, pero tenía además el significado más concreto de cualquier desorden mental que implicara miedo o tristeza y que durara largo tiempo. Frenitis era el nombre que se daba a las formas agudas de enfermedad mental.

La manía, la melancolía y la frenitis se convirtieron gradualmente en las formas tradicionales de locura de la medicina antigua: manía, como un estado de perturbación de la mente asociado a excitación profunda y a cambios de conducta; melancolía, como un complejo sintomático de irritabilidad, intranquilidad, desesperación y miedo asociado con frecuencia a ideas delirantes, misantropía, cansancio de la vida y trastornos del aparato digestivo. Muchas ideas sobre las patologías de la mente formuladas en épocas antiguas perduraron con escasas modificaciones en la Europa del siglo XVII.

Es un hecho bien conocido que la melancolía severa, es decir, la depresión endógena profunda en el lenguaje de nuestro tiempo, trae consigo cambios en los organismos de los seres vivos que pueden llevarlos a la enfermedad, a la muerte e inclusive al suicidio. Desde la época en que Charles Darwin escribiera su libro “The Expresion of the Emotions in Man and Animals” (1835), se acepta generalmente que las manifestaciones somáticas generadas por las emociones no son exclusivas del ser humano.

En efecto, en ciertos animales se encuentran cambios orgánicos de naturaleza similar a los que se producen en el hombre bajo el influjo de perturbaciones emocionales.

Es fácil encontrar ejemplos de estas situaciones en cualquiera de los modernos tratados sobre etología.

Tristeza y soledad son vocablos de alta significación en obras literarias como el Quijote. Esas razones me han permitido colocar como epígrafe a este capitulo las palabras de Thomas Wolfe en su novela “The Hills beyond”: “La soledad, lejos de ser un fenómeno raro y curioso…., es el hecho real e inevitable de la existencia humana”. Y la soledad, como es bien sabido, se acompaña a menudo de tristeza infinita.

IV

En el episodio de los encamisados que se narra en la primera parte de la obra, Don Quijote arremete contra el bachiller Alonso López y sus acompañantes que conducían a Segovia con antorchas y vestidos de luto “el cuerpo muerto” de un caballero. Don Quijote pensaba en su interior que los extraños personajes que veía eran “los mismos sataneses del infierno”. Es entonces cuando Sancho le da a Don Quijote el apelativo de “Caballero de la Triste Figura”.

Preguntado por el hidalgo qué le había movido para llamarle en esa forma, el escudero le reponde: “Porque le he estado mirando a la luz de aquella hacha que lleva aquel malandante, y verdaderamente tiene vuestra merced la más mala figura, de poco acá, que jamás he visto; y débelo de haber causado, o bien el cansancio de este combate, o ya la falta de las muelas y dientes.” Don Quijote acepta sin reparos el nombre que le da su escudero y se decide a poner en su escudo “una muy triste figura”. Sancho le dice entonces: “Lo que hay que hacer es que vuestra merced descubra su figura y dé rostro a los que le miraren, que sin más ni más, y sin otra imagen ni escudo, le llamarán el de la Triste Figura” (Quijote I, 19).

La palabra “figura” tiene distintas acepciones en los diccionarios: puede ser la “forma exterior de un cuerpo por la cual se diferencia de otro”, pero puede significar también “la forma o manera de proceder”. Surge entonces la pregunta de si al llamar “Caballero de la Triste Figura” a Don Quijote, Sancho se refería exclusivamente a la figura corporal del caballero andante, a sus maneras de proceder, o a ambas a la vez.

(Lea También: Las Frecuentes Desventuras de la Vida Personal y Familiar de Cervantes)

Tristeza

El sentido de la palabra “tristeza” ha cambiado con el correr del tiempo ampliando su significado y aumentando cada vez más su precisión analítica y su variedad estilística, asunto que es necesario tener en cuenta para entender su sentido en otras épocas. En obras literarias de otros días aparecen numerosas palabras cuyos significados corresponden al de tristeza: por ejemplo, en 1460,  surgió el abatimiento como expresión común. La congoja en 1465; en 1520 el desconsuelo y en 1580 la depresión.

La melancolía, cuyo significado para los griegos antiguos mencionamos atrás, tuvo cambios parciales de significado del siglo XVII al XIX: apareció primero la consternación a comienzos del siglo XVII. En 1650 la murria y en 1726 la morriña. Con el carácter de tristeza infinita surgió en 1825 la nostalgia, palabra empleada diestramente por Gustavo Flaubert en “Madame Bovary”, la magistral obra que dio comienzo a la novela moderna. A partir de 1835, y en breve sucesión, surgió la desesperación sorda, el vago malestar y la melancolía seca. Finalmente, la añoranza a finales del último siglo (Marina, 1992).

El Diccionario de la Academia de la Lengua Española hace referencia a diferentes acepciones de la palabra triste, acepciones que vale la pena resaltar aquí. Ser triste significa tener carácter o temperamento melancólico.

El vocablo hace relación a lo que denota pesadumbre, a lo que ocasiona melancolía, a lo que es hecho con pesadumbre o melancolía, a lo funesto y lo deplorable, a lo doloroso y difícil de soportar, a lo insignificante, lo insuficiente o lo ineficaz.

V

En su obra “Los Griegos y lo Irracional” (1960), el filósofo y crítico literario británico E. R. Dodds se ha referido al origen de los sentimientos de vergüenza en la cultura griega arcaica y a los cambios de ese peculiar estado de ánimo que condujeron al desarrollo posterior de los sentimientos de culpabilidad que Freud estudió a comienzos del siglo XX.

Según Dodds, el sentido de vergüenza fue el primero en aflorar en la sociedad griega de la época homérica, varios siglos antes de que los sentimientos de culpa hicieran irrupción en los dramas de Sófocles y Esquilo para renovarse posteriormente en la literatura psicoanalítica de nuestros días.

Vergüenza y culpa son etiquetas descriptivas de dos actitudes del espíritu humano que aparecen tempranamente en la cultura occidental y que han conducido a algunos antropólogos a hablar de las culturas de vergüenza y de culpa señalando las condiciones en que se afirma la existencia de la una o de la otra.

En los tiempos homéricos, como se aprecia en la Iliada, la inseguridad y el dolor predominaban en los hombres que dependían en absoluto de lo dispuesto por los dioses. Los propósitos de los seres humanos eran insubstanciales, sujetos como estaban al “phtonos” de los dioses, es decir, a sus celos y a su envidia.

El éxito en las acciones emprendidas por los hombres producía complacencia o “koros”, pero si era excesivo conducía al “hybris” o arrogancia, que conlleva casi siempre la idea de pecado, y en consecuencia de castigo y de muerte. En los hombres homéricos no existían sentimientos de culpa sino de vergüenza que se expresaban cuando no se lograba alcanzar la aceptación y el respeto de los demás.

El sentimiento de vergüenza, íntimamente mezclado después con el de culpa, habría de perpetuarse a través de los siglos.

En la novela de Cervantes lo encontramos en el último capítulo de la segunda parte cuando Don Quijote, una vez recobrada la sensatez, aspira a recuperar la consideración y el respeto que creía haber perdido al transformarse en caballero andante:

“Pueda con vuestras mercedes mi arrepentimiento y mi verdad volverme a la estimación que de mí se tenía” (Quijote II, 74).

Los antiguos griegos atribuían al “ate” de cada ser humano sus acciones improcedentes o inexplicables. Para los griegos, el “ate” era un estado peculiar e íntimo de la mente, un oscurecimiento momentáneo de la conciencia que a manera de locura parcial y pasajera conducía a la ejecución de actos reprobables capaces de producir perplejidad en los demás.

Los actos insensatos del hombre se debían al estado de “ate” en el que transitoriamente se encontraba; un estado de la mente causado por la acción de Zeus o por la “moira”, es decir, por el sino, el destino o la fatalidad de cada cual. Cuando Ayax, por ejemplo, destroza las ovejas en el drama de Sófocles, está en estado personal e inevitable de “ate”; y lo propio le ocurre a Don Quijote cuando arremete contra los odres de vino rojo o contra los rebaños de ovejas y carneros que consideraba poderosos ejércitos comandados por los personajes fantásticos de sus libros de caballerías.

Los griegos se liberaban de los sentimientos de vergüenza y culpabilidad proyectando en los dioses o en otros seres su estado personal de “ate”. Don Quijote lo hacía atribuyendo a los encantadores la razón de sus inexplicables conductas. Con el tiempo, desde Homero hasta Sófocles, los sentimientos de vergüenza se fueron transformando en sentimientos de culpabilidad, y así los encontramos en las sociedades y culturas actuales.

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